– ¡Vamos Lu! Corre niña.
– Ya voy, Tato.
El correr por el bosque es tradición para Luciana y Tomás. Cada día lo hacen y no dejan que nada impida este ritual de suceder.
Agotados, llegan al "árbol de luz". Como lo llama Luciana.
– ¿Subes tú primero?
– No, mejor tú para que me ayudes a subir.
– Está bien, niño miedoso.
Riendo como la niña inocente que es, subió el árbol como si conociera cada centímetro de este.
– Vamos ahora tú, Tato.
– Sí.
A mitad del camino Luciana extendió su mano para ayudar a Tomás en la última parte que era la "complicada".
Se sentaron en la primera rama, su rama.
Se quedaron viendo el río en la oscuridad con el tenue brillo que la luna reflejaba en este, y tan puntual como un reloj, empezaron a surgir del pasto y de algunos arboles las criaturas que asombraban la imaginación de los dos infantes.
– Son hermosas –Susurró Luciana, con sus enormes y brillantes ojos, tratando de ver a cada una de las luciérnagas.
– Sí que lo son.
La nube de luz se extendió por todo el río haciendo que esta se reflejara y dieran el espectáculo de una galaxia que estaba sumergida en las profundidades; pero era tan hermosa y brillante, que para Luciana era un mundo resurgiendo de las aguas.
– No me quiero ir Lu.
– No importa Tato, yo siempre te esperaré.
– Siempre es un largo tiempo. Aparte mamá le dijo lo mismo a papá y ahora vive con su amigo Nico.
– Yo no soy tu mamá Tomás. Pero como no me crees... –Luciana se paró en la rama y puso su mano derecha en su pecho– Yo voy a dejar de tenerte en mi corazón, cuando cada una de las estrellas de la galaxia se extingan.
– Gracias Lu, ahora siéntate que no quiero que te caigas.
Luciana solo pudo reír a carcajadas y sentarse nuevamente a observar el espectáculo con su amigo.
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