Tras el accidente le han trasplantado una pequeña mano robótica. Arturo no deja de mirarla. Los deditos metálicos se mueven con naturalidad. A Ángela le da grima mirar a su hijo intentando acostumbrarse a ese invento, pero no le queda otra. Es de noche cuando Arturo se siente inquieto y tenso. Se levanta de la cama y baja las escaleras despacio. Entra en el garaje. La bombilla que cuelga del techo está fundida. Arturo ya no aguanta más. Esa vocecita le retumba en la cabeza. Está hasta las narices que la mano robótica le acose psicológicamente. _«quiero que te cortes la otra mano, venga, tío»_
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