La fidelidad de un entrañable lazo. El deseo de un compartir, un respeto, y un apoyo. De pronto, cada una de estas cosas son olvidadas, y pasa a la cosificación, una en un sentido distinto al que imaginarás… o no mucho. Se sobrepasan límites y entonces se sitúa en el desconocimiento. Renée, vive con su compañero de apartamento, al que conocemos en el transcurso de este escrito como James. Este hombre parece perfecto, lo que cualquiera que se identifique con el género femenino y se considere heterosexual, podría pedir. Renée, es alguien libre, aunque algunas cuantas cosas en su entorno, pareciera que contrarían esta libertad.
El agradecimiento y el respeto, no hace más que colocarla en la única postura que puede otorgar y en la cual no se le restringe nada: la adulación en silencio.
El silencio lo es todo, suele hablar poco, James maneja casi todo. El resto de cosas, las desarrolla en su mente, y a veces, toma el atrevimiento de explorar por fuera, cada pequeña cosa, a como pueda. Su descolocación, la sociedad invadida de morbo, tanto sexual, como el salvajismo, que normalmente se mira a diario en las pantallas de nuestros hogares. Después, tomar momentos para apreciar los regocijos de la vida: la luna a lo alto del cielo nocturno, una lectura cálida a voz del ser que cree estar amando. Y ante todo esto, las dudas del yo… de lo que se es.
La perdición completa de la sintonía entre la mente y el cuerpo, los sentimientos y las emociones redescubriéndose, como algo digno de tomarse con cautela y encontrar el momento del cuándo será, el día en que nada de eso importará más y entonces ser, de verdad, libre.
¿Qué es esto que soy, querido amigo?
¿Qué es lo que estoy sintiendo?
¿Qué es lo que pienso?
Si apenas le tomé sentido al significado
de lo que es «pensamiento».
¿Qué son las horas, los días y los años?
¿Qué es la Tierra? O más aún, el universo…
¿Quién soy? ¿Qué soy?
No sé lo que soy.
Como lo pensó Renée, a inicios de su proceso, cuando emprendió el reencuentro consigo.
Luther H. Krauss
