Jånika apretó los dientes para no llorar porque ¿qué ganaría con ello? Sintió que pagaba por errores ajenos y aquel destino cruel que le tocaba en suerte era una injusticia enorme.
Dejó caer la cabeza hacia adelante antes de pasar la lengua por los labios y sentir cómo el sabor ferroso se deslizaba por su garganta. Le dolía la mandíbula y estaba segura que sus labios se habían hinchado; jamás los golpes dolieron tanto como esa noche.
Alzó la cabeza al sentir el sonido de la puerta que se abría y su corazón latió con violencia al divisar una figura deformada del otro lado de la cortina. Se arrastró despacio hasta acurrucarse contra la pared, envolvió los brazos a sus piernas y se preguntó si su cuerpo podría soportar más dolor.
¡Por supuesto que sí! Ella era fuerte y podía con todo. Al menos, era lo que siempre se dijo hasta convencerse de ello porque ¿de qué otra forma podría sobrevivir una huérfana en medio del imperio otomano?
Las cortinas se abrieron y una hermosa mujer de cabellos color fuego apareció ante sus ojos. La miró en silencio y con los labios apretado; el disgusto era evidente en su rostro.
―¿Por qué no me diste la alegría de morirte? ―fue lo primero que dijo mientras negaba con la cabeza.
Jånika frunció el ceño desconcertada. ¿De qué hablaba esa mujer? Jamás la había visto en la vida y ¡vaya que habían pasado personas a su lado! Vivir en un mundo circense la convertía en una conocedora de imperios y realeza pero, a ella en particular, jamás la vio.
La miró en silencio mientras la mujer se acercaba con pasos soberbios y la mirada llena de desprecio. Sí, era hermosa. Su larga cabellera de fuego que caía en cascada ondulada por sobre el hombro derecho, contrataba con esa piel nívea y perfecta que destacaba gracias a las prendas de colores vivos que vestía.
Una túnica en color mostaza con bordados en rojos y plata. Un tocado hecho en flores que sostenían sus cabellos fuera del rostro y los ojos verdes más intensos que jamás vio, se encontraban delineados en negro; un maquillaje muy sofisticado y atrevido.
El aroma a jazmines llegó hasta su nariz y le recordó a su infancia. Su primera madre amaba esas flores. El corazón le dolió ante ese recuerdo fugaz.
La extraña dama se paró frente a ella y posó los puños en sus caderas, ladeó la cabeza y chasqueó la lengua.
—Si, debías morir igual que los otros —dijo con enojo.
―No sé de qué habla ―susurró.
El sonido de las pulseras de plata y oro quebró el silencio cuando la extraña se acuclilló a su lado, apresó su mentón con la mano izquierda y le clavó las uñas en la piel. Jånika siseó molesta mas no se amedrentó; estaba acostumbrada a recibir castigos y convivir con ese tipo de dolor que desgarra el alma.
―¿No me recuerdas, niña tonta?
La joven frunció el ceño otra vez e intentó hacer memoria. Se centró en cada rasgo de la mujer pero no tuvo éxito.
—No sé quién eres —confesó.
—Tenía el mejor plan de todos, ¿sabes? Pero tu estúpida familia y esa fauna de deformidades que los acompañan regresaron a Damasco.
—No lo entiendo.
—Soy Nurbanu.
Jånika abrió los ojos con sorpresa ante aquella revelación.
—La sultana.
—Sí.
La piel se le erizó ante esa verdad y la confusión se apoderó de la joven.
—¿Por qué estoy aquí?
—¿Aún no lo sabes, bruja tonta? —la sultana intensificó su agarre y las uñas atravesaron la piel de la joven. Jånika jadeó de dolor— Debiste morir en aquel incendio —comentó con mirada endiablada—. No merecías sobrevivir a tu madre.
Aquellas palabras la dejaron sin poder de reacción. ¿Qué sabía ella de su vida? La sultana rió de lado con malicia.
—Mi madre está en el circo —susurró Jånika.
—Esa no es tu madre y ambas lo sabemos —gruñó la sultana.
—¿Por qué estoy aquí? No hice nada para…
—El sultán.
—¿Qué sucede con él?
—Fuiste elegida para ser su nueva esposa.
—¿Cómo es posible? Él no me conoce.
—¡Oh, te equivocas! Él sabía de tu origen y por eso estás aquí.
—No entiendo…
—Tu madre logró escapar de su compromiso gracias al hermano del sultán. Los traidores pagaron con su vida pero —torció los labios— ahora él quiere aquello que le pertenece.
—¿y qué es?
—Una concubina virgen.
—Pero yo no quiero casarme.
—Lo sé y es por eso te ayudaré —dijo la sultana antes de cerrar las manos alrededor del cuello de Jånika y quitarle el aliento.
De nada valió la batalla que inició contra su agresora. En pocos minutos, perdió las fuerzas y después también su consciencia se esfumó. Quedó a merced de su enemiga.
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