cynstories Cyn Romero

«He aconsejado a mi corazón un millón de veces, pero todavía él me ha traído hasta aquí». Nirali regresa a su pueblo, luego de una aventura llena de peligros y magia en los caminos. Un conocido guerrero va detrás de ella, a reclamar el cumplimiento de una promesa. Una puerta se abre en Suhri y un demonio comienza a asolar la región. ¿Algo más? Sí. Todo esto, por cortesía de la iniciativa #BlogsColaboradores  Segunda parte de la saga de los espíritus del fuego. Puede ser leída de forma independiente a su precuela.


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El futuro que predijo el oráculo

El aire frío de esa noche parecía agitado por la percusión de los tambores y el sonido ondulante de las trompetas tradicionales. Las faldas de las mujeres, en colores vibrantes, giraban alrededor del grupo de hombres que batían palmas en el salón. El novio y la novia, sentados en la mesa principal, recibían los buenos deseos de los invitados. Las bandejas de comida iban y venían. Las bebidas parecían fluir desde las copas, sin terminarse jamás.

La casa de los Sidhu estaba despidiendo a Denali, su hija mayor, con la celebración más espléndida que el pueblo de Suhri hubiese visto.

A poca distancia del centro de la sala estaba la preciosa Uma, segunda de la familia, intentando superar la timidez frente a su prometido. La diferencia de edad era un obstáculo, no tan grande como el hecho de no haber cruzado más de dos palabras desde que se conocían. Y en la periferia, sobre la salida hacia uno de los jardines iluminados con antorchas, estaban las Sidhu más pequeñas. Una de ellas apenas alcanzaba los once años pero ya tenía la potencial belleza de su madre. La otra era de aspecto más simple, una niña de ocho años de cabello oscuro y ojos chispeantes. Ambas llevaban sus vestidos arrugados y los zapatos llenos del barro de los canteros de flores recién regados.

—¿Qué quieres hacer cuando crezcas, Nirali? —había preguntado Madhu, la mayor.

—No quiero crecer —contestó la otra, quitándose una hoja del peinado—. Así es más divertido.

—Igual ocurrirá. Y será mejor que estés preparada.

—Para eso falta. Ahora volvamos a jugar, los sirvientes están ocupados.

Las filas de hombres y mujeres cargando bandejas no paraban de moverse por todo el lugar. Nadie les prestaba atención a ellas.

—Yo ya tengo un plan —continuó Madhu—, ¿quieres saberlo?

—¡Sí, dime!

—Voy a entrar al templo de las montañas cuando sea mayor.

El interés de la más pequeña se esfumó, apenas notó que no estaban hablando de travesuras para realizar en el presente.

—Ah, sigues con eso.

—Allí tienes acceso a todos los libros de los Antiguos y, si eres afortunada, puedes convertirte en oráculo —explicó la preadolescente—. Adiós aburrimiento, adiós lecciones de etiqueta y adiós a esos viejos tontos que le insisten a nuestros padres para comprometerse conmigo en unos años.

Nirali miró a su hermana, con el cabello alborotado y las mejillas rosadas de tanto correr. Sintió pena al imaginarla en esas túnicas insulsas que usaban las muchachas del santuario.

—¿Sabes que igual tendrás que comportarte si eres sacerdotisa? —comentó, burlona, mientras mordisqueaba una manzana que había robado de la cocina—. No las imagino sin un horario para levantarse por las mañanas. Y deben castigar a las desobedientes con más dureza que nuestros tutores.

—¿A quién le importa? Si soy oráculo podré ver el futuro. No me atraparían jamás.

Una pequeña pausa entre las hermanas y el entendimiento alcanzó a la menor.

—Espera, eso suena bien. Creo que iré contigo.

—¡No me copies! Piensa en tu propio plan.

—Pero no tengo ningún plan, Madhu. Voy a quedarme contigo, en las montañas. Y si tú eres oráculo, entonces yo también lo seré.

La idea comenzaba a tomar forma. A alejarlas del ritmo que seguían los demás a su alrededor. Igual, había detalles que no estaban considerando y que no tendrían en cuenta hasta que no llegase el momento.

—No permiten más de un oráculo a la vez —aclaró, entre risas, la que había dado primero la sugerencia.

—Bueno. Nos turnaremos.

—¡No creo que funcione así!

A pesar del entusiasmo, pasó una década hasta que Nirali llegó al santuario en las montañas. Y luego de un camino que la había llevado lejos de los suyos, para meterla en la revolución contra el tirano que gobernaba en la capital.

—¿Estás segura de esto, maestra? —preguntó el joven que venía con ella y se negaba a marcharse.

Los dos se quitaron las capuchas oscuras, al pasar bajo el arco que daba la bienvenida a la consulta con el oráculo del templo. La ansiedad de la muchacha por ver quién recibía los mensajes de los dioses se atenuó al ver al monje que les salía al encuentro, hablando de tributos en oro y tasas de impuestos agregados.

—Claro que sí, Ren —explicó ella—. El verdadero rey ha vuelto al trono y el peligro de una guerra con nuestros vecinos ha desaparecido. Ya no son necesarios los servicios de una hechicera como yo. Y ya te enseñé todo lo que sé. En la capital podrás continuar con otros maestros.

Frente a ellos, el fuego de la hoguera despedía chispas de diversos colores. Ella se desprendió, con reticencia, de algunas monedas sobre la mano extendida del monje. Una vez solos, avanzaron con cautela, hasta el fondo del recinto mal iluminado por velas de diversos tamaños. Nirali tomó una bocanada de aire e hizo su pregunta, mirando a la estatua de la diosa de la sabiduría.

—Bien. Gran oráculo, buenas tardes. Necesito preguntarte... consultarle algo. Seguro sabrá la respuesta, en nombre de su vasta experiencia. Hábleme del futuro. Si es que puede decirme algo significativo.

«Déjame encontrar el rumbo de una vez. Préstame un plan, Madhu».

El repentino canto de un grillo fue lo único que se escuchó en el lugar, por un buen rato. Los dos visitantes aguardaron, inquietos, paseando la mirada por cada rincón del salón. Y el bulto que se levantó del suelo los sobresaltó. Se trataba de una mujer anciana, de extrema agilidad en sus movimientos. Ren se mordió los labios para evitar la carcajada. Nirali observó escéptica la danza de la mujer.

—¡Tú no eres Madhu! —exclamó, horrorizada.

Había olvidado las fórmulas de cortesía que se le debían a la médium encargada de comunicar aquel plano con el de los dioses. El baile frenético de la consultada no dio muestras de cambiar por eso. Incluso dejó caer algunas palabras para ellos.

—La belleza... ¡Estas muchachas son tan bellas! ¡Mías, son mías ahora!

Extendía los brazos, luego los estrechaba en un abrazo invisible, ante los dos que no podían creer lo que estaban viendo.

—Le va a dar un ataque, maestra —murmuró Ren—. ¿Qué hacemos?

Ella chistó para hacerlo callar. Intentó prestar atención, aunque nada tenía sentido, ni relación con la pregunta que ella había hecho.

—¡Todo es mío ahora! ¡Todo! —continuó extasiada la anciana—. Y, sin embargo, estoy tan solo...

—¿Te sientes de esa manera, Ren? —comprobó Nirali, sin quitar los ojos del baile por el que había pagado.

—No, maestra. ¿Y usted?

—¿Me ves con pinta de ser dueña de algo? Acaban de quitarme mis últimas monedas.

Renunciaron a entender de qué estaba hablando, cuando llegó la parte más extraña del espectáculo. La mujer dio un par de vueltas y los miró con ojos vacíos.

—Alejen ese anillo de mí. No lo quiero. ¡Nunca más estaré solo!

Dicho esto, se desplomó y la oscuridad regresó, en un efecto muy oportuno. Nirali y su alumno habían retrocedido varios pasos y aguardaban, a la defensiva, a que la mujer enloqueciera y se lanzara contra ellos. Nada ocurrió.

Con suavidad, el monje de la entrada regresó y los despidió hasta la luz del camino otra vez.

—¿Sabes lo que creo, Ren? —reflexionó la hechicera, mientras bajaban las escalinatas del templo—. Que los dioses son amigos de las oráculos porque no quieren que intervengamos en el futuro. Si de verdad quisieran darnos alguna pista para cambiar nuestro destino, se presentarían sin intermediarios y nos dirían las cosas en la cara.

—Prefiero vivir sin saber nada de eso. Y hablando del tema, se me acaba de ocurrir un buen negocio para nosotros en la capital. Si conseguimos disfraces y un lugar en la feria, podríamos anunciarnos como orácu...

Ella tapó su boca con rapidez. Si algo sabía de los dioses de su región, era que tenían muy buen oído.

—No sigas. Ya he dicho que lo mejor es que continúes tu camino de hechicero. Yo me quedaré aquí, a cumplir la promesa que hice a mi hermana.

Él parpadeó, confundido. Recién parecía interpretar lo definitivo de la situación.

—¿Y la promesa que le hiciste a aquel general...?

—No cuenta. Fue posterior.

Aunque Nirali sabía que aquellos con los que había corrido por los caminos tenían en su mente un lugar mayor del que podía admitir.

—Creo que no estaba preparado para este momento —dijo el muchacho, con la voz entrecortada.

—Yo tampoco, tonto. Ahora ve con los dioses. Y háblales bien de mí a todos.

A esas alturas, ella había puesto en sus manos una carta para cualquiera que lo tomara como aprendiz. Ren llegaría lejos si la utilizaba. Pero los dos evitaban llorar como niños, sin mucho éxito.

—No podré, lo siento —balbuceó él.

—Está bien —concedió la joven, con los ojos enrojecidos—. Igual me gusta tu sinceridad.

Se despidieron, por fin. Él marchó hacia el sur. Ella fue hacia el edificio principal del santuario, para ponerse a su servicio. Ninguno de los dos pudo ver la columna de humo negro que ascendía al norte, desde el pueblo de Suhri.

Oct. 15, 2017, 2:48 a.m. 0 Report Embed Follow story
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Los espíritus del fuego
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Universo literario creado para la serie de historias de los espíritus del fuego. Incluye la existencia de magia elemental, hechicería oscura y la historia de seres sobrenaturales que fueron desplazados por la raza humana de sus tierras y perseguidos durante siglos. Read more about Los espíritus del fuego.