Aquel día me levanté al alba. Los rayos de sol comenzaban a asomarse tímidamente por la ventana, anunciando un día veraniego y soleado. No quería molestar a mi mujer, que murmuraba en sueños a mi lado, así que fui al jardín sin hacer ruido y me espabilé un poco. Normalmente, Adelaida y yo nos levantamos a la vez, ya que ambos somos de sueño ligero y si se despierta uno, el otro se despierta también. Como no tenía nada que hacer ese día, llamé a mi hermana, aunque después de seis tonos desistí y me dirigí a la granja. Nada más entrar, una gallina que se había escapado del corral huía a toda velocidad agitando las alas de un marrano que la perseguía. Intenté atrapar al puerco, pero se escurría, como si estuviese barnizado en aceite. Lo intenté con la gallina, pero sucedió lo mismo. Extrañado, escuché un alarido proveniente de mi hogar. Corrí a toda velocidad, mi cerebro ya me había mostrado la imagen de mis dos hijos y mi mujer siendo atacados por un ladrón. Abrí de golpe la puerta de los niños, que se encontraba desierta. Alarmado, fui a mi habitación. Allí estaban. Mi mujer lloraba en el suelo con los hombros convulsionando, y mi hijo pequeño la abrazaba, también con surcos trazados en las mejillas. Mi hija mayor, ya una adolescente, hacía compresiones a un bulto de la cama tapado con una sábana. En sus ojos sólo había frustración, dolor y desolación, mientras se escuchaba el crujido de alguna costilla rota. Al acercarme comprendí todo. Por qué mi mujer no me escuchó cuando me levanté, por qué mi hermana no contestó al teléfono, por qué no pude atrapar a los dos animales de la granja. Aquel bulto de la cama era yo.
El funeral fue demasiado triste. Se palpaba la desolación y la congoja por doquier. Vinieron mi familia y mis amigos, aunque en total eran pocos. Nunca me gustó tener demasiados amigos, siempre opiné que mejor tener pocos amigos y de confianza que tener muchos y que me traicionen. De lo que más hablaba con mis amigos era de la muerte. Recibían este tema con incomodidad y miradas de soslayo, lo tenían como tabú. Para quien no acepta la muerte, ésta parece una condena y algo a lo que temer. Cuando tuve el infarto, estuve cerca de la muerte. Desde entonces es para mí una vieja amiga que me prometió una corta espera, un pronto reencuentro. Sé que lo que me dolerá será ver las expresiones tristes de las personas que me querían. No lo comprenden. Esto será como dormir. Ya no habrá enfermedades. Una vez ha cumplido su función, el corazón ha dejado de latir, se ha ido, al igual que el propietario del órgano. Jamás fui creyente, pero está por ver si ahora voy a ir al encuentro de ángeles, arpas y paz.
He sido feliz y he aprovechado mi vida. Y punto. Ahora voy a estrenar una nueva etapa, una aventura emocionante y desconocida por explorar, así que si me disculpan…
Thank you for reading!
We can keep Inkspired for free by displaying Ads to our visitors. Please, support us by whitelisting or deactivating the AdBlocker.
After doing it, please reload the website to continue using Inkspired normally.