silvermelar Melisa Siciliano

Sebastien viaja a Berlín luego de la muerte de su abuelo para resolver todos sus asuntos aunque, a solo unas horas de su llegada, todo se torna diferente. Su vida da un giro inesperado al encontrar un misterioso broche en la solapa de uno de los viejos uniformes de su abuelo y, a partir de ese momento su vida dió un vuelco inesperado. Todo a su alrededor cambió.


Thriller/Mystery All public.

#misterio #historia #ficcion #novela-corta #suspenso #ficción
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Capitulo 1

Pasó una mano por los sacos y algunos de los uniformes que seguían colgados en el placard pensando al mismo tiempo qué haría con todo aquello. Se quedó unos segundos así cuando de golpe su mano se detuvo en uno de los uniformes que parecía el más desgastado por el uso. Algo le llamó la atención e hizo que lo separara un poco del resto; fue en ese momento cuando un brillo dorado lo sacó de sus reflexiones.

Descolgó la percha y apoyó el uniforme sobre la cama mientras observaba ese pequeño objeto, cuyo brillo y estado no coincidían con el de la prenda ni tampoco con el tiempo que llevaba ahí. Le pareció extraño ya que otros broches, medallas, condecoraciones estaban muy bien guardadas en una caja forrada en felpa y con tapa de vidrio; aún así, estaba seguro de recordar que ninguna se veía tan brillante como esta.

Después de quedarse un largo rato examinando el broche, que tenía la forma como de un orbe con algunas líneas que lo cruzaban como un 8 de costado, o sea, el símbolo del infinito, tomó el saco y se lo colocó frente al espejo. Le llamó la atención que le quedara perfecto, casi a medida, porque su abuelo había sido un poco más alto que él.

Mientras se miraba, o más bien miraba su reflejo, fue llevando su mano hacia el broche para tocarlo y sentir la superficie que parecía, a la vista, suave y delicada; no llegó a sentir la textura cuando en el espejo apareció una luz cegadora, como la explosión de un rayo que acabara de golpear la habitación.

Estaba ahora tendido sobre la cama, con el saco puesto y no sabía cuánto tiempo había pasado o si se había quedado dormido y el destello fue parte de un sueño. Se sentía cansado, con una debilidad en sus músculos que no sentía antes, cuando aún estaba de pie frente al espejo. Algo había cambiado y no era su estado; percibía el ambiente, los sonidos de la calle, algo no encajaba, aunque todo en la habitación parecía en su lugar.

Se incorporó y se acercó a la ventana, corrió las cortinas de voile que dejaban filtrar algunos rayos débiles del sol, y miró hacia la calle: la misma calle que ya conocía tan bien pero diferente, una imagen que lo dejó totalmente atónito, más aún que el rayo reflejado en el espejo: definitivamente, seguía estando en Berlín y la calle era la de la casa de su abuelo, pero el resto…

Algunos edificios eran los mismos, aunque en otro estado y algunos de los que él conocía no estaban ahí y en su lugar había construcciones bajas. Los autos eran antiguos, como los que veía en las películas de los años 40. Y la gente, su ropa, los peinados. Estaban en invierno y todos llevaban abrigos muy similares a los que ocupaban el armario del abuelo.

Casi como un alienado, se quitó el saco del uniforme y buscó un abrigo como los que usaba el resto de la gente ahí afuera, se puso una bufanda y un par de guantes que le quedaban grandes pero que igual le servirían y bajó las escaleras como si escapara del fuego.

Ni bien traspasó la puerta, sintió como el aire helado parecía cortarle la cara y como todos los que pasaban por delante del umbral caminaban apurados y expulsaban un humo blanco, como locomotoras a vapor.

Caminó por las calles del Berlín que tanto conocía y que al mismo tiempo ahora le parecían casi de otra ciudad. Iba sin rumbo porque no estaba seguro de encontrar aquellos sitios tan habituales para él. Nadie a su alrededor llevaba un celular en la mano, ni auriculares. Se felicitó por haberse olvidado el suyo en la mesa del departamento. ¿Le hubiera servido de algo?

Se acercó a un puesto de diarios que vio en la esquina siguiente y, sin pensarlo un segundo, supo que era el lugar que le daría la información necesaria para entender de qué se trataba toda esa locura. No tenía dinero encima y se dio cuenta que, aunque lo tuviera, en este contexto los euros no le servirían de nada, y mucho menos pagar con una APP.

Se paró como si buscara alguna revista, pensó que si el vendedor le preguntaba lo que buscaba no tendría idea sobre una respuesta que no sonara rara. ¿Qué publicación podría nombrar sin ser visto con sospechas? En última instancia, podría pensar en algún diario o revista de nombre extranjero y salvarse con la excusa de que no los tenían. Las portadas de los diarios le recordaban a cosas que no había vivido, pero de las que había leído. Solo quería encontrar rápidamente lo único que necesitaba…hasta que ahí estaba. La portada de la revista era llamativa y pudo fácilmente leer: Berliner Illustrirte Zeitung, 23. Oktober, 1939.

Sintió que las piernas lo iban a traicionar y trató de tranquilizarse o buscar una explicación mientras regresaba al departamento como un poseso. Llegó a la conclusión de que había algunas opciones que explicarían lo que pasaba: Estaba soñando, pero no entendía porqué nunca se terminaba y todo se veía tan real y podía sentir el frío tan intensamente; la otra opción era que ese destello fuera un accidente o algún evento que lo dejó en coma y su mente vagaba por un mundo del que no podía salir por efectos de las drogas que le estarían administrando. También pensó en una tercera opción, pero no podía ser cierta.

Al llegar al piso, se dejó caer en el sillón y visualizó la fecha, especialmente el año, 1939. Alemania. Entonces estaban en pleno gobierno Nacionalsocialista, la era de apogeo del Führer y todo el horror que ello conllevaba. No podía estar peor, no sabía que le había pasado, porqué y cómo estaba ahí y, si además era posible viajar en el tiempo, porqué tenía que ser justo a esa época tan oscura.

Sus ojos de repente se cruzaron con su teléfono móvil, ni siquiera se le había ocurrido que podía estar ahí. Se levantó con esperanzas, no muchas, de poder enviar algún mensaje, leer las noticias en internet, algo que lo trajera de vuelta. Tal como lo sospechaba, aunque no era lo que deseara, el celular estaba totalmente muerto aún cuando recordaba muy bien que lo había llevado con un alto porcentaje de carga de batería.

Su mente no podía parar, pero no tenía muchas opciones: o se dejaba vencer por la desesperación o intentaba adentrarse en esa nueva realidad y averiguaba algo. En ultima instancia, tanto si estaba en coma como si realmente había viajado en el tiempo, tendría que actuar. Y también tenía que comer. Era raro sentir hambre en un sueño o en coma (aunque nunca había estado en esa situación) pero sentía el estómago estrujado y tenía frío por lo que no le vendría mal comer y tomar algo caliente.

Se levantó con determinación y empezó a buscar por todas partes algo de dinero: en los cajones, en cajas y cajitas. Recordaba que su abuelo era de ahorrar y tener siempre por si acaso y que él le había enseñado el valor del ahorro desde que era pequeño y juntos guardaban monedas y algún que otro billete en un frasco o un tarro.

Se fue directo a la cocina y revisó todo: había café, té, algunas conservas con fechas muy lejanas, aunque considerando el año en el que estaba quizá se podrían considerar nuevas. De repente, sus ojos se cruzaron con un tarro de cerámica con tapa de madera en el que podía leer Reis y se le apareció casi como si lo estuviera viviendo, una imagen de su abuelo sosteniendo la tapa y un niño arrojando monedas. ¿Sería un recuerdo o simplemente solo encontraría arroz?

Cuando lo bajó del estante más alto y sacó la tapa encontró, tal y como recordaba, varios billetes y, sobre todo, muchas monedas. Tenía que hacer memoria de cuál era la moneda de esa época, no le iba a servir la plata que hubiera juntado él cuando era un niño. Se puso a separar billetes de monedas y después las diferentes denominaciones y eso hizo que, al menos por un rato, su mente se olvidara de todo lo que estaba viviendo.

Al finalizar la selección, obtuvo una modesta, pero al menos útil cantidad de Marcos Imperiales, que eran los que se usaban en 1939. Le agradeció en silencio a su abuelo por su austeridad y por haberle enseñado tanto sobre la historia de su país. Al menos ahora podría salir y comer, aunque mas no fuera algo simple, al mismo tiempo que eso le permitiría escuchar y observar a la gente a su alrededor y quizás así encontrar una repuesta.

Puso el dinero en el bolsillo del mismo saco que había usado antes, se subió las solapas porque ya había oscurecido y el frío era más intenso y volvió a la calle. Al principio caminó sin rumbo hasta que, de golpe, como si su abuelo le estuviera enviando mensajes, recordó que a dos cuadras había una casa de té a la que siempre le había hablado y en la que se juntaba con amigos y otros personajes a los que les gustaba hablar de arte y de literatura y soñar sobre aquello que fuera de esas cuatro paredes no podían ni mencionar. Enfiló en esa dirección sin dudarlo un segundo.

Ni bien abrió la puerta, todos los clientes que estaban sentados a sus mesas, disfrutando del té y sus respectivas conversaciones, se dieron vuelta para mirarlo y un silencio cayó sobre el salón como una lluvia pasajera. Aunque usaba la ropa del abuelo, podía notar que lo miraban como a un extraño, como si algo en sus subconscientes les dijera que no pertenecía al lugar (aunque en realidad no pertenecía a esa época). Quizá su corte de pelo, su modo de entrar, sus pasos…no sabía.

Buscó con la vista una mesa vacía, y encontró rápidamente una que, para su fortuna, se encontraba bastante alejada de las demás. Apenas empezó a caminar hacia ahí, con paso decidido y la cabeza en alto, los demás siguieron con sus asuntos y retomaron sus charlas, olvidándose completamente de su presencia, lo cual también agradeció.

La camarera, muy amable le acercó el menú y él se dispuso a elegir entre una gran variedad de delicias, aunque su elección se basaría en los precios y no en lo que le hubiera realmente gustado, porque lo que tenía no era demasiado y tendría que cuidarlo. Se decidió entonces por una tetera de té negro con leche (había observado que las teteras eran enormes y eso le iba a permitir tomarse varias tasas del líquido caliente que le vendrían muy bien) y agregó dos rebanadas de Butterbrot, un pan típico untado con manteca que solía comer de chico y una porción de Apfelstrudel que, si bien era ya muy común y se conseguía en cualquier lugar, tenía ganas de algo dulce y que no fuera tan caro.

Mientras esperaba con ansias el regreso de la camarera con su pedido, notó que no muy lejos había otra mesa pequeña y apartada como la suya, más cerca del mostrador en la que había una mujer sola que no le sacaba los ojos de encima. Primero pensó que era idea suya, pero le dirigió varias miradas furtivas, tratando de disimular lo más posible y ella siempre lo miraba y no hacía nada por disimularlo.

Creyó que algo en él le llamaba la atención, incluso en un momento tuvo miedo de haber sacado su celular como solía hacer, de manera automática mientras esperaba por un café o mientras estaba en el transporte público, pero recordó de inmediato que lo había guardado en un cajón de la mesa de luz, por si acaso. ¿Qué sería lo que tanto le llamaba la atención y la hacía mirarlo fijo, sin siquiera inmutarse?

La camarera llegó con su pedido y se sintió tan feliz en ese momento por el aspecto de la comida y el tamaño de la tetera que se olvidó de la desconocida. Se sirvió el té y se puso a comer el pan casi tan rápido que no lo pudo saborear por lo que decidió tranquilizarse y disfrutar de la segunda rebanada; después de todo, no sabía cuando tendría otra oportunidad de comer y disfrutar de algo caliente en un lugar agradable.

En el momento en que se disponía a comer su postre y ya iba como por la cuarta taza de té, levantó la vista y vio a la mujer de la mesa vecina parada frente a él. La miró sorprendido por unos segundos que ella interrumpió preguntándole si podía sentarse a su mesa. Le dijo que si, o eso supuso porque ella ya estaba sentada y él no entendía bien, pero notó que algo no encajaba en ella, no encajaba ni con el lugar ni con el resto de la gente hasta que se dio cuenta que tenía algo parecido a él, ambos estaban fuera de lugar aún cuando vistieran la moda del momento.

Le ofreció si quería tomar algo, aunque rogaba que no aceptara por si acaso no le alcanzaba el dinero y tendría que vivir un momento bochornoso y para su alivio ella le respondió que ya había tomado, que estaba bien así. No sabía si seguir comiendo, pero no estaba en condiciones de desperdiciar ni una miga de pan ni una gota de té, así que después de tomar un sorbo, le preguntó si la conocía de algún lado, cualquier cosa como para romper el hielo.

Mientras esperaba su respuesta, su mirada se cruzó con algo que no creyó real, un objeto pequeño y dorado en la solapa de la mujer. Ella notó la dirección de sus ojos y su expresión de asombro o de espanto y le dijo:

—Te sorprende mi broche porque es exactamente igual al que tenés, ¿no es cierto?

—¿Cómo sabes que tengo el mismo broche?, le dijo casi atragantándose.

—No te preocupes, estamos en la misma situación, estoy segura que notaste que no encajo mucho igual que vos tampoco encajas acá y que estamos fuera de tiempo. Igualmente, no tenés que preocuparte.

—¿Y cómo no me voy a preocupar si cada minuto entiendo menos lo que está pasando? No se si todo es un sueño, estoy loco, porqué usted está tan tranquila cuando, aparentemente le pasa algo parecido y también me preocupa bastante que usted sepa cosas sobre mí, como el hecho de que tenemos el mismo broche. Dijo todo casi sin respirar, en un tono entre asustado y enojado.

—Entiendo, mejor empecemos por el principio: Me llamo Gretchen, vivo en Frankfurt, pero vine acá porque mi abuela, Bertha, vivía acá en Berlín y al fallecer me tuve que hacer cargo de todas sus cosas ya que soy la única familia que le quedaba. Mis padres fallecieron. Mi abuela y yo éramos muy unidas y ella fue quien me dejo una serie de instrucciones, una especie de diario en el que todo está explicado, incluso en el que apareces vos. ¿Puedo llamarte de vos? Después de todo, tenemos la misma edad. Por favor, llamame Gretchen y no me trates de usted que me siento vieja, más con esta ropa que llevo puesta.

El comentario lo hizo relajarse, le pareció agradable y a pesar de toda la información que no podía procesar, había algo en la forma en que le explicaba las cosas y en el tono de voz que lo tranquilizaba un poco, como si sintiera que ella tenía una llave para descubrir por fin todo este misterio. Se resignó a dejarse llevar por toda esta locura y le pidió a la mujer que por favor le contara todo lo que sabía.

Ella, en lugar de empezar a hablar de inmediato, tomó su bolso, lo abrió y sacó un pequeño grupo de fotos antiguas. Se las extendió para que las mirara, entonces él se limpió las manos y con cuidado las tomo, como si fueran a desintegrarse como un libro de arena. En todas había un grupo de jóvenes vestidos de manera muy similar a la gente que los rodeaba, pero con menos color por la antigüedad de las fotos. Era raro porque eran fotos actuales para 1939 pero se veían antiguas, como si las estuvieran mirando en 2022.

Al ver que no notó nada especial le dijo:

—Sebastien, necesito que mires las fotos con mucha atención, especialmente al rostro de las personas, que mires los detalles.

Solo después de unos segundos se dio cuenta de que ella lo había llamado por su nombre, pero no quiso preguntarle cómo lo sabía, estaba seguro de que se iba a enterar de eso y de mucho más, entonces prefirió ir de a poco y prestar más atención a las fotos. Las miró de cerca: En una, un grupo de unos diez jóvenes, sonriendo en la puerta de un negocio: la misma casa de té desde la que ahora él los miraba; en otra, una especie de taller con muchas herramientas y un hombre totalmente desconocido; en la tercera había tres jóvenes tomados del brazo y sonriendo: una mujer y dos hombres.

La foto le contagió una sensación de alegría, lo hizo sentir como si rememorara un buen recuerdo, como si conociera a esa gente desde siempre; se quedó contemplando la escena hasta que, como si se tratara de una epifanía, notó que la mujer era exactamente igual a la que tenía enfrente, aunque con una casi imperceptible diferencia en su mirada. A continuación, recorrió los rostros de los dos hombres: el de la izquierda era alto, con un corte de pelo al rapé, bastante corpulento y no se parecía nadie que conociera o hubiera visto pero luego, cuando dirigió sus ojos al hombre de la derecha, se vio a si mismo, también con un rasgo distintivo en la mirada, con un bigote que él nunca usó pero que, por todo el resto, se trataba de su propia cara.

—¿Qué significan estas fotos nuestras? ¿Cómo puede ser que tengamos una foto juntos si no nos habíamos visto nunca, en una situación que no recuerdo y disfrazados como si fuéramos personajes antiguos?, le preguntó bastante aturdido por el descubrimiento.

—No somos nosotros, son nuestros abuelos. Ese que parece ser tu reflejo es tu abuelo Gert. Apuesto a que siempre te dijeron que eras el más parecido a él, físicamente y en carácter y también podría asegurar casi con certeza que eras el favorito. Igual que yo soy igual a mi abuela, aunque en mi caso no tenía chance de no ser su favorita.

Al ver que Sebastien no reaccionaba, tomó las fotos y le dijo que era mejor que se fueran directamente para la casa de su abuelo; él tenía que haberle dejado algo que le explicara, así como Bertha había hecho con ella, solo que en este caso no lo había encontrado y Gert no había tenido tiempo de avisarle.

Gretchen pagó la cuenta de los dos y se fueron, no sin antes despertar otra vez la curiosidad de los clientes que los miraron aún más sorprendidos que al entrar, seguramente porque esta vez, esos dos sujetos extraños y diferentes se iban juntos.

Durante el camino, Sebastien trataba de ordenar sus pensamientos y toda la información que estaba cayéndole encima como si fuera una avalancha imparable en la cual se estaba hundiendo. Lo único que tuvo claro es que esta mujer, Gretchen, no solo sabía su nombre, sino que también sabía el nombre de su abuelo, y estaba muy seguro de no haberlo mencionado. Era casi de lo único que podía estar seguro en ese momento.

Abrió la puerta, encendió las luces, se sacó el abrigo casi como un autómata y la invitó a sentarse. Ella parecía bastante tranquila con la situación, como si fuera algo que uno viviera una o dos veces al año. Sacó algo más de su cartera: esta vez no eran fotos sino una especie de libreta de color negro, atada con una cinta. La deslizó hacia él.

—Este es un diario o un cuaderno de instrucciones, como prefieras verlo. Son pasos detallados para llevar adelante un plan, una misión que nos toca cumplir. Bertha detalló todo y por eso sabía de antes tu nombre, el nombre de tu abuelo y también sabía que ibas a aparecer en la casa de té que ellos tanto frecuentaban. El único problema es que tenemos que encontrar a Alexander para poder cumplir con la tarea que nuestros abuelos nos encomendaron.

—Te soy sincero, no entiendo nada. ¿Una misión? ¿Alexander?

—Si, Alexander es el tercer nieto. Es el que falta, se supone que debería haberlo encontrado, pero no lo he visto aún, algo puede haber fallado. ¿Te acordas del hombre de la foto, el que estaba junto a Gert y a Bertha? Ese era Dieter, el abuelo de Alexander.

—Pero tu abuela te dejó una explicación, mientras que el mío no lo hizo, esto no tiene sentido, es toda una locura y te veo tan tranquila y tomando todo este asunto tan natural que no puedo creerlo. Por un lado, te creo porque todo esto es lo más inverosímil que pueda existir, pero por otro no se si ya me volví totalmente loco. Confío en lo que me decís como por un instinto, pero cuando lo razono, entonces aparecen las dudas, los miedos.

—Todo eso es lógico y lo entiendo. Yo pasé por algo así solo que estaba en mi casa y con mi abuela en persona, aún viva y ella, además de dejarme este diario, me explicó todo. Por eso creo que lo mejor va a ser que busques algo similar que tiene que estar acá, en algún lugar y que tu abuelo dejó para vos, para que lo encuentres. Y después, con toda la tranquilidad que sea posible, tenés que leer ambos diarios. Yo estoy dispuesta a ayudarte a buscarlo si me lo permitis y ojalá puedas entender todo lo antes posible y así tal vez entre los dos también encontremos a Alexander.

Resignado, aceptó la oferta. No iba a poder con todo eso solo, seguramente ella tendría al menos mas respuestas a sus preguntas. Se veía como si ya hubiera pasado la etapa de negación (que aparentemente él estaba transitando) y ya estuviera en la de la aceptación, lo cual sería de gran ayuda.

Empezaron a buscar con cuidado, pensando qué lugar podría ser especial y a la vez lo suficientemente secreto para evitar que cayera en manos equivocadas. Revisaron los cajones de la cocina, el aparador, el placard entero y las mesas de luz. Nada que se pareciera a un diario o a un cuaderno, solo libros y algún anotador con cifras y cuentas.

Hasta que casi por casualidad, Sebastien decidió sacar los cajones de la cómoda porque si algo había caído hacia atrás, cuando al quitar el tercer cajón notó algo pegado en la pared del fondo. Era un sobre de papel madera bastante grueso, un rectángulo del tamaño de una hoja A5. Lo despegó porque, aún antes de abrir el sobre ya sabía bien lo que contenía.

Gretchen decidió dejarlo solo en la habitación para que pudiera leer con tranquilidad y asimilar toda la información que ella ya conocía por Bertha. Sabía que necesitaría tiempo y respuestas y que le haría muchas preguntas, porque ella ya tenía todo mas claro y lo había aceptado hacía rato. Se fue a comprar comida para los dos: estaba segura que él no había venido preparado como ella.

Sebastien se sentó en la cama con las piernas estiradas, apoyo la espalda en los almohadones y trató de acomodarse lo mejor posible para enfrentar esas palabras que formaban los párrafos de una especie de carta o mensaje que su abuelo le había dejado, al menos según lo que le había dicho Gretchen. No estaba del todo convencido ya que parecía un diario, o una libreta con apuntes hasta que leyó “Querido Seb” y continuó:

Se que cuando leas estas palabras no vas a creerlo al principio, pero ¿alguna vez te mentí? Jamás haría algo que te dañara y justamente es por eso que tenés una misión muy importante que cumplir. Completarla va a influir en tu presente y en el de otras personas al mismo tiempo.

Espero ya hayas conocido a tus compañeros, no queríamos enviarlos a ninguno de ustedes a enmendar un error que cometimos muchos años atrás, pero es menester que lo hagan. Confiamos en que podrán y que no correrán un peligro mientras permanezcan juntos.

Me hubiera gustado poder explicarte esto en persona y temo que no me lo perdones nunca pero siempre tuve la esperanza de que, al saber toda la verdad, podrías entender y perdonarme. Sin dar más rodeos, quiero explicarte lo que no pude antes de partir.

Durante el año en el que seguramente ahora estás viviendo, 1939 y precisamente en octubre, comenzamos a planear, con un grupo de rebeldes de este régimen del que ya conoces mucho (aunque no todo como quienes lo hemos vivido) planeamos una serie de atentados contra el innombrable; sabes que solo podía hablar de este tema con vos y nunca pude mencionar su nombre. Todos parecían una mala idea, especialmente considerando que ya otros lo habían intentado y todos habían fallado. A veces llegamos a creer lo que él mismo creía: que era un semidios, un enviado para cumplir una misión en este mundo que lo cambiaría todo.

Un día decidimos entre Bertha, Dieter y yo ser quienes podríamos lograr finalizar lo que otros antes no pudieron. Dieter tenía un hermano que era relojero y carpintero y no dudó en pedirle que se nos uniera ya que con sus conocimientos y herramientas algo podríamos hacer.

La historia del intento de atentado en la cervecería Bürgerbräukeller ya lo conocés: Georg, el hermano de Dieter creó un dispositivo muy eficaz y confiable, tanto así que funcionó solo que no como lo esperábamos. El dispositivo fue preparado para explotar durante el discurso que AH daría en ese lugar y que duraría hasta las 22. Pero, como ya conocemos, aunque no sabemos porqué razón decidió terminarlo de forma abrupta a las 21.07 y trece minutos después la bomba explotó y mató a siete personas inocentes.

¿Te das cuenta que ese monstruo tenía un instinto, o un Don o lo que sea por lo que lograba escapar una y otra vez de la muerte? Fallamos y jamás pudimos personarnos las consecuencias de nuestro acto; no solo no funcionó, sino que matamos a esos siete inocentes y a tantos otros que no hubieran padecido todas las atrocidades a las que fueron sometidos, si nuestro plan hubiera funcionando.

Teníamos que encontrar la forma de solucionarlo, aunque claro, cómo volver el tiempo atrás. Había entre nuestro grupo 3 hombres que tenían acceso a varias armas que se estaban desarrollando, varios experimentos con diferentes sustancias, elementos. Ellos trabajaban como científicos para el gobierno porque estaban amenazados, no tenían opción hasta que nos dimos cuenta de que podrían ser muy útiles, podrían ser nuestros ojos y oídos y tomar ventaja de esa posición. Eso los motivó a seguir adelante, les dio una razón para seguir.

Luego de algunos años (casi hasta el final de la guerra) estuvieron buscando la forma de realizar viajes en el tiempo hasta que dieron con una manera de hacerlo, no la que pensábamos, pero que serviría. Y desarrollaron un elemento. Sé que ya te diste cuenta que se trata de los broches que ustedes tienen. No voy a explicarte acá como lo logramos, ni con qué, pero solo podía dar resultado al usarlo muchísimos años después del incidente para poder volver. Sabíamos que nosotros no podríamos hacerlo o bien porque no estaríamos o bien porque seríamos demasiado viejos, entonces deberían ser nuestros nietos, si los teníamos.

La misión que tienen es lograr evitar ese atentado y salvar a esas siete personas. No vamos a poder cambiar toda la historia, sería mejor hacer que la bomba explotara antes, pero eso no es posible: solo podemos salvar a esas siete personas y cuando lo logren y regresen a su tiempo, entenderán porqué.

Confío en que ahora estarás mas tranquilo, en lugar de creer que estás loco o en un sueño. Vamos a estar cuidándolos y con el tiempo sabrán más, aunque ahora sería demasiado para asimilar.

Con todo mi amor, tu abuelo quien estará guiándote en cada paso.

Después de leer todo y de haber perdido la noción del tiempo de tan atento a las palabras de su abuelo, que eran como si estuvieran saliendo de su boca, escuchó algunos ruidos que venían de la cocina. Se levantó y vio a Gretchen poniendo la mesa para dos y sacando una buena cantidad de paquetes con comida, que por cierto olían muy bien.

—Me parece que te va a venir bien la comida y, sobre todo, el vino que traje. ¿Impactante no es cierto? Al principio, me veía igual que vos, me refiero a la expresión de tu cara. Y tampoco se cómo lograron todo esto, no tengo idea cómo funciona y tampoco sé cómo vamos a volver. Supongo que nos queda confiar y, principalmente, encontrar a Alexander.

Mientras cenaban, Sebastien le preguntó sobre Alexander. ¿Por qué no se había reunido con ellos y aún no había aparecido? ¿Cómo sabría dónde encontrarlo? Y lo mas importante, ¿qué pasaría si nunca lo encontraban?

—Según lo que se, primero nos íbamos a encontrar nosotros, en la casa de té y por eso estuve ahí toda la tarde. En esta cuestión de viajar al pasado a través de un simple broche sin saber que tenías que hacerlo, no había forma de saber cuándo iba a pasar…incluso si iba a pasar. Desconozco si Alexander está enterado ya de todo, si está en una situación como la tuya y solo debemos esperar que por casualidad se le ocurra encontrar el broche y el resto de la historia que ya conoces.

—No son noticias alentadoras, cómo podemos estar seguros siquiera de que lo va a encontrar, incluso si visitará la casa de su abuelo para revisar sus cosas como hice yo mismo. ¿Y si no tiene tiempo, o envía a otra persona a hacerlo en su lugar?

—No vamos a tener otra opción que ir todos los días a la casa de té a esperarlo. Yo lo hice, ahora al menos somos dos, podemos compartir la espera. Y tener Fe.

Y así, al día siguiente se fueron para la casa de té. No entraron directamente, sino que caminaron por los alrededores, como para no levantar sospechas y pasar todo el día encerrados. Si el tercer miembro de este equipo se dirigía al lugar, lo verían de todas maneras.

Así pasaron dos días completos, caminando con frío por los alrededores, a veces sin decir una palabra y otras hablando sobre lo que veían, cuán diferente era la vida en ese momento, mas como una forma de evadirse y aliviar la preocupación por la espera.

Al tercer día, mientras los dos estaban sentados en un banco del parque frente a la casa de té, notaron a un hombre con una actitud extraña, mirando todo a su alrededor con ojos de sorpresa y un destello de horror, sin saber qué hacer. A pesar de que su aspecto no era tan similar al que ellos esperaban, ya que suponían que también luciría como su abuelo, al igual que ellos, la actitud y algo en el rostro les decía que era el hombre al que habían estado esperando.

Decidieron acercarse con cautela para no sorprenderlo porque no sabían si ya tendría toda la información o estaba totalmente desconcertado como lo había estado Sebastien. No querían asustarlo ni que saliera corriendo, teniendo en cuenta la inseguridad de sus movimientos. Pero en cuanto cruzaron la calle y se acercaron un poco, el hombre abrió sus ojos como platos y esbozó una sonrisa que relajó completamente su rostro adusto e, inmediatamente se reconocieron. Sebastien se sintió bien de no tener que escuchar nuevamente toda la explicación y enfrentar la reacción del sujeto, que tal vez los tomaría por locos, pero al mismo tiempo, notó una gran desilusión ya era el único que llegó allí sin tener idea de lo que le pasaba.

Alexander estaba tan contento y aliviado que los abrazó como si fueran ex compañeros de escuela que se encontraban después de años. Prefirieron no entrar al lugar y seguir hacia el parque. Era claro que ahora solo quedaba encontrar la forma de enmendar el error de sus abuelos, pero ni Gretchen ni Sebastien tenían idea.

Y era ahora, cuando lo iban a descubrir. Esto lo supo Sebastien en cuanto Alexander comenzó a hablar y a explicar una serie de acciones que leía de un anotador de gran tamaño lleno de palabras azules escritas a mano y dibujos, gráficos en color negro y algunos a lápiz. Gretchen no parecía sorprendida de que él tuviera todo eso. Entonces, nuevamente se sintió fuera. “¿Para qué estoy acá, para qué me necesitan si ustedes son los que tienen toda la información, el plan, y yo en cambio soy el único que llegó sin tener idea de nada?”, lo dijo con un tono molesto pero su enojo no era hacia ellos sino hacia su abuelo.

Gretchen y Alex inmediatamente lo entendieron y no tomaron ese tono como algo personal. No sabían bien porqué el abuelo había decidido no contarle todo antes y tampoco porqué no le había dado muchos detalles, pero sí sabían que, sin él, el plan no podría funcionar.

Pasaron cinco días y cinco noches casi sin dormir, preparando todo. Alexander era quien tenía en su poder el artilugio protagonista del ataque frustrado; se encontraba en el taller de su tío que aún estaba en perfecto estado (ahora que habían viajado al año 1939 porque en la actualidad ya no existía, había sido destruido totalmente durante la guerra). Tenían que trabajar en él, siguiendo todas las instrucciones que les habían dejado.

No se le había ocurrido antes pensarlo, pero durante un momento de descanso, Sebastien les preguntó a sus dos compañeros cómo era posible que no se cruzaran con sus abuelos, con el tío relojero en su taller. Parecía como si no hubieran estado ahí. Si viajaron al pasado, ¿no deberían verlos, estar ahí, cruzarlos?

Ambos se miraron como decidiendo quién le iba a explicar otra de las cosas de las que no sabía nada. Al final, Gretchen empezó a hablar, era buena con las palabras. En su vida cotidiana, en el 2022 ella tenía una carrera en Relaciones Internacionales y además de saber varios idiomas, era muy buena para tratar con gente y muy persuasiva.

—Realmente hemos viajado al pasado, pero como si estuviéramos en un intervalo, no estamos realmente en ese momento tal cual pasó. Nosotros somos ellos, por eso ellos no están. Nosotros acá ocupamos el lugar de nuestros abuelos ya que luego de fallecer no pueden aparecer tampoco en el pasado. No puede hacerse, por eso la misión fue dirigida a nosotros y en cierta forma, has visto que somos idénticos, los tres a cada uno de nuestros abuelos. Juro que no se como es posible, tal vez con todo el conocimiento y experimentos que hicieron en esa época…quien sabe. Eso sí que prefiero no saberlo, pero la cuestión es que acá somos ellos.

La mirada de Sebastien no mostraba ya más sorpresas, se había resignado a seguir recibiendo más y más información, cada una mas inverosímil que la anterior. No había nada que lo pudiera ya descolocar. Gretchen, al mismo tiempo había hecho una pausa en su explicación para observarlo y, como lo notó bastante tranquilo y sin mostrar horror o incredulidad, continuó:

—¿Seguramente te preguntarás porqué entonces no está Dieter, el tío abuelo de Alex, si nosotros estamos representando a nuestros abuelos, ¿quién lo representa? Y este es el motivo por el cual era fundamental que lo encontráramos. Dieter, unos años después del atentado se tuvo que esconder durante un tiempo, escapando constantemente. Pronto comenzó a sentir como si todos lo vigilaran y lo persiguieran. Un día no soportó mas y decidió acabar con todo ese sufrimiento, también porque se sentía el mayor responsable de la muerte de esos siete inocentes. No solo está muerto como nuestros abuelos, por lo cual tampoco podría viajar en el tiempo, sino que se suicidó hace muchos años y eso lo hacía aún más imposible. La razón tampoco la sé y es otra de las cosas que prefiero que continúen bajo el velo de la ignorancia. Tanta información podría enloquecerme.

—¿Y no sería mas fácil, digo, directamente destruir ese aparato, porque si nadie lo lleva al bar, acá no ha pasado nada? A mi me parece lo más lógico.

Esta vez, Alex levantó la cabeza del aparato y fue quien respondió:

—Tu lógica es correcta amigo, pero como ya te habrás dado cuenta, desde que llegaste no hay nada lógico en todo esto. Si partimos del hecho de que estamos en 1939 por haber viajado a través de un broche y que nos vemos como nuestros abuelos (bueno yo ahora quizá no tanto, pero porque mi estilo de vida es muy diferente y no me di cuenta que pensarlo antes de llegar con el pelo largo y barba), todo esto es muy raro. La cuestión es que no podemos intervenir en todo el desarrollo de la historia, el atentado debe existir, mi tío tiene que pasar por lo que pasó.

—Entonces, ni hablar de hacer que el atentado surta el efecto para el cual fue diseñado porque eso si sería EL cambio, ¿o me equivoco?, preguntó Sebastien ya entendiendo todo, o casi todo dentro de una situación imposible.

—Exacto amigo, tu lógica ahora es acorde a todo. No voy a negarte que me encantaría cambiar todo, pero sabemos que intervenir en el pasado lo cambia todo y no sabemos que consecuencias podría tener. No se puede hacer, además. Y cuando digo que lo sabemos es porque es algo obvio, no porque alguien lo haya intentado antes…al menos eso creo.

Alex era el más alegre de los tres, al menos el que se tomaba todo con un poco de humor. No parecía hacerse problema, seguía las instrucciones con naturalidad y solo quería terminar para volver a su vida, a la que había elegido y que le había costado mucho, como pronto iban a descubrir.

Mientras estaban en una pausa para comer, les contó que durante años había sido CEO de una empresa y que siempre vivía estresado, si se podía decir que vivía. Un día tuvo un colapso y después de recuperarse dejó su puesto, vendió todo lo que tenía y que no podía disfrutar, se compró un Motorhome con todas las comodidades (tampoco tenía ganas de pasar privaciones) y comenzó una vida como nómade. Si un lugar le gustaba, se quedaba el tiempo que fuera necesario. Por eso su aspecto. Y por eso era al que más miraban en la calle.

—Una vez, mientras estaba sentado en la plaza esperando verlos pasar cerca, alguien me dio una limosna. Bueno, no estuvo mal la idea ya que no tenía nada así que tomé ventaja de eso y me puse a pedir. Así, pude tomar una buena merienda en la casa de té. Mi vida me lleva a encontrar todas las soluciones posibles y formas de ganarme la vida.

Fue un momento de los más cómodos que habían vivido desde su llegada, casi se habían olvidado de la realidad en la que se encontraban, pero ahora había que seguir trabajando, ya faltaban los últimos ajustes.

Terminaron a altas horas de la madrugada porque la fecha clave era al día siguiente y eso se debía respetar a rajatabla. Ninguno se dio cuenta cuándo se quedó dormido, vestidos y agotados. En cuanto los primeros rayos de sol se empezaron a filtrar por la ventana, haciendo danzar las partículas de polvo alrededor como si fuera una pequeña galaxia, se despertaron con una ansiedad desconocida, una sensación de urgencia, la de quien sabe que se dirige a cumplir con algo definitivo.

Bebieron un poco de café para despabilarse, tomaron sus cosas y todo lo necesario y, esta vez, todos llevaron sus broches prendidos a las solapas. Caminaron por las calles, mezclándose entre la gente, cubiertos hasta la nariz, un poco por el frío y otro para evitar miradas, y se dirigieron a la estación en la que tomarían un tren que los llevaría hasta la ciudad de Múnich en donde se encontraba la cervecería.

El recorrido era de casi 600 kilómetros y los trenes de esa época no eran los que ellos ahora conocían y que hacían ese viaje en algo más de tres horas, por eso salieron con tiempo para llegar a la estación y tomar el tren de las 13.30. No querían que alguna demora arruinara todo por lo que habían trabajado, tanto ellos ahora como sus abuelos a lo largo de los años.

Al llegar a Múnich, se encontraron con una ciudad desconocida, casi como les había pasado con Berlín, aunque aquí encontraron mucha propaganda, anuncios de discursos del Führer, hasta que uno en particular los dejó paralizados a los tres: era el anuncio del discurso que daría en un par de horas en la cervecería en la que ellos tenían que cambiar la historia.

Prepararon todo lo necesario, el plan ya había sido armado y repasado meticulosamente: Gretchen y Sebastien entrarían como dos clientes, mientras Alexander se colaba para colocar la bomba en una de las columnas, tal como lo había hecho su tío abuelo. Sabían que el plan no iba a fallar, llegado a ese punto, si seguían los pasos exactos que sus abuelos habían dado 80 años atrás. El tema era lograr cambiar la otra parte.

Mientras Alex se disponía a colocar el explosivo y programarlo, Gretchen y Sebastien comenzaron a preguntar sobre la ciudad fingiendo haber llegado especialmente para presenciar por primera vez un discurso de su “gran” líder. Así, ganaron la confianza de los asistentes que se les acercaron a hablar con gran entusiasmo.

Lo que jamás hubieran imaginado vivir dentro de toda esa locura, era ver al tan temido líder en persona. Los tres sintieron un terror visceral, odio, nervios, todas las peores sensaciones a la vez. Sabían que llegaría ese momento porque era parte del plan, pero nunca habían querido pensarlo ni hablarlo. Ahora creían que tal vez hubiera sido bueno mentalizarse, aunque quién podría estar preparado para semejante encuentro.

El discurso comenzó y, además de todo lo malo, tuvieron que comenzar a fingir entusiasmo y dar vítores y aplausos a ese ser que despreciaban, porque al principio estaban tan consternados que ninguno se movía y el resto de los asistentes empezaron a mirarlos de reojo. A fuerza de toda la voluntad de la que disponían, empezaron su acto y las cosas se relajaron, incluso algunos asistentes levantaban su vaso de cerveza hacia ellos.

A las 9.07 tal como ellos ya sabían, el Führer abandonó repentinamente su discurso, dejando a todos un poco sorprendidos y sin entender qué había pasado. En este sentido, fue algo bueno para ellos ya que no tenían que disimular más su consternación, aunque en su caso no era por el mismo motivo.

—¿Y ahora qué? ¿Cómo sabemos cuáles son esas siete personas que debemos salvar?, preguntó Sebastien.

—Sabemos que seis de ellos son los empleados que estaban cerca del escenario desarmando todo. Son empleados que formaban parte de la resistencia claro que, bajo las sombras, por eso no fue difícil para Dierter colocar la bomba. Pero, hay una persona más y, según las instrucciones, el único que puede reconocerla sos vos, Sebastien.

—¿Yo? ¿Estás loco? Soy el único que no sabe nada, que llegó sin tener idea de lo que pasaba, pensando que estaba loco y ahora resulta que soy el que sabe quien es nuestro séptimo salvado. ¡No lo puedo creer, todos están locos!

—Tranquilo, por eso tu abuelo no te pudo contar nada de antemano, seguro que te hubieras asustado o, peor aún, hubieras creído que estaba senil por su avanzada edad. Una persona de casi 100 años te cuenta algo así y seguramente vos le hubieras creído, ¿no es cierto? Por eso la carta fue escrita hace años, así como las instrucciones, la carta de mi abuela, todo. Pero el miembro que tenía una misión más difícil eras vos. Nosotros podemos reconocer fácilmente a los empleados, pero vos tenés que determinar quién es esa otra persona. Si tu abuelo y los nuestros, así como Dieter confiaron en que todo sería como lo planearon, tenés que dejar de enojarte y ponerte a observar. Y confiar en tus instintos.

Ante semejante contundencia empezó a caminar alrededor del lugar, aprovechando que todos estaban confundidos, haciéndose preguntas. Miraba a todos, uno por uno. Nadie le parecía especial, en su cabeza mucha de esa gente era tan mala como el que dio el discurso. El tiempo pasaba y su desesperación aumentaba.

Sus compañeros se habían acercado al grupo de trabajadores, y si bien no podían decirles la verdad, inventaron una excusa sobre una información que habían recibido en Berlín en donde ellos mismos eran parte de un grupo de disidentes y que por eso, venían a advertirles de un plan del gobierno para matarlos ya que los habían descubierto. El discurso fue una fachada y por eso terminó abruptamente. Al grupo de empleados esto les pareció mas que convincente por lo que fue fácil hacerlos salir.

Mientras tanto, Sebastien ya estaba a punto de darse por vencido, pero sabía que no podía, menos aún cuando sus amigos (ya consideraba que podía considerarlos como tales) habían cumplido su misión sin problemas y casi sin demora. Decidió ir hacia la cocina, el único lugar al que no había llegado.

Se acercó lentamente y abrió la puerta vaivén con cuidado por si acaso había alguien adentro, o mas de una persona que tomara su irrupción de manera sospechosa. Solo había una mujer de espaldas, parecía concentrada en los quehaceres de la cocina, se notaba que era la única en ese momento para hacer todo: lavaba, secaba, preparaba, guardaba.

—¿Disculpe? Quería consultarle algo, pero veo que está muy ocupada.

Cuando la mujer se dio vuelta, Sebastien sintió que su corazón se había detenido por unos segundos. Fue aún más impactante que cuando se levantó después del destello del espejo, que ya parecía haber quedado décadas atrás. La mujer lo miró con ternura, sin miedo primero y luego sus ojos bajaron hacia el broche que tenía en la solapa. Los dos se quedaron mirándose. La mujer era idéntica a su esposa…era ella, sin dudas. Y también llevaba el broche.

Después de lo que pareció una eternidad, Sebastien tuvo miedo de que casi fueran las 10 y todo volara por los aires, matando a esta mujer quien, evidentemente era la séptima a ser rescatada y también a él mismo que ni siquiera pertenecía a esa época. ¿Qué pasaría si la explosión lo mataba?

La mujer no dudó un minuto, como si hubiera leído sus pensamientos, se quitó el delantal y se fue hacia atrás de unas heladeras. A los pocos segundos, apareció con a una niña de unos 8 o 9 años en brazos y salió corriendo detrás de Sebastien hasta reunirse con el resto del grupo en la esquina del lugar. En ese punto, se separaron de los otros seis personajes de la historia, pero la tercera se quedó con ellos unos minutos más para agradecerles que la salvaran, especialmente a la niña.

Tanto Gretchen como Alex la miraron sorprendidos, porque no imaginaban cómo Sebastien supo que era ella. Al instante, otra cosa los sorprendió aún más y a la vez, los hizo comprender cómo la había reconocido: llevaba el mismo broche que sus abuelos les habían dejado.

Lo que no sabían era que él la había reconocido antes de ver el broche. Cuando la mujer, que era un poco mayor que ellos, se despidió, los tres se fueron otra vez a la estación a desandar todo el camino que los había llevado allí.

En todo el trayecto casi no hablaron, ya no tenían más energía, y no querían ponerse a pensar cómo regresarían ahora que ya habían completado la misión. Aún así, el que peor estaba era Sebastien. No hablaba, al igual que ellos, pero su mirada estaba como extraviada, como si estuviera hipnotizado.

Después del largo viaje, llegaron todos a la casa que había sido de Gert y que les había servido como un cuartel de operaciones. No tenían ya mas fuerzas, ni siquiera para comer. Pero Gretchen era una mente curiosa, y con las pocas fuerzas que le quedaban logró articular:

—¿Cómo supiste que era la mujer? ¿Fue por el broche, no es cierto? No nos dijo nada del broche, no sabemos si era parte del grupo.

—No fue por el broche, eso lo vi después. Fue por su cara. Es igual a mi esposa, pero con más edad. En un momento creí que era ella que también había viajado, pero al no reconocerme supe que no; además era más grande y algo era diferente en su forma de caminar. Por el resto, era un calco.

Después de escuchar esto, Alex también usó sus últimas reservas y se les acercó. No sabían quién era. Tampoco cómo había conseguido el broche. Y menos aún, porqué se parecía a la esposa de Sebastien.

—¿Tal vez se trataba de la abuela de tu esposa, así como nosotros somos iguales a los nuestros. Lo raro es como ella, incluso siendo mayor, estaba ahí mientras que para el resto es algo imposible. Algo no cierra.

—La abuela de Liese, mi esposa, murió cuando ella era adolescente y, además era más joven que nuestros abuelos por lo cual no vivió esta época. Su familia había abandonado Alemania para ir a Norteamérica. No puede ser ella. De hecho, su abuela ya nació allá.

Esa noche cayeron rendidos, sin comer, sin terminar siquiera la conversación. Se despertaron casi al mediodía con un agotamiento sobrenatural. Los viajes en el tiempo no eran algo de todos los días, no podían ser algo sin consecuencias para el cuerpo y menos para la mente.

Decidieron tomar el día lo más normal posible. Después de ducharse, cambiarse de ropa y desayunar algo, sobre todo café para lograr algo de lucidez, Sebastien se les acercó casi corriendo desde la habitación mostrándoles un papel amarillento doblado en dos.

—Lo acabo de encontrar en el bolsillo del abrigo que llevaba ayer. Les juro que antes no lo tenía, ya había revisado todos los bolsillos buscando la carta de mi abuelo. No estaba.

—Bueno hombre, vamos a leerla ya mismo. Puede que no sea nada, pero algo me dice que puede ser realmente importante, le dijo Alex. Entonces los tres se sentaron en el sofá y contemplaron cómo las manos de Sebastien lentamente desdoblaban la carta, que decía:

Querido Sebastien: como te dije mi querido nieto, siempre iba a cuidarte de alguna manera, así como lo planeamos con los abuelos de tus amigos. Estamos orgullosos de ustedes. Y digo amigos porque nadie que comparta algo tan íntimo, único y que guardarán por siempre, puede evitar estar unido para siempre, como lo estuvimos nosotros y así seguiremos a través de ustedes tres.

Era muy importante salvar a esas seis personas porque fueron una parte fundamental de todo esto, fueron quienes trabajaron con nosotros en el desarrollo de muchas cosas de las que aun no puedo hablar pero que seguro ya habrán conocido y conocerán en un futuro próximo.

Ahora que salvaste a Liese (sí, no solo se veía igual a tu esposa, sino que llevan el mismo nombre) puedo decirte la verdad: estaba seguro que, llegado el momento, sabrías que hacer, pero no podía explicarte nada antes porque destrozaría tus emociones y afectaría todo el plan.

Liese era la hermana de la bisabuela de tu esposa. Era unos 20 años mayor que ella y cuando murieron sus padres cumplió el rol de madre. A partir de ese momento, dejó todo y se mudó a Múnich donde le ofrecían un trabajo y eso le servía para mantener a su hermana que dependía completamente de ella.

Tenía el broche porque ella era parte del proyecto, pero luego lo dejó todo y claro que la entendimos. Tenia a cuestas una gran responsabilidad. Su hermana era todo lo que tenía. Nunca se casó y se dedicó a ser la madre de la pequeña Helga.

Después de nuestro fallido atentado, nos enteramos de la gran desgracia: la noticia salió en todos los diarios de Alemania y a los dos días aparecieron los nombres de las víctimas: nuestros amigos y una mujer llamada Liese que había muerto con “su hija” a la que ese día había llevado al trabajo porque no tenía quien la cuidara.

Si no la hubieras salvado entonces tu esposa no hubiera nacido. Helga hubiera muerto junto con su hermana, que además era nuestra amiga y por un error nosotros la habíamos matado.

Muchos años después, ya cuando Liese falleció, Helga decidió marcharse a América porque no podía soportar el dolor de haber perdido a quien había sido su madre, su hermana, su padre, su amiga.

Allí se casó y tuvo a su única hija. La abuela de tu esposa. Cuando Helga le contó a su hija sobre su pasado, su infancia y todo lo que su hermana había hecho por ella, su hija le prometió que, si algún dial ella misma tenia una niña la llamaría Liese en su honor, Y claro que lo cumplió, es más, lo convirtieron en una tradición. El resto de la historia ya la conoces.

No podíamos permitir que nuestros amigos murieran por nuestra culpa y yo, además, no podía permitirme destruir tu vida, por eso no pude contártelo todo.

Creo que ahora todos nos entenderán y confío Seb que ya podrás perdonar mi silencio.

¿Qué más podían decir? Se quedaron sin palabras, todos emocionados y sintiéndose libres, al mismo tiempo que tomaban conciencia de los riesgos y la gran responsabilidad con la que habían cargado todo ese tiempo. Ya era hora de regresar.

Los tres enlazaron sus brazos por el codo, uno al lado del otro frente al espejo de la habitación de Gert, y al mismo tiempo, llevaron sus manos a sus respectivos broches. Esta vez, el destello fue como una explosión nuclear, como si los hubiera desintegrado.

Sebastien se levantó de nuevo en la cama de su abuelo, pero esta vez estaba solo. Lo primero que hizo fue asomarse a la ventana: vio la Berlín que conocía. Los edificios modernos, los autos con pantallas, la gente hablando por celular. Había vuelto. ¿O todo había sido un sueño?

Se acordó de su celular y fue a buscarlo a donde lo había visto por última vez. Ahí estaba, en el cajón de la mesita de luz, casi sin batería y con muchísimos mensajes de su familia y llamadas de su esposa. Tenía que salir y conseguir un cargador porque no iba a alcanzarle para todo, solo le envió un mensaje a Liese en el que decía que estaba todo bien, solo que se había puesto a recordar y a revisar tantas cosas que había perdido la noción del tiempo. En realidad, no sabía cuánto había dormido.

¿Cómo podía haber soñado algo tan real? Además, la historia de su esposa…cuando llegara a casa le preguntaría por los detalles. No conocía mucho sobre su bisabuela. Ni siquiera había conocido a la abuela. También se preguntaba cómo había visto tan reales a sus compañeros de aventuras.

Se abrigó con su ropa de siempre y salió para buscar un cargador. Mientras caminaba, recordó la casa de té. Algo lo impulsó a ir hacia allí. No era la misma, pero funcionaba un café de autor, algo más actual. Paradójicamente, el ambiente se parecía mucho. Algo bohemio flotaba en el aire, a pesar de la decoración moderna.

No pudo resistir y decidió entrar, qué mal le haría tomar un café, al contrario, después de semejante noche le caería como los dioses. Mientras esperaba, lo invadió una ola de nostalgia. Extrañaba a sus amigos, aunque no fueran mas que producto de su imaginación.

La camarera llegó con su café extra grande y se dispuso a saborearlo, se lo merecía. Además, el frío seguía siendo el mismo, eso no había cambiado. Mientras daba los primeros sorbos escuchó unas voces que venían de la puerta, voces que le parecían conocidas. Y luego, una de esas voces pronunció su nombre.

—¡Sabíamos que acá ibas a estar esperándonos!, dijo Alex con su voz alegre.

—Si, estábamos seguros que tu adicción al café, sumada a un poco de nostalgia, te iba a traer directamente. ¡Qué aventura pasamos! Estoy tan feliz de que todo haya terminado que no puedo contenerme, dijo Gretchen con una alegría que la hacía sonreír sin poder controlarse.

Ante la cara de incredulidad de Sebastien, los otros dos se miraron con complicidad y se echaron a reír a carcajadas.

—No nos digas… ¿Estabas convencido que te habías despertado de un sueño? No amigo, no te ibas a librar de nosotros así de fácil, acordate que tu abuelo fue claro. Unidos para siempre.

July 14, 2022, 7:22 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Melisa Siciliano Ante todo soy una soñadora y tengo mucha imaginación, por eso me gusta escribir y volcarla en historias. Hace poco tiempo decidí compartir lo que hago, porque sino ¿cuál es el punto de escribir si no lo puedo compartir con otros? Me gusta escribir de por si, todo el proceso de crear personajes, darles una vida. Pero creo que es bueno compartir. Soy profe de inglés. Me gustan las letras y amo leer de todo.

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