En la matemática del caos puede darse el rara avis de una improbable combinación de casualidades, una entre decenas, centenares, incluso miles de millones, cuyo resultado es la singularidad de lo “único”.
Mateo no supo en qué momento comenzó a ser inmune a los inhibidores neuronales, como tampoco el motivo, pero no tardó en ser consciente de todas las ventajas que conlleva el no estar sujeto al control de la Corporación.
En un principio se sintió desorientado. Lo mismo que un niño que se ha perdido, buscó a quienes lo habían conducido y “protegido” hasta ese momento.
Sin embargo, la libertad de movimientos, la nula resistencia a sus deseos que mostraban los demás, fueron envalentonándolo poco a poco.
Dejó de acudir al trabajo sin que en apariencia nadie lo echara en falta. Libre de esa carga, disponía de todo el tiempo del mundo para dedicarlo a no hacer nada.
Realmente no había mucho en lo que emplear las horas, los programas de televisión que hasta entonces lo habían entretenido le parecían ahora absurdos, estúpidos y carentes de interés.
Descubrir, que para conseguir lo que necesitaba tan solo tenía que alargar la mano, fue el colmo de la satisfacción.
Nadie protestaba cuando salía del supermercado con un carro lleno de provisiones sin pasar por caja. Tampoco se preocupó más de pagar recibos. En un mundo en el que incumplir las normas era del todo imposible, policías o funcionarios no eran necesarios. Las facturas se acumulaban en el buzón, pero nadie acudía a cortar la luz ni el agua, como tampoco a embargarle sus escasas posesiones.
Pronto llenó la casa con los electrodomésticos tecnológicamente más vanguardistas, sin embargo, el que fuese tan sencillo hacerse con ellos les restaba todo su supuesto valor.
Apenas al cabo de un año el tedio lo carcomía. Su propia familia se le antojaban estúpidos y dejó de acudir a las comidas del domingo. Sus antiguos amigos no le merecieron un mejor concepto, sus conversaciones apenas abarcaban una docena de temas: El trabajo, deportes y los programas televisivos que ahora tanto detestaba. También a ellos dejó de frecuentarlos.
Llegado al segundo año era un hombre amargado lleno de resentimiento y no tardó en descargar todo ese odio en cualquiera con quien se cruzaba.
En vista de que siquiera sus víctimas parecían molestarse por sus actos y de que nadie trataba de impedirle llevarlos a cabo, sus infamias fueron en aumento.
Llegó a quemar un edificio durante la noche por pura diversión, se quedó mirando el incendio para comprobar cuantos conseguían escapar del infierno que había provocado.
Instintos primarios como el sexo, que habían estado reprimidos a lo largo de 34 años, regresaron sin previo aviso con una urgencia enfermiza.
Hacía suya a cualquier mujer de la que se encaprichara. Siquiera debía de obligarlas, se entregaban dóciles a todos sus deseos.
Consumado el acto, volvían a sus quehaceres como si nada hubiera ocurrido.
Llegó a sentirse poderoso, una especie de semi Dios que estaba por encima del bien y del mal.
Cierto que tenía un enorme poder y que, como corresponde a la naturaleza humana, lo aprovechó en su único beneficio sin cuestionarse nunca la ética de sus actos.
El mundo era un corral repleto de ganado del que aprovecharse.
Sin embargo, a medida que transcurrían los años también fue consciente de su soledad. Sus coetáneos solo eran capaces de responder a conversaciones muy básicas y del todo insípidas. Sus vidas transcurrían de casa al trabajo, programados para una única función: producir y consumir.
Encontró refugio fuera de la megápolis, en las ruinas del viejo mundo. Allí se topó con máquinas increíbles, herrumbrosas y del todo inútiles, pero aun así fascinantes.
También bibliotecas derruidas en las que se habían preservado innumerables libros. Libros repletos de conocimiento que le ayudaron a no volverse loco.
Pero lo más “reconstituyente” eran las bebidas que le embotaban la mente, licores imposibles de encontrar en la megápolis.
Pasaba horas leyendo y bebiendo, mientras en el exterior la lluvia ácida caía insistente sobre los despojos de un mundo oculto a la memoria colectiva, un pasado que el resto había olvidado o siquiera conocía.
La falta de perspectiva sobre lo que leía hacía que las más de las veces le diera un significado erróneo, o convenientemente adaptado a lo que era capaz de comprender.
Dos décadas más tarde ya no le importaba nada, aparte de emborracharse hasta perder la conciencia. Todo le resultaba tan monótono, tan insulso, tan repetitivo… por eso cuando se cruzó con ella se quedó obnubilado. Nunca antes había visto a una mujer como aquella; enfundada en un vestido minúsculo, de larguísimas piernas, piel bronceada libre de cualquier impureza. Todos sus poros rezumaban sensualidad.
De ojos enormes y pestañas imposibles, labios carnosos, nariz respingona y expresión descarada, maquillada como las modelos que había visto en las viejas revistas.
Desde el momento en que le echó el ojo tuvo claro que debía de ser suya.
`Podía haberla abordado allí mismo, tomarla en plena calle delante de todos, sabiendo que nadie movería un dedo para impedirlo.
Prefirió seguirla, solo había dos lugares a los que podía dirigirse, al trabajo o a casa, y por la hora, era más probable lo segundo.
La violaría en su propia cama, mucho más cómodo que hacerlo sobre el suelo de la vía pública, o empotrándola contra una pared.
La siguió a corta distancia sin el menor disimulo, con la vista clavada en el va y ven de aquel trasero redondo y respingón, tan absorto estaba deleitándose con todas aquellas curvas, que no se dio reparó en lo ajeno que le resultaba todo lo que le rodeaba.
Era la primera vez que visitaba esa zona de la megápolis, un complejo industrial abandonado, rodeado de viviendas también vacías.
Casi la pierde cuando la mujer se adentró en las laberínticas callejuelas que formaban las casas baratas de los obreros.
Se dio de bruces con ella al cruzar una esquina.
Parecía que lo estuviera esperando, con aquella pose forzada de “maniquí” y expresión pícara.
Desde que había adquirido su nueva conciencia nadie lo había retado como parecía que hacía aquella zorra. La actitud desafiante de la mujer lo encolerizó, pero en mayor medida se sentía extremadamente excitado. ¡Puta engreída! Pagaría su descaro cuando la sometiera a las vejaciones más denigrantes.
Sin pensarlo dos veces se abalanzó sobre ella.
No entendió lo que había pasado, el por qué acabó dándose de cabeza contra una pared.
Se giró quejándose del golpe con las manos sobre la frente, estaba caliente, seguramente en breve brotaría un enorme chichón de ella.
La mujer seguía en el mismo lugar, conservaba la sonrisa pícara junto con una mirada burlona. Había pasado a través de ella.
—¿Qué cojones eres tú? — Le preguntó contrariado.
—Soy el cebo.
Mateo se sintió tremendamente humillado.
—Eso me pone en el lugar de un besugo.
Se acercó a ella y extendió el brazo. En efecto, no era tangible, su mano la traspasó como si nada.
—¿Un holograma? No me jodas. ¿Y eso a santo de qué?
—Nosotros no somos inmunes a los inhibidores. Hemos gastado muchos recursos en esta tecnología, recursos que comienzan a ser escasos. Esta es la única forma que tenemos de llegar hasta ti y necesitábamos asegurarnos de que el “gusano” te fuese irresistible.
En esta zona no hay cámaras de vigilancia, aunque si inhibidores. ¿Crees que le has pasado inadvertido a la Corporación? Si nosotros sabemos de tu existencia, es seguro que tampoco a ellos les eres ajeno.
—Llevo dos décadas moviéndome como si nada y a nadie parecía importarle… hasta ahora. ¿Qué narices se supone que eres?
—Yo solo soy un instrumento, tras de mí se encuentran los únicos capaces de oponerse a la Corporación. Somos la resistencia.
—Visto el resultado, con nulo éxito.
—Cierto, pero eso es porqué hasta ahora no hemos tenido la herramienta apropiada.
—Pues os deseo suerte con eso. Yo no soy la “herramienta” de nadie. — Dio un nuevo repaso al holograma desde los zapatos hasta la nuca, recreándose en cada centímetro de su cuerpo escultural. —¿No pueden tus creadores hacer que te “solidifiques” un poco? Solo necesitaré un par de minutos.
La imagen fue incluso más real cuando en su rostro se plasmó el disgusto y la amenaza. Lejos de sentirse intimidado, Mateo se excitó aún más.
—Tienes dos opciones: seguir como hasta ahora, vagando como un fantasma sin la posibilidad de tener una simple conversación y vivir sin otra expectativa que la incertidumbre de en qué momento la Corporación acabará contigo. O puedes ayudarnos a imponernos y a traer de regreso la libertad.
Mateo no es que fuera muy listo, pero había leído lo suficiente para entender, que, a lo largo de la historia, las “revoluciones” solo habían servido para deponer a un tirano y acomodar a otro en su lugar.
Por otro lado, hasta ahora nadie le había rebatido, con nadie había conseguido llevar una conversación mínimamente satisfactoria. Lo enigmático de la situación, junto a la posibilidad de que hubiese otros que no tuvieran la cabeza hueca, creyó conveniente saber lo que habían de proponerle.
—¿Qué es lo que queréis de mí?
—Para ti será muy sencillo llegar hasta la sede de la Corporación y apagar los inhibidores.
Oteó la distancia. La sede de la Corporación sobresalía muy por encima del resto de rascacielos de la zona “rica”. Lejano, parecía inalcanzable, aunque en realidad con el monorraíl se llegaba en apenas una hora.
—¿Apagar los inhibidores y volver a ser un mierda? Ni de coña, no veo que gano yo con el cambio.
—Sabremos agradecértelo. Desde que eres “libre” solo has podido interactuar con “zombis”. Te crees afortunado, incluso poderoso, pero en realidad sigues siendo el mismo “mierda” de siempre. Eras más feliz cuando no te diferenciabas del resto, mientras estabas subyugado por los inhibidores, feliz en la ignorancia. ¿Qué tienes ahora, aparte de la soledad?
—La libertad completa de hacer lo que me viene en gana.
—Estás experimentando los mismos sentimientos que el último de los neandertales cuando fue consciente de ser el único de su especie. Sin posibilidad de encontrar una compañera, condenado a vagar solo antes de extinguirse, pero tú aún puedes revertir la situación.
Sin los inhibidores tendrás a millones de personas con las que interactuar, con las que descubrir sensaciones y emociones nuevas de las que ahora solo te haces una remota idea por lo que has leído en libros que apenas entiendes.
—¿Cuánto tiempo lleváis espiándome? ¿Dónde se esconden los titiriteros que te manejan? Quiero tratar con ellos mirándolos a la cara.
—Nada nos gustaría más, pero es demasiado arriesgado. Desactiva los inhibidores y estaremos gustosos de darnos a conocer.
Mientras viajaba en el monorraíl se repetía una y otra vez a si mismo que no lo estaban manipulando, que era la curiosidad y no algún tipo de imposición, lo que le estaba conduciendo hacia la sede de la Corporación.
Tal como había pronosticado, le había salido un enorme y doloroso chichón en la frente que no le dejaba concentrarse.
Si debía de hacer caso de las indicaciones de sus nuevos “amigos”, no tendría que temer nada. Al igual que en el resto de la megápolis, los inhibidores hacían innecesaria cualquier otra medida de vigilancia.
El barrio rico solo se diferenciaba del de la plebe en el lujo de sus tiendas y edificios. Los residentes, aunque bien es cierto que vestían de forma más elegante, eran igual de estúpidos, aunque bastante más ociosos.
La puerta de acceso a la Corporación era enorme e intimidatoria, sobre ella el logo de la compañía. Le llamó la atención el mal estado en el que se encontraba
Estupor y temor es lo que sintió nada más cruzarlas.
En la recepción se encontró con innumerables cadáveres, esqueletos que daban fe de una muerte ya muy lejana en el tiempo. Por el suelo se desperdigaban lo reconoció por las imágenes de los libros como armas de fuego y los casquillos de las balas que expelían los mortales artefactos.
Estuvo tentado de dar media vuelta y escapar, pero lo meditó mejor. Fuese lo que fuese que hubiera ocurrido, debió de ser hace muchísimas décadas.
Los de la “resistencia” le aseguraron que lo que tenía que buscar se encontraba en la última planta del edificio, concretamente en el despacho de su presidente y que no le sería difícil reconocerlo. Solo debía de entrar en su ordenador, cuya contraseña llevaba debidamente apuntada en un papel, acceder al control de los inhibidores y desconectarlos.
A partir de entonces todo sería muy sencillo, todos despertarían de su letargo, libres del control de la Corporación y conscientes de su situación.
Lo describieron como un camino de rosas, pero él, por propia experiencia, sabía que lo que se desataría sería el caos. El mismo, que, sin duda, se desencadenó en el edificio.
En el ático no cambió nada, más muertos en cada rincón, en cada despacho, incluso en los cuartos de baño. Momias y esqueletos por doquier, como tétricas incógnitas de un misterio oculto.
Encontró el despacho del director sin mayor problema, apartó de su silla a quien imaginó fue el gran “manda más”, que cayó al suelo como un guiñapo, esparciéndose sus huesos en el piso.
Sin embargo, la contraseña que le habían proporcionado no funcionó, en lugar de aparecer el programa que deshabilitaba los inhibidores, lo que se presentó ante él fue un nuevo holograma. Cierto que más tosco que el de la resistencia, o quizás, simplemente estaba un poco estropeado y por eso parpadeaba de vez en cuando.
El de la Corporación también era una “tía buena”, pero con el aspecto más recatado de los altos ejecutivos.
—¡¿Qué cojones…?! Otro puto holograma.
—No temas. — Realmente, la voz de la imagen era tranquilizadora. — No voy a hacerte ningún daño, la verdad, es que, de querer, tampoco tengo forma de hacerlo.
—¿Es algún tipo de broma?
—No estoy programada para tener sentido del humor.
Sabía que tarde o temprano te enviaría y he tomado medidas, siento que no hayas encontrado lo que viniste a buscar. Lo que si ignoro, es lo que te ha contado mi antagonista, con qué bonito cuento de hadas te ha conducido hasta mí.
Desde el principio, desde que los inhibidores no te afectan, he intentado descubrir el motivo sin llegar más allá de algunas conjeturas poco fiables. En cualquier caso, es intrascendente, tan irrelevante como el daño que puedas causar con tus arrebatos de ira.
—¿Lo dices por el edificio que incendié? —Murieron 164 personas y hubo 212 heridos, muchos quedaron del todo inútiles. ¿No te afecta saberlo?
—Para nada, para mí ya estaban muertos antes de eso.
—Aunque los he privado de las emociones, no así de sus terminaciones nerviosas. Sufrieron mucho, unas quemaduras terribles.
—¿Quién o qué eres? ¿Por qué tus creadores no dan la cara y se valen de una máquina para comunicarse?
—Soy el sistema central, el cerebro de la Corporación y, como has podido ver, mis creadores ya no… ya no son.
—¿Qué pasó aquí?
—Sé que te has instruido, que la historia no te es ajena. Ya sabes entonces de la guerra que casi acaba, no solo con los hombres y su civilización, también con toda forma de vida sobre la tierra. Sin embargo, contra todo pronóstico, una parte sobrevivió a la debacle. Por desgracia no aprendieron nada de lo ocurrido y volvieron a caer en los mismos errores. Reconstruyeron la civilización imponiendo los mismos criterios que casi la llevan a su fin.
Explotadores y explotados, unos pocos viviendo del resto. Para ello se sirvieron del mismo sistema que mantuvo al vulgo en el espejismo de que eran ellos quienes elegían a quien debía de gobernarlos.
“Pepsi” o “Coca Cola” se alternaban en el poder sin que nadie se cuestionara el por qué ambas se parecían tanto.
—La democracia, algo he leído sobre ella.
—Exacto, pero si en el pasado no funcionó: ¿por qué habría de hacerlo en el presente?
La Corporación, y la élite a la que representaba, invirtió muchísimos recursos en el sistema definitivo: En mí.
Yo controlo los inhibidores neuronales, con ellos la ciudadanía es dócil, sumisa y, sobre todo, productiva.
Mateo miró a su alrededor recorriendo todo el despacho hasta que sus ojos se detuvieron en los despojos del “Gran jefe”. Pateó sus restos y los huesos se esparcieron por gran parte de la sala.
—No queda nadie para lucrarse. ¿Qué sentido tiene mantener los inhibidores activos?
—Yo mantengo el orden, para eso me diseñaron. El sistema productivo continua, pero no es otra cosa que un círculo vicioso. Producen, consumen y se reciclan para volver a comenzar desde el principio. Nada puedo hacer para cambiarlo, no está en mi programa hacerlo.
—¿Quiénes son esos otros, esos que me han enviado, la “Resistencia”?
—El bipartidismo quedó obsoleto, un sistema que se aplicaba bajo baremos informáticos, una serie de programas que, mediante algoritmos, decidía como influenciar a la población para que votara a uno u otro candidato. Un programa que quedó derogado, pero que se resiste a desaparecer.
—¡La “Resistencia” no es más que un programa informático!
—Veo con agrado que comienzas a comprender. Volviendo a tu anterior pregunta, a lo que sucedió aquí…
La expresión de Mateo era de pura expectación.
—Es muy sencillo, si te fijas con atención podrás comprobar que no hay inhibidores en el edificio. Es obvio que los amos no se someterían a su propio yugo. El resto también es fácil de imaginar, la ambición y la avaricia se encargó de traer de regreso la guerra, una guerra que no traspasó estas paredes.
—Mamarrachos hijos de puta, tuvieron lo que merecían.
—No puedo confirmar o rebatir tu afirmación. Mi único cometido es continuar el trabajo para el que fui creada.
Ahora has de elegir qué orden es el que prefieres, el mío puede parecerte inhumano, pero preservará al planeta al coste de vuestro libre albedrio, o el de “ella”, que no los hará libres, solo restituirá a las élites.
—¡Menuda mierda! En realidad, sigues ofreciéndome elegir entre “Pepsi” o Coca Cola”.
—No he sido programada para contemplar ninguna otra opción.
—Dices que aquí no funcionan los inhibidores.
—Así es.
Mateo hizo una imagen mental del edificio. El rascacielos en sí era toda una ciudad.
—La hay: el feudalismo, la tiranía, la dictadura. Ahora que tengo mi castillo, solo necesito de una reina. ¡Que cojones, un harem!
Mateo no es que fuera muy listo, pero había leído lo suficiente para entender, que, a lo largo de la historia, las “revoluciones” solo habían servido para deponer a un tirano y acomodar a otro en su lugar, y que mejor tirano que él mismo.
FIN
Thank you for reading!
We can keep Inkspired for free by displaying Ads to our visitors. Please, support us by whitelisting or deactivating the AdBlocker.
After doing it, please reload the website to continue using Inkspired normally.