Me muevo a través de las calles con la cabeza dispersa, enfocada en tantas cosas a la vez, que ya ni sé con certeza por dónde he caminado. Esta pensadera me matará, estoy segura de eso. Los trabajos de la universidad, la pasantía, mi madre enferma, mi padre en un sofá aguardando con angustia mi llegada a la casa. Al entrar en la cigarrería más cercana, comienza una picazón en mi garganta que no es más que una sed de escape, un escape fuera de este mundo, así sea por unas horas. Me apodero de una botella coqueta que no para de llamar mi atención, un buen ron que cure tantos sueños caídos, y busque la forma de re conectar este corazón en pedazos. Tengo 23 años, soy más delgada de lo normal, tengo el pelo castaño y ojos color miel; solía hacer deporte, pero no soy buena manteniendo un equilibrio en mi vida; y esta vez escogí la calle. Ya iba siendo hora de que mi celular comenzara a vibrar, esta gente sí que se demora en contestar los mensajes; Carlos Arboleda, cuanto amo a Carlitos, siempre está dispuesto a todo, así sea emborracharnos a las 3 de la tarde un Lunes, y no uno festivo.
- Ya estoy llegando! Acá traigo para la otra botella y los cigarrillos.
- Acá te espero.
Cuánto me encantan esos mensajes, esos mensajes que demuestran que el día y la noche van para largo. Ya se me está haciendo agua la boca por un cigarrillo, pero me prometí a mí misma que no los compraría yo, que solo los fumaría si llegaban a mí. Sufrí de un asthma severo cuando era pequeña, mi madre solía llevarme apresurada al médico mientras observaba como mi rostro lentamente se tornaba azul, y el pecho se me iba convirtiendo en un silbato. Me mataría si supiese que fumo como una chimenea cada vez que salgo. Y el alcohol no me sienta mucho mejor, tengo reflujo gastroesofágico, y me dan náuseas y una vomitadera tenaz desde muy pequeña también. Recuerdo con gran vividez una noche en mi casa, me levanté con un dolor de estomago mortal, como los que me solían dar a menudo. Y sin poder aguantarlo más, salí corriendo al baño a vomitar todo lo que había comido en el día. El cuarto de mis padres es el más cercano al baño así que siempre los despertaban mis jugos gástricos. Recuerdo que esa vez mi padre se levantó para ver cómo estaba, y se dio cuenta que ya no podía más del dolor; tampoco voy a mentirles diciendo que me estaba muriendo, pero a esa edad, ese dolor de estomago se sentía como el mismo infierno. Así que mi padre completamente aterrado, me levantó del suelo y me ayudó a entrar al carro para irnos a urgencias. A mitad de camino mi dolor de estomago cesó, y las ganas de vomitar se detuvieron por completo; como si nunca hubiesen estado allí. Con vergüenza en el rostro le comenté a mi padre que ya no teníamos por qué ir a urgencias. Pude notar su expresión de alivio, me acarició la cabeza y condujo el carro hasta un centro comercial cercano. Y aquí la parte más importante de esta historia, al bajarme en ese parqueadero completamente alumbrado y ver tanta gente activa y despierta, mi corazón comenzó a acelerarse de la emoción. Y es ahí mismo, a mis 11 años, que me di cuenta que tenía brotes de depresión, de vacíos. No quería ni pensar en tener que ir a acostarme y que todo estuviese apagado, que la gente estuviese dormida y lo único despierto conmigo fueran mis pensamientos. Por eso nunca olvidaré esa felicidad inmensa de ver la luz, de ver el movimiento, de ver la gente. Un grito en el oído me deja tiesa.¨ Qué hubo mor!¨ No pude aguantar la risa al escucharlo, solemos decirnos así de burla tras haber recogido esa palabra de algún lado. Lo aprieto con todas mis fuerzas hasta ya no poder más. Carlos tiene 25 años , es alto, con cabello liso y negro que le llega hasta las orejas , ojos color café; y un gusto muy diferente en hombres al mío. Cogemos una mesa afuera del Oxxo, esas mesas con sombrilla que tienen las sillas amarradas (porque acá se roban hasta un hueco) y nos sentamos como dos viejas chismosas con nuestros tragos. Al sentir ese primer sorbo de ron bajar por mi garganta , mi cara se des configura, y siento como todo se me revuelve dentro del estómago.
- Qué has comido hoy?
- Un huevo con una tostada y tú?
- Desayuné unas lentejas que me quedaron del día anterior pero tengo como hambre; no quieres comer algo?
-Uy no tú sabes que apenas comienzo a tomar ya no me entra comida, me vomito.
Carlos se levanta de la mesa y se acerca a una nevera repleta de sandwiches, salchichas, frutas y diferentes variedades de panes. Con una sonrisa inmensa en el rostro me hace señas y balancea con fuerza un sandwich de un lado al otro; mostrándome con emoción lo que comerá. ¨ Y dónde está Lucía ?¨ Al preguntarme eso se embute un bocado enorme que casi lo atora. Lucía es mi hermana gemela , somos físicamente idénticas para aquellos que nos conocen por primera vez; al igual que para aquellos que ya nos conocen pero que no se esfuerzan por diferenciarnos. ¨ Luci está en la casa de Mariana, ¨ nuestros dos rostros emiten la misma expresión de desagrado y burla. Y no es porque Mariana sea una mala persona, pero es inaguantable por más de dos horas seguidas. Tras unos cuantos sorbos de ese ron interminable ya puedo sentir como todo mi cuerpo se calienta y como la voz de Carlos se torna cada vez más aguda. Al mirar mi celular puedo notar lo rápido que pasa el tiempo entre tantas risas. Ya comenzó a oscurecerse el cielo , nuestro momento preferido del día. Y con la cabeza englobada, se nos ocurre el mejor plan para esta noche.
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