B
Braulio Reyes


David había descubierto que quería diseñar trenes y manejarlos. Lo último que supe de él fue que había terminado una carrera en ingeniería mecánica y que había logrado entrar a trabajar en los ferrocarriles nacionales.


Short Story All public.

#nostalgia #332 #desaparición
Short tale
0
715 VIEWS
Completed
reading time
AA Share

.

Yo era amigo de David Echeverría. Nos conocimos en secundaria, nos sentábamos en lugares contiguos y gracias a eso nos volvimos amigos. Él decía que quería cambiar al mundo, pero sentía que el mundo era demasiado grande para él. Cuando terminamos la escuela, él comenzó a estudiar una carrera técnica y yo entré en una preparatoria común. David había descubierto que quería diseñar trenes y manejarlos. Hablamos algunas veces después de graduarnos, pero con el tiempo perdimos contacto. Lo último que supe de él fue que había terminado una carrera en ingeniería mecánica y que había logrado entrar a trabajar en los ferrocarriles nacionales. Al final, había logrado su meta.

Cuando descubrió su afición por los trenes, comenzó a coleccionar miniaturas. Una o dos veces al mes, después de las clases, solía acompañarlo a una tienda de modelismo en la calle de Thiers que quedaba a unos veinte minutos a pie de mi casa. David pasaba horas buscando el mejor tren, comparaba los modelos, los años y los lugares de procedencia y, al final, terminaba comprando el primero que le había llamado la atención. Después, íbamos a mi casa y veíamos televisión, a veces jugábamos videojuegos y otras veces, cuando estaba realmente emocionado por su nueva adquisición, él me invitaba a su casa a armar trenes a escala. Nunca entendí por qué le atraían tanto esos modelos. Nunca jugaba con ellos, simplemente los armaba, los pintaba y luego los acomodaba en una vitrina en una habitación vacía de la casa de su madre. Cuando intenté preguntarle por qué no los sacaba de ahí, me decía que no eran juguetes y que su función iba más allá de entretener. Las tardes en las que íbamos a su casa eran realmente aburridas. Mi función como ayudante de armador de trenes se limitaba a pasarle el pegamento, los pigmentos y a limpiar los pinceles; ni siquiera tenía acceso al manual de instrucciones. Aún así, continuaba yendo con él porque era gratificante ver la felicidad en su rostro cuando el tren estaba terminado. Además, si tenía suerte, podía llegar a coincidir con su hermana mayor y tener el lujo de admirar sus piernas en la falda escocesa que formaba parte de su uniforme de la preparatoria, recortada y arremangada más arriba de lo que las monjas solían permitir. Después de despedirme de David, solía recorrer las calles de la creciente colonia Anzures antes de retomar el camino a casa. Para los últimos meses de secundaria, David ya había llenado casi la mitad de la habitación con trenes. También había hecho una pequeña maqueta con vías donde, a veces, colocaba trenes con motor eléctrico y se sentaba a admirar como daban vueltas una y otra vez.

Habían pasado casi dos décadas el día que recibí la noticia de que David había desaparecido. Esa noche no pude conciliar el sueño y las noches posteriores tampoco fueron diferentes. No había transcurrido mucho tiempo desde que había regresado a mi casa después del trabajo. El teléfono sonó y en la pantalla apareció un número que no reconocí. Al contestar, una voz familiar preguntó si el número me correspondía. Asentí y la voz femenina se identificó como Tania Echeverría, la hermana de David. La saludé y, antes de poder preguntar cómo estaban todos, me dijo que David había desaparecido. Hacía más de una semana que no regresaba a casa y no se había presentado al trabajo. Tania me contó que, por su trabajo como reparador de motores, David solía ausentarse por una semana o dos y, a veces, era tan urgente su presencia en estaciones lejanas, que no tenía tiempo ni de avisar, por lo que su ausencia no levantó ninguna sospecha los primeros días. Tania descubrió que algo andaba mal una mañana que olvidó su cepillo para el cabello en su trabajo y entró a la habitación de su hermano para tomar prestado el suyo. En ese momento se dio cuenta de que la cartera de David, junto con su identificación estaban ahí. No era posible que las hubiera olvidado ahí, pues en los ferrocarriles eran muy estrictos con las personas que entraban. Incluso si se conocían de años, nadie podía entrar si no llevaba identificación. Por esta razón Tania comenzó a sospechar que su hermano no se encontraba en el trabajo. Sus sospechas fueron confirmadas después de una llamada a uno de los amigos de David. No se había presentado a trabajar en la última semana y nadie sabía donde estaba, pero como recientemente les había hablado sobre irse de vacaciones a otro país, todos supusieron que se había ido sin avisar. Las palabras del amigo de su hermano sólo sirvieron para avivar más el pánico que había comenzado a aparecer en el corazón de Tania. Lo primero que hizo fue llamar a la policía para alertar sobre la desaparición, pero cuando notó que la única información que le habían pedido fue el nombre, una foto y una posible fecha de desaparición, supo que no iban a ser de mucha ayuda. Lo siguiente que hizo fue buscar entre las cosas de David para ver si encontraba algo que pudiera darle alguna pista sobre su ubicación, pero sólo encontró una vieja agenda donde tenía apuntados nombres y teléfonos de personas con las que había compartido algún momento de su vida. Entre esos nombres se encontraba el mío. Ante la noticia, decidí visitar personalmente a Tania para ofrecerle cualquier ayuda que pudiera necesitar. Ella me agradeció y quedamos en vernos al día siguiente a las 10:30 de la mañana en la que había sido la casa de su madre.

Al encontrarme con ella, lo primero que pude notar fueron las ojeras en su cara. Lo más seguro era que no hubiera podido dormir a raíz de todo esto. De la radiante joven que había conocido años antes, quedaba poco. Al menos sus piernas seguían tal y como las recordaba. Tania me explicó a detalle lo que había sucedido y yo quedé en ayudarle a terminar de marcar los números que había guardados en la agenda de su hermano. Ella me dispuso un lugar en el sillón de la sala, cercano al teléfono y me dijo que tenía que ir a su trabajo a avisar que tendría que faltar por un tiempo y que volvería en unas horas. Yo asentí y por dentro le agradecí la confianza de dejar solo en su casa a alguien que no había visto en mucho tiempo. Tania se fue y entonces la casa quedó en silencio. La sensación de estar solo en una casa que no es la tuya es, cuando menos, incómoda. Abrí la agenda y comencé a hojearla. Tania había rayado con un lápiz los nombres de las personas a las que ya había llamado y cuya respuesta no había sido de ayuda; había escrito pendiente al lado de los números de las personas que no contestaron y había subrayado y marcado un único nombre con signos de interrogación. Comencé a marcar los teléfonos pendientes y de los 8 o 9 que había, dos habían dejado de pertenecer a las personas que estaban señaladas, uno ya no existía y los restantes no tenían idea de a dónde podría haber ido David. El número que estaba marcado con un signo de interrogación no contestó. Continué marcando números durante alrededor de una hora sin obtener resultados. Nadie sabía dónde estaba David. Algunos ni siquiera se acordaban de quién era. Cansado de sostener el auricular contra mi oreja, decidí darme un descanso. Me levanté del sillón y caminé en círculos unos instantes hasta que volvió a mi mente la imagen del cuarto de trenes. Me dirigí hacia allá y abrí la puerta. El lugar era diferente de lo que recordaba. La vitrina donde David guardaba todos los trenes que armábamos, ahora se veía más chica y la maqueta, que había comenzado como una simple montaña de cartón, ahora ocupaba más de la mitad de la habitación. Había mejorado la montaña, había colocado árboles tan bien hechos que parecían reales, un lago e incluso había colocado casas y pequeñas personas en él. También había agregado un complicado sistema de iluminación. Además, había colocado repisas donde había libros de todo tipo acerca de trenes. Había libros de fotos, de modelismo, de ingeniería; era una pequeña biblioteca dedicada enteramente a la pasión de mi amigo. Al estar en ese lugar después de tantos años, sentí un golpe de nostalgia que arrancó de mis ojos una lágrima. No me había percatado de cuánto podía extrañar a un viejo amigo. En uno de los estantes, observé un libro que le había regalado en su último cumpleaños que pasamos juntos, cuando teníamos alrededor de 18 años. Era un libro sobre la historia de los ferrocarriles y cómo habían logrado cambiar al mundo. Lo había comprado en una librería de viejo durante una excursión en busca de un libro que jamás encontré. Estaba colocado en una sección de ofertas y se veía en muy buen estado. En una de las páginas en blanco, al inicio, había anotado en lápiz una dedicatoria. “Para David, mi amigo, ojalá logres cambiar al mundo, así como los trenes lo hicieron.” Al cerrar el libro, una hoja de papel cayó de la parte trasera. Era una nota escrita con la letra de David que decía “No logré cambiar al mundo, pero tal vez pueda intentarlo en uno nuevo”. No entendí lo que quería decir. Guardé la nota en la parte trasera del libro y vi que en el reverso de la contraportada había escrito un teléfono sin nombre. Los números parecían conocidos así que tomé el libro y lo llevé a la sala para compararlo con la agenda. El número pertenecía a la persona marcada con signos de interrogación.

Regresé el libro a su lugar y retomé las llamadas sin mayor esperanza y, después de una o dos horas, Tania regresó. Le pregunté por el nombre que había marcado con signos de interrogación, Azul Rivas. Tania me contó que David había estado saliendo con ella hacía poco tiempo, pero que en realidad no sabía mucho sobre ella. Lo único que sabía es que, a veces, cuando regresaba de casa, los veía salir juntos del cuarto de trenes. David los presentó una vez y luego su interacción se limitó a un saludo-despedida cada vez que ella se iba. Después de la muerte de su madre, se habían distanciado y, si seguían teniendo contacto, era porque vivían en la misma casa. Cuando David desapareció, Tania había buscado a Azul en todos lados. Preguntó a los amigos de David, intentó buscar en otros directorios y había marcado hasta el cansancio el número que aparecía en la agenda, pero nunca contestaba y, al parecer, nadie sabía nada sobre su existencia. Una persona así no podía sino levantar sospechas. Le pregunté a Tania si había hablado con la policía sobre ella, pero su respuesta fue decepcionante. Cuando intentó aportar más detalles sobre su hermano, los policías que habían redactado su denuncia, en un cuaderno viejo y deshojado, le dijeron que ellos se encargarían y que no necesitaban más detalles a menos que ellos los solicitaran. Le informé a Tania que las llamadas habían sido infructuosas y me despedí de ella. Toda la tarde me quedé pensando en quién sería Azul.

Al día siguiente, regresé a casa de Tania y continué realizando llamadas. El nombre de la novia de David no desaparecía de mi mente. Después de algunas horas, regresé a la sala de trenes. Algo parecía diferente. La maqueta se veía ligeramente más grande que ayer. Cuestión de perspectiva, supuse. Volví a tomar el libro que le había regalado. Si había guardado una nota allí y había escrito un número en la contraportada, tal vez tendría algo más que esconder. Revisé el libro página por página y no encontré nada fuera de lo común, a excepción de una página cuya esquina había sido doblada intencionalmente. La página trataba sobre los trenes de pasajeros y cómo permitieron conectar lugares tan lejanos que, para las personas que por primera vez se aventuraban a salir de sus lugares de origen, parecían otros mundos.

Al llegar la tarde, ya casi había terminado con los números en la agenda. La mayoría ni siquiera lo recordaban. Le dije a Tania que ya no continuaría marcando números y que, en su lugar, intentaría buscar a Azul. También le pregunté si podía llevarme el libro que tenía escrito el número. Tania no puso objeciones, pero con lo distraída que estaba, probablemente hubiera asentido a cualquier cosa que le hubiera dicho. De regreso a casa, saqué la nota del libro y la examiné. No había escrito nada más y tampoco parecía ser parte de un texto más grande. ¿Por qué era tan importante para él cambiar el mundo? ¿Y a qué se refería con “intentarlo en uno nuevo”? Si pensara mal, podría decir que esto era similar a una nota de suicidio. Al llegar a casa, busqué el nombre de Azul en el directorio. A pesar de lo peculiar del nombre, existían otras dos Azul Rivas en el área cercana. Una era odontóloga, la otra era abogada y la tercera, ofrecía servicios esotéricos. Al cotejar los números, vi que la persona a la que buscaba no vivía lejos de la casa de mi amigo. Era extraño que, teniendo el número y la dirección de Azul, Tania no hubiera podido encontrarla. Tomé el teléfono de la cocina y marqué el número de Azul. Esperé cuatro timbrazos antes de que la voz más aterciopelada que alguna vez hubiera escuchado me contestara.

-¿Bueno?

-Hola, ¿Azul Rivas?

-Sí, ¿quién eres?

-Soy amigo de David Echeverría. Su hermana te ha estado buscando.

-Lo sé, pero no quiero que me encuentre.

-¿Cómo que no quieres que te encuentre? David desapareció. Sólo te busca para saber si sabes algo de él.

-David no desapareció. Deja de buscarme, por favor.

Y acto seguido, colgó el teléfono. Intenté volver a llamar pero todos los intentos posteriores fueron en vano. Al igual que con el teléfono de Tania, estaba seguro de que Azul nunca volvería a contestar una llamada de este número. Por la última frase, podía saber que ella tenía una idea de dónde estaba David. Si había contestado el teléfono, entonces ella debía estar en la dirección que marcaba el directorio, pensé. Tomé mi chamarra y me dirigí hacia allá. Era una casita naranja, ubicada en una calle tranquila de la colonia Álamos. Toqué el timbre y esperé. No hubo respuesta, pero se veía luz en una ventana del segundo piso. Volví a tocar el timbre y observé cómo la luz se apagó. Después de un minuto, una joven abrió la puerta. Era una mujer muy bonita, aunque en realidad eso no me extrañaba. David siempre había sido un hombre atractivo. En la secundaria había enamorado a muchas de nuestras compañeras, aunque no solía darse cuenta y, en consecuencia, siempre acababan con el corazón roto. En algunas fiestas a las que asistimos en la preparatoria, solían acercársele jóvenes muy lindas, pero en cuanto comenzaba a platicar sobre trenes, solían perder el interés. La mujer que estaba parada frente a mí me miró y antes de que pudiera decirle algo, habló.

-Tú eres el que llamó hace un rato, ¿verdad? El amigo de David

-Sí, necesito saber en dónde está y si está bien.

-Te dije que no me buscaras más. No tengo interés en hablar contigo.

-Espera, por favor, de verdad necesito saberlo. Su hermana está desesperada. Y yo también.

En ese momento debí de haber puesto una cara de tristeza lo suficientemente creíble como para que no me azotara la puerta en la cara y me invitara a pasar. Su casa era muy acogedora por dentro. Me senté en un sillón de la sala y ella se sentó en otro diametralmente opuesto.

-Dijiste que él no había desaparecido. ¿A qué te referías? ¿Sabes dónde está?

Azul se quedó callada, mirando hacia el suelo.

-Azul, por favor, necesito saberlo. Eres su novia, ¿cómo puedes no estar desesperada?

-¿Su novia? ¿Quién te dijo eso?

-Pues Tania, su hermana.

-David y yo no éramos novios. Ni siquiera éramos amigos.

-¿Entonces? Tania dijo que solías visitarlo mucho, y que se la pasaban en el cuarto de trenes.

-Eso no significa nada. Y, en el cuarto de trenes, no hacíamos lo que me imagino que estás pensando.

-No tengo especial interés en su relación. Sólo quiero que me digas dónde está.

-Le prometí a David que no diría nada a nadie. Eso te incluye.

-¿Eso significa que David se fue por su propia voluntad?

-David no se fue, ¿no lo entiendes? Él sigue aquí y, si fueras más observador, te habrías dado cuenta de eso. Él está cumpliendo su sueño. No deberías tratar de quitarle eso.

-¿Cómo que sigue aquí? ¿Está aquí en tu casa?

-No, no está en mi casa, está en la suya. ¿Aún no te has dado cuenta? Entraste al cuarto de trenes, ¿no? Él está allí. Jamás ha salido de allí. Mira, David me contactó hace algunos meses para ayudarlo a hacer algo que no tenía el valor de hacer solo. El buscaba algo que nunca pudo lograr aquí, entonces lo ayudé a cumplir su sueño. No puedo decirte nada más, ahora es mejor que te vayas.

Azul se levantó del sillón y yo, tras de ella, me dirigí a la salida. No tuve tiempo de voltearme antes de que la puerta de la casa de Azul se cerrara a mis espaldas. ¿Cuál era el sueño que tanto perseguía David? Regresé a mi casa y, por primera vez, logré dormir. Esa noche soñé con David.

En mi sueño, despertaba en el asiento de un tren de pasajeros que acababa de arribar a la estación, yo era la única persona ahí. Bajaba del tren, sin ningún equipaje y mi amigo llegaba a recogerme unos momentos después. Me daba un abrazo tan largo que, junto con la calidez del reencuentro, también lograba sentir su corazón latiendo. Le decía cuánto lo extrañábamos su hermana y yo y él sólo se limitaba a observarme y sonreír, sin hablar. Salíamos de la estación de trenes y en una vieja pickup me llevaba hasta una pequeña casa ubicada en la falda de una montaña. Todo me resultaba desconcertantemente familiar. El cielo era extraño, estaba oscuro, pero en el camino no parecía faltar iluminación. Al llegar a su casa, encontrábamos a su familia, una mujer y un niño de alrededor de 4 o 5 años. Ninguno de ellos hablaba, se limitaban a sonreír y a moverse de una manera acartonada. David me invitaba a pasar y, en su sala, me pedía que esperara, entonces, él sacaba de entre los cajones un álbum de fotos. En él, David me mostraba fotografías de su vida después de dejarnos de ver. No se veía muy feliz, en la mayoría, aparecía abrazando gente con el cuerpo desfigurado. Algunas tenían dos bocas y algunas tenían manos extremadamente grandes. Otros más tenían el aspecto de demonios, con grandes cuernos y garras largas. Cada foto tenía su secuela, donde aparecía siendo herido por las mismas figuras, cada una lastimándolo con la deformidad que poseía. La cosa con dos bocas le arrancaba ambas orejas y la figura con las manos enormes partía su torso a la mitad y le retiraba los órganos. Al final del álbum, había una foto con David y otra persona exactamente igual a él. Ambos estaban unidos por los antebrazos, como siameses, con trozos de carne que se conectaban mediante las venas. La secuela de esa foto estaba en completa oscuridad. Al llegar a esa foto, David comenzaba a llorar y yo lo abrazaba. Intentaba decirle que lo entendía, que sabía por qué lo había hecho, pero de mi boca sólo salían balbuceos. Estaba comenzando a perder la capacidad de hablar. Había llegado el momento de irme. David me llevaba hasta la estación y otro tren de pasajeros parecido a los que solía guardar en la vitrina llegaba por mí. Al subir en él, la puerta se cerraba y comenzaba a avanzar. Desde la ventanilla, veía a mi amigo despedirse de mí. De su boca no salía ningún sonido, pero sus labios gestionaron una última palabra. Adiós. Adiós para siempre.

A la mañana siguiente desperté con lágrimas en los ojos. Regresé a la casa de Tania a medio día y, cuando me abrió, le dije que había ido a ver a Azul. Ella se sorprendió y me preguntó cómo la había encontrado. Le dije que su dirección se encontraba en el directorio y que había logrado contactarla por teléfono. Ella se extrañó y abrió su directorio, me dijo que lo había revisado hasta el cansancio. Era la misma versión que el mío, pero el nombre de Azul no estaba presente. Le dije que debía ser algún error de imprenta. Le conté todo lo que me había dicho y fuimos a la sala de trenes. Debía haber algo allí que no hubiéramos visto aún. Juntos examinamos cada uno de los libros en busca de alguna otra pista escondida, pero no encontramos nada. Además del libro que le había regalado hace tanto, ningún otro libro tenía nada marcado. Todos estaban en perfectas condiciones, ninguna anotación, ningún doblez. Cuando nos cansamos de buscar, Tania fue a la cocina a pedir algo de comida por teléfono. Yo me quedé un momento más en el cuarto de Trenes. Me senté en el suelo y observé la maqueta atentamente, de la misma forma que David solía hacerlo cuando éramos jóvenes. De nuevo, la maqueta parecía tener algo diferente. Debajo de la enorme mesa que sostenía la mayor parte, había un interruptor. Al encenderlo, toda la maqueta se iluminó. Los focos en el interior de la casa y en las farolas de las calles eran completamente funcionales. La estación de trenes era muy parecida a la estación que había soñado y el tren que salió de los hangares era exactamente el mismo que me había llevado y traído de aquella pequeña ciudad. La maqueta tenía vida propia. Los árboles se movían ligeramente y las personas parecían estar en una posición diferente de los días pasados. Me acerqué para ver más de cerca cada detalle y entonces noté que uno de los muñequitos que poblaban la maqueta tenía la misma ropa que el David que había soñado. Cada uno de los detalles de mi sueño se encontraban en la maqueta. La pickup, la casa, incluso la familia. Cuando me di cuenta de lo que sucedía, corrí hacia Tania.

Azul tenía razón. David jamás había dejado la habitación.

March 31, 2022, 5:27 a.m. 0 Report Embed Follow story
0
The End

Meet the author

Comment something

Post!
No comments yet. Be the first to say something!
~