Hace mucho tiempo, cuando apenas era un pequeño cachorro de cinco años, HoSeok deseaba poder encontrar a su pareja destinada y protegerla de cualquier dragón que le impidiera obtener su mano. La inocencia desbordaba de su alma en esas épocas, y se consideraba como ese príncipe azul que todo omega desea que lo proteja de las garras del mal.
Recuerda muy bien como, a esa edad, su querido abuelo le contaba todas esas aventuras que le generaban un brillo en sus ojos y un anhelo extraordinario de ser un alfa fuerte y digno para su omega, así como lo fue su abuelito. Para sus padres y sus abuelos, sus anhelos de cachorro sólo eran una etapa que viviría por su edad tan pequeña y su mente tan inocente y pura, decían que luego se le pasaría. Sin embargo, fue todo lo contrario.
Cuando tenía seis años, una familia conformada por dos omegas llegó al pequeño complejo privado donde él vivía. Todos los habían visto con repulsión por el simple hecho de ser dos omegas, quienes formaban ese círculo familiar junto con dos cachorros de seis y cinco años.
Tiene aún grabado en su mente como sus padres le habían prohibido acercarse a esos enfermos, en su momento no entendió el porqué les decían así y el porqué de haberle prohibido tal cosa, pero no le dio importancia, y por no quedar mal con sus padres y desobedecer la orden que le habían dado, así lo hizo; no se acercó a ellos.
Por cuatro años, esa pequeña familia había sido excluida, llegando hasta el punto de ofender a los cachorros y denunciarlos a las autoridades; pero quienes ganaban eran siempre los omegas, puesto que ellos sabían que tenían los mismos derechos de una familia ordinaria de alfa y omega.
Jamás olvidará como un día unos lindos ojitos negros, tan relucientes y pequeños como los de un gatito, le veían con curiosidad por lo que estaba realizando en ese momento con su mejor amigo en el patio de su hogar. Ambos trataban de construir un edificio con los respectivos legos que estaban creados perfectamente para ellos.
Cuando lo vio, su corazón y sus instintos le decían que se acercara al pequeño, lo invitara a jugar y así poder compartir tiempo con él. No obstante, su conciencia le daba la contra, pues no quería desobedecer a sus padres y ser castigado por ello. Estuvo un buen tiempo sumergido en sus pensamientos, analizando qué decisión tomar, que, cuando menos lo esperaba, ya tenía al niño dentro de su patio, escondido detrás del cuerpo de su mejor amigo Jimin.
Su amigo lo había terminado de invitar al haber visto la indecisión en sus ojitos, y así terminaron conociéndose y divirtiéndose, hasta que sus padres hicieron acto de presencia y descubrieron que el hijo menor de los omegas estaba ahí. En ese momento, sus progenitores habían intentado atacar, pero no lo hicieron pues el gruñido de un alfa les había puesto en alerta.
Ante la sorpresa, todos se preguntaron quién era ese sujeto, pero las dudas se les aclararon una vez el alfa llegó donde el pequeño y lo tomó entre sus brazos de forma protectora. Resultó ser un familiar del cachorro. Posterior a eso, los adultos hablaron con el alfa –sabrá la Luna de qué– y después de ello, Hoseok no volvió a saber más del niño de ojos felinos y sonrisa adorable.
Con el tiempo, Jimin también dejó de visitarlo, y no supo el porqué de ello hasta que, una tarde después de clases, vio cómo se dirigía a la casa de los omegas y un pequeño niño que no había podido olvidar y no veía desde hacía un buen tiempo, le recibía con tanto cariño. En ese momento, Hoseok se había confundido mucho, y se sintió celoso y traicionado por su amigo.
Ese mismo día, en la noche, habló con sus abuelos; les preguntó qué había sucedido con él para sentirse así y sus adorados abuelitos le habían dicho que él y su lobo habían escogido a su pareja en ese niño. La alegría, miedo, confusión, pero sobre todo el miedo, reinaron entre todas las confusas emociones y sentimientos que tuvo en ese mismo instante. ¿Cómo se lo iba a decir a sus padres? ¿Cómo se lo tomarían ellos?
Sabía que sus abuelos lo habían visto con pena y compasión, era más que obvio que sus padres no permitirían que se acercara al hijo menor de los omegas. Hoseok estaba en un gran aprieto apenas a sus casi diez años.
Durante meses, se abstuvo de decirle algo sobre ese tema a sus progenitores. Desde la distancia, veía a quien su lobo había escogido como su pareja –y esperaba que este fuera su destino–. No la pasó nada bien; quería hablarle, jugar con él, conocerlo propiamente y, también, descubrir si él era su omega en apuros a quien –él como príncipe azul– iría a rescatar de la torre del dragón.
Así, los meses se convirtieron en tres años. A sus catorce, él tuvo que irse al extranjero por estudios, aprender el negocio familiar y obtener el puesto que le correspondía como hijo de un gran empresario. Mantenía contacto con su mejor amigo –después de haber aclarado muchas cosas antes de irse–, pero de todas formas la comunicación a distancia era muy complicada para ambos.
Aprendió tanto como pudo y, quizás, hasta más de lo que debería. También conoció a muchas personas nuevas, entre ellos el mismísimo Kim NamJoon, un alfa que ejercía su trabajo como abogado en una firma mediocre de Estados Unidos. Hoseok aún era un aprendiz, pero sus dotes de negociación y carisma, le dieron puntos para tener al alfa de su lado, quien se convirtió en un buen amigo.
Siete años después, regresó a Corea con su más grande amigo. Se llevó una gran sorpresa cuando vio a Jimin, junto a su actual pareja –que daba la casualidad era el hijo mayor de la familia de omegas–, recibiendolos en el aeropuerto. Fue esperado por su mejor amigo con todo el cariño que este siempre le brindó, aunque tuvo unos cuantos roces con su pareja, que también era un alfa, lo cual era mala combinación para una situación así. Sin embargo, en poco tiempo pudo congeniar con él, terminando por llevarse de maravilla.
Una vez las presentaciones terminaron, cada quien fue tomando su camino; su amigo NamJoon se retiró en un taxi hacia el hotel en que se hospedaría por un tiempo indefinido y así después enfocarse en encontrar una casa accesible a su trabajo y comodidades, y él fue con Jimin y su pareja, quienes le darían una pequeña bienvenida.
Dos semanas después ya estaba empezando a realizar su trabajo como dueño legítimo de la empresa de su padre, una de alto nivel por ser de las mejores marcas de vino de uva, champagne y whisky; en ese corto tiempo su lobo le había hecho la vida imposible, todo por querer acercarse al cuñado de Jimin. Hoseok solo lo había visto una vez y su instinto le gritaba que fuera con él para reclamarlo como su pareja, pero eso era algo que él no podía hacer.
Aún recuerda cómo se imponía ante sus instintos y, tanta fue su insistencia por mantenerse alejado del omega, que llegó al punto de enfermar y recibir una enorme reprimenda de su mejor amigo –cabe aclarar que esa masita tierna se convierte en un demonio andante al enojarse–, y también de NamJoon. Supo entonces que estaba perdido y que debía obedecer a su lobo si no quería terminar como perro envenenado en una calle.
Por mucho tiempo trató de acercarse a quien su lobo reclamaba, pero este siempre se alejó de él, alegando que no necesitaba de un alfa que lo rescatara, Hoseok mentiría si dijera que no tuvo un desánimo enorme al escuchar esas pocas palabras del menor, pero, aún así, él y su lobo inflaron su pecho con orgullo, pues estaban determinados a conseguir la atención del omega y, quizás iba a parecer un perro meneando la cola por atención de su dueño, pero había estado dispuesto a hacer lo que sea por tenerlo como su pareja.
Fue un camino duro el que le tocó recorrer, lo recuerda perfectamente y se alegra por ello, porque el mismo día que consiguió la aceptación del omega se escuchó la melodiosa música de las campanas navideñas, las cuales brindaban el comienzo de la época llena de magia, alegría y amor.
Hoseok sabía que valió la pena cada momento, todo lo que tuvo que recorrer, para tener a YoonGi como su omega. Dos años de relación tuvo sus altos y bajos, pero supieron mantenerse a flote. Su pequeña familia lo mantiene pleno, él siempre como dueño de la empresa familiar y su pareja como un reconocido arquitecto a nivel internacional por los estilos clásicos, minimalistas y góticos que él se empeña en crear para mantener un buen legado de historia en lo que a la construcción se dice.
Y todo ello lo lleva al presente, donde se encuentra sentado en su cama en forma de indio, impaciente porque su YoonGi salga del baño compartido de la habitación y le dé las respuestas sobre las pruebas de embarazo que se había hecho. Ambos se dirigen para los tres años de noviazgo y ya están soñando con la llegada de un cachorrito.
Suspiró. Desde hace unos pocos meses que han estado intentando agrandar la manada, pero por más que lo intenten no lo han logrado. Y si para él es frustrante, no quiere ni imaginarse como su pareja se ha de sentir, ya que da la casualidad que este ha bloqueado el lazo que mantienen para no delatar sus emociones y sentimientos ante él.
Por otra parte, YoonGi se encuentra sentado en el suelo, su espalda recargada en la pared que da vista al gran espejo del baño, sus brazos abrazando sus piernas y su cabeza escondida entre estas. Llora con todo el dolor del mundo al sentirse inútil como omega y pareja, sus mejillas mojadas completamente por las lágrimas que caían de sus ojos felinos, rojos e hinchados, con su nariz también roja por el esfuerzo de su llanto silencioso.
Negativo.
Esas eran las respuestas de las tres pruebas que se realizó. ¡Joder! ¿Cuánto más tendría que soportar? Su corazón y lobo no estaban preparados para seguir con esa estupidez. ¡Qué inservible se sentía! ¡Estaba roto!
Mordió sus labios con fuerza, reprimiendo sus sollozos y chillidos, calmando su aroma agrio pues no quería salir del baño y enfrentarse a su alfa, quien le esperaba fuera de esas cuatro paredes, sin la fuerza y valentía suficiente. ¿Con qué cara le diría que nuevamente dio negativo? ¿Acaso lo dejaría por otro omega que si pueda darle una familia? No quería ver la decepción en sus ojos, que en vez de brindarle esa sonrisa de corazón reluciente le diera sólo una línea recta por el enojo, la decepción y la frustración.
—Debo decirle… —susurró para sí mismo, como si eso fuera un enorme secreto que no debía ser revelado a nadie, el cual debía de mantener en una caja de cristal cubierta por unas cadenas de acero y bajo un gran resguardo; sin embargo, sabía que debía afrontar la situación con su pareja.
Con una enorme pesadez y el cuerpo temblando, se levantó del frío suelo, sus manos nerviosas le impedían tomar esas pruebas, y YoonGi se regañaba internamente por estar en un estado tan vulnerable y deplorable. Suspiró, tomando una bocanada de aire, e hizo un esfuerzo por mantenerse de pie y tomar entre sus manos las tres pruebas y con ellas se dirigió a la puerta del baño, abriendola con suma lentitud, como si alguien estuviera esperándolo para hacerle daño, más lo único que pudo ver fue a su adorable alfa sentado en la cama con las piernas cruzadas, sus manos inquietas arrugando toda la extensión de la sábana en clara señal de nerviosismo.
Inhaló profundo y con eso pudo sentir el fuerte olor Hoseok: ciruela y eucalipto, una rara combinación que encajaba perfecto en él. Con pasos vacilantes, fue saliendo de la habitación, su cabeza gacha y su mirada perdida entre el movimiento de sus pies. Se sentía en un estado automático, como si fuera un robot programado para seguir las órdenes de un superior, pero en su caso sería la orden de sus instintos llenos de tristeza y dolor.
HoSeok al ver a su omega salir del baño de esa forma y sentir el olor agrio saliendo de él, ya le daba una idea del resultado, más esperaba a que YoonGi le diera una respuesta y él podría darle todo el amor de su corazón, expresarle lo suertudo que es al tenerlo como su pareja y decirle que no debe preocuparse porque no ha podido quedar en cinta, que hay muchas más formas para tener esa anhelada familia que tanto esperan formar.
Sería una tarde dura para ambos.
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