lucia-camacho Lucía Camacho

Varsha siempre ha tenido una extraña conexión con la lluvia, siempre que ella está enfadada, triste o asustada llueve. Un día salta dentro de un charco, para su sorpresa lo atraviesa, y al salir al otro lado, aparece en un lugar que no es en lo absoluto su casa. ¿Qué ocurrirá? ¿Podrá Varsha volver a casa?


Fantasy Epic All public.

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Prefacio

En los frondosos bosques de Tlalocan, la tormenta transcurría sin cesar, en aquella preciosa isla primaveral rodeada de montañas y espesas nubes que jamás dejaban ver lo que acontecía en su interior. El galopar de un caballo negro con trenzas en su pelaje se escuchaba a lo lejos, su jinete era gran conocedora de aquellas tierras, una de las primeras creaciones de su señor, la única mujer con coraje entre los suyos. Además, también la única que se atrevía a cuestionar las órdenes del creador de todo lo que conocían, fiel a la reina caída. Su cabello era oscuro, negro como la noche que pronto la acecharía, ojos grises con cierto destello azulado. Vestía una larga túnica blanca y en su regazo protegía aquello por lo que sería condenada.

El llanto de un niño se escuchó en aquella turbia noche, delatando su posición. Pronto los seguidores de Tlaloc la rodearon, cayendo del cielo, como si de lluvia se tratase. Las dagas volaron por el viento, y ella se vio obligada a echarse hacia atrás, para evitar que cortasen su cabellera, volviendo a su estado original con rapidez.


"Allora" – resonó en el viento, haciendo que todo se detuviese a su alrededor, incluso los guerreros que debían darle caza. Pero ella no podía detenerse a mirar, tan sólo debía poner a salvo a su hija.


Un nuevo ser había sido creado, algo que alteraba las leyes de nuestro mundo, con todo el poder de Júpiter y todas las debilidades de los humanos. Ni siquiera ella misma conocía la extensión que tendrían los poderes de su pequeña, era mucho mejor ocultarla en un mundo dónde no existiesen los fenómenos paranormales, lejos de su propia especie, de la isla del dios de la lluvia, el lugar en el que vivía.


"Vuelve" – volvió a escuchar la voz de su padre, su señor, el ser que la había creado, a ella, un ser sobrenatural llamado Tlaloque, cuya función era proporcionar lluvia a los distintos lugares del universo.


Durante años no hizo más que obedecer las órdenes de su padre, ser aquello para lo que fue creada, pero entonces llegó él, un hombre mortal, que hizo que se replantease su razón de ser. El amor. Ese sentimiento que los seres como ella no tenían permitido albergar, pero lo hacía, quizás ser hija de la diosa del amor lo había propiciado.

Varsha era el fruto de ese amor. La unión entre una de las guías de la lluvia y un simple mortal.


"Si vuelves ahora no habrá castigo para ti" – insistió esa potente voz, pero la joven estaba lejos de dar media vuelta y aceptar ese trato, más cuando sabía que la vida de su hija era mucho más importante que cualquier otra cosa. Si salvaba a su hija podría salvarle también a él, el único hombre al que había amado.


Azuzó al caballo para que fuese un poco más rápido, necesitaba llegar al final de aquel camino antes de que su padre la detuviese. Su cabello se ondeaba con el viento, mientras la lluvia seguía suspendida en el aire, detenida por esa fuerza superior. El dios de toda ella.

Acurrucó a su pequeña en aquel manto negro con el emblema de aquel lugar, y vio a lo lejos la estatua del ritual, sólo un poco más y llegaría a la puerta que conectaba mundos. Sabía que si estaba en lo cierto su hija no la necesitaría para llegar al otro lado, pero ni siquiera estaba segura aún de si ella sería una Nyamb (nacida durante la lluvia, así era cómo se conocía en ese mundo a los viajeros).

Una fuerza superior tiró de ella, bajándola del caballo, deteniéndola frente a la estatuilla, mientras una figura varonil muy antigua aparecía de la nada. Llevaba una larga túnica oscura que apenas dejaba ver su rostro y un cetro de madera con extraños símbolos. Ella sabía exactamente quién era él.


- Entrégamelo – pidió con voz alta y clara. Era él, el dios de la lluvia, el creador de su mundo, y de ella misma, su padre – ese engendro debe ser destruido.


Se aferró a su hija, aterrada, mientras la lluvia volvía a caer sobre ellos, y ella se impacientaba. Estaba tan sólo a un par de pasos de la puerta, pero no podía atravesarla, pues su padre jamás se lo permitiría.

Las gotas de lluvia resonaron entonces en su cabeza, en eco, repitiéndose sin cesar, justo al caer sobre el gran charco que tenía delante. Quizás era la señal que esperaba, quizás ese algo que le indicase que tendría otra salida. Recordó entonces la voz de ese chico, ese que murió hacía ya tanto, en la guerra que tuvo lugar antes de que todo se volviese gris.

Lo recordaba como si fuese el día anterior, a ese muchacho que a simple vista no parecía más que un pelele, pero que en el fondo era mucho más.


En el jardín Eterna Primavera se encontraba acariciando las flores tras una nueva oleada de lluvias, mientras su padre se ausentaba para atender asuntos del reino, parecía que las nuevas criaturas que había creado, estaban dando muchos problemas por el lugar. Su madre estaba preocupada e hizo llamar a los brujos, necesitaba nuevas profecías que le indicasen que todo iba a salir bien. Sus hermanos se preparaban para llevar nuevas precipitaciones a los distintos lugares que las necesitaban. Ella, por el contrario, se quedó a recibir una nueva estación.

Un chapoteo en eco la hizo girar la cabeza hacia el pozo de la entrada, observando allí a un hombre, que no había estado allí con anterioridad. Ambos se miraron, sintiendo una extraña sensación, como si ya se conociesen de antes, como si aquello fuese un sueño.


- Tú debes de ser Allora – dijo aquel extraño. Ella asintió, algo despreocupada, pues sabía que él no podía ser peligroso, si no iba desencaminada no era más que un Nyamb – mi nombre es Yetzel y he venido a hablar con tu padre.


- Él no se encuentra en este momento – él asintió, calmado, fijándose en la belleza que lo rodeaba. Parecía que hacía mucho tiempo que no veía algo igual. Y lo hacía, pues el lugar del que procedía hacía mucho que no se veía vida como aquella – podéis hablar conmigo si no es muy urgente.


- Lo es – contradijo él. Ella asintió, volviendo a acariciar las flores, pronto estarían listas para lo que acontecería – pero me alegro haberos encontrado – buscó entre sus bolsillos, sacando una pequeña lágrima de cristal, cediéndosela – os será útil – Ella no entendía a lo que él se estaba refiriendo, él sólo sonrió y asintió, como si aquello tuviese algún sentido – os cedo mi poder para escuchar el eco de la lluvia.


- ¿Por qué me será útil? Yo no soy una Nyamb, soy un tla....


- Sé lo que sois – le cortó con rapidez – pero quizás algún día esto pueda salvaros la vida a vos, y a aquellos a los que améis.


Recién entendía esas palabras que fueron pronunciadas hace tanto. Lo supo entonces, él lo sabía, que llegaría un día en el que debía dejar marchar a su hija a través de la lluvia, de uno de esos portales, ponerla a salvo de su propio mundo. Lo que más le inquietaba en ese momento era... ¿cómo podía él saberlo? ¿cómo es que conocía el futuro? Se suponía que los Nyambs no tenían ese poder.


- No – se quejó aquel ser, en cuánto adivinó cuál sería el nuevo camino que su hija tomaría, pero antes de haber si quiera podido alcanzarla, la mujer lanzó al bebé por los aires, este sobrevoló el espacio entre ellos, haciendo piruetas en el aire, aún envuelto en su manto oscuro, aceptando el destino que su propia madre había preparado para ella, dejando que la lluvia incidiese en su cabecita, sin estar ni un poco asustada al respecto, para luego caer. Porque todo lo que sube en algún momento tiene que bajar.


La mano de Allora detuvo cualquier decisión de su padre, una fuerza transparente protegió a su hija, y dejó que cayese sobre el gran charco de agua que había entre ambos. Cualquier mortal que hubiese visto la escena esperaría que el bebé cayese y se hiciese daño, incluso podría golpearse la cabeza y morir. Pero eso jamás pasó. La pequeña bebita atravesó el charco, como si este fuese una puerta a otra dimensión, y en cierta forma lo era, pero ni siquiera sabéis hasta qué punto.

La mujer sonrió, agradecida de haberlo logrado, mientras su padre maldecía y observaba como los guardianes apresaban a su creación favorita.


"Encuéntrale, protégele. Tú eres la única que puede hacerlo" – pensó antes de ser apresada por su propia especie.


Por otra parte, en un lugar distinto, en la bonita localidad de Redwood, California, en el bosque de altas secuoyas, llovía sin cesar, mientras Robin y sus amigos volvían a casa después de un productivo día de trabajo en el muelle.

Uno de los charcos del camino vibró de una forma especial, como si algo estuviese por suceder, lejos de ojos humanos. Un bebé atravesó la superficie del charco, como si este fuse mucho más hondo de lo que parecía a simple vista, voló por encima de él y cayó sobre la tierra, haciendo que la pequeña llorase sobrecogida con toda la fuerza que le permitían sus pulmones, llamando entonces la atención de Robin y sus amigos, descubriéndola.

Pero ... ¿a dónde habían ido sus padres? ¿Cómo se les ocurría dejar a un bebé en el bosque con la que estaba cayendo?

No hizo falta responder a ninguna de esas preguntas, pues tan pronto como reconoció el emblema que había bordado en su manto lo entendió, quién era perfectamente esa niña, el nombre de su madre, incluso por qué la habían abandonado a su suerte.

Sept. 21, 2022, 11:05 a.m. 0 Report Embed Follow story
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Tlalocan
Tlalocan

Tlalocan es el mundo en el que vive el dios del agua azteca de nombre Tlaloc. Además, también viven en él muchas otras criaturas de mi invención y de la de Tlaloc. Read more about Tlalocan.