Los silfos llegaron desde todas partes. Un instante antes, Alonso troceaba madera y la amontonaba, completamente solo, y al momento siguiente una agitada bandada de silfos chirriaba a su alrededor, le tiraba del pelo y gesticulaba ante su cara. Le guiaron hacia unos lirios amarillos. Una de las flores, de pétalos todavía cerrados, crecía y se inflaba como una botella panzuda de cuello largo.
Alonso tenía suficiente experiencia para no acercarse mucho, por si la flor explotaba o lanzaba un surtidor de lava; a juzgar por los temblores espasmódicos del tallo algo iba a suceder a no tardar. Y así fue, con un ruido de tapón descorchado, mientras la flor se arrugaba como un globo, algo blanquecino, fino y alargado surcó el aire como una flecha, describió una parábola y cayó en la mano de Alonso.
Un papiro enrollado.
—Tráeme la misiva, Alonso, haz el favor —resonó una voz.
Dalila, asomada a la ventana de la torrecilla de su cabaña, le hacía señas.
Se encontraron ante la mesa de la cocina y Dalila extendió el papiro y lo observó muy concentrada.
—Pensaba que los hechiceros os comunicabais a través de bolas de cristal —comentó Alonso.
—Trebolito no es una hechicera —se rio Dalila—. Es mitad druidesa mitad duende, pero ella insiste en que tiene una parte de hada y… bueno, trata de ayudar a doncellas en apuros, príncipes encantados y ese tipo de follones. Si contacta conmigo es porque quiere mi colaboración, pero su sangre duende hace que sus mensajes sean… ¿Qué opinas de este?
Parecía un pictograma o un jeroglífico o la broma de un pazguato graciosillo. Lo único que Alonso descifró, gracias a que Dalila había mencionado el nombre de la artista, fue la firma. Se rascó la mejilla mal rasurada.
—¿Quieres poner a prueba mi perspicacia? —indagó—. Si es eso, voy a quedar fatal. No entiendo nada.
Dalila se levantó de un salto y revolvió el contenido de un baulito para regresar con una serie de lentes de colores.
—Prueba con la roja —dijo.
Alonso se colocó la lente sobre el ojo derecho y cerró el otro. Al mirar a través del cristal tintado, el manchón de la primera línea y casi todas las letras desperdigadas desaparecían.
—D, u, p… —empezó a deletrear—. “Duplica2”. ¿Qué significa?
—No lo sé, pero tiene que ver con el día y la noche y los demás dibujos. Por el tipo de entuertos que atraen a Trébol, sospecho que estas líneas espirales representan encantamientos, es decir, alguien que de día es humano y de noche…
—¿Se transforma en un chucho?
—O en lobo feroz, Trebolito no se para en sutilezas.
—Entonces, la siguiente espiral indica que alguien que de día es un ánsar, de noche es persona —propuso Alonso.
—¡Aja! Dos hechizos. Y quizá hermanos gemelos: duplicados.
—¿Qué vas a hacer?
—Buscar a Trebolito para que me explique qué necesita. ¿Quieres acompañarme?
Alonso nunca había estado en la planta alta de la cabaña. Su mirada recorrió la estancia con curiosidad mientras seguía a Dalila. Las paredes estaban cubiertas de estantería llenas de libros vetustos, frascos, redomas y artilugios desconocidos, había macetas y jarrones con flores secas y un sillón de aspecto comodísimo cerca de la chimenea, el centro de la estancia estaba libre recubierto de alfombras superpuestas. Había también dos puertas, una al frente y otra a la derecha.
Dalila abrió la más alejada y saltó fuera. Alonso apenas dudó un instante. La cabaña estaba construida sobre pilones y planta alta de la cabaña estaba a más de cuatro metros sobre el suelo. Pero eso era cuando se miraba desde abajo, desde su actual posición, solo le separaban un par de escalones de… de algún lugar donde los árboles tenían hojas rosas, y grandes ojos nudosos y bocas en la corteza. Y silbaban una tonada pegadiza con bastante buen ritmo.
También había unas cuantas mesas redondas alrededor de las cuales unos enanos de aspecto fiero bebían y jugaban al dominó.
Un discreto carraspeo de Dalila le hizo ponerse en marcha. Mientras avanzaba se peinó con los dedos lo mejor que pudo, después se inclinó deferente ante la dueña de la cantina, que atendía al nombre de Mamá Cucharón, besó su mano, grande, callosa y con aroma a cebolla, y preguntó por el paradero de Trébol. Según Dalila, Mamá Cucharón venía a ser la jefa de espías de aquel lugar, lo sabía todo de todos y no le era desconocido el paradero de nadie. Pero cobraba cara la información, con una excepción, se volvía locuaz ante las muestras de galantería.
Obtenida la información, Dalila se escabulló en busca de su amiga y Alonso quedó libre para jugar al dominó con los enanos, competir con ellos en lanzamiento de hachas o baile de pies, hacer coro con los árboles silbantes o cortejar a Mamá Cucharón. Dalila solo le había hecho una advertencia, que no aceptase ninguna bebida fermentada.
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Despertó desorientado y con la cabeza palpitante. El olor a café fuerte, en lugar de animarle, le contrajo el estómago. Le temblaban las rodillas cuando intentó andar, tuvo que apoyarse en las paredes para llegar hasta donde Dalila llenaba una taza, que alargó hacia él junto con una tostada algo quemada. Estaban de nuevo en la cabaña del prado, pero Alonso era incapaz de recordar cómo habían regresado.
Un nuevo retorcimiento del estómago le hizo apartar la tostada aceitada a un lado, pero plantó la taza bajo la nariz y aspiró con fuerza. Debía de tener algo más que café negro, porque el cerebro dejó de chocarse con la caja craneana y las vísceras dejaron de dar saltos. Muda, Dalila le miraba con interés, le escrutaba, sin enfado, sino con expectación.
—¿Qué… qué pasó con tu amiga? —consiguió articular Alonso.
—¡Oh! Todo salió bien al final. Trébol se había comprometido a ayudar a una muchacha enamorada de uno de los hechizados, porque había dos hechizados, como supusimos. En todo lo demás nos equivocamos.
—¿No se transformaban en perro, lobo o ánsar?
—Bueno, el que no gustaba nada a la protegida de Trébol, pese a ser idéntico al otro, se transformaba en azor con el amanecer y recuperaba su forma humana con el ocaso. Verse forzado a vivir de noche le agriaba el humor, razón por la que no era muy apreciado.
»Pero el que gustaba a la muchacha, en realidad es un perro simpatiquísimo al que el embrujo transformaba en humano desde el amanecer hasta el ocaso. Ayer deshechizamos a los dos.
—Entonces la protegida de tu amiga se ha quedado sin pretendiente…
—Pero ahora que vuelve a ser normal, el joven antipático no es tan antipático y con Trébol a su alrededor me sorprendería que no haya boda.
Alonso esbozó una sonrisa, más que por la historia poque acababa de llevarse el tazón a los labios sin derramar su contenido por el camino, ya no le temblaban tanto los músculos.
—Y ¿qué me pasó a mí? ¿Por qué no recuerdo nada después de sentarme con los enanos a jugar a las cartas?
Por un instante, Dalila apartó los ojos.
—Fue culpa mía —reconoció avergonzada—. Te dije que no bebieses, pero no preví que los vapores de las jarras de los demás serían suficientes para tumbar a un oso.
—¡Ah!
Hubo un silencio. La expectación había vuelto a los ojos de Dalila.
—¿No recuerdas nada?
Alonso negó con la cabeza. No tenía ni idea de qué esperaba ella.
—¿Hice o dije algo de lo que deba avergonzarme? —tanteó.
—¡No! —negó Dalila a toda prisa. Y entonces su seguridad se trocó en duda—. Es decir, no creo que lo que preguntaste sea motivo de vergüenza para ti…
De nuevo se instaló el silencio entre ellos. Ahora Dalila parecía nerviosa, insegura. Alonso apuró de un sorbo el resto del tazón, su cerebro volvía a parecer suyo, no un intruso dentro de su cráneo.
—Bueno, dime que fue lo que pregunté.
Dalila respiró hondo un par de veces antes de soltarlo de un tirón.
—Te arrodillaste delante de mí y me preguntaste si me casaría contigo.
En ese momento, el recuerdo regresó. Ella le había tapado la boca con la mano y le había ordenado callar, pero él vio alegría y afecto en su expresión. Era raro saber que no se habría atrevido a hacer lo que iba a hacer de no haberlo hecho ya, estando borracho. Alonso hizo ademán de levantarse, se lo pensó mejor y atrapó la mano de Dalila a través de la mesa.
—Perdona que no me arrodille, pero me temo que me iría de bruces al suelo. ¿Te quieres casar conmigo, Dalila?
Y ella sonrió de oreja a oreja antes de contestar.
Mundo imaginario donde transcurren muchas de las historias que cuento. Read more about Legendaria.
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