pablo-valenti Pablo Valenti

Ya oscureció en Buenos Aires. Es una de esas tardes de invierno con un frio que se tolera, pero que de a ratos suelta una ligera brisa que se hace sentir.


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Decidió adelgazar

Ya oscureció en Buenos Aires. Es una de esas tardes de invierno con un frio que se tolera, pero que de a ratos suelta una ligera brisa que se hace sentir. El centro está abarrotado de gente que se pone en movimiento para ir regresando a sus hogares. Aprovechando la temperatura y la hora voy a dar unos pasos antes de buscar mi autobús. Me hará bien, para refrescarme y para despejar la mente. Peatonalizaron Suipacha, es una buena opción para caminar. Hay que tener cuidado con las bicicletas y con algún que otro automóvil que sale de los estacionamientos.

La gente viene y va, las velocidades de cada uno dan una idea de recorridos diferentes. Están aquellos que todavía se encuentran trabajando y que quieren apurar el final del día, están los pasos pausados de unos pocos turistas y sus bolsas, o el de las madres y sus hijos obligados a la velocidad que imponen las piernitas cortas. El mio es distendido pero rápido, como el de aquellos que recorren una transición en sus responsabilidades diarias, disfrutan de ese momento que va desde el cierre de una intensa jornada de trabajo y se preparan para sus responsabilidades paternas que nacen con las noches.

En esos recorridos por la peatonal observo a mucha gente, algunas personas llaman mi atención más que otras. Si no estoy absorto en algún pensamiento es muy probable que preste atención a los extraños con quienes me cruzo. Una señora enorme aguardaba fuera de una tienda. La abrigaba un campera gruesa que la hacia ver aún más grande. Era evidente su actitud de espera en medio de la gente, y frente a una tienda deportiva. Mientras me aproximaba a ella, la puerta de la tienda se abrió y salió corriendo una niña de no más de 8 años. La niña se paró junto a la señora. Es probable que las dos esperaran a que su marido y padre terminara de probarse unas zapatillas o alguna ropa deportiva.

El frio para quien estaba quieto seguro se hacia sentir. Ya a unos pasos de cruzarme con ellas vi como la niña abría sus bracitos y la intentaba abarcar. Sus brazos quedaron extendidos hasta cubrir una parte de la circunferencia de su madre. La mamá de inmediato le acarició el cabello y la apretó hacia su cuerpo grande procurando darle algo de calor. La niña se acomodó y apoyó la mejilla izquierda contra el cuerpo de su madre. La sujetaba y la estrujaba cariñosamente en un gesto que parecía recurrente en sus vidas. La señora levantó lentamente la vista y miró pasar la gente. En el mismo momento que yo pasaba frente a ellas la escuché decirle a su pequeña hija: - Mamá tiene que adelgazar - Una frase que sonó con resignación, como un deseo muy profundo y vocalizado de tanto pensarlo.

Yo seguí caminando y en un par de pasos ese deseo se completó en mi mente, - Ojalá mamá pueda adelgazar para poder sentir el abrazo lleno de su pequeña hija -

Sept. 1, 2017, 4:15 p.m. 0 Report Embed Follow story
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