Las persianas de uno de ellos eran corredizas hacia los costados, mientras que la del otro eran enrollables, bastante modernas. Contemplaron el vasto cielo azul que se extendía sobre ellos, nubes blanquecinas y suave brisa que sacudía la copa de los árboles con suavidad. A pesar de haber una pequeña precipitación en la cuidad donde los dos residían, era un día bastante normal y tranquilo. Cálido.
Cada quien se había levantado ese día dispuesto a hacer sus rutinas de siempre, prepararse para el inicio de una nueva semana, avanzar con sus proyectos y sencillamente seguir con la corriente de una vida que, sin ellos saberlos, ese día tomaría un rumbo inesperado.
Ambos eran aficionados al arte. Uno admiraba la pintura, y no sólo eso, sino que también la practicaba y ejercía, porque para él era la manera más conmovedora de observar el mundo, y absolutamente nadie podía decirle lo contrario. El otro lo hacía mediante el lente de su cámara, capturando aquello que consiguiera arrebatarle el aliento o provocara el hundimiento de su corazón en su pecho. Probablemente lucía como una competencia, sobre quién capturaba más puramente la belleza de un mundo que en realidad, era obsoleto y monocromático, difícil de diluir entre témperas, o de descubrir o capturar en su totalidad, tan complejo, tan lejano y solitario. Y ciertamente, tan desconocido.
Ese día se haría a cabo una exposición en una prestigiosa galería de arte en la ciudad, según sus conocidos les hicieron saber. Continuaron mirando la lluvia a través del cristal de la ventana, cerrando sus ojos por un momento ante el acogedor sonido que consiguió atraparlos y envolverlos dulcemente. Una sensación los recorría de pies a cabeza, pero esos jóvenes que tendían a vivir su día a día con las emociones a flor de piel, no fueron capaces de notarlo en ese entonces.
Tomaron sus paraguas y decidieron ir porque, cómo no, un lugar como una galería era el paraíso para ellos. Disfrutarían el resto de su día de la manera más tranquila, de la manera en que les gustaba.
Mientras hacían el recorrido completo en la instalación junto con muchas otras personas, apreciaron cada obra allí, cada pintura, cada escultura, desde la más grande hasta la más pequeña, desde la más abstracta hasta la más simple, aunque para ellos nada era simple en el arte. Luego de estar observando todo en silencio y haciendo comentarios propios en sus mentes sobre lo visto, llegaron a detenerse frente en una pintura en especial.
Bellos colores azulados y naranjas se mezclaban formando un precioso atardecer en aquel magnífico cuadro. Casi pudieron sentir cómo los pequeños músculos de su iris contraían sus pupilas. La pintura resplandecía, como si fueran bañados en oro y en su sutil sonido que esta misma luz parecía producir. ¿Aquello era posible? Sus corazones galopaban como locos, embelesados completamente por la belleza de semejante arte, y de las sensaciones que tomaron dominio de sus cuerpos, se acercaron más al cuadro ignorando a los demás que estaban por allí hablando e intercambiando opiniones de alguna cosa que había sido de su agrado.
“Extraño”, fue lo único que llegaron a pensar, mientras más se acercaban cada vez más a la pintura, aquella especie de anhelo que comenzaba a florecer en su interior, era algo que sus organismos desconocían totalmente.
Un roce.
Un pequeño roce fue suficiente para sentir como sus dedos se bañaban con aquellas temperas del lienzo que debía estar totalmente seco. En un rincón recóndito de sus mentes, se preguntaban cómo podían poner en exposición una pintura que aún no estuviera totalmente seca. ¿Era un error? ¿Estaban soñando? Porque todo a su alrededor comenzó a sentirse borroso, disparejo. Extraño.
El sonido lejano de un piano comenzó a invadir sus oídos con su suave melodía. Seguían mirando sus dedos, mientras jugaban con los colores en estos. Posaron sus ojos nuevamente en el cuadro, y de un momento a otro, una fuerte luz proveniente de éste, los cegó.
Ninguno de los dos sabía exactamente qué había pasado, ni cuánto tiempo se mantuvieron con sus ojos cerrados. Una vez más, aquella melodía de un piano en lo lejano se hizo escuchar a su alrededor, y uno de ellos reconoció la pieza una vez que le prestó más atención a medida que se hacía un poco más fuerte: Nocturne OP. 20.
Lentamente, ambos comenzaron a abrir sus ojos. La suave brisa que provenía de algún lugar, meciendo las finas hebras de sus cabellos. Orbes cafés se encontraron con orbes realmente oscuros, que parecían ser completamente negros a la distancia.
"¿Un chico?", pensaron al mismo tiempo cuando finalmente coincidieron.
Se miraron fijamente por un corto periodo de tiempo, antes de volver a posar su atención en torno a su actual paradero, buscando saber qué era lo que estaba pasando, ¿por qué no estaban en la galería? ¿Qué lugar era ese? Uno muy hermoso, sin dudas. Aves volaban en lo alto de aquel colorido cielo que habían visto segundos atrás en el cuadro.
¿Estaban dentro del cuadro? ¿Podía acaso ser eso posible? No... De seguro estaban soñando. Nada era real. Los dos chicos soltaron un pequeño quejido luego de pellizcarse el brazo al mismo tiempo. Volvieron a mirarse, y esta vez rieron. Debía tratarse de un sueño profundo.
El que era castaño, giró en su lugar, apreciando más detalladamente el panorama. Le hubiese gustado mucho tener su blog de dibujos y pinturas consigo, aunque fuera un mero sueño. Quiso traer con su mente aquellos objetos, por lo que cerró sus ojos fuertemente, pero al parecer no era su día ya que no dio resultado. Era una lástima, ya que el lugar era realmente precioso y hacía su corazón latir feliz.
El pelinegro por su parte, sacó su teléfono celular de su bolsillo para percatarse de que la señal era inexistente en el lugar. Se sintió tonto, y tuvo que recordarse que se encontraba soñando. Posó sus ojos sobre el otro chico, quien daba vueltas en su propio sitio mientras observaba todo con los ojos bien abiertos y la boca entre abierta. Parecía un niño tal cual llevaban a jugar al parque de atracciones por primera vez.
Levantó su mano con la intención de apartar unas cuantas hebras oscuras que interrumpían su visión, pero sus ojos se clavaron en aquello que parecía estar atado a su dedo meñique. "¿Un hilo rojo?", pensó extrañado, no lo había notado sino hasta ahora. La melodía del piano seguía sonando a los lejos, mientras se dedicaba recorrer aquella pequeña cuerda roja en su meñique con sus ojos, viéndola desparramarse en el suelo desordenadamente hasta llegar al final de ésta.
El castaño estaba ensimismado en su mundo, imaginando la clase de cosas bonitas que podría tomar de inspiración sobre ese lugar, que parecía ser la azotea de algún edificio. De repente ladeó la cabeza, confundido al sentir algo tirar de su mano. Esto provocó que bajara su mirada, y notara también el hilo rojo en su dedo meñique.
Siguió el hilo y miró al chico desconocido que estaba a unos cuantos metros de él. En una de sus manos, yacía lo que parecía ser una maraña de ese mismo hilo, y en la otra mantenía parte de este templado. El pelinegro tiró nuevamente y el castaño rió al ver y sentir como su propio dedo era jalado.
—Hey, no hagas eso —dejó salir su profunda voz.
El contrario se detuvo por un instante y lo miró fijamente. Con su mano estirada, comenzó a acercarse al chico. Mirándolo más de cerca, no hallaba similitud alguna con alguien a quien haya visto antes, o que siquiera haya aparecido antes en sus sueños. Una vez que estuvieron frente a frente, bajó la mano y sonrió.
—Es un sueño muy extraño, ¿no crees? —Conversó sonriente, llevando sus manos a su cintura mientras miraba al chico frente a él, todavía con cara de duda—. Es increíble como mi mente pudo elaborar un escenario tan pintoresco y bonito —suspiró orgulloso, y cerró sus ojos—. Ah... todo digno de un artista.
Escuchó al pelinegro reír y le miró confundido.
—Hmm, disculpa, ¿pero cómo es que estás tan seguro de que éste es tu sueño? —Inquirió entonces, cruzándose de brazos.
La elaborada respuesta del contrario no demoró en llegar.
—Pues porque estoy en él, dúh —contestó con obviedad, su ceño fruncido ante el cuestionamiento que para él, parecía totalmente irracional. Igualmente no importaba, probablemente el chico era una simple proyección de su mente, una "creación suya" por así decirlo, así que le quitó importancia al anterior dialogo.
—Yo también estoy acá —Le escuchó refutar con un deje de diversión—, y yo soy real, por lo que éste es mi sueño y tú simplemente eres un extra en él.
¿Le llamó extra? ¡Él jamás era el extra! Siempre el protagonista.
—A ver, amiguito no tan amigable —se acercó un poco más a él, cruzándose de brazos y mirándole con su cabeza un poco inclinada—, si te digo que este es mi sueño, es porque es así. Estoy soñando, y no sé quién diablos seas, ni por qué mi mente te proyecta acá porque no te conozco y ciertamente jamás he visto a alguien como tú antes.
El pelinegro se quedó en silencio por unos segundos, y luego volvió a mirar a su alrededor.
— ¿Crees que es posible que las personas compartan sueños? —Soltó repentinamente, sin mirarle.
El chico de cabellos castaños giró su rostro, aparentemente ofendido todavía—. Yo no...
Dejó de hablar cuando escuchó un teléfono celular sonando desde el extraño.
Frunciendo el ceño como por tercera vez en el día, sacó su teléfono del bolsillo, ¿sí tenía señal en su sueño? Miró el nombre de su amigo reflejado en la pantalla, y pensando sobre lo raro que resultaba hablar por teléfono en un sueño, contestó.
— ¿Jimin?-
— ¡¿Dónde estás, Jeon?! — El aludido tuvo que separar un poco el teléfono de su oreja ante semejante grito, un poco más y sus pobres tímpanos sufrirían las consecuencias.
Escuchó al otro chico carcajear, pero le ignoró—. Pues, yo estoy… — ¿Soñando?
—Llevo rato buscándote por la galería y no te encuentro por ningún sitio —Su amigo se escuchaba molesto—. Encima de que no me esperas para ir juntos, ahora te vas sin mi otra vez... ¡Qué mal amigo eres!
Suspiró frustrado ante los típicos dramas de su amigo, ni siquiera se salvaba de ello en sus sueños—. Jimi- —La llamada se cortó y el teléfono pareció perder toda la cobertura que antes tuvo. La experiencia se sintió increíble en un principio, pero ahora comenzaba a tener ganas de despertar y regresar a la tranquilidad de su hogar.
—Está terminando... —Recordó que no estaba solo, y miró de nuevo al chico castaño frente a él y éste tenía su rostro elevado hacia al cielo con sus ojos cerrados.
— ¿Qué está terminando? —Preguntó, y miró una vez más el hilo que parecía unirlos.
—La melodía.
El azabache miró el atardecer sobre ellos y segundos después cerró sus ojos, sumiéndose junto al desconocido en el piano. No conocía aquella pieza, pero le parecía acogedora. Se quedaron así unos cuantos segundos más, hasta que abrieron sus ojos y notaron que el cielo que antes estaba teñido de naranja, rojo y azul, comenzaba a oscurecer rápidamente. Se miraron mutuamente y cada quien notó, que detrás del otro, una especie de hoyo negro comenzaba a abrirse. Ambos los señalaron para advertir al otro, y frunciendo los ojos, se giraron.
Vaya sueño más extraño.
Habían pasado pocos segundos desde que estos habían aparecido, cuando lentamente comenzaban a hacerse más pequeños.
Ambos sabían que esa era su salida de ese extraño, pero encantador lugar. Giraron sus rostros una vez más, para luego mirar el hilo en sus meñiques y hacer una pequeña reverencia como despedida. Había sido inusual, pero fue curioso coincidir. Avanzaron hacia el aparente portal correspondiente a cada uno y lo atravesaron, aquella luz cegadora envolviéndolos una vez más.
Lo último que escucharon, fue aquella melodía del piano finalizando.
Cuando abrieron sus ojos, estaban de regreso a la galería. ¿Qué? ¿Se habían dormido de pie? Pensando en todo lo ocurrido comenzaron a alejarse a pasos lentos, deteniéndose de la nada para mirar una última vez aquel cuadro. Todo estaba normal. Miraron sus meñiques, y no había nada atado en ellos.
Sí. Un sueño.
Todo estaba normal.
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Un saludo. Vengo a darle cariño a mi magullada alma con este mini-fic, espero disfruten tenerlo devuelta. ♡
Thank you for reading!
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