Ya no puedo confiar en mi cerebro, no funciona como lo esperaba, traiciona mis memorias, las difumina, cambia sus colores, altera sus voces, enmudece las verdades. Quiero recordar esos días en que tenía juventud y aún estaba intacta, esos días cuando confiaba en las personas y creía en que la amistad duraba por siempre. Quiero recordar esos tiempos en que el existencialismo era inocente y brotaba como vertiente impoluta. Yo estaba allí y al mismo tiempo no lo estaba, nunca lo estuve en realidad. Yo era el adorno feo del cual no puedes deshacerte porque alguien te lo obsequió.
Nada de lo que hice significó un progreso real, porque todo lo que hice nunca fue realmente por mí ni para mí, porque la condescendencia fue la cadena que me arrastró a un infierno incierto. Uno que mi presente me obliga a pensar como una lección.
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