Cuando Tyrone fue parido, su madre lo recibió con una fresca sonrisa, mientras que su padre torcía los labios entre respiros agitados y sudor. Era el tercer hijo de la familia y su único varón: una tierna bola de carne trigueña con cortos cabellos albinos. Cuando el doctor de informó al padre que su tierno querubín es un omega, su faz de distorsionó hasta descomponerse.
Akram, padre de Tyrone, venía de una familia que vivía a la afueras de la metrópoli, en un pueblo con costumbres aparentemente arcaicas para los urbanistas progresistas. Dado que la importancia de la virilidad estaba muy marcada en su escala de valores, se auguraba como una desgracia y maldición para un hombre (obligado a ser viril y dominante, por costumbre) ser omega.
Los omega se consideraba la clase más baja y dependiente dentro de los Lycans, cuando un omega cambia de forma es fácil identificarlo por sus pelajes negros y sucios, los ojos ámbar y afilados. En su pueblo había un festival, durante el apogeo de la luna de sangre, en la que todos se reunían para cazar a los omega y embarazarlos. El terreno en su pueblo es árido y con dunas claras, por lo que era muy sencillo darle caza al lobo omega.
La discriminación y ostracismo por el que vivió lo obligó a buscar mejores oportunidades en la ciudad. Akram podría decir que las oportunidades eran mejores, pero el paradigma clasista nunca desaparecía, constantemente el mundo le recordaba que ser omega parecía ser lo mismo a una máquina de bebés que debe aprovecharse para perpetuar los genes. Quizás por eso, su única esperanza fue la de concebir un varón alfa, como un modo de reivindicar el fallo que representa su existencia. Pero ante sus ojos estaba el bulto rosado y gritón de Tyrone, demostrando con amarga ironía que nunca iba a poder liberarse de la mediocridad que lo persigue.
Hubiera sido preferible resignarse y aceptar lo inevitable, no obstante, en Akram existía una neurosis peligrosa, una histeria casi patológica. En cuanto tuvo oportunidad, buscó hacerse de hormonas para alfas que se recetan a personas mayores, los cuales colaba en la papilla o fórmula para el bebé. Su mujer descubrió su treta una ocasión en la que calculó mal las dosis, intoxicando al bebé, por lo que le arrebató las capsulas y las escondió de su alcance.
—Es nuestro hijo, Akram. No importa lo que sea, él no será maltratado y discriminado aquí. Será un hombre excepcional sin importar la clase en la que esté— Le dijo Nilsa, en un intento de apaciguar los nervios de su desolado esposo. Por supuesto, fue lo mismo que hablar al aire. Akram era obediente y respetuoso con Nilsa, en cierto modo tenía que serlo, puesto que ella es una Alfa con gran influencia en el mundo de la publicidad.
Él no se detuvo en su alucinatoria búsqueda por volver Alfa a su hijo menor, su obsesión y el dolor que nunca pudo superar cegaba por completo la capacidad de poder racionalizar las consecuencias que conllevaban.
—Papá, ¿es extraño que quiera morder a un Alfa?— Se atrevió a cuestionar Tyrone a su ajetreado padre en la cocina. Akram casi pierde el dedo pulgar al presionar de más en un ángulo equivocado. Bordeo mucha sangre desde el nudillo, eso sí.
El chico no volvió a preguntar. Hablar sobre situaciones clasistas con su padre era muy peligroso, siempre sobrereaccionaba o se ponía demasiado nervioso. Su madre le recomendó mejor leer libros sobre omegas al respecto, puesto que ella aún desconocía varios aspectos. Tyrone admira mucho a su madre, a pesar de su frágil silueta su carácter es de los mil demonios; difícilmente podías hacerla retroceder en un debate e incluso al perder una discusión ella lo podía aceptar con tal madurez, que provocaba en su contrincante una victoria a medias.
No le molestaba ser un omega, si podía hacerse de una pareja tan fuerte y genial como su madre, podría darse por satisfecho. Por desgracia, Akram no quería nada de eso, y sólo hasta que la familia se enterara por completo de las acciones maquiavélicas que mantuvo por muchos años con Tyrone, fue cuando Nilsa decidió, con todo el dolor del mundo, divorciarse de Akram. Dado que Akram estaba marcado, difícilmente sobreviviría a la soledad. Por lo que el divorcio sólo daba permiso a que los hijos viviesen en un hogar diferente al padre, con oportunidad de que la pareja alfa pueda visitar con frecuencia a su esposo omega.
Helga y Olga, alfa y beta respectivamente, amaban posesivamente a su padre; pero Tyrone era su pequeño hermanito omega, a quien debían cuidar de los depredadores de medianoche en las calles, porque curiosamente Tyrone comenzó a tener el hábito de salir a “cazar” de noche, justamente a la edad en la que debería llegarle el celo omega.
Pero su celo no llegaba, y su personalidad sumisa y dulce poco a poco se eclipsaba. De repente contestaba con desdén a su madre, insultaba y golpeaba a sus hermanas mayores (aun sabiendo que ellas son más fuertes que él) y sus huidas de casa en la madrugada se frecuentaban cada vez más. Era muy probable que sus huidas se relacionasen con su cambio, puesto que el instinto de un lycan se acrecienta en la adolescencia, lo que no tenía sentido es que el celo omega viene acompañado de las transmutación, algo que no había ocurrido en los años que debería.
A Tyrone le gustaba fugarse de casa, no era tanto estar afuera sino la sensación que le produce la fuga en sí. Tenía un espíritu de vagabundo: se paseaba entre los bares de mala muerte, exploraba debajo de los puentes y escalaba edificios en su forma humana. Parecía una hazaña propia de un lobo alfa, pero con la delicadeza de que Tyrone es un omega y efectuaba toda acrobacia en forma humana.
Llega hasta el fondo de un callejón en donde permanece una puerta metálica corroída y con un letrero de neón rosado encima que reza: “Impact”. El letrero era la única fuente de luz que podía guiar a los malaventurados hasta la puerta, mientras que el entorno se devoraba por el vacío. Desde afuera se escuchaba el synthwave ochentero sacado de películas clasificación B de terror. Para entrar no se necesitaba contraseña ni permiso, sólo era necesario saber cómo abrirlo, ya que el seguro estaba oxidado y se necesitaba de una maniobra para desembonar el candado de la caja.
—¡Oye, Tyro! —Le llamo uno joven de cabellera pelirroja, con una amplia sonrisa en el rostro. El nombrado le responde con un ademán y se aproxima a la mesa en la que él y otros chicos se encuentran— ¿Hoy también vienes a pie? Debe ser duro para ti saltar entre techos y paredes.
—Muy gracioso, Saga —Chaquea su lengua contra el paladar—. Sabes que aún no me ha llegado el celo.
—Yo que tú me apuraría. Mi hermano mayor me comentó que entre más se tarde más fuerte es el hedor… tú vas a tener media ciudad yendo tras de ti.
Los demás chicos que acompañan a Saga se ríen en coro, a lo que Tyrone responde con un gruñido.
—No me da gracia.
—Yo no me reí —Le puntualiza mientras ve a su compañero fijamente— Oye, ¿estás bien?
Se aproxima a él y lo toma por los hombros. Repentinamente su olfato se alerta, un aroma embriagante penetra sus fosas nasales y golpetea contra su cien. Siente el aire volverse denso e irrespirable, la frecuencia cardiaca se acelera y por un instante el mareo lo desubica del suelo.
—¿Saga?
Los ojos aguamarina de Saga brillan de un verse intenso, casi al mismo tiempo hay una explosión de luces en el pub, el ritmo synthwave explota con ritmos oscuros y reverberaciones graves. De repente escucha la respiración agitada de Saga superponerse al sonido y sus mezclas electrónicas.
—Tyro, maldición… ¿Ahora? ¿Rodeado de tantos alfas?
El pub Impact generalmente recibía personas de todas las clases, pero en ciertos días el local se llenaba de alfas, los cuales desataban los raves más psicotrópicos y salvajes de la ciudad. La preocupación (y excitación) de Saga era genuina, pues si el celo se desataba en un lugar tan cerrado y repleto de alfas, no podría ni siquiera garantizarse su integridad física.
—No me siento diferente, Saga.
—Deberías, al menos sentirse más débil o vulnerable. Será mejor que nos vayamos de aquí cuando antes.
—Oye, ¿a dónde te llevas al blanquito, Saga?— Cuestionó espontáneamente uno de sus amigos en la mesa.
—Al idiota se le olvidó su dinero, iré con él para que no se pierda en el camino— Les dice con una mueca burlona, su amigo le responde con una carcajada y los despide con la mano en un gesto de restarle importancia—. Vámonos— Le susurra con un dejo de urgencia en su voz.
Ambos chicos salen despedidos del local, corren fuera del callejón y escalan un departamento de nueve pisos hasta llegar al techo, dónde se encuentra un ático y una puerta que conecta escaleras abajo con el noveno piso.
—Rayos, Tyro… —Saga se traga el aliento aceleradamente a falta de aire— ¿cómo logras ser tan rápido usando esta forma? Siendo lobo ni hubiera sentido el cansancio.
—Creo que en algún momento me acostumbre— Le menciona con tono parco. Saga ve a su amigo, tiene una semblanza estática, frívola. No parece el Tyro de siempre, el impulsivo y malhablado Tyro; entallado en esa playera negra de mangas largas. Parece observar con mutismo el paisaje urbano: los rascacielos a varios kilómetros, el aullido de las patrullas que arrojan luces intermitentes de rojo y azul, el aire grisáceo y claroscuro de la ciudad.
Era extraño verlo así: tan desencajado de sí mismo, etéreo, frío… hermoso. Lo apreciaba de perfil, con el tabique un poco desviado por anteriores riñas, con esa piel marrón que contrastaba de sus cabellos plateados, meciéndose al ton de una vieja balada despechada; el corte de hongo que tenía lo hacía parecer más infantil e ingenuo de lo que realmente era. Sus ojos, comúnmente de un azul marino muy intenso, brillaban ahora en un violeta claro.
—Saga— La voz grave y seca de Tyro lo sacó de su ensoñación—. Llegué contigo porque necesitaba hablarte sobre algo. Creo que me están persiguiendo, desde hace unos días.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No estaba seguro, creía que sólo se trataba de mi imaginación. Pero ayer…—Tyro se arremanga, Saga advierte unas marcas de costras invadiendo sus antebrazos— Él apareció: un lobo Alfa, tenía el pelaje completamente blanco, parecía estar hecho de nieve. Entonces me atacó, quería marcarme.
Saga sintió la sangre hervirse. Esas marcas, ¡¿cómo se atrevía a lesionar de esa manera a Tyro?!
Entonces el pensamiento hace que se espante a sí mismo. Para él Tyro es como un hermano, un amigo con el que puede compartir sus idioteces y locuras.
¿Será por el celo?
—Tenemos que llevarte con tu madre, no estás a salvo en un lugar tan abierto.
—No tiene caso que huya, él va a encontrarme— Con la yema de sus dedos delinea el relieve de las costras oscuras, el recuerdo de la mordedura y los arañazos los tiene muy presentes. El dolor y un inaguantable repudio también le agobian.
—Ty, aún podemos…
—Saga, no te busque para huir del problema. No importa a dónde vaya, me va a encontrar. Así que, tomé una decisión.
No quería escuchar la decisión. No quería escuchar la MALDITA decisión.
—Escucha, mi padre… siempre tuvo problemas con aceptar su parte Omega. Su frustración al saber que también lo era fue tal, que me daba hormonas de Alfa. Pero yo nunca pensé que algo estuviera mal conmigo, pensaba que mi rebeldía y agresividad formaba también parte de mí, pero creo que sólo eran las hormonas Alfa que hablaban por mí. No quiero ser como mi padre, Saga, igual de infeliz y neurótico.
—No lo eres, tu personalidad es así. Hay muchos omegas con mal genio y cara de estreñido como tú.
Tyrone no pudo evitar reírse por el comentario. Saga sólo se reía a medias, con amargura.
—Idiota —El omega albino se acerca a él para empujarlo amigablemente.
—Cabellos de leche —Le regresa el empujón con más fuerza.
—Pedazo de escroto— Vuelve a empujarlo, pero esta vez Saga lo retiene del brazo y lo atrae para sí.
—Oh, espera… ¿qué? Ese insulto es nuevo, ¿has estado leyendo el diccionario?— Tyrone le sonríe con sorna en respuesta a su comentario.
Su aliento choca contra la delicada nariz de Saga. Este se siente de nuevo agobiado por las disparejas sensaciones que despierta en su cuerpo tal aroma. Vaga en cortos segundos su mirada por el rostro amigo, analiza concienzudamente cada poro en su piel, el movimiento acompasado del deglutir en su garganta, el subir y bajar alterado de su pecho.
—Imbécil.
Lo besa. Encuentra el elixir en su boca dulce, se siente de algún modo más sediento e insaciable. Toma la cabellera de su nuca y lo jala hacía atrás, invade con su lengua su cavidad bucal, acaricia el paladar y le estremece la fricción de otra lengua serpenteando contra la suya. Ahoga un gemido extasiado ante una experiencia que se le antoja familiar.
Saga separa el beso, la ruptura provoca que las bocas truenen por el arrebato. Su propia acción le frustra, pero la sensación de costumbre y nostalgia lo empieza a volver loco.
—Tú y yo… ¿lo hemos hecho antes?
Una carcajada le agolpa en el oído.
—Me estás preguntando eso ahora… Sí, lo hemos hecho varias veces, generalmente cuando estás borracho.
—¿Qué? ¿Por qué no me dijiste nada, estúpido? —Saga quisiera sentirse más indignado y colérico, pero la excitación y el deseo reducen su intensidad por mucho— Tampoco te pido una nota periodística, pero al menos un: “Por cierto Saga, ayer cogimos, no te acuerdas por estabas borracho, de nada”.
Una carcajada más estridente y energética se escucha. Ese era su Tyrone, el desvergonzado, cínico y sensual.
—¡Te lo dije la primera vez que lo hicimos, tonto! ¡Pero me ignoraste! Sólo te reíste un poco y dijiste algo como: “Claro, Ty. Luego despertaste y tenías la ropa interior puesta y manchada”.
—Yo… creía que lo decías en broma —La voz se le apagaba, quería rendirse con la discusión. Ya no le interesaba saber que paso antes con ellos, quería saber que iba a ser ahora de Tyro. La asimilación de ese futuro lo trajo de vuelta a lo que momentos anteriores había mencionado él, sobre su decisión— Tyro, elígeme como tu Alfa, por favor— Suplicó, casi con capricho, casi con lujuria. La parte Alfa de Tyrone, la artificial, impedía a veces a Saga usar su voz de mando; existía una cualidad que lo doblegaba, no podía asegurar de que se trataba, pero desde hace no mucho le ronda la idea de que si Tyro hubiera sido un Alfa, sería uno muy fuerte.
—Lo siento. Te quiero, Saga.
Sintió una inyección en la nuca, eran los caninos de Tyro, agrandados instintivamente para morder y marcar. La marca del Alfa. Originalmente es una mordida muy poderosa que secreta un veneno letal para otros Alfa, pero que a los Beta u Omega no afecta, y que más bien se emplea en Omegas para encadenarlos de por vida. El veneno llegó en su sistema nervioso rápidamente, a los pocos segundos su vista se nublaba, el cuerpo hipotónico se desfallecía. Antes de sumirse a la inconsciencia escucho un lobo aullar a su lado, vio colores plateados y negros.
Luego nada, quizás la desazón de un amor rechazado.
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