Nicole
No puedo quitar los ojos de la cocinera del instituto, Sílvia. Tengo un poco de complejo por que estoy algo gorda. Trabajo como mujer del tren de limpieza de los platos, además de la limpieza de la cocina. Somos muchas mujeres para este trabajo, casi un ejército, ya que el instituto tiene muchos alumnos de ambos sexos, varias aulas y pabellones.
Cuando tenemos mucho trabajo por los platos de los diferentes pabellones de nuestros instituto, entonces suelto maldiciones contra los inventores de los platos, e inmediatamente me quedo tranquila pensando que muy pronto esto se acabará.
Hay diferentes secciones, separadas la una de la otra, del gran comedor. Yo prefiero tranquilizarme con la visión celestial de Sílvia. Ya sé que esto de celestial es más bien cursi, ella no es así. La vi un día en la calle con otra mujer. Su lenguaje corporal decía sin tapujos que eran amantes o pareja. Sobre todo con las miradas, imprescindibles en una pareja enamorada.
Ya sé que su vida es su vida, por supuesto. Es tan guapa que es comprensible que tenga muchas novias o amigas. Pero me haría muy feliz que yo fuera una de ellas.
Hay otras cocineras o compañeras mujeres de la limpieza en el instituto, pero creo que todas son heteros, con novio o marido. Las lesbianas tenemos la suerte de tener el radar gay que nos avisa de la presencia de un posible amor a primera vista, y el mío me dice muy claro que estas no entienden, si usamos la jerga LGTBI.
Sílvia
Hace tiempo que rompí con la novia. Àngels ya no me transmitía el mismo feeling que cuando nos conocimos. Como dice el tópico lésbico, ella me calentaba la cama, pero nada más. Antes disfrutaba más con ella como persona.
Me he fijado varias veces en Nicole, la compañera de trabajo gordita y simpática. No sé si me estoy enamorando o algo parecido, pero me gusta. Es dulce y quizás con ella tendría una relación que iría muy bien. Mi intuición LGTBI me dice que también es lesbiana, no tendríamos ningún problema si nos enamoramos las dos.
Hoy tengo un mal día con la cocina. Platos que no salen mucho como yo quiero, una mierda pinchada en un palo, vamos. Cocineros y cocineras que no entienden bien mis órdenes. Un estrés que me tiene cansada y con ganas de desahogarme de veras cuando llegue a casa. Tengo una lista de maneras de desahogarme, con ver series, películas lésbicas o bien sacar el satisfyer y provocarme un orgasmo de los celestiales, aunque no hay nada como una buena chica guapísima en mi cama.
No quiero pensar en ello ahora. Me distrae demasiado del trabajo, y esta sensación de encontrarme en una prisión o bien en una cabina telefónica versión cocina me mete en un estrés, hoy vamos por el capítulo segundo.
Cuando acabamos a las cinco y media de la tarde, iba hacia la calle, y nada más salir recibí un mensaje en el WhatsApp. Era de Anna, Anna Juneda, una de mis mejores amigas y algo más que amiga.
“Hooola, Sílvia, preciosa. Te quería preguntar si quieres charlar un rato, como tú y yo sabemos hacerlo” –añadió un emoticon que te guiña el ojo.
“Sí, claro, amor. Me hace falta ahora mismo amor. Tu amor de una buena samaritana. ¿Qué te parece si nos vemos en mi casa en una hora?” –le contesto ilusionada. Esto me relajará mucho, después de este puto día. Amor y pasión mezclados como en un cóctel.
Contestó que sí, que iría. Respiro con fuerza.
Parezco una adolescente. No tengo remedio. Cada vez que tengo una cita de este tipo, patapam, tiemblo por dentro y por fuera.
Llego a casa, ordeno un poco la salita, me doy una ducha rápida y saco de la nevera unos aperitivos que tengo para cuando vienen mis amistades. Casi como los que hago en la cocina del instituto si reciben a alguna personalidad importante, pero mucho más modestas. Casi como en la pastelería de aquí al lado.
El timbre de abajo emite un sonido que para mí es de alegría.
–Sí, Anna, ahora te abro –descuelgo el auricular del telefonillo y digo estas palabras más bien demasiado rápidas y demasiado inarticuladas.
Puse música en el playlist. Elegí a Antonio Vivaldi y Las cuatro estaciones. Empezó el frenético fragmento dedicado al invierno. No sé si será el adecuado, pero ya me parecía muy adecuado cuando lo oí en la banda sonora de la película Retrato de una mujer en llamas, aunque no era el invierno, sino el verano.
Quiero pensar que Anna no se creerá que esto es la mise en scène demasiado teatral de un amor que quiere arder con furia. Me daría mucha vergüenza.
Se abre la puerta y aparece Anna. Sus ojos verdes y su pelo pelirrojo me hipnotizan. Nos damos un abrazo con mucho amor. La adoro.
–Buenas tardes, amor –me dijo y me miró a los ojos con ternura.
–Buenas tardes, amor –repetí casi como un loro.
Nos dimos un beso intenso, casi como una coreografía de la música de Vivaldi. El principio fue importante, después se suavizó.
La pasión empezó a devorarnos: Anna me metió la mano por el escote y con maestría me acariciaba la zona en medio de los pechos. Sólo con esto ya tenía los líquidos vaginales empapándomela.
Nicole
No tengo pareja, ahora vivo sola. Tuve una novia, a la cual amé como a una diosa. Se llamaba Marta.
Me acuerdo de cuando bailábamos las canciones de bossa nova que escuchábamos. Sean en portugués brasileño o bien cantadas en francés por Georges Moustaki, al cual le fascinaba la bossa nova. Amaba mucho a Marta.
Hicimos varios viajes a Latinoamérica, visitando países como Brasil, en donde la bossa nova era una de sus músicas, me acuerdo cuando dábamos largos paseos por las playas al lado de Marta. También me acuerdo de aquellas maravillosas noches de pasión en donde ella y yo, quizás por el calor que hace en el país, teníamos con frecuencia.
Pongo la televisión y dan la película Persépolis, animación basada en la novela gráfica autobiográfica de Marjane Satrapi, en donde recrea la canción Eye of the tiger de las películas de Rocky, cantada en inglés con acentro por Chiara Mastroianni, voz de Marjane Satrapi en la versión original.
Me imagino que yo soy Satrapi bailando la canción y que Sílvia baila conmigo en una coreografía sensual. Cuando ella sale de la ducha, con una toalla en la cabeza y otra alrededor del cuerpo, ve horrorizada que no se ha depilado las piernas, suelta un grito de peli de terror y se depila con las tiras, oyéndose un ruido que parece que le han cortado la pierna, en vez de depilarse los pelos.
Ya sé que no es muy sexy, pero cuando me imagino que bailo con Sílvia, que también lleva dos toallas, en la cabeza y alrededor del cuerpo, un baile sensual, mirándonos fijamente a los ojos. Entonces ponemos frente contra frente, y Sílvia me afloja la toalla, que cae al suelo y me deja desnuda.
Si piensan que entonces me tapo mis partes con las manos, no hago nada de eso. Miro fijamente a Sílvia con una sonrisa cínica y le quito su toalla con un golpe seco. Volvemos a rozar frente contra frente, todavía con las toallas puestas en la cabeza, nuestras miradas son casi con el ceño fruncido, casi parece lucha libre femenina.
Finalmente nos damos un beso apasionado con un abrazo. No me lo podía creer, mi deseo era realidad, aunque sólo era un pensamiento mío.
Y como el pensamiento es libre, abro los ojos y Sílvia se convierte en la Danaerys Targaryen de Juego de tronos, con su vestido medieval y su abundante melena rosa llena de trencitas.
Me miro yo misma y… soy Cersei Lannister. En versión regordeta, por supuesto, pero mira por donde, ahora somos dos heroínas de una serie que nunca he visto, pero que tiene muchos de los personajes con los cuales las mujeres nos podemos identificar, por que no son sumisas, son fuertes, como nosotras.
Ahora volvemos a darnos un beso apasionado en mi pensamiento. Con nuestros elegantes vestidos de la Edad Media, aunque una Edad Media de fantasía, con dragones y todo, algo que en Catalunya tenemos enraizada, ya que se dice que Sant Jordi fue sobre el lomo de un dragón.
Tengo ganas de que mi sueño sea real.
Sílvia
Anna me conoce mucho y sabe que si he tenido un día duro, lo mejor para mí es un masaje. Yo me puse boca abajo, y entonces ella coge una pequeña botella con aloe vera y me pone el líquido sobre mi espalda. Ambas nos hemos desnudado y sus manos haciendo un recorrido exhaustivo sobre mi cuerpo son lo mejor para olvidar el estrés.
Ella ha puesto música relajante que lleva en su teléfono móvil, y hace que mi experiencia con el masaje sea única. Mejor que con aquel masajista, el cual no me hizo ningún masaje profesional, más bien me metió mano por todo el cuerpo, lo cual era acoso y violación. Anna no hace nada de eso, da un masaje de verdad, y a la vez sabe excitarme como una buena amante.
–¿Qué? ¿Cómo va? –me preguntó con una voz sensual.
–Genial... –contesté, en medio del inmenso placer— Estoy en el paraíso.
–Me alegro, guapa. Tu cuerpo sí que es el paraíso.
–Oooooh... el tuyo también.
Tenía el coño húmedo, una sensación de paz de las mejores. Las manos de mi amiga eran geniales. Y encima, me excitaba cuando Ana decía esto de mi cuerpo. Pues vamos, que me haga el amor ya, soy totalmente suya.
Las manos recorren la espalda y las nalgas. También siguen por las piernas. Tengo los ojos cerrados, no quiero que esto se acabe, por lo menos si todavía no follamos.
Pero Anna tenía una sorpresa para mí, y dejó ir su lengua contra mi columna vertebral, de arriba abajo. Maravillosa combinación.
Me hizo que me colocara cabeza arriba. Ahora podía mirarla y admirar su cuerpo. Me venían ganas de darle yo también un masaje. La cogí de su mano y entrelazamos los dedos. Se colocó encima y me acercó sus pechos a mi boca. Me los comí tiernamente. Maravillosos.
Mientras ella gemía, yo aumentaba su pasión con mi mano derecha que con dos dedos pellizcaban suavemente la vulva y se movían para excitarla. Bingo, se excita todavía más. Cierra los ojos con fuerza y abre la boca por que no puede más, me imagino que tiene al llegar un orgasmo. Aprovecho para poner mi mano al lado de su coño, y con un dedo, lo meto en la vagina. Gime fuerte. Hago bailar el dedo, y después dos dentro de la vagina, todo esto al mismo tiempo con mi lengua degustando los pechos y pezones, mientras que ella me agarra con fuerza de mi cogote hasta que se deja ir intensamente. Un orgasmo antológico, que hace que mi vientre acabe ligeramente duchado por sus fluidos.
Anna acaba agotada, no puede hablar todavía con su respiración agitada. Pero muy pronto podrá rehacerse para seguir con nuestra noche de pasión. La animo con caricias por todo su pelo, breves besos y dejo que siga tumbada en mi lado derecho.
–Ahora me toca, cariño –me dijo con una voz bajita y un beso intenso justo después, cuando ya podía hablar.
–Estoy emocionada –le contesté.
Me abrí de piernas, digamos, para enseñar mi coño, majestuoso y depilado, mirándomela para que ella tuviera una buena vista de lo que quería que me comiera. Mi mirada tenía una sensual sonrisa.
–Es todo tuyo, cariño –le dije.
Me hizo una obra de arte con la lengua, abriéndose paso en la vulva como una serpiente, sólo ella sabe darme placer de los que necesitas una doble dosis. Alternó esto con comerse el clítoris, es decir, abrir la boca y pillarlo con ella, como si se comiera el contenido de una ostra. No necesito ninguna perla, la perla soy yo misma. Me encuentro con un orgasmo formándose, mis jadeos son imparables… no puedo más, me correré muy pronto.
Me dejo ir. Intenso y con temblores al mismo tiempo con la propina de un grito. Es genial esta chica. Y todavía no hemos hecho nada más que empezar la noche.
Nicole
Al día siguiente volvimos al trabajo, muchos platos para muchos alumnos de ambos sexos. Veía contenta a Sílvia, tenía en su rostro la satisfacción de haber tenido una noche de pasión. Se notaba en la expresión, a la vez en una mezcla de sueño y de felicidad. Las mejillas con un color vivo, sobre todo. Esto me gusta, y a la vez me da pena, ya que no fue conmigo. Yo deseo mucho hacerla disfrutar en la cama, con todo mi amor para ella, que también será para el resto de tareas amorosas entre cualquier pareja.
Hoy parece que me dará tareas extra, ya que viene hacia mí con un plato de huevo para batir.
–Hola, Nicole, guapa, tengo este huevo para batir. ¿No te molestará?
–No, Sílvia, guapa, no me molesta –dije con una sonrisa, más de madre bondadosa que de mujer enamorada de su guapísima compañera de trabajo.
Nuestras frases fueron demasiado formales, me parece. Batí el huevo en un minuto, con una velocidad que parecía de la cadena de montaje que Chaplin satirizó en la película Tiempos modernos.
–Muy bien, Nicole, eres una artista –me dijo, guiñándome el ojo. Me quedé impresionada. Fue casi como si me hubiera besado.
Aquella mañana, Sílvia estuvo inspirada en el sabor de varios platos. Incluso cantó un poco mientras cortaba unos trozos de pollo. Se lanzó a cantar Sweet Home Alabama de aquel grupo musical de rock con un nombre impronunciable. Qué voz más preciosa cuando canta en inglés, y también en francés o en catalán.
“Big wheels keep on turnin'
Carry me home to see my kin
Singin' songs about the south-land
I miss Alabamy once again and I think it's a sin, yes
Well I heard Mister Young sing about her
Well I heard ol' Neil put her down
Well I hope Neil Young will remember
A southern man don't need him around anyhow
Sweet home Alabama
Where the skies are so blue
Sweet home Alabama
Lord I'm comin' home to you...”
Curiosamente, ella sabe cantarla con acento, no parece Pedro Almodóvar con aquel inglés cómico, o como decían en Mortadelo y Filemón, "es un inglés de Valdemorcilla”.
Aquel día también fue con mucho trabajo para todo el mundo, y Sílvia soltó un suspiro muy largo. Yo creía que se desmayaría allí mismo, pero su fuerza de voluntad la ayudó a quedarse de pie e invencible, como los galos del pueblo de Astérix.
Yo estaba en las últimas tareas de mi trabajo de limpieza, junto con otra compañera, y Sílvia se me acercó.
–Ah, hola, Nicole... perdona, guapa, quería invitarte a que nos diéramos un paseo hasta la playa de la Barceloneta. Hace muy buen día y no tengo ganas de ir sola.
Me lo dijo con una dulzura que me encantó. Me puse algo nerviosa, creo. Pero inmediatamente me controlé.
–Por supuesto. Me gustaría mucho –le contesté con mi mejor sonrisa. Sus preciosos ojos azules brillaron de alegría.
–Muy bien. Ahora me cambiaré de ropa. Te espero en el vestuario cuando acabéis.
Aquello era una alegría inmensa para mí. Me di toda la prisa de la que era capaz, hasta que acabé y me fui al vestuario a ponerme mi ropa de calle. Allí estaba Sílvia esperando, mirando el teléfono móvil.
Me puse mi ropa, una camiseta con escote, pantalones vaqueros, unas sandalias y mi bolso. Sílvia llevaba cosas parecidas.
Salimos a la calle y fuimos por las Rambles hacia el Puerto. Siempre lleno de gente, sobre todo turistas, y fuimos charlando sobre nuestras cosas. Siempre sabe charlar sin parecer pesada ni pedante.
Sílvia me sugiere acercarnos a las playas de la Barceloneta. Cuando se acaban las Rambles, todavía queda un kilómetro para llegar. Para llegar antes, fuimos por el puente del Maremàgnum. Yo miraba como siempre que iba por allí los barcos y el agua del puerto, en la mayoría de las ocasiones te encuentras con barcos peculiares e interesantes.
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