Se da cuenta. Ya era hora. Ha descubierto que le odia.
Mucho...mucho. Mucho.
Las ganas de vomitar son automáticas ante la repentina consciencia: no podría estar en unión más íntima con aquello que aborrece. Está dentro. Asqueroso. Sucio. Inservible. Y pegado hasta las entrañas.
El borde de entrar en un frenesí asesino se nota a secas pulgadas. Le va empezando a faltar el aire por la imposibilidad de poner espacio entre su ser y lo que no tolera. Cierra los ojos deseando perder la conciencia un rato. ¡Pero las arañas, grandes, feas y negras, no se están quietas! Le clavan en sitios que atesoraba sus peludas patas de corrupción. Resuena su cerebro hasta que no puede pensar en una sensación más desagradable. Nunca le han violado físicamente, "tal vez se sufre algo parecido", desvaría.
No es que no quiera ni vislumbrar el camino a la reconciliación; sabe que ella lo está esperando dentro de los terrenos de lo imposible, escabulléndose hasta que una voluntad hercúlea le rescate. Pero, ¿dónde está su fuerza? ¿Dónde está el estímulo? ¿Dónde están las ganas de vivir? ¿Dónde...? ¿Las recuerda siquiera?
Se odia a sí mismo, al fin lo ha descubierto. Y vean, lo invade un mareo oceánico.
Infinita tortura: la separación del ser que más detesta, con su único método para llevar a cabo, es atractivamente injusta.
No es que no quiera comer, es que se odia. No es que no quiera dormir, es que se odia. No es que...oh, demasiadas cosas que ahora entiende que sí quería hacer, pero ¡bingo! Se odia. Y...que feo suena, hasta parece poco masculino admitirlo, indecente. Lo cataloga como algo que no se debe pronunciar en voz alta. Descifra el invisible mensaje amoratado: "He estado intentando matarte lentamente, o en su defecto, hacerte sufrir lo más posible, debido a que te odio".
Y huelan, el aroma de placas arquitectónicas deseosas de rozarse entre sí.
Sus sirenas se activan en rojo escandaloso, presintiendo el desastre. Tarde. Debió tener más cuidado al buscar en su interior. "Por horrible que sea un descubrimiento...¡Que el mundo tiemble! Porque algo se ha descubierto". Iluso. Nadie le dijo que el problema con los descubrimientos personales, es que lo único que hacen temblar es a su propio suelo.
Ya están aquí. Los ha liberado. Y miren, el suelo comienza a movérsele...
Oh, pobrecillo. Lo sujetan a la mesa de quirófano para abrirle las heridas. El instrumento es un borde sin filo, lleno de irregularidades: demanda ejercer presión y trabajar con lentitud. Mientras todo sigue dando brincos, al menos para él. Sabe que no va a poder escapar y se rinde. "¿Es realmente necesario hacerlo sobre lo que ya está dañado?", se le oye suplicar, bajito, con la voz rota del miedo, a sus verdugos.
Lo dedujo. Están a punto de grabarle, en la carne viva e inflamada, las cifras. Y que artesanos –o enfermos– detallistas.
Las grietas que le van a quedar son las cantidades exactas de con cuánto furor remueven, desgarran y arrasan las consecuencias de buscarte en tus abismos. Para que jamás se le olvide, para que entienda cómo funciona. Una vez que estás perdido en lo profundo tienes que pagar el precio hasta por soñar salir; mientras más denso el bosque, más lejos las cicatrices te van a perseguir. Son las reglas, debe aprenderlas. Las sacudidas hacen reaccionar con eficacia a los humanos, por eso...
Él aún (su tiempo va a disminuir dentro de pocos segundos), aún es inocente. Le parece que se está muriendo de tanto despiadado vaivén. Mi niño, ¿no sabes que lo peor del sismo emocional es cuando se detiene —y ya que solo eres un débil humano, siempre se detiene—? Sí, es entonces, en la calma aparentemente benévola dónde te es posible descubrir el horror: tu vida desde ahora será una serie interminable de réplicas. Tu mundo se estabilizará, breve y condicionando; es una promesa de que pronto o después volverá a destruirse.
Calma rota, caos milenario. Perder el derecho a la estabilidad es un asco. Caos diagnosticado, calma impredecible. Seguir viviendo así es la verdadera pesadilla y él, claro, tiene que. Pero shhh, déjenlo ser: mientras la muerte parece algo malo todavía se es inocente, hermosamente inocente.
Lo besa en la frente su instinto de supervivencia antes de...¡ay! Le ha clavado los dientes sin querer por culpa de los temblores; justo antes del Silencio.
Silencio. Y luego comienza lo que han venido a admirar:
Por favor, escúchelo dar alaridos, qué grandioso espectáculo: está teniendo un terremoto.
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