criandomalvas Tinta Roja

Cogemos un kilo de misterio, lo dejamos macerar en salsa de suspense, le añadimos una pizca de drama y lo preparamos a fuego lento. Para que un guiso esté realmente delicioso, no basta con saber cocinar, hay que poner en él el corazón. Bon apetite.


Thriller/Mystery For over 21 (adults) only.
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Capitulo 1. Ocaso. (Julián)

La noche precede al día, el día a la noche y la tierra sigue girando en esa monótona alternancia, ajena a cualquier otra cosa que no sea ella misma. Mientras, la luna nos oculta su lado más oscuro, entretanto que esperamos a que la mañana nos arroje sin contemplaciones a nuestra cotidianeidad anodina y reiterativa.

Frío y calor, dolor y alegría, después de cada invierno llega el verano y la luz por fin se impone a las tinieblas. Pero, por más que nos duela, el mundo sigue girando y girando y el invierno regresa, con su aliento helado, para convertir en escarcha el corazón de los rechazados.


Mi verano parece tan lejano, tanto, que se me antoja un sueño del que desperté de forma brusca. ¿Por qué algo tan hermoso se volvió una pesadilla? ¿Acaso no merezco el descanso que me ofrecían sus brazos, el consuelo que me brindaban sus besos?

El amor que tanto había añorado, me fue negado por aquellos a los que les era ajeno, pero no, no fue un sueño, fue tan real como lo es la miseria que se ha instalado en estas calles. Miseria por la que se arrastran las almas de los condenados al ostracismo, los repudiados a los que la sociedad ha desterrado a las alcantarillas, los invisibles de los que nadie espera que regresen, a los que nadie echará en falta, nadie se dolerá de su ausencia.


—Amigo, ¿te sobran unas monedas?


He aquí un ejemplo de la decadencia del ser humano.

Sucio y andrajoso, no sabría apreciar a ciencia cierta el color de la piel de una cara que se oculta tras una barba poblada de piojos, ajada por la vida a la intemperie y recubierta de costras de mugre.

Me mira con la mano extendida, esperando que las monedas caigan del cielo lo mismo que lluvia.

—Toma.

El mendigo sonríe, pronto su semblante se ensombrece y me mira con una mezcla de ira y decepción.

—¿Qué es esta mierda?

—¿No sabes leer? Ve a esa dirección, di que vienes de parte de Julián y te ofrecerán un plato caliente.

Al darle la espalda lo escucho maldecir.

—¡Panocha maricón!

Incluso aquel gusano se permite despreciarme.

Doy media vuelta, quiero verlo de nuevo para cerciorarme de si estoy haciendo lo correcto. El tipo se ha acurrucado en una esquina, puedo apreciar la mancha que los orines han dejado en su pantalón.

—Preséntate en la puerta de servicio y te llevarán a las cocinas, quizás hasta te den algo de ropa. Algunos clientes se dejan a veces sus abrigos. En la calle hace frío.

El mendigo sigue siendo hostil, aun así recoge la tarjeta que había arrojado al suelo casi al mismo tiempo que se la di.

“Restaurante George´s” rezan las letras de la tarjeta sobre una dirección. El tipo me mira perplejo.

—¿Me tomas el pelo?

—Di que vienes de mi parte y te recibirán con los brazos abiertos. No lo olvides, mi nombre es Julián.


“Restaurante George´s”. Recuerdo cuando ese nombre no significaba nada.

Siquiera la luna se atreve a asomarse a esta callejuela y la única farola que aún conserva su bombilla, parpadea lo mismo que la respiración de un moribundo en sus últimos estertores.

Mi olfato, el que antaño se deleitaba con los aromas más sublimes, ahora se encoge e intenta en vano ignorar el hedor, húmedo y putrefacto, que desprende la basura que me rodea.

El mendigo me llamó “panocha”, mis labios se siguen comprimiendo en una mueca al escuchar un calificativo tan manido y recurrente, una pretendida sonrisa sarcástica, tan habitual, que con el paso del tiempo me ha dejado un pequeño surco en la comisura izquierda de la boca.

“Panocha maricón”, dentro del contexto tiene todo el sentido. ¿Qué otra cosa puede buscar alguien como yo a estas horas en el peor de los suburbios de la ciudad, que el intercambio de dinero por consuelo?

Mi ropa o mi reloj, son una invitación a los ladrones que acechan en la sombra, ladrones y asesinos de la peor calaña. Mi piel lechosa, mi cabello rojizo, mi cuerpo enjuto y mis facciones “delicadas”, piden a gritos un desagradable encuentro con los amigos de lo ajeno.

No tengo miedo, se bien lo que me hago. Estoy en un supermercado, un supermercado donde los jovencitos venden su cuerpo al mejor postor. Sus “amos” velan por el negocio, evitando que los rateros campen a sus anchas desvalijando a los clientes o manoseando la mercancía.

Mis pasos me conducen, ignoran lo que me aconseja el sentido común. Mis pies no se detendrán por mas que mi mente les ruegue que den media vuelta. Soy un “yonki” y necesito de una única cosa, una única cosa que aguarda al cruzar la esquina.

Aquí la iluminación es mejor, todas las farolas están provistas de su correspondiente bombilla y estas gozan de buena salud.

Cada cuerpo tiene su “estand”, en aras de la paz, ninguno ocupará un lugar que no le corresponde. A muchos de ellos ya los conozco, me sonríen obscenos, mostrando lo que tienen para ofrecer. Mis ojos recorren la plaza sopesando la mejor opción y me llama la atención la ausencia de pastores que cuiden del rebaño.

Clavo la mirada en dos pipiolos, carne fresca recién llegada. El chico rubio está muy pálido y tiembla como un flan sobre una lavadora en pleno centrifugado. A su lado, un joven negro, algo mayor, parece que intenta darle ánimos. El resto de los “expuestos” los miran con desdén, algunos incluso con rabia, es fácil intuir que no están “dados de alta” en la empresa.

Al pasar cerca de los chaperos, algunos de ellos intentan retenerme. Los ignoro, ya hice mi elección.


Me sigue lo mismo que un cachorro asustado, observando y sobresaltándose al menor ruido o movimiento. Su amigo negro estuvo un buen rato dándole recomendaciones, mejor se las hubiera guardado para si mismo. Al salir de la plaza asomaron los depredadores, olisqueando y babeando ante la proximidad de la presa. En el peor de los casos, lo obligaran a trabajar para ellos y será su esclavo hasta que el culo no le dé más de sí. En el mejor, lo ahuyentaran con una buena paliza o lo marcarán para que no olvide que ese no es su lugar.

El rubio ha tenido suerte de que lo sacase de allí justo a tiempo.

No suelta prenda, va tras de mi acurrucado, no tengo claro si por frío o por vergüenza y solo se yergue cuando salimos del gueto y nos adentramos en una avenida menos sucia y más concurrida.

Tampoco abre la boca durante el trayecto en taxi, mira por la ventana como si realmente estuviera descubriendo un mundo nuevo, uno de calles limpias y bien iluminadas, un sueño de neón, que se desvanecerá con las primeras luces del alba.

El portero del hotel me saluda, con su uniforme rojo y una gran gorra a juego, mientras me abre el acceso al “Dorado”. Mi mano desliza sobre la suya un billete con los ceros suficientes para consolidar adhesiones, e insuficiente para ahuyentar los posteriores chismorreos.

No menos falsa es la sonrisa del recepcionista al acercarme la llave de mi habitación. Se cuidó de darme la espalda enseguida. No necesito ver su cara de fariseo, el desprecio le rezuma por la nuca. Ambos empleados evitaron mirar a mi acompañante, ciertamente estaba fuera de lugar, con su ropa barata y ceñida, su expresión asustada y bobalicona y sus enormes ojos de cachorro.


No es la mejor suite del hotel, pero no falta de nada y está bien surtida de bebidas. El rubio lo mira todo embobado, seguro que solo ha visto este lujo en las películas.

Sirvo whisky en dos vasos y le acerco uno. El muchacho lo engulle de un rápido trago. Sonrío, por su gaznate acaban de deslizarse 20 dólares y el pobre infeliz agita la cabeza con una mueca de desagrado en la cara.

—¿Te sirvo otro?

Niega con la cabeza.

—¿No te gustó?

—Quema.

Es lo único que acierta a decir. Hasta ahora no había escuchado su voz, tiene un timbre encantador, ese acento meloso de los migrantes de Sud América. Su tez y su pelo son claros, rasgos que, de tener cuidado, mantendrán alejados de él a los agentes de inmigración.

Es un whisky The Glenrothes. Una sabia mixtura que se traslada al vaso cuando optamos por saborear sus notas dulces que entremezclan el lichi con el jazmín y la pimienta de Jamaica. Una verdadera explosión que no pasa desapercibida.

Y es que ir más allá y dar rienda suelta a nuestra curiosidad nunca tuvo mejor recompensa. Un ‘leitmotiv’ que nos lleva a disfrutar de un trago elaborado y exquisito que se fija en los pequeños detalles que marcan la diferencia. Por ejemplo, en el caso del whisky The Glenrothes, el agua empleada solo es recogida de los manantiales naturales provenientes de su lugar de origen, en las Tierras Altas de Escocia. Allí, tras haber escogido con esmero sus ingredientes, se disponen a destilar de forma excepcionalmente lenta un licor cuyo resultado es un trago suave, afrutado y ligero que…(*) bla, bla, bla… Tienes razón, esta porquería quema.


Ha dejado de prestarme atención en la segunda frase, supongo que no entendió ni una sola palabra. Recorre la estancia con sus ojillos curiosos de cachorro, fascinado por todo lo que le rodea. Socializaré con él en la medida de lo que se permite entre una mercancía y su dueño.

—¿He de llamarte de alguna forma?

—¿Puedo sentarme?

—Y bien, “Puedo Sentarme”. ¿Cuántos años tienes? — Deduzco, por lo estúpido de su expresión, que no comprendió la broma. —No, prefiero que estés de pie, me gusta mirarte. — Yo si he tomado asiento, recostado en el sillón, acaricio con el índice izquierdo el borde de mi vaso de whisky. Disfruto con la incomodidad de mi “invitado”, haciendo que se sienta como un pedazo de carne.

—Me llamo João, cumplí los 21 el mes pasado.

—¿Brasileño? — Está claro que se ha regalado algunos años, no creo que pase de los 18.

—Si señor.

—¿Señor? — Sonrío con desdén. —¿Tan viejo te parezco?

—No señor, podríamos haber estudiado juntos.

—Entonces no me llames de esa forma.

—No se… — Se detuvo justo a tiempo. — Pero no me ha dicho su nombre.

—Ni tengo intención de hacerlo.

—¿Y cómo he de dirigirme a usted?

—Tú solo haz lo que te ordene.

—Si señor.

Entre cierro los ojos, una mirada felina e intimidatoria. Mi primera impresión sobre él fue acertada, el jovenzuelo es tan estrecho de miras como de pecho.

—Desnúdate y no vuelvas a abrir la boca.

Se despoja de las ropas lentamente hasta quedar como su madre lo trajo al mundo. Se cubre las partes avergonzado.

—Los brazos a tu espalda, quiero ver lo que he comprado.

Obedece agachando la cabeza, el rubor se ha adueñado de sus mejillas.

—Gira sobre ti mismo.

Examino cada pulgada de su anatomía hasta acordar a un escueto veredicto.

—Estás demasiado flaco. — Extiendo el brazo ofreciéndole mi vaso vacío. En esta ocasión ha estado lúcido, se apresura a llenarlo. No lo paladeo, prefiero ingerirlo rápido para embotarme lo antes posible. El licor siempre consigue que se me desate la lengua.

Suelo reprimir mis sentimientos escudándome tras un pragmatismo que puede resultar exacerbante, solo estando ebrio me despojo de mi coraza y dejo al descubierto mi verdadera naturaleza. Una naturaleza frágil y melancólica de la que no me siento orgulloso.

João sigue de pie frente a mí, ha vuelto a cubrirse los genitales. Evita mirarme, en lugar de ello inspecciona minuciosamente la suit.

—¿Te gusta lo que ves?

—Esto debe de ser carísimo.

Sigue sin atreverse a mirarme. Su timidez me resulta encantadora, no es nada propia de un “puto”. Intento no enternecerme con él, pero me resulta imposible no hacerlo. Tan vulnerable, tan ingenuo, realmente parece un cachorro desvalido.

—Eso, como todo, es relativo. Solo es caro aquello que requiere de un esfuerzo para pagarlo.

—Debéis de ser muy rico. ¿Puedo preguntar cual es vuestra ocupación?

Deben de ser los efectos del alcohol, comienzo a apiadarme de este desdichado.

—Cúbrete. — Le señalo un armario. — Encontrarás batas ahí dentro, elige la que mas te guste.

Tiene buen gusto, su elección merece mi aprobación. Confeccionada exclusivamente con lana de Cachemira, es una de mis batas favoritas. No necesita de unas zapatillas, todo el piso está cubierto de moqueta caliente y suave, de no tener que guardar las formas, también yo me descalzaría.

—Encontrarás bebidas en la nevera, posiblemente no haya otra cosa, seguro que hallarás alguna que sea de tu agrado.

Una Coca Cola, casi tan entrañable como patético. Ahora si lo invito a sentarse en la butaca de enfrente. Vuelvo a extender mi brazo y mi vaso se llena de inmediato. Solicito y reservado, este pipiolo me gusta cada vez más, o quizás ya esté borracho. Me mira impaciente con esos ojos de cordero, lo mismo que un niño que espera que le leas un cuento.

—¿Una ocupación? Soy un semi Dios, los Dioses no trabajamos, nos divertimos interfiriendo en las vidas de los demás. — Por su expresión, supongo que piensa que he bebido demasiado. ¿Qué me importa? Apuro de un trago el whisky, no necesito de gesto alguno, mi vaso vuelve a estar lleno casi como por arte de magia. Solicito y reservado, realmente me gusta este chico.

Le acerco un periódico abierto por las páginas de sucesos. João me mira pidiendo más indicaciones sobre lo que hacer con el diario. Me inclino hacia él y le señalo un titular con fecha de hace una semana.

El chico comienza a leer, no sin esfuerzo.

—“Ayer, en su último día de apertura, la desgracia se cebó con el famoso restaurante Saint Geromé. Después de más de dos décadas deleitando a los paladares más exclusivos de la ciudad, el histórico restaurante cerraba sus puertas al público definitivamente tras declararse en concurso de acreedores. Su dueño, el reputado chef Maurice Vergara, fue encontrado muerto en las neveras. Tras del macabro hallazgo, sus empleados avisaron a la policía que se presentó de inmediato acordonando el local. La zona enseguida se vio rodeada de curiosos.

Las pesquisas apuntan a un suicidio, pero no se descartan todavía otras hipótesis.

Maurice no atravesaba su mejor momento, el negocio familiar había perdido numerosos clientes en los últimos meses, debido a las malas calificaciones recibidas por parte de un importante crítico gastronómico.”

Le indico que es suficiente y percibo el alivio de João, tuvo serios problemas para leer en inglés.

—Eso es lo que hacemos los Dioses, poner y deponer emperadores. Acomodar a los bufones en el trono y destruir vidas con tan solo desearlo. No pongas esa cara de idiota. No has entendido ni una palabra ¿verdad? No importa, estoy borracho, allí tienes el baño, date una buena ducha.

Te esperaré en la cama, no tardes.

Se tomó su tiempo, no debió de ser suficiente el frotar con fuerza para desprenderse de la vergüenza. Ahora que lo tengo ante mi, limpio por fuera, podrido de remordimientos por dentro, desnudo y vulnerable, me atrapó la desazón de sentirme banal e insignificante.

Solo soy capaz de destruir, cualquiera puede hacer eso, una criatura microscópica, un simple microbio, tiene esa capacidad. Un Dios puede destruir, pero su fuerza, su verdadero poder, reside en todo lo contrario. Un Dios crea, y si lo considera necesario, después destruye su obra.

No dejo de dar vueltas a una idea, y de tanto marear la perdiz, cada vez me parece menos descabellada. Si no puedo crear, puedo transformar este pedazo de arcilla en otra cosa, en algo hermoso, insustancial, como casi todo lo bello, pues, independientemente de lo que brille el exterior, por dentro seguirá siendo barro.

—¿Has oído hablar de Pigmalión?

Por su expresión de besugo es obvio que no.

—Según el mito clásico, Pigmalión fue un escultor que se enamoró perdidamente de una de sus obras, hasta el punto de tratarla como si realmente estuviera viva.

He bebido demasiado. ¿Por qué otro motivo hablaría de mitología griega con este pobre desgraciado?

—Afrodita, una Diosa, —Supongo que incluso un dato tan del dominio público le es desconocido. —Conmovida por el amor del artista, dio vida a la escultura. — Extiendo mi brazo y agito el vaso vacío. — Llénalo hasta arriba, así te ahorrarás un par de viajes. — Repuesto mi suministro etílico, continuo con mi exposición. —En realidad, es la obra de George Bernad Shaw la que me interesa. ¿Tampoco la conoces? — Asiente para luego negar con la cabeza y volver a asentir. De ser un niño, su ignorancia no me resultaría tan molesta, pero es un hombre, su anatomía, aunque demasiado delgada, no deja dudas al respecto y un auténtico zote en lo académico. Creo que comienza a trabárseme la lengua.

Lo invité a acurrucarse a mí lado y vimos juntos “My Fair Lady”. Audrey Hepburn, tan escuálida y frágil, con esos enormes ojos que parece intentan escapar de un rostro diminuto en el que apenas tienen cabida, siempre me ha parecido un cervatillo.

João apoya su cabeza en mi hombro, puedo escuchar su respiración acelerada. Continúa asustado, esperando que en cualquier momento me abalance sobre él. Se relaja a medida que avanza la película e incluso se emociona en las escenas más almibaradas, se deja llevar por la banda sonora de Frederick Loewe, llora y ríe, mientras, mi mente emprende un viaje al pasado, un pasado tan lejano, que aparece en el tono sepia de las antiguas fotografías.

Estoy horrorizado ante la posibilidad de que mis miedos transmuten en verdades tangibles, en una realidad inconcebible pero precisa, la realidad de una condena marcada a hierro en mi inconsciente y que, debido a las emociones enfrentadas, suscita que de mis ojos broten lágrimas de hiel. Mi respiración se acelera, un resuello que me ahoga, inhalo una gran bocanada de aire y recupero el ritmo cardiaco. De forma súbita, me embarga una sensación de paz y confort auspiciada por el regreso de su imagen.

—¿Quién es George?

João me arrancó de mis ensoñaciones.

—¿George?

—Has dicho ese nombre varias veces.

—Nadie, no es nadie.

Los rayos del sol se cuelan entre las cortinas de la ventana, amanece un nuevo día y João, lo mismo que Sherezade, ha "sobrevivido" a su primera noche, con la particularidad de que apenas ha tenido que abrir la boca.

—He de marcharme. ¿Puedes pagarme ahora?

—¿Pagarte? ¿Por ver la televisión?

El muchacho se levanta de un salto y se aleja de mí, comienza a ponerse nervioso. El que le sonría de forma malévola no ayuda a calmarlo.

—De todas formas, has de pagarme.

—¿Y si decido no darte nada que harás? Estás solo, esa es la razón por la que te elegí, nadie responderá por ti.

Busca entre sus ropas, tiembla y sus movimientos son apresurados y torpes. Al rato encuentra un teléfono, imagino que está llamando a su amigo el negro.

—No seas idiota. Si te pago volverás al callejón. Quédate conmigo y no te faltará de nada.

Duda antes de colgar el teléfono.

—¿Por qué yo?

—Eres mi Audrey Hepburn. Descansa un poco, más tarde saldremos a comer y te compraré algo de ropa, esa tuya lo mejor será quemarla.




(*) Texto copiado de un anuncio, ni que decir tiene que no soy un experto en whisky.


Esta es una historia conjunta con Carolina, para ella el 50 por ciento del mérito.



June 23, 2022, 11:12 a.m. 0 Report Embed Follow story
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Read next chapter Capitulo 2. Anthony. (Macarrones con vodka.)

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