LIBRO PRIMERO: VÉRTIGO
Más allá de ciudad Brújula, sobrevolando las montañas de Calx, atravesando el infame bosque de Toru y sobre las minas de gravedad invertida, en las islas flotantes de los elfos oscuros un ópalo de fuego había sido hallado. Dentro de él se desarrollaba la criatura devoradora de almas, aquella que en las aldeas de Ceniza conocían como el Vacío, y los humanos la llamaban Serpiente Boreal. Un ente que se registró con tinta desde el comienzo de la nueva era, cargada de guerras y conquistas, era descrito como un ser extremadamente bello, variopinto, alargado, de cuerpo traslúcido, volador sin alas, dios de tormentas y que desaparecía tras arrasar con todo. Cuando una Serpiente Boreal se extinguía, lo único que quedaba de ella eran sus ojos, los ópalos, pero hallarlos era cosa difícil, pues volaban tan alto y con tanta rapidez que podían caer en cualquier lugar. Y para engendrar un Vacío, a una Serpiente, se requerían ambos ojos.
Me gustaría contar en dónde estoy y porqué hago esto. No lo haré, sería adelantarme a situaciones increíblemente fantásticas, como la última vez que se invocó al Vacío, evento que provocó la caída de aquel gran reino. Un rey, muy lejos de las tierras que inundarán esta historia, estaba recorriendo los salones del Fhoghst, el castillo infinito que por cada habitación reflejada en sus espejos generaba una nueva. Con las manos detrás de la espalda, los nudillos blancos de nerviosismo, y la enorme corona a la que nunca se acostumbró presionándole la sien, se detuvo en uno de los pilares de mármol a lamentarse.
—Dios, Dada, ¿por qué no me has dotado de la valentía de mi rival? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué me harás tú? Solitario estoy escondiéndome en el Fhoghst a esperar oír la cabalgata de la muerte. Mi ejército fue diezmado, las mesnadas empobrecidas. ¡Soy tu hijo! Te he elegido y tú a mí, Dada. Es el derecho del humano, no como las otras bestias que siguen a dioses alejados del conocimiento de la Mantarraya, cruz del universo. Dada, te imploro que intercedas por mi reino de Dhoust, pues si no lo haces estaré perdido, y mi gente perecerá ante el ejército del rey Astado que ha bajado de las islas flotantes porque he sido necio, Dada, he pecado de necio.
Llorando a los muertos que vendrían, el rey de Dhoust se sentó y se quitó la corona para poder pensar mejor. Entonces dijo las palabras.
—Que la divina comedia en la que estoy envuelto de un giro, que la mortandad cabalgue con una saeta y extinga a los elfos oscuros. Que el arma escondida en mi trono jamás halle nunca nadie. Deseo que la muerte gobierne en lugar de mí.
De la corona cayeron los ópalos, el rey no los reconoció hasta que ellos le hablaron para decirle “Así sea, rey de Dhoust, el país de infinitas calles, me vestiré de muerte para que la muerte no se vista contigo”.
—¿Qué? — fue la última palabra del rey que vio conmocionado como un vapor de color que no puedo describir empezó a emanar de los ópalos que estaban escondidos en la corona. La Serpiente se configuró dentro de ese enorme salón y con su mirada similar a fuegos fatuos se quedó con el alma del pobre hombre. Atravesó las infinitas habitaciones en un santiamén y devoró a hombres, mujeres y niños. Dhoust desapareció frente al ejército del rey Astado que esperaba al amanecer para desatar la batalla en las dolinas que allí había. El Vacío surcó el cielo, estalló sin sonidos y uno de sus ojos cayó delante de un elfo oscuro que se lo pasó a otro elfo y a otro hasta llegar a Bruma, el rey Astado, quien miró la pequeña piedra sabiendo a ciencia cierta qué era. Miró a Dhoust y le ordenó a su hueste de cientos de miles de elfos que montaran sobre sus gritlfos y volvieran a las islas del cielo.
Cuando el Vacío separó su esencia en dos mitades, una de ellas fue con los elfos oscuros a Yovenir, el país del cielo, la otra fue a parar en la red de pesca de Ghazar, un humano que pensó “Es una piedra muy bonita, tiene llamas dentro”. Dejó su bote, sintiéndose feliz por la gran pesca de aquel día y sobre todo por la piedra que no podía dejar de mirar. Caminado por las calles de Nabla, ciudad del norte del país Brújula, un cuervo, espía del rey Lafred, distinguió aquella cosa que brillaba en las manos de un pesquero corriente y voló a San Marino, directo al castillo Yutenfraim; pasó a través de los canales para cuervo que desembocaban en la alcoba bolsón donde Lafred esperaba todos los días las noticias del reino. El cuervo tomó forma humana y se tambaleó un poco.
—Su majestad, Lafred, le traigo noticias de la costa de Nabla.
—Cuéntame, Lither, ¿qué has hallado?
—Un ópalo, señor mío, no tengo temor en decirlo, pues me he pasado la vida estudiando para usted y para Knaack, su maestro consejero. No hay duda, un pesquero conocido como Ghazar ha encontrado una de las piedras.
—¿Un ópalo dices? ¿Uno de fuego? Lither, si esto se trata de una mentira. No. Si esto es una mera equivocación haré que mi hijo te corte la cabeza.
—Su majestad, ninguna piedra he visto yo resplandecer cómo lo hacía aquella que Ghazar llevaba en sus manos. ¡Rayos, fuego tenía dentro! Y susurraba, por Dada que susurraba.
Lafred se dio media vuelta, hizo un gesto al portero que entendió que debía cerrar las compuertas de los demás cuervos. Se asió la barba y acomodó sus moradas envestiduras.
—Los elfos oscuros se han hecho con uno, de eso no hay duda, el dios Terror me lo ha dicho en persona. No podemos dejar que se hagan con la otra mitad de la Serpiente Boreal. Lither, nuestro reino, históricamente, ha fastidiado demasiado a los elfos oscuros como para que no tomen represalias.
—Lo sé, por eso la urgencia.
—¡Entonces conviértete en cuervo y asesina a ese pescador que nos quiere traicionar!
Así, Lither, viajo hasta Nabla, pensando durante todo el camino que Ghazar no tenía la culpa, él solo había encontrado un elemento singular. Por ello, cuando llegó a la casa del pescador y golpeó tres veces la puerta, vio a Ghazar y le dijo que escapara.
—Pero si no he hecho nada. Todas mis cosas están acá, ¿a dónde iré? ¿A Dhoust?
—No es mala idea— dijo Lither—. Dhoust se tiene como lugar encantado y no es más que una ciudad destruida, debe haber víveres y muchos escondites dentro del castillo de habitaciones infinitas.
—No digas esas cosas, Lither, tú sabes que allá en Dhoust no hay nada.
—Pero si te quedas el rey te matará.
—Si el rey me asesina la culpa es tuya. Que hayas salido de Nabla no te da derecho a espiar sin moral alguna.
—¿Tienes idea de que es eso? — le preguntó Lither apuntando al ópalo de fuego que resplandecía sobre un mueble.
—Una piedra que Lafred quiere, nada más.
—Esa piedra es capaz de incendiar al mundo entero, Ghazar. Dámela.
Ghazar miró a su amigo y en sus ojos vio terror, le dio el ópalo de fuego. Lither lo contempló unos momentos y armó un caos en la casa para que cualquiera pensara que hubo una confrontación. Salieron, y tomaron un caballo cada uno. Lither espoleó hasta el castillo, Ghazar se perdió entre las bifurcadas calles.
—Su majestad, es menester que le entregue la piedra.
—¿Y Ghazar?
—Muerto está.
—Lither, bien has cumplido, pero no me traes evidencia alguna de la muerte de Ghazar. Sin embargo, como esta piedra vale más que tu vida o la mía, dejaré que las cosas transcurran. Has cumplido, ahora tu misión, tienes que saber que hemos encontrado una piedra de alto precio, su color es cambiante y sirve como arma. He pensado que, dado tu desempeño, vayas a Dhoust a buscarla.
—Por supuesto, su majestad.
Lafred vio cómo Lither echó a volar, se encaminó a través de unos pasajes secretos al salón del trono, tomó asiento, ciñendo la corona y envió a un sirviente a buscar a su hijo Nadir.
—Padre, me has llamado, padre he contestado.
—Nadir, las cosas han cambiado, la buena fortuna nos ha regalado un ópalo de fuego— a Nadir se le encendieron los ojos— y no es sensato mantenerlo acá. Muchas personas y bestias han de estar tras de él.
—¿Cuál es mi papel?
—Ármate de saetas, toma a Vrilinvor y monta en tu corcel, Geo, hacia el abismo, porque con el dios Terror he pactado una tregua que hoy día debe responder y ha de custodiar esta piedra hasta que yo tenga la otra.
Nadir no creyó que se trataba de una buena idea darle el ópalo a Terror, pero él no era como su hermano Cenit, y no se atrevió a contradecir a su padre. Una mujer hermosa, de pelos de fuego, piel blanca como la leche, ojos rojos y un collar verdoso entró al salón y los sirvientes se arrodillaron.
—Ven, Eco, esposa mía. Debemos despedir a Nadir, que valiente tomará la espada Vrilinvor para llevar este ópalo con Terror, a quien de nada le sirve sin su otra mitad.
Eco miró a su hijo con profundo amor y se quitó la piedra verdosa.
—Ten, hijo mío, al espato de Islandia, yo sé que tendrá utilidad en tu travesía.
—Y ten, el ópalo de fuego que puede decidir nuestro destino, hijo.
Nadir se colgó al cuello ese amuleto tan hermoso, guardó el ópalo en un pequeño bolso. Besó a su padre, besó a su madre. Salió del castillo Yutenfraim en busca de su corcel Geo, visitaron la casita en la que Nadir vivía, allí lo esperaba la legendaria Vrilinvor, una espada tan veloz con la propiedad de ser lanzada y volver en línea recta. Entonces se encaminaron al abismo atravesando el desierto fatuo.
—Vamos, Geo, tenemos que salir de acá antes de que caiga el sol.
Porque al caer, los fuegos fatuos lo inundaban y las historias cuentan que beben hasta la última gota del alma y quienes perecen ante ellos terminan en el tormento del abismo que se trataba de un agujero de diámetro colosal, custodiado por Terror, la deidad que encarcela a quiénes no creen en dioses, interrumpieron sus vidas, o jamás se enteraron de sus muertes.
Los lamentos se oían a kilómetros. Cuando llegaron a la fosa, Nadir dejó a Geo, amarró una cuerda a una de sus flechas y la lanzó dentro del abismo. Las almas gemían y esos gemidos eran palabras que su custodio podía entender. Nadir no sabía que Lafred lo estaba poniendo a prueba, el rey tenía una fuente luminosa que Terror le confeccionó “Para que entiendas a estas almas y escuches lo que yo te digo”, cuya agua no eran sino los sueños de quienes se lamentan. Cuando Nadir pisó un terreno sólido, esperó a que Terror le hablase, pero nada ocurrió.
—Esto no está bien.
Dijo Nadir y Lafred lo oyó desde el castillo, escaló con gran destreza los rocosos muros que vibraban por los llantos y magnas piedras caían desde lo alto. Las esquivó con saltos que hicieron dudar a Terror si era humano. Una vez en la caverna de entrada, veinte hombres del ejercito real, los capas negras, esperaban apuntando sus armas. El rey apareció ante Nadir.
—Asqueroso.
Nadir le devolvió la mirada, giró los ojos. La caverna era estrecha, saltó de muro en muro, cuando volaba por el aire desenvainó a Vrilinvor abriendo al menos tres cotas de malla y dos caras. El ópalo cayó, rodó. Lafred lo tenía en la mano.
—Esto es traición, Nadir, aquel que vigila el cielo. Te sentencio a una muerte inmediata y sin juicio.
Nadir pensó en decir algo perspicaz, hubiese sido estúpido. Huyó con toda rapidez. Mientras lo hacía alcanzó a oír.
—Si le arrebatas el ópalo a Bruma te perdonaré la vida. De lo contra-
¿De lo contrario qué? No escuchó ya llevaba varios metros de ventaja y no había más capas negras aguardando.
—Has hecho bien, Lafred, rey de los humanos— habló Terror a través de las almas.
—Tienes que usar tu poder para llegar hasta las islas flotantes, de otra forma nunca tendremos la piedra que falta— dijo Lafred.
—¿Quieres que envíe a mis almas? Lafred, ellas no pueden estar donde no estoy yo.
—¡Entonces ve con ellas!
—Humano atrevido, ¿quieres ser parte del abismo. No subiré si Bruma no baja.
—¿De qué sirve que seamos aliados?
—Te acabas de enterar de que tu hijo es un traidor.
Lafred sacó una daga y asesinó a uno de los capas negras que Nadir dejó moribundo. En el cuello grueso y manchado de lunas llevaba una cadena de eslabones rojos de los que colgaba una hermosa piedra transparente, pero gruesa. La alzó, miró a través de ella. Un hilo emergió del cuerpo, la piedra conocida como espato de calxino enhebró al hilo de brillo celeste, tensándolo, extendiéndose en velo con forma de puerta y todos entraron a ella desapareciendo. El velo se mantuvo unos minutos y se evaporó, añadiendo otra alma al abismo.
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Thank you for reading!
Tiene un comienzo muy prometedor, con buena narrativa y unos personajes a los que apetece conocer más. Los sucesos narrados en esta primera parte son interesantes y el final de capítulo te deja con ganas de más.
Un segundo capítulo con el que podemos conocer mejor a Nadir, a Geo y sobre los viajes mediante sacrificios. Hasta ahora me parece una lectura muy interesante y se ve que el autor conoce bien la historia que está contando.
Un buen capítulo sinceramente que me tomó desprevenido con la reciente aparición del caballo/orbe llamado Geo. También destaco tu falla gramática de las conjuciones (Si es así que se llama) como el “y”; también usar las mismas palabras en reiteradas ocasiones (Ej: La parte donde mencionas los laureles y las hojas). Lo demás es bello. La historia es hermosa y solo dale más a su belleza en letras.
KPQue es excelente muy bien narrado e interesante, quiero seguir leyendo hasta llegar al final del cuento
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