masalinascebo Miguel Angel Salinas

Mundo rural y mundo urbano. ¿Cuál es el lado bueno y cual el malo? ¿Son la misma cosa? Una vez más (aunque no se lo crean), la química nos sacará del atolladero.


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#rural #urbano #química #tópicos
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Enantiómeros

Tópicos, tópicos y más tópicos. Vivimos inmersos en ellos. Hasta el más cultureta, cuidadoso y erudito se sorprende de caer en uno de ellos sin apenas advertirlo. Tampoco es tan grave. ¿Qué más dará añadir al catálogo un tópico más o menos?

Basándome en esa premisa, me voy a permitir el lujo de divagar sobre los urbanitas y los rurales.


En más de una ocasión los de una (vamos a llamarla) categoría, tachan a los de otra de lo que sea. En ambos caminos de afrontar la vida es posible entresacar virtudes y defectos, ventajas e inconvenientes. No me explayaré demasiado ya que hasta el que no se haya enredado en este fango se empezará a aburrir. Me limitaré a expresar mi opinión, que de eso se trata. La de ustedes ni la sé ni la sabré.

Antes de comenzar, considero de ley situarme en un territorio concreto. Y me va a resultar complicado. Si bien es cierto que nací en una ciudad (pequeña, muy pequeña) he desarrollado media vida en las ciudades (grandes, muy grandes). Sin embargo me tira con una fuerza descomunal no ya la vida rural, sino el disfrute de la naturaleza, aspectos que a menudo no convergen.


Pues bien, como residente en una urbe, debo de comenzar haciendo alusión a la vertiente crematística. Qué duda cabe de que vivir en una ciudad conlleva un desembolso diario no comparable con el de un entorno rural. Enfoquen su atención en la dirección que más les plazca; la vivienda, la alimentación, el transporte, los servicios, las tasas municipales…Hablo desde la generalidad, pero llegar a fin de mes en una ciudad se presenta como un asunto espinoso y peliagudo.

Afortunadamente, en épocas de mi trayectoria en las que he residido en una, disponía de un sueldo acorde y he podido sobrellevar el día a día con holgura. Es más, he practicado uno de las mayores virtudes con que cuenta una ciudad, el consumismo. Soy un defensor a ultranza de tan sana costumbre. Uno, no solamente se siente bien gastando (no despilfarrando, no confundir), sino además contribuyendo a que la economía del lugar se mantenga con buena salud.

Si me obligaran a citar una desventaja, sólo una (qué crueles que son) me quedaría con la movilidad, las distancias. La cantidad de tiempo que he perdido (arrojado a la basura) en desplazarme al trabajo o al centro no lo quiero ni imaginar.


En un entorno rural el panorama se presenta de otro modo. Iba a decir que más crudo, pero no me ajustaría a la realidad. Una persona de ciudad con una economía depauperada e hipoteca a medio pagar, se las ve y se las desea para salir adelante. La economía rural, la tradicional, la que se sustentaba gracias a la agricultura y a la ganadería, sigue persistiendo y resistiendo en diversos puntos, aunque ahora, buena parte de los habitantes rurales se han reciclado y se han decantado por el turismo (casas rurales, campings, hoteles, restaurantes, deportes de aventura…).

Si las distancias y los desplazamientos son un severo problema urbano, no les quiero contar en un pueblo. El coche o cualquier otro vehículo se hace imprescindible. Los servicios escasos y las ayudas de comarcas y gobiernos autonómicos, rácanas y a cuentagotas, no benefician una vida digna en tan encomiables parajes.


Y aquí llega la paradoja. A muchos habitantes de zonas rurales (sobre todo las últimas generaciones) no les quedó otra que abandonar el pueblo para “buscarse las judías” en una ciudad. Otros, los menos me parece a mí, encontraron un atractivo en la ciudad que no lo supieron advertir en su pueblo. Creyeron que vivir en una escasa agrupación de casas era no avanzar en la vida, sino perpetuarse estancados en las miserias de los abuelos. Se engañaron pensando que en una ciudad todo sería de color de rosa.

Por contra, algunos ciudadanos pensaron lo mismo, que hastiados de los sablazos diarios que sufrían, un idílico entorno rural, apacible, amigable y sano los catapultaría a los más altos grados del nirvana. Parte de ellos, incapaces de adaptarse, tuvieron que volver con el rabo entre las piernas. Problemas invisibles en una ciudad como no contar con agua corriente, con electricidad, con cobertura para el móvil, con carreteras asfaltadas aparecieron de improviso. La vida rural es menos sana y atractiva si uno está incomunicado.

Y me queda un apunte anecdótico, pero no por ello menor. Sigue habiendo sectores de urbanitas (no dejo caer el calificativo con sentido peyorativo. De hecho, la RAE los define así, personas que viven acomodadas a los usos y costumbres de la ciudad) que consideran a los rurales como, ya no incultos sino poco capaces para según qué; que los habitantes perdidos en los montes y las montañas son gentes desinformadas y extraños a la actualidad, a la realidad más palmaria y rabiosa. Lo mismo se podría apuntar de algunas personas rurales pero en sentido opuesto. Que desconfían de los resabidos de las ciudades, que se la intentan meter porque los consideran lerdos. A menudo, a las gentes rurales se los tacha de desconfiados, defecto sustentado en lo anteriormente dicho.

Yo ni quito ni pongo. Supongo que de todo habrá, como en botica. Que cada uno haga de su capa un sayo.


Y se preguntarán, no sin razón, qué tiene que ver el título de este artículo con lo que les acabo de largar de manera desconsiderada y sin piedad. Pues bien, no se irán sin una merecida explicación.

Enantiómero en un término utilizado en química (referido a las moléculas) con una definición poco esclarecedora: son imágenes especulares no superponibles. «¡Madre mía lo que acaba de decir!» Sí, miren, es muy fácil. Sus manos son enantiómeras. Si colocan las palmas una enfrente de otra, son imágenes especulares (como lo que verían al poner una palma delante de un espejo), pero si intentan colocar una mano encima de la otra se dan cuenta de que no coinciden; en seguida advierten que el pulgar de una cae encima del meñique de otra. Eso significa que no son superponibles.

En no sé qué momento de mi vida llegué a la conclusión de que los habitantes rurales y los urbanos eran enantiómeros. Unos y otros son personas que se miran en el espejo y no se ven a sí mismos, si no al otro. Son parte de la misma realidad, pero al intentar adaptarse a su imagen, se dan cuenta con pesadumbre de que no encajan. Por mucho que se devanen los sesos algo no funciona. Y no se trata de ningún hechizo ni brujería, es sencillamente que no puede funcionar, a menos que violen y contradigan las leyes de la química, férreamente establecidas mucho antes de que unos y otros se plantearan en que parte del espejo estaban o en cual querían vivir.


FIN


Relato perteneciente a la serie «Opiniones, pareceres y reflexiones»

Dec. 11, 2022, 9:25 a.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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Miguel Angel Salinas Una de cada y otra de arena

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