criandomalvas Tinta Roja

Tres piratas desembarcan en un islote con la intención de enterrar el botín producto de sus saqueos. Al cavar la tierra encuentran lo que otros olvidaron o, quizás, abandonaron deliberadamente.


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Una de piratas.

—¿Y por qué demonios tenemos que enterrar el botín? Con semejante fortuna nos podemos dar la gran vida.

—Yo estoy con Melquiades, de bien nacidos es el estarle agradecidos a la fortuna y me parece indecente el seguir tentando a la suerte, que la muerte se llevó consigo a la mitad de la tripulación durante el abordaje, y no es que me queje, Dios me guarde, que así somos menos a repartir.

—No estoy en debatir lo que ha sido así durante generaciones y la tradición se impone, por mis cojones de capitán, que no he de escuchar más protestas. No hay pirata que se precie, que no entierre un tesoro en una isla olvidada y confeccione un mapa para que las generaciones posteriores se embarquen en su búsqueda.

—¿Y qué sacamos nosotros de todo eso? Me importa un bledo que a la postre escriban novelas sobre nuestras gestas, como estúpidos hemos de quedar en cualquier caso.

—¡Silencio! Este es nuestro fondo de pensiones, no siempre se es joven y llegará el día en el que debamos de retirarnos aquejados de todo tipo de achaques y enfermedades.

—Mi capitán, yo quiero disfrutar ahora que aún no me meo en los calzones y no “aluego”, cuando ya no me aguante ni los pedos.

—Eusebio, Melquiades… ¡A cavar y menos chachara!

—Pues, si vuesa merced espera, que con los años nos dé rédito, lo mismo que si lo depositara en un banco, he de hacerle notar, que no somos aburguesados pretendiendo vivir de rentas en lugar de su trabajo, somos piratas, sí, pero piratas proletarios.

—Te lo he repetido una y mil veces Eusebio, nada de sindicatos, salvo el del crimen, y en ese consta un único artículo, ese que reza, que donde hay patrón no manda marinero.

—¡Un momento!

—¿Qué pasa ahora Eusebio?

—Pues que he tocado metal. Me parece que no hemos sido los primeros en visitar este islote.

—¡Me he puesto palote! ¿De encontrar un tesoro de terceros, hay ley o tradición que nos impida quedarnos con él?

—Deja que lo piense. Ummn, no Melquiades, en ese supuesto sería todo nuestro.

—¡Cavemos entonces hasta llegar al mismo infierno!



—He aquí lo hallado, un cofre que, de tan pequeño, poco puede albergar.

—Mi capitán, Dios le da pan al que no tiene dientes. “¡¡Cagon to!!

—No maldigas antes de tiempo Melquiades, mejor, primero lo abres, antes de seguir con las blasfemias.

—A fe mía, que nadie se habría tomado tantas molestias de no contener algo valioso.

—Capitán, es lo más común, que al que se ilusiona exagerando las expectativas, la decepción le orade la barriga como puñalada traicionera. ¿Qué cojones es esto?

—A la vista está que se trata de un libro.

—Ojos tengo y no soy ningún cretino, más… ¿Alguno de nosotros sabe leer?

—¡Pardiez, trae aca Eusebio! Aquí donde lo ves, tu capitán estudió en un colegio de pago, que por algo ostento el rango más alto en el cuadro de mando.

—¡Y un cojón!, todos saben, que heredaste el barco de tu padre. Todos los señoritingos son iguales, se las dan de emprendedores cuando todo su “merito” les llegó por inercia y apellidos.

—¡Eusebio…!

—Sí, ya sé, nada de sindicatos.

—¿Y bien, que es lo que dice el dichoso libro?

—Parece una receta.

—Estupendo, podemos reciclarnos en hosteleros y construir un restaurante en este islote olvidado de la mano de Dios. Viendo los ingredientes de los que disponemos, el plato estrella sería; coco relleno de cangrejo y rebozado en guano de gaviota.

—Capitán, ¿se encuentra bien? Pardiez, que la tez se le puso blanca lo mismo que un cirio.

—Ummm, Tú, Eusebio, ¿cuánto ron consumes al día?

—Capitán, bien sabe que soy abstemio desde que, de pequeño, me caí dentro de una barrica de brandi y de poco me ahogo.

—Es el destino el que ha decidido que, entre tantos, fuese precisamente a ti a quien decidiera traer conmigo a la isla. Espero que no me lo tengas en cuenta.

—¿De qué cojones habla? ¡OUCH! De no doler tanto, aplaudiría la precisión con la que usía ha hundido la daga evitando las costillas. Gritaría ¡bravo! por tan buena estocada, incluso reclamaría las dos orejas para el diestro, no así el rabo, que le tengo demasiado aprecio. Dicho esto, muero con expresión de no entender nada y maldiciéndolo a vos y a toda vuestra familia.

—¡Capitán, ¿Por qué lo hizo? Eusebio era un poco toca cojones, pero leal y fiero en el combate. ¿A qué este arrebato homicida?

—No puedo fiar en quien no bebe, como tampoco en el que no frecuenta mujeres.

—Si lo dice por mí, no es culpa mía si las féminas me consideran tan feo, que ni mediante transacción se ofrecen a compartir el lecho.

—A lo hecho, pecho. Lo siento Melquiades, pero te has de reunir con tu amigo ahí donde no os han de cerrar las puertas.

Tampoco puede ser casualidad el que, precisamente tú, me acompañaras.

—Muero, pues, en la ignorancia del porqué de esta felonía. Más, yo paso por alto vuesas habilidades con el cuchillo, para pasar directamente a los exabruptos, que nula constancia ha de tener vuestra madre de cual, entre todos los posibles padres, lleváis la sangre. ¡Hijo de la gran…!

—Shhh Melquiades, no condenéis aún más vuestra alma con unas palabras tan soeces. Lo que procede, procede. Consolaros sabiendo, que vuestra muerte no es en vano y que ha de valer para un propósito mayor, uno, que vos, cretino analfabeto, no entendería ni en un millón de vidas.




El capitán no se cuestionó si lo escrito en el libro era real, una superchería o, simplemente, una tomadura de pelo.

Ya había conseguido un hígado sano y la sangre de una virgen, que, en aras de los tiempos que corren, lo correcto es no discriminar por cuestión de sexo y, a buen seguro, la hemoglobina de Melquiades sería igual de valida que la de cualquier fémina. El resto lo cosechó de entre los suyos ya en altamar, sin que ninguno de ellos tuviera la oportunidad de huir.



Años más tarde, las leyendas sobre barcos fantasma se hicieron realidad.


El buen capitán no cayó en la cuenta, de lo difícil que le sería encontrar entre su tripulación el último ingrediente de la lista; el corazón de un hombre honesto.

Y así vagó, inmortal, tal como aseguraba el libro, pero, sin un músculo que bombeara la sangre, no quedó de él más que un cadáver putrefacto.


Aferrado al timón sobre una cubierta desierta, navega sin rumbo en busca de un corazón puro.



FIN.

Sept. 12, 2023, 1:38 p.m. 3 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Tinta Roja ¿A qué viene todo este teatro? No expondré el por qué, el cómo ni el cuándo. Condenado de antemano por juez y jurado, me voy caminando despacio hacia el árbol del ahorcado. Mira el verdugo la hora y comprueba la soga, que corra el nudo en lugar del aire. Se hizo tarde y el tiempo apremia por silenciar mi lengua. Y ahora ya sin discurso, ni me reinvento ni me reescribo, solo me repito. Y si me arrepiento de algo, es de no haber gritado más alto.

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Rafael Avendaval Rafael Avendaval
Este relato me hizo el día, ¡muchas gracias!
October 06, 2023, 01:26

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