En la barra de Zoe’s, un viejo levemente borracho me dijo:
—Este club es un regalo otorgado con amor por la misma desdicha. Un lugar para que los olvidados aprendan a olvidar, los heridos a curar, y los soñadores a vivir. Todos aquí somos la prueba de que las habilidades de Cupido en el arco están lejos de ser perfectas; pero sí sé es valeroso, el Dios del amor no titubeará al momento de enmendar su equivocación; y empleará una, dos o cuantas flechas sean necesarias para ver a sus fieles y dignos seguidores compartir un perpetuo éxtasis romántico con la pareja ideal.
—¿Y quién es Zoe? —pregunté.
—A través de las décadas, estos rincones han acumulado muchos enigmas. La identidad de Zoe es solo... un misterio más —suspiró al contestar.
—Apuesto a que era, como nosotros, otro corazón hundido en hiel y Jazz. E impulsada por su vacío, construyó este... templo para acoger a los que sufrieran su mismo destino.
—Quizá ella hundió en hiel el corazón de alguien —musitó el viejo vagamente melancólico.
—Tal vez Zoe fue la daga clavada en el pecho del fundador de este lugar —dio su opinión el atento cantinero.
—¿Por qué bautizaría a su club con el nombre de quien lo apuñaló? —pregunté a los dos hombres.
—¿Por romántico? —supuso el cantinero.
—Porque aun la amaba... —respondió el viejo con la voz ligeramente perturbada y el rostro fúnebre que, a pesar de su palidez, dibujaba una sutil sonrisa.
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