Corrían como lobos tras su presa varios agentes de paisano que trataban de detener al asesino del capirote. Estando a punto de atraparlo, el asesino entró en una iglesia donde había cientos de cofrades a punto de salir en procesión. Los agentes no tenían nada que hacer, el asesino estaba oculto entre demasiada gente encapuchada y no podían hacer nada sin montar un escándalo. Al agente Hernández poco le importaban las normas, realizó tres disparos al aire y gritó: “¡Policía, todo el mundo al suelo y descubríos el rostro!”. En un silencio sepulcral, en el que sólo se oían golpes de rodilla contra el suelo y cirios cayendo, destacó el inconfundible chirrido de una puerta que finalmente dio un portazo. Los agentes corrieron, atravesaron la puerta trasera de la iglesia y continuaron tras el asesino. El agente Hernández no iba de los primeros, pero veía al delincuente. Este corría y corría, no podía más y repitió la misma jugada, entró en otra iglesia donde la vestimenta era parecida a la de su cofradía. Esta vez el agente Hernández no formó un escándalo ni alarmó a nadie, ordenó a sus compañeros que impidieran la salida a cualquier persona mientras llegaban los refuerzos. Él entró y, con toda la tranquilidad del mundo y concentrado en buscar una aguja en el pajar, se dedicó a pasearse entre la gente de punta a punta de la iglesia sin dejar de atender a su alrededor. El asesino no aparecía, había dado varias vueltas y no lo encontraba, se fijó en que el manto de la virgen se bamboleaba ligeramente y subió a comprobarlo, un hermano que daba los últimos retoques a la Virgen intentó detenerlo, pero lo dejó al ver su placa. Hernández entró en el manto, tras apenas un minuto salió con un corte aparatoso en la mejilla y la mano derecha ensangrentada. “Tened cuidado ahí dentro, hay un saliente cortante en el soporte de la tela”. Al llegar los refuerzos fueron evacuando poco a poco la iglesia hasta quedar completamente vacía. No había rastro del asesino. Los agentes volvieron a comisaría, dieron el operativo por fracasado y por huido al asesino.
Tras llevarse una reprimenda por parte del comisario, el agente Hernández fue a que le cosieran la herida y volvió a casa a darse una ducha. A altas horas de la madrugada, se despertó con un pálpito y volvió a la iglesia. Ya no quedaba nadie, se coló forzando la cerradura, la Virgen esperaba a que la volviesen a poner en su sitio y Hernández subió al trono, se acercó a ella, miró alrededor para asegurarse de que no hubiese nadie, levantó el manto y dijo: “Míralo por el lado bueno, has tenido un funeral por todo lo alto. A ver qué hago ahora contigo, no me llevaré una medalla, pero viviré tranquilo sabiendo que no volverás a matar”.
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