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Después de tres años de soltería y una conversación con su vecina y mejor amiga (también conocida como la loca de los perros y gatos), Jeffrey quiere centrarse, asentar la cabeza y encontrar a su chica ideal de una vez por todas. Es por esto que planea, engañado por su vecina, citas a ciegas a través de una página web para encontrar a la chica que le enamoraría hasta las trancas. Veinte citas fue el acuerdo al cual llegaron su vecina y él. Solo veinte citas para llegar a encontrar a la chica perfecta. De lo contrario, Jeffrey se convencerá de que no está hecho para tener una relación y volverá a la idea del amor que llevaba teniendo tantos años.


Drama All public.

#drama #juvenil #amor #romance #amistad #citas #amigos
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0. Y así fue como todo empezó

Todo empezó un domingo 12 de noviembre en Norwich, una ciudad al este de Londres. Jeffrey era un chico que… espera, ¿por qué estoy hablando de mí mismo en tercera persona? Volvamos al principio.

Todo empezó un domingo 12 de noviembre en Norwich, Londres. Era un día de esos que no te apetece hacer nada más que tumbarte en el sofá con una manta y hartarte de ver películas basura que echan por la tele como cada domingo. Así que eso hice. Cogí la manta preferida de la vecina y un cuenco con chocolates y con mi indumentaria salí de casa, cerrando con un fuerte portazo detrás de mí. Nota mental: debía de engrasar la cerradura.

Subí los escalones de dos en dos y cuando llegué en frente de la puerta de la vecina saqué el móvil de mi bolsillo y le escribí un mensaje:

Jeffrey:
¿Sesión de películas basura + chocolate + palomitas + tu manta favorita?

Al instante, ni siquiera pasaron más de veinte segundos, la puerta de la vecina se abrió de par en par dejándola ver, o mejor dicho, dejando ver a dos perros y una gata, ya que prácticamente se veía más animales que persona. Elsa estaba sosteniendo a Rik e intentado que Missy y Linda no se escapasen hacia fuera.

—Sabía que dirías que sí.

—Aún no he dicho nada.

—¿Y por qué has abierto la puerta, entonces? —alcé una ceja tamborileando mis dedos contra el cuenco que sostenía contra mi pecho. Cuando vi que la vecina no iba a decir ni una palabra, sonreí—. Lo suponía. ¿Puedo pasar?

—Mmm… ¡eh! ¿Y las palomitas?

—Eso lo pones tú.

—Bueeeeno… está bien, pero solo porque traes chocolate y mi manta favorita.

—Sabía que te iba a gustar.

Le di el cuenco con los dulces a Elsa y ella me entregó a pequeño Rik. Lo cogí y le empecé a tratar como a un bebé, cosa que no era. Yo antes no era así, no trataba a los animales como bebés ni nada por el estilo, pero ya sabéis lo que dicen: todo lo malo se pega.

—¡Linda! ¡Ven con papi! —dejé a Rik en el suelo y Linda, en cuanto escuchó que dije su nombre, empezó a correr hacia mí, casi consiguiendo que mi culo impactase contra el suelo.

—No le digas que eres su papi, que al final se lo creerá de verdad.

Linda era una perrita, hija de padre labrador y madre bretona. Era de un precioso color marrón clarito y bastante grande, más que Rik al menos. Era una cachorra y le encantaba jugar, y eso me lo demostraba cada vez que me veía.

—¿Quieres que te lo diga a ti?

—¡Eres imbécil, Jeffrey! —me pegó un puñetazo en el brazo y Rik empezó a ladrarle sin cesar, defendiendo a su papi—. Rik, ¡a callar!

El pequeño Chihuahua calló de golpe y se escondió detrás de Linda. Missy desapareció de mi vista en cuanto cerré la puerta. Missy era una gata Bengali y parecía un leopardo en pequeñito. Era muy arisca con todo el mundo menos con el Chihuahua. Tener una vecina y amiga loca de remate por los animales traía las consecuencias de aprenderse las razas de cada una de sus mascotas.

Pasé al salón y un acogedor aroma a velas y perfume de coco vino a mí. Me gustaba ir a su casa por esa razón, olía mucho mejor que la mía y ese olor a velas me recordaba profundamente a mi madre. Elsa desapareció por el marco de la cocina y empezó a abrir y cerrar armarios.

—¿Saladas, dulces o con mantequilla?

—Saldas —le contesté acariciando a Linda—. O con mantequilla. Pero dulces no, por favor, con tu perfume tengo suficiente.

—¡Siempre tan simpático!

—¡Si sabes que me encanta!

—Tú ve poniendo la peli, anda.

Asentí y me acerqué a la televisión para encenderla. Linda se había comido el mando a distancia las Navidades pasadas y desde entonces cada vez que alguien quería encender la televisión, apagarla o simplemente cambiar de canal debía de levantar el culo de donde lo tuviera para darle al botón que llevaba incorporado esa televisión.

—Al final te regalaré un mando para Navidad.

—Pues me iría bien —dijo Elsa asomando la cabeza por el umbral de la puerta de la cocina.

Negué con la cabeza mientras me reía. Conocía a Elsa desde hacía tanto tiempo que no me podía imaginar una vida sin ella. Recuerdo que fue en el colegio de secundaria cuando ambos teníamos unos 13 años y ahora, nueve años más tarde, seguíamos igual o mejor que nunca.

Cinco minutos después apareció mi vecina con la comida. Yo ya estaba tumbado en el sofá con la manta y con Missy acurruada ronroneando para que la acariciase.

—¿Ya me ha quitado el puesto esta bicha?

—Quiero más a Missy que a ti, si he venido es por ella, no te engañes.

Elsa se hizo la ofendida y ambos nos echamos a reír. Se sentó a mi lado y la película empezó. Así pasamos la hora y media que duró la película. No era Navideña, pero poco faltaba para que empezasen a echarlas los fines de semana.

—¿Te acuerdas cuando el año pasado dijimos que este año, para Navidad estaríamos los dos con pareja organizando una cena Navideña? Ha fracasado el plan.

—¿De verdad pensábamos eso? —se extrañó Elsa, alzando la cabeza de mi hombro y mirándome—. Qué ingenuos éramos, ¿no?

Asentí con la cabeza murmurando un “ya te digo” y metiéndome en la boca un puñado de palomitas quemadas, que eran las únicas que quedaban y que a ninguno nos gustaban, pero por comer algo…

—Bueno, tú aún estás a tiempo de encontrar a alguien, Don Juan. Yo lo tengo más difícil —la miré alzando una ceja pidiéndole explicaciones por eso último que acababa de decir—. Mírame. Con dos perros y una gata a los 22 años, estudiando una carrera y encerrada en mi casa, el poco tiempo libre que tengo, rodeada de velas mientras hago alguna tarta, leo o veo series. ¿Quién va a querer una vida así?

Me encogí de hombros. Podía parecer aburrido o un tostón, pero a mí me gustaba. Cuando tienes una vida ajetreada algo de paz siempre va bien. Y eso era lo que me sucedía a mí.

—¡Tengo una idea! —chilló la morena.

—Oh no, esas tres palabras juntas no pueden significar nada bueno.

—¡Ahora vuelvo!

Dio un salto del sofá, asustando a Missy que estaba patas arriba para que yo le rascase la barriga y se marchó dando saltitos a su habitación. Me reí. ¿Y ella decía que tenía 22 años? Más bien parecía que tuviese 12. A los pocos segundos volvió a aparecer delante de mí con el portátil en las manos. Sonrió y alzó las cejas repetidas veces.

—Miedo me das.

—Hazme un hueco.

Me senté en el sofá y empujé a Linda con los pies para que se apartase de en medio y me dejase bajar las piernas. Missy siguió sin moverse y Rik no tenía ni idea de dónde estaba.

Elsa levantó la tapa del portátil y lo encendió. Fue a Google y tecleó en el buscador: MyDa(te)ys. No lo estará haciendo en serio, pensé.

—No lo estarás haciendo en serio —dije.

—Oh, claro que lo estoy haciendo en serio. Espera y verás.

Rodé los ojos y me pasé una mano por la cara para después acabar en mi pelo. Qué narices… Elsa me estaba metiendo en un lío sin ni siquiera ser consciente de ello.

Me registró en la web de citas como Jeffrey Bramson, 22 años, joven, moreno con ojos verdes y una sonrisa perfecta. También puso que mi estatura es alta con un físico complexo pero no de gimnasio diario. Atento y cariñoso con las chicas y amante de los animales. No sé cuántas cosas más positivas puso de mí en esa web, pero después de hacerlo colgó una foto mía que me sacó este verano cuando fuimos ella y yo a la playa con Rik y Linda donde se me veía pasándomelo genial con los dos animales.

—¡Listo! Ya tienes tu perfil creado en MyLovDate. ¡De naaaada!

—¿Se puede saber qué te ha hecho pensar que YO quiero que TÚ hagas eso?

—Vamos, Jeff, no me digas que no mola. Así quizá puedes conocer a alguna chica maja y guapa con la que pasar las Navidades y quién sabe si toda tu vida —rodé los ojos y Elsa bajó la tapa del portátil. No sabía si me había molestado o no el hecho de que ella me hubiese registrado así, sin más, pero tampoco había opuesto resistencia—. ¿Te has enfadado? —puso ojitos de cachorro abandonado y después de dejar el portátil sobre la alfombra que había en el suelo, al lado de Linda, me pasó los brazos por la nuca.

—¿Cómo iba a estar enfadado contigo? —me reí y ella me abrazó, a lo que yo le respondí devolviéndole el abrazo—. Quizá puede ser divertido y todo.

Elsa se rió y yo hice lo mismo, estallando a carcajadas. Quizá tenía razón y encontraba a una chica que me devolviese las ganas de ilusionarme. O quizá no tenía razón pero nos echábamos unas risas.

Suspiré y empezó la siguiente película de la tarde la cuál veríamos también. Elsa se acurrucó mejor en mi pecho y por el salón apareció Rik, quién se subió al sofá de un salto y se colocó entre el cuerpo de su dueña y el mío. Los dos empezamos a acariciar la barriguita de Rik mientras “Love, Rosie” empezaba.

Aug. 28, 2018, 7:53 p.m. 0 Report Embed Follow story
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