La luna llena iluminaba aquel mugroso callejón de la ciudad de Chicago en el estado de Illinois. La basura se encontraba en las calles, junto con las ratas que deambulaban por los restos carcomidos de una botella de cerveza Tabern y una hamburguesa a medio comer con gusanos en su interior. La niebla de la noche apenas si dejaba ver algo o alguien en medio de ese oscuro callejón, mierda, ni siquiera dejaba ver el camino. El peligro acechaba en todas partes, en cada mugrosa esquina, y allí estaba yo, yendo como un idiota a una posible muerte segura dispuesto a enfrentar a un enemigo que me superaba en fuerzas, inteligencia… y poder de transformación.
Supongo que ser el séptimo hijo varón de una relación demasiado pasional tiene sus puntos negativos, si saben a lo que me refiero. En realidad, nunca le vi los positivos.
Aun así creo que lo justo es poder contar como fui a parar a ese callejón dispuesto a enfrentar a ese infeliz que me superaba en todo mientras pensaba que quizás Benito no era un nombre tan estúpido como creí en un primer momento.
Lo mejor sería remontarme a hace una semana atrás, el día domingo del veinticinco de octubre del año de 1954, cuando me encontraba sentado en mi escritorio esperando que Janet me pasara las llamadas de mis posibles clientes…
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