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Victor J. Vega


Carlos emprende un viaje desde Madrid con motivo de la despedida de soltero de su primo Rafa. Acompañado de Manu y de Daniel, comienza su aventura en Badajoz donde sucederá algo que cambiará la vida del protagonista por completo.


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El viaje

Veintidós de junio, viernes. Eran las cinco menos cuarto de la mañana, y un joven alto y corpulento, de piel pálida y ondulados mechones de color castaño oscuro ─al igual que sus ojos─ cuyo nombre respondía a Carlos, todavía no había sido capaz de dormir a estas horas. Y peor aún, creer que pudiera hacerlo durante el resto del viaje era prácticamente un acto de fe. Se encontraba sentado en un autobús con quince pasajeros desde la una de la mañana cuando partieron de Madrid, y cada minuto que pasaba se sentía más agitado, con desasosiego y una pizca de crispación. La razón de esta intranquilidad se debía a dos motivos.

La primera de ellas era debido a las calidades y cualidades del vehículo en el cuál iban montados. A pesar de las buenas condiciones del asfalto, su aspecto tanto externo como interno, incluso antes de entrar, hacían sospechar que pudiese albergar dos décadas de antigüedad. Era previsible que ocurriera algo así, teniendo en cuenta el bajo presupuesto con el que contaban para contratarlo. Cada vez que hacía un giro en una curva, se inclinaba hacia un lado con un rechinar metálico cuanto menos dudoso, mientras que cualquier bache que alcanzaban sus ruedas producía la sensación a sus ocupantes de estar saltando sobre una cama elástica, solo que el espacio que había entre dos asientos producía una mayor sensación de incomodidad.

La segunda razón y principal eran las ganas de fiesta que tenían tanto el protagonista y primo de Carlos, Rafa, como sus amigos. Desde que el bus se puso en marcha, no habían parado de entonar canciones dirigidas al futuro marido con un tono de voz que habrían despertado hasta al más perezoso animal que durmiera cerca de la autovía por la que transcurrían. Así que como era imposible poder conciliar el sueño, Carlos miraba desde la ventana anexa a su asiento cómo circulaban los coches, mientras vislumbraba de vez en cuando las luces de alguna población colindante cuyo nombre era desconocido para él.

─Carlos, tío ¡que no dices nada! ─dijo repentinamente su compañero de asiento mientras este daba un respingo, ensimismado en sus pensamientos.

Giró su cabeza hacia la posición donde le había tocado el hombro. Se trataba de Manu, un antiguo amigo del barrio tanto suyo como de su primo. Al contrario que Carlos era de menor estatura, más moreno y con una cabeza semirapada de color castaño claro, acompañado habitualmente de unas patillas delgadas y una perilla fina.

─Qué pasa, ¿tienes sueño, o qué? ─continúo Manu, con algo más de tranquilidad.

─No, Manu. Lo que pasa es que mis ganas de venir eran cero.

─Ya, pero... ¿qué ibas a hacer si no? Es tu primo, ¿cómo no ibas a haber venido a su despedida de soltero? Eso es algo que sólo pasa una vez en la vida, no te lo podías perder.

─También mi graduación era sólo una vez en la vida y no viniste ─le respondió, dirigiéndole una mirada inquisitoria.

Sin duda era un tema que todavía estaba presente en su memoria desde hacía un mes. El hecho de que uno de sus mejores amigos de la infancia no hubiera sido capaz de dedicar un par de horas a asistir a su graduación le había dolido, y así se lo había hecho saber en reiteradas ocasiones.

─Carlos tío, ya te dije un montón de veces que lo sentía. Estaba ocupado en esos días buscando trabajo y... ─respondió en tono suplicante Manu.

─¿Pero un sábado estabas buscando trabajo? ─interrumpió Carlos, frunciendo el ceño─ . No me vengas con esas, Manuel. Pero es igual, no pasa nada.

─No Carlos, no es igual. Sabes que habría ido encantado, pero no sé... no era el mejor día ir, simplemente. Lo siento ─trató de excusarse titubeante Manu, manteniéndose unos segundos en silencio, reflexionando─. ¿Sabes qué? Te prometo que algún día te lo compensaré, no sé cómo, pero lo haré cuando llegue el momento. Ya lo verás.

─No hace falta que trates de justificarte ni de prometerme cosas, Manu. Pero si tú lo dices, ya lo veremos entonces─ sentenció Carlos, con una última mirada significativa antes de volver a darse la vuelta hacia la ventana, dándole a entender que la conversación sobre este asunto había finalizado.

Tras un minuto de silencio que se le hizo eterno a ambos, un muchacho alto de aspecto leptosómico, moreno, y de frondosa barba, pelo y ojos negros situados por detrás de unas gafas de pasta negra y marrón, reclamó su atención dos asientos por delante suyo mediante gesticulaciones amplias con el brazo izquierdo girándose sobre si mismo, de la misma manera que si estuviera saludando a un conocido a metros de distancia. Se trataba del novio, Rafa.

─¡Eh, vosotros dos! ─gritó Rafa por encima del murmullo y la algarabía, que se incrementó cuando empezó a hablar─. ¡Estáis amuermados! ¿Ya tenéis ganas de dormir, pequeños? Claro, normalmente estábais en la cama a estas horas...

El resto de los ocupantes rió la ocurrencia de Rafa.

─Apenas nos sacas tres años a los dos, Rafa ─vociferó a su vez Manu.

─Suficientes años, renacuajo ─replicó Rafa, y se dirigió a Carlos señalándole con su dedo índice puntualizador─. ¡Tú, pequeñajo! ¿Cómo se llamaba el hotel al que íbamos?

─¿Ya no te acuerdas del nombre del hotel? ─dijo Carlos, con un cierto tono de incredulidad─. ¡Si fuiste tú el que lo elegiste de entre las veinte opciones que te dimos!

─Carlos, ¡no seas tan duro con él! ¿No ves que está triste, que es su última juerga de soltero? —dijo Daniel, un compañero de trabajo de Rafa al que también había invitado a la despedida, y cuyo aspecto físico musculado y atractivo con sus ojos azules y pelo rizado le hacían ser digno del título del donjuan entre los miembros del grupo.

─¿Qué va a estarlo? Si está deseando casarse con Patricia... ─dijo Carlos.

Debido a ello, recibió un pescozón tanto de los dos ocupantes de atrás como del propio Manu, tras lo cual emitió un breve pero sobrexpresivo quejido.

─¿Pero se puede saber por qué me habéis dado? ─dijo encendido Carlos, volviéndose de cara frente a aquellos que habían realizado semejante acto.

─Carlos, cómo se nota que es tu primera despedida de soltero. Regla número uno: Durante la despedida, nunca se menciona a la novia ─aclaró Manu.

En vez de replicar su respuesta, simplemente se quedó inmóvil, con la boca abierta esperando que salieran sus palabras, pero al no saber qué responderles de una forma que fuera lo más políticamente correcta posible, decidió simplemente recostarse de nuevo sobre su respaldo, mientras miraba de nuevo a la ventana.

Estaba empezando a amanecer, y como siempre lo hacía en cada viaje que realizaba, echó fotos mientras quedaba maravillado contemplando el paisaje que vislumbraba. A la derecha del lugar por donde discurrían, vio como el cielo empezaba a romper su oscuridad con una gama cromática que iba desde el azul oscuro hasta terminar en una franja anaranjada que progresivamente iba a acabar tomando la custodia de la noche. En el centro, tímidos rayos concentrados en una esfera luminosa cegadora empezaron a aparecer, justo en el momento en el que pasaban por un puente, golpeando su luminosidad sobre un río bañado de plata y rodeado por una vegetación y arboleda veraniega, al que antiguamente llamaban valle de los patos y que hoy era conocido como Guadiana. Y por último a su izquierda, pudo ver cómo permanecían encendidas las luces de una ciudad cuyos edificios emergían por encima de los árboles, y en el cual se encontraba el destino final de los viajeros de dicho autobús.

─Carlos... ¡Carlos! ─gritó de nuevo Rafa─. De nuevo, ¿me puedes decir cuál era el hotel?

Batalyaws ─respondió finalmente Carlos.

De esta manera, siguieron circulando por la autovía, adentrándose progresivamente en los aledaños de la ciudad cuyo nombre aparecía en el cartel que acababan de cruzar, y que iba a dar lugar al comienzo de su aventura: Badajoz.

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Nov. 1, 2017, 8:18 p.m. 0 Report Embed Follow story
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