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Martina Toscano


Elisa sigue vagando por el castillo donde murieron ella y su amor, Ludwig.


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El fantasma de Elisa

El cielo anaranjado, y un poco violáceo también, se deja ver por las altas ventanas del castillo, castillo gris y frío que fue siendo abandonado poco a poco.

Primero se fue papá: lo encontramos con una botella de alcohol en la mano. Luego, fue el turno de mamá, que tuvo la muerte más romántica y novelera de los tres. No mucho después, seguí yo.

Me fui una noche alumbrada solo por velas que se iban consumiendo lentamente y que dejaban caer la cera derretida en el bronce de los candelabros. La luz cada vez iluminaba menos, y, sin darme cuenta, en algún momento solo quedó la sombra de nuestros cuerpos desolados, varados entre la penumbra y la gelidez de una habitación que en algún momento fue nuestra.

A las cuatro de la mañana, mi hermana cerró suavemente mis ojos con la yema de sus dedos, casi teniendo miedo de despertarme. Paralelamente, aunque en la misma habitación, convivía Ludwig, que sostenía mi mano con firmeza, con el deseo de poder aferrarme al mundo de los vivos y evitar que me fuera.

Parece que lo logró, porque desde ese momento paso mis noches en vela, observando a quienes allí duermen; y mis días, vagando por las grandes habitaciones de esa construcción, que cuando era niña me parecía monumental, pero que hoy tan solo es un lugar gris y sin vida.

A veces, cuando me aburro un poco, canto. Los huéspedes suelen asustarse, y miran para todos lados buscando el sonido de mi voz. Voz que a veces apago, casi rota, recordando que alguna vez canté y Ludwig tocó el piano para mí, acompañándome.

Cuando se marchó, recostado en el mismo lugar en el que alguna vez morí yo también, en la gran habitación principal que hoy es habitada por unos desconocidos; yo estuve allí. Miré, con lágrimas en los ojos y con la emoción a flor de piel, cómo él me veía e intentaba tomar mi pálida mano, que parecía transparente. Al doctor le parecía una escena digna de una obra de teatro, como si se tratara de Romeo agonizando por Julieta.

Me pregunto dónde estará, hacia dónde se marchó. Si me busca, o siquiera si aún me recuerda. Creí que estábamos destinados a ser en este gran castillo en el que alguna vez fuimos, y en el que morimos. O tal vez, él logró marcharse; logró aquella libertad que tanto busco yo hace siglos.

Mi vestido blanco ya está desgastado de tanto ser arrastrado; la gente viene y va, olvidando que ese lugar es nuestro y no de ellos. Mis manos siguen jóvenes y recuerdan las suyas, arrugadas y ásperas, que quedaron impresas en mi piel.

De repente, aquella melodía vuelve a sonar. Ludwig, entre tanto amor y dolor, me condenaste para siempre con esa canción. Mi alma, con ansias de ser liberada, se encuentra encadenada para siempre en el lugar donde, solo un día después de mi partida, mi amor se sentó a escribir una carta de despedida.

La escuché, y solo pude recostarme en ese viejo piano que aún descansaba donde él lo dejó.

June 23, 2022, 10:35 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

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