Introducción
En la
pequeña ciudad española de Toledo, a unos 70 kilómetros al sur de
Madrid, el señor Garrido se despertó a las 6 de la mañana, como
cada día en los últimos 5 años. Tuvo cuidado de no despertar a su
esposa, que entraba a trabajar una hora más tarde, y se dirigió al
servicio. Se duchó, se afeitó y se vistió con cuidado. Ya en la
cocina, tomó el desayuno de siempre: un bollo con un café solo,
todo acompañado de un buen zumo de naranja recién exprimida.
Antes
de salir, echó un vistazo al dormitorio, pero su mujer estaba
durmiendo aún. No la despertó, mejor que aprovechase esa hora extra
de sueño.
Cuando salió a la calle, tomó un trago de aire fresco, y se dirigió hacia la estación de tren. El aire de la mañana era cálido, y daba gusto caminar por las calles casi desiertas. Sólo pocos transeúntes se dirigían, como él, hacia la estación central, para ir cada uno a sus lugares de trabajo. La rutina diaria, pensó, y una sensación de calma y tranquilidad le llenó el corazón. Le gustaba su trabajo, los compañeros eran amables y ganaba bien: que más podría desear un hombre, se dijo.
Llegó el tren que esperaba, y antes de meterse en el vagón, miró al cielo. La bóveda estaba oscura, llena de estrellas: un buen espectáculo, pero le extrañó un poco que el Sol no hubiera salido aún. Miró su reloj: ¿tal vez se hubiera confundido, y había salido antes de lo acostumbrado? No, el reloj indicaba claramente que eran las siete y cuarto. Tardaba media hora en llegar a la oficina, así que no se había equivocado. Qué raro, pensó, pero no perdió más tiempo pensando en por qué el cielo estaba todavía oscuro a esa hora: tenía que ir a trabajar, y hoy tenía una en agenda una reunión con el director de su departamento, y esto era lo más importante. Antes de acomodarse en el asiento del tren, echó un último vistazo al cielo: muchas estrellas, pero no había ni rastro del Sol. Vaya fenómeno raro, pensó, y empezó su viaje hacia Madrid pensando que, tal vez, por la reunión con su jefe hubiera sido mejor ponerse la corbata marrón.
Era el 23 de mayo de 2037.
El día del Desastre.
Capítulo 1
“Me parece ridículo que se construyan naves espaciales, y después no se pueda conseguir un reloj de pulsera que funcione”
“No
hay nada raro, si no quedan piezas de reposte para los relojes no hay
manera de arreglarlos”
” ¡Pero hombre, un reloj es un
mecanismo sencillo! No me creo que no hayan sido capaces de
inventarse algo para que un pobre hombre pueda saber en cualquier
momento y esté donde esté la hora exacta”
“Pues ponte tú a buscar una solución. Así si lo conseguirás serás famoso en toda Madrid. Ya veo los titulares: “Finalmente, un reloj en cada casa”. Y tu foto en la Intranet...incluso te podría dedicar una calle”
“Tú tómame el pelo, si te apetece, pero yo sigo convencido que si quisiera el Consejo Ciudadano podría hacer algo más para recuperar las antiguas tecnologías. Yo que sé, invertir más pasta para la investigación”
“Dinero hay pocos, y gastos muchos. Hacen lo que pueden. Y además creo que sea justo que los relojes ya no funcionen. Es algo simbólico: se paran los relojes, se para el tiempo, y se interrumpe el camino de la humanidad hacia el futuro...”
Llegué a mi parada de metro, y me bajé del vagón, sin poder terminar de escuchar las conversaciones que las otras dos personas que estaban en mí mismo vagón estaban manteniendo. No que lo que dijeran me interesara particularmente, pero me aburría y casi sin quererlo me puse a escuchar los comentarios de esos dos Funcionarios (llevaban el traje de ordenanza, no cabía duda de que fueran funcionarios).
Empecé a caminar por las calles oscuras de Madrid, pero no me sentía cómodo. No sabía decir a que se debía exactamente esta sensación de inquietud, pero no era algo nuevo, sino un malestar que había probado a lo largo del día, nada más despertarme y después durante el trabajo en la oficina. Y ahora, volviendo a casa a las 6 de la tarde, caminando lentamente desde el metro hasta mi piso, sentí como la sensación iba aumentando de intensidad. El problema real era que ese malestar no era algo nuevo, porque llevaba varios días sintiéndome un poco raro. Era una sensación entre el cansancio y la depresión, pero si podía justificar el cansancio con las cargas de trabajo que me daban en la oficina, no veía motivo por sentirme tan deprimido. Había pedido cita al médico para 3 días después, y esperaba de todo corazón que el Profesor De la Cuadra pudiera ayudarme. Tal vez fuera sólo cansancio, o el estrés por haber trabajado demasiado en los últimos meses. Me habrían venido bien una vacaciones...lástima que en la Madrid del 2125 ya no había vacaciones para nadie, sólo trabajo y más trabajo. ¡Vaya mierda de época que había elegido para nacer, pensé!
Llegué al final de calle Navarra, y tenía que meterme en ese callejón oscuro que alguien había llamado calle Oudrid, a pesar de que una estrecha callejuela que corría entre las fachadas de 2 altos edificio a malas penas podía definirse calle. Me llevé la mano al bolsillo, y el contacto de mi mano con el frío metal de mi pistola de 9mm me hizo sentir más tranquilo. ¿Tal vez tenía que sacarla de debajo del abrigo? En los últimos tiempos, en ese barrio habían aumentado considerablemente los robos, a menudo con violencia, y ya se contaban en 5 las muertes en lo que iba de mes: yo no quería ser la víctima número 6, no esa tarde de agosto y con esa sensación de inquietud y tristeza tan rara en mi corazón. Me metí en calle Oudrid, para llegar rápido a mi hogar, cuando un ruido a mis espaldas me hizo dar la vuelta. Bajando por calle Pamplona, vi dos agentes de la Policía Ciudadana Especial (PCE), que caminaban tranquilos calle abajo con los fusiles de ordenanza en sus manos. Como todos los miembros del cuerpo de policía, llevaban la típica uniforme roja y azul de la PCE, con un chaleco antibala que le protegía el torso, y con cascos amarillo con visores nocturnos.
“Usted, párese” me gritaron, y yo levanté las manos y grité: “Soy un ciudadano registrado, no estoy haciendo nada malo”.
Los 2 se fueron acercando despacio, sin mostrar el menor nerviosismo. Era natural: los visores que llevaban incorporados en los cascos ya le habían revelado que sólo llevaba una mísera pistola, un arma inadecuada para perforar el chaleco blindado que les protegía. Los 2 se pararon enfrente de mí, a unos pocos metros, pero seguían hablando entre sí, como si yo ni estuviera allí. Finalmente, sin mirarme, uno de los 2 dijo: “Documentación, por favor”. Saqué mi tarjeta identificativa, y se la ensené. Uno de los 2, el más alto y robusto, le echó un rápido vistazo, después me preguntó:” ¿Su nombre?”. Contestarle que lo tenía allí escrito en el documento habría sido una pérdida de tiempo, y además los habría simplemente hecho enfadar...y no era muy saludable que alguien del cuerpo de la PCE se enfadara contigo. “Me llamo Simón Mascardi” contesté con calma, intentando no demostrar nerviosismo, cosa no fácil cuando tienes enfrente de ti dos tíos palestrados y armados con ametralladoras que podía matar a un elefante de un tiro...siempre que los elefantes siguieran existiendo, cosa bastante improbable por otro lado.
”Ciudadano registrado X445633-s, trabando regularmente en el CBES”.
“El CBES, has dicho” me dijo uno de los 2, el más bajito” pues es usted un Técnico... ¿un buen ciudadano que cumple su trabajo a diario, no? ¿Y qué haces en esta calle?” me preguntó.
Le contesté: “Me vuelvo a mi hogar después de terminar mi jornada de trabajo. Como podéis leer en mis documentos, vivo justo en calle Oudrid 11”.
“¿Sabemos leer, que crees? “me dijo el que tenía mi tarjeta identificativa” ¿Porque eres un Técnico te crees más listo que nosotros? Anda, coge tu tarjeta y vete a tu casa.”. Me devolvieron los documentos y se fueron hacia calle Castilla, riendo de gusto de no sabía que chiste que el más bajito estaba contando.
“Hijos de puta” pensé” cuando les necesitas nunca aparecen, pero para tocar los huevos a un ciudadano tranquilo como yo siempre están allí”. ¿Pero que podía hacer? Que la PCE estuviera llena de gente prepotente y violenta era cosa conocida, y si uno denunciaba los hechos a las autoridades lo que recibía en cambio eran 4 tíos sin uniforme que te esperaban bajo tu casa, listos para darte una buena paliza...y después, nadie sabía nada, nadie conocía a nadie y por qué habías recibido una paliza justo después de la denuncia quedaba un misterio sin resolver...
Mejor no pensar en estas cosas, pensé, y me metí en Calle Oudrid. En ese instante sí que saqué la pistola, porque el callejón era demasiado obscuro, y muchas callejuela daban a él; las probabilidades de que algún hijo de puta te asaltara era muy altas, y las precauciones nunca eran suficientes. Con la pistola en mis manos me sentía tranquilo, porque un tío que acecha los transeúntes aprovechando de la obscuridad por lo general no tiene los huevos para enfrentarse a un tío con un arma.
En realidad, llevaba ya 5 años viviendo en ese piso, desde que me mudé de mi anterior vivienda en Calle Sanbernando a causa de los problemas surgidos en la zona alrededor de la Moncloa durante las revueltas populares del año 2073, y nunca había tenido problemas. El barrio de Tetuán no era muy poblado, debido a la cercanía con plaza Castilla y los bordes de la Cúpula, y la mayoría del tiempo las calles estaban semi-desiertas como en ese momento. Que a mucha gente le diera miedo vivir cerca de los bordes de la Cúpula me parecía una tontería, pero en los últimos años se había intensificado la tendencia a mudarse hacia el centro o hacia las zonas residenciales de la parte sur, sobre todo después de las reformas del 2075. Trabajando en el CBES, a mí me pillaba fenomenal vivir en Tetuán para ir a currar (tan sólo 7 paradas de metro), así que de momento no tenía intención de pedir el traslado a otra zona.
Llegué a mi edificio, el número 11 de calle Oudrid, y abrí el portal con las llaves. Salí hasta el último piso, el quinto, donde había decidido instalarme más bien para estar lo más lejos posible de la calle que por otras razones. Era una molestia subir 5 plantas cada vez, pero el hecho de vivir lejos de la suciedad de las calles me daba algo parecido a una paz interior.
Entré en el piso, y encendí la luz del amplio salón. Como tenía toda la planta para mí, había arreglado el interior creando un amplio salón de estar, donde pasaba la mayor parte de mi tiempo, y dejando las zonas más pequeñas de la casa para la cocina, el dormitorio y los servicios.
Nada más entrar me quité el abrigo y me asomé a la ventana, pero afuera sólo vi obscuridad. Cogí en la encimera una lata de cerveza (yo prefería llamarla pseudo-cerveza, ya que esa bebida sintética de la cerveza real no tenía nada, aparte el 5% de alcohol), pero no llegué a abrirla. Me tumbé en el sofá, y me conecté al Intranet. Eché un rápido vistazo a la programación, pero no había nada de mi gusto: los aburridos chat interactivos, los blogs donde pensadores y filósofos (así se definían, para mí sólo eran charlatanes presumidos) exponían sus ideas sobre la vida y el universo, y un par de pelis nuevas en alta definición, algunas con actores reales pero la mayoría hechas con el ordenador, de forma poco profesional y de mala calidad. “Vaya basura” pensé, y lo más increíble de todo era que en ese momento el 70% de la población de Madrid estaría enchufada mirando a esa mierda, escribiendo sus pensamientos en esas chat temática (que a pesar del tema siempre acababan de la misma forma, con una pelea monumental donde cada uno acusaba a los demás de ser un idiota), o viendo las “obras de arte” de cineastas novatos que pensaban que era posible recrear el encanto de las antiguas películas de Hollywood con unos cuantos pixels.
Apagué el Intranet, y decidí que esa noche iba a salir. No tenía gana de quedarme sólo en casa, no con esa sensación tan rara que sentía en el profundo de mi alma. “¿Y si me estoy volviendo esquizofrénico?” pensé” ¿Y si el médico descubre que sufro alguna forma de depresión o trastorno psíquico? Perderé mi trabajo, mis derechos y tendré que someterme a rehabilitación...y todo esto... ¿por qué?”.
Lo que más curioso de todo era que en los últimos días no me había pasado nada raro o inusual, algún hecho traumático que pudiera justificar una cambio de humor y de aptitud tan repentino. En los últimos meses siempre había seguido la misma rutina: despertarme, trabajo, vuelta a casa, Intranet y a dormir; y los fines de semana, por el centro. Pues, me pregunté” ¿por qué ahora me siento así, tan descolocado?”.
Decidí que era inútil comerme el coco, ya que las respuestas no las iba a encontrar quedándome encerrando en mi piso; mejor salir y desconectar un rato, aunque fuera sólo durante un par de horas. Volví a meter la cerveza en la encimera, me puse el abrigo, cogí la pistola, y me preparé para salir a la calle. Antes de marcharme, volví a echar un vistazo al cielo lejano y obscuro, a través de la amplia ventana que tenía en mi salón:” ¿Por qué tuviste que morir?” pensé, y la sensación de tristeza se agudizó en mi corazón.
Capítulo 2
Esa tarde tuve suerte. El metro no tardó nada en llegar, y en tan sólo 20 minutos ya estaba en el centro de la ciudad. Por lo general, el servicio ofrecido por lo que quedaba de Metro Madrid era bueno, y el único inconveniente era la frecuencia de los trenes: a veces había que esperar hasta media hora antes de que llegara el vehículo. Pero esa noche, nada más entrar en el subsuelo y atravesar los tornillos (ya no hacía falta pagar el billete, porque el servicio era totalmente gratuito), oí con placer el ruido de un tren que se acercaba. Aceleré el paso, y en cuanto llegué al andén el tren estaba justo abriendo sus puertas. No bajó mucha gente, y mucha menos subió al vehículo; Tetuán iba despoblándose cada día más, y no sin sentir un escalofrío imaginé que un día me quedaría el único habitante de ese barrio. Un barrio entero todo para mí, para pasear mi soledad en las calles desiertas y obscuras. Tonterías.
Desde mi parada de metro hasta Madrid Centro había siete paradas, y más nos íbamos aproximando al centro más gente subía. La vida en Madrid se había desplazado hacia el centro-sur de la ciudad, donde los edificios estaban en mejor estado y había más servicios: centros comerciales, tiendas y por supuesto centros médicos. Curiosamente, muchos años antes el mayor hospital de la capital, el de La Paz, se encontraba justo al norte de Plaza Castilla; por mala suerte, y en mi opinión también por falta de previsión de los arquitectos que diseñaron el proyecto, se había quedado fuera de la Cúpula, y después del Desastre quedó completamente inutilizable. Vaya desperdicio, plantas enteras llenas de maquinarias y habitaciones donde ya nadie podía vivir ni recibir atención médica. Pero para justificar este fallo se dijo que ampliar la Cúpula hasta la Paz suponía un coste demasiado alto, y así se echó a perder el mejor hospital de Madrid.
Ahora, en 2125, ya no existían grandes hospitales, sino muchas pequeñas clínicas que se encontraban esparcidas por toda la ciudad. Cada uno tenía asignado su centro médico, y si tenías alguna enfermedad estabas obligado a acudir allí; y si no había medicamentos ni médicos para una urgencia, iba a ser muy probable que uno se dejara el pellejo en una clínica limpia y ordenadita, pero que bajo una fachada de perfección escondía una falta de medios muy alarmante. “It’ a sign of the time,a sign of the time”, diría, como cantaba Michael Stipe en uno de mis álbum favoritos.
En Madrid Centro bajé junto con muchas otras personas, y salí por la salida de C\Carretas. La plaza que antiguamente se conocía como “Puerta del Sol”, y a la que alguien con mucha fantasía había renombrado “Plaza Central”, rebosaba de gente.
Arriba, hacia Gran Vía, veía una muchedumbre atareada en sus compras: esa zona era el corazón comercial de la capital, y un sinfín de tiendas ofrecían la posibilidad para quien lo quisiera de dejarse el sueldo de un mes en ropa, comida u otros artículos. No siempre la calidad de la mercancía era buena, pero si uno buscaba algo allí era donde tenía que dirigirse.
A mi derecha, en calle Alcalá, observé como mucha gente con trajes elegantes salía de las oficinas y se dirigía hacia sus hogares. Toda la zona comprendida entre Plaza Central y el Parque de Buen Retiro, o por lo menos lo que quedaba de ese parque, era repleta de oficinas y despachos administrativos. Según los últimos datos, casi el 90% de las oficinas de Madrid se concentraban en esa zona, y edificios históricos, como el Senado o la Moncloa, debido a su situación geográfica, habían sido abandonados a su destino. El Palacio Real, antigua residencia de los Reyes de España cuando aún en el país había monarquía (el Desastre canceló todo, incluidas las antiguas tradiciones) había servidos en los primeros años de la Reconstrucción como sede política de la ciudad, pero al final se había revelado poco práctico, debido al tamaño de las instalaciones y a su decrepitud, y se elijo transformarlo en un museo de Historia de la Humanidad, que cada día iba ampliándose con nuevas muestras. Había estado allí varias veces, y debía reconocer que era interesante, a pesar de que muchas piezas eran evidentes reconstrucciones de los originales perdidos para siempre.
Mi meta esa noche era la zona de bares y disco. Entre Plaza Central y Calle Alcalá, en una extensa zona que cubría varios Km de diámetros, sólo había espacios para la diversión, y decenas de bares se alternaban con discos, donde uno podía escuchar buena música las 24 horas del día; de paso, las disco eran los únicos lugares donde se podían escuchar los antiguos discos de la Época Dorada de la música. En el Intranet no había música, y todo género de aparato reproductor estaba prohibido. Era una decisión un poco rara, pero así se intentaba fomentar el encuentro entre personas, obligando mucha gente que se quedaría enchufada todo el día al Intranet a salir de casa para escuchar su grupo favorito y de paso conocer a otras personas y a relacionarse con los demás.
Empecé a caminar por las calles de ese barrio llamados “Barrio de las Artes”, y me fijé en las fachadas de las discos, que conocía muy bien. Había para cada gusto: rock, pop, techno, post-fusión, hyper-indie o música clásica: cada uno podía elegir el local que más se ajustaba a sus gustos y deseos del momento. A la entrada, una cartel indicaba los temas que se iban a escuchar, y cuando había una noche temática (tipo “noche años 70” o “todo sobre el hyper-indie 2031”) no era raro ver una cola de gente disfrazada con vestidos de esa época. Los disfraces salían caros, pero se podían pasar como gastos médicos: sencillamente, había que convencer a tu medico de que sufrías un trastorno emocional y que te costaba relacionarte con las demás personas, y una noche como esa podía venirte bien. Si eras lo bastante hábil, el médico te daba una cartilla y podías alquilar gratis trajes por una noche. El inconveniente, que quedabas fichado como un posible trastornado: pero había gente dispuesta a todo para poder pasar una noche entera vestido como un auténtico maniaco del metal años ’80, por ejemplo, con camisas de cuero negro y largas pelucas. Pero esa tarde no buscaba este tipo de diversión: el día después tenía que madrugar, y necesitaba desahogarme y rápido, y después a casa a dormir.
Elegí “El Mantra”, un local que bien conocía y que transmitía música años 60 y 70, mis favoritos: Pink Floyd, Led Zeppeling, Frank Zappa y muchos más artistas que antes del Desastre habían cantado en los escenarios de todo el mundo. A la entrada ensené mi cartilla médica, pero el muchacho que estaba en la puerta me dijo que de momento no podía darme ficha. Maldecí mi mala suerte, y me moví hacia el local de al lado, el “Holly Divers”, rock años 80 con algo de ballads de vez en cuando. La chica que estaba a la entrada, una pelirroja alta y delgada con cara cansada (trabajar en los locales de ocio era muy duro: los turnos podía ser de hasta 14 horas seguidas, y el sueldo no era de los mejores) cogió mi cartilla médica y chequeó el ordenador que tenía enfrente; después me dijo, sin demasiado interés: “Hay tres chicas libres, llevas el collar?”. Contesté que sí, y saqué del bolsillo mi collar, un lazo de color azul que me llegaba hasta el pecho. Sonreí, pero la chica no me devolvió la sonrisa: con cara aburrida cogió un trozo de papel, escribió en letras grandes y claras el número 32, y me lo colgó bien a la vista en mi collar; después volvió a mirar el ordenador sin contestar a mi “muchas gracias”.
Entré en el local. La pista de baile estaba media vacía, y conté no más de 5 parejas, que se movía locamente al ritmo de “Rag Doll” de los Aereosmith. Me acerqué a la amplia barra, y busqué con la vista la chica que llevaba el collar con el número 32; bueno, una de las 3, por lo menos. Vi una rubia muy alta y realmente guapa, y probé una súbita emoción cuando vi que llevaba bien a la vista mi mismo número. Me acerqué, y la tía se dio la vuelta, se fijó en mi collar y me sonrió. Cuando estaba justo delante de ella, le pregunté: “Hola, ¿quieres divertirte?”. Ella contestó, un poco mecánicamente: “Sí, quiero divertirme, comer, bailar y acabar ”.Las frases eran un pocos ridículas, pero era obligatorio seguir el protocolo; si uno se saltaba las normas, podían denunciarte, echarte enseguida del local y bloquear tu cartilla durante toda esa noche. Tres bloqueos seguidos, y te fichaban como trastornado. “Lo siento, no encajamos” contesté, siempre según el protocolo, y me sentí decepcionado porque la chica era muy atractiva.
Ella dejo de mirarme, y se fue enseguida hacia otro hombre que llevaba una papel con el mismo número 32. Alguien tocó mis espaldas, y me di la vuelta en seguida. Una chica morena, delgada y de ojos negros me estaba mirando, una vaso vacío en la mano; enseguida preguntó: “Hola, quieres divertirte?”. “No” contesté ”sólo acabar: mañana trabajo”; siempre había que justificar porque uno no quería divertirse. Ella me sonrió y dijo: “Yo encajo contigo; ¿vamos?”, y los 2 salimos del local, acompañados de la voz de Ozzy Osbourne que gritaba:”Shot in the dark”.
Fuimos andando por las calles que iban llenándose de gente, hasta que llegamos a la amplia plaza Santa Ana, donde se encontraba nuestra meta: el CRP, o Centro de Relaciones Protegidas. Este centro se componía de dos edificios, uno enfrente del otro a cada extremo de la plaza: el edifico A, para gente normal, y el edificio satélite, para gente con trastornos y que necesitaba cuidados médicos especiales. Un tiempo, estos edificios alojaban el teatro español y el hotel victoria; pero ahora hoteles y teatros eran sólo recuerdos del pasado.
En la entrada, por lo menos 4 guardias armadas de la PCE revisaban con cuidado las cartillas de las parejas que querían entran en las instalaciones del CRP. Yo y mi pareja, de la que ni sabía el nombre (tampoco era algo importante, al fin y al cabo íbamos a echar un polvo rápido, no a casarnos), vimos como 2 policía revisaban nuestros datos, antes de indicarnos que nos asignaban la habitación 56, 3 planta, ala izquierda. Entramos en el edificio A, y fuimos andando hacia nuestra habitación.
La habitación era como todas las demás en la que había estado: sencilla, de unos 7 metros cuadrados, con un perchero, una pequeña mesa redonda, una cama y nada más. La cama era blanca e inmaculada, con las sábanas recién puestas. Mi compañera empezó a desnudarse con cuidado, colgando su ropa en el perchero. Yo hice lo mismo, pero más despacio, y vi come ella, ya desnuda, se tumbaba en la cama y me esperaba tranquila. Su cuerpo no estaba nada mal, y sus pechos grandes y redondos me excitaron. Me desnudé, me fui hacía la cama y monté sobre ella. La chica dijo, en voz baja: “Primero yo, ¿vale?” y pulsó el botón de color rojo que se encontraba justo arriba del cojín. Empezamos a hacer el amor, y noté como el botón rojo, que indicaba que el estimulador de la libido femenina estaba encendido, pulsaba indicando que la complicada maquinaria que controlaba ese sistema estaba trabajando a pleno régimen. Cinco minutos después, la chica tuvo un intenso orgasmo, y cuando acabó pulsó con calma el botón verde y el amarillo a la vez. El rojo se apagó, y ahora era mi turno: el estimulador de la libido masculina estaba en acción, así como el esterilizador molecular. Me corrí, y una fuerte sensación de placer recorrió mi cuerpo, y la tensión y la angustia que habían ocupado mi cerebro ese día desaparecieron momentáneamente. Vi como mi esperma se quedaba en la vagina de la chica, pero no había de que preocuparse: el esterilizador se ocupaba de que ningún espermatozoide pudiera llegar a fecundar el ovulo, y al mismo tiempo mataba a todas infecciones que podía trasmitirse por vía sexual; y todo esto sin que ni yo ni la chica oyéramos nada, sólo un ligero zumbido que llenaba el aire de la habitación 56, 3 planta, ala izquierda. Mientras me vestía, pensé como siempre que ese trasto era increíble, y al mismo tiempo no pude no contener las risas pensando a lo ridículo de nuestra situación actual, y de lo que el Desastre había hecho a la civilización: teníamos aún milagros de la ciencia como el CRP, con sus estimuladores y sus esterilizadores, y al mismo tiempo nadie tenía neveras, microondas o teles en sus hogares, sencillamente porque nadie ya sabía cómo se construían; y no teníamos ni relojes de pulso, ni zapatos de cueros, y nadie podía imprimir libros por falta de imprentas, pero sí seguíamos lanzando cohetes al espacio, en un extremo intento de colonizar otros planetas. Era algo trágico y al mismo tiempo ridículo, una gran pantomima con millares de actores que desempeñaban su papel lo mejor que podían.
La chica se fue antes que yo sin despedirse, y yo me fui hacia el metro, ahora más relajado y tranquilo, después de este rápido, intenso y frío encuentro sexual, el único tipo de relación permitida fuera del matrimonio legal. Esta vez con el metro tuve menos suerte, ya que tardó casi 15 minutos en llegar; pero no me importaba: me había desahogado, y después 2 semanas de abstinencia era justo lo que necesitaba. Bajé a mi parada (llamada con el antiguo nombre de “Estrecho”) y otra vez fui hacia mi casa. Ya eran las 9 de la noche, y las calles estaban más obscuras que antes, así que nada más entrar en calle Navarra saqué la pistola: no quería recibir malas sorpresas, y si los 2 policías aún iban rodeando por allí que me controlaran, no tenía nada que esconder. Cuando llegué a c\Oudrid, un hedor muy fuerte llegó a mis narices, y vi que los cubos de basuras que se encontraban allí aún estaban por recoger. No me sorprendió, ya que cada día la recogida de basura era más lenta e ineficaz: ¿tal vez Madrid terminaría ahogándose un mar de basura, pensé? Eché un vistazo a los contenedores, y algo en el suelo llamó mi atención. Me acerqué, porque lo que acababa de ver no podía ser real. Pero era así: allí, entre comida podrida y objetos viejos, se encontraba nada menos que un libro. Un libro en aquella época era algo extraordinarios: como ya las imprentas no funcionaban, no había manera de imprimir nuevos volúmenes. Los únicos libros que había leído hasta entonces eran los que se encontraban en las bibliotecas públicas, libros viejo y manoseados por demasiados usuarios, pero aún legibles. Me gustaba leer, y siempre cuando podía iba a una biblioteca en el centro y sacaba algún libro; pero nunca llegué a poseer uno mío personal, y me pregunté quién podía ser tan tonto como para tirar una preciosidad como esa. Lo cogí entre mis manos, y a pesar de que era evidentemente una publicación de antes del Desastre, aún estaba en buenas condiciones. Leí lo que aparecía en la portada:”The works of William Shakespeare”, decía. “Quién habrá sido?” pensé, ya que su nombre no me sonaba en absoluto. Abrí la primera página, y leí el título de la primera obra que aparecía en ese libro. El título era:”The Tragedy of Hamlet, Prince of Denmark”. Título curioso, tal vez mereciera la pena echarle un vistazo. Cogí el libro y me lo llevé a mi casa, pensando feliz que al fin y al cabo esa había sido una tarde interesante.
Capítulo 3
Como de costumbre, mi mesa en la tercera planta del edificio principal del CBES estaba ordenada y limpia. El CBES era un alto y antiguo edificio que antes del Desastre había servido como sede de un banco muy importante. Aún se veían los carteles con el nombre de los antiguos dueños de ese palacio. En la actualidad, todo el edificio estaba ocupado por las oficinas del CBES, y en cada planta había un departamento determinado. En mi planta, todos éramos Técnicos del Canal Vonblad.
Cada uno tenía su cubículo, y el mío estaba justo al lado de la puerta de entrada. En mi mesa, muy ordenada como de costumbre, había papeles con todas la documentación que necesitaba apilados a mi izquierda, a mi derecha tenía bolis, lápices y otro materia de oficina, y enfrente la pantalla de mi ordenador, que mostraba los planes de una zona en ruinas al sur de la ciudad, fuera de la Cúpula, donde supuestamente había una perdida en el canal del Vonblad. Estaba intentando estudiar detenidamente ese mapa, pero ese día mi cabeza estaba ocupada por otros pensamientos. La pesadumbre y la tristeza de los días anteriores no habían desaparecidos, y centrarme en el trabajo me costaba.; además, la noche anterior, por culpa de ese libro encontrado fortuitamente en la basura., me había acostado muy tarde, y estaba cansado. Esa obra de Shakespere, Hamlet, era increíble. Empecé a leerla sin gana, justo para llenar el tiempo vacío antes de acostarme, y me había enganchado tanto a ese extraño cuento de los tiempos antiguos que no había podido irme a la cama hasta haberlo terminado.
En muchos aspectos, era un libro distinto de todos los demás libros que había leído. En primer lugar, no era una novela, sino una obra de teatro. Los teatro en 2125 eran un recuerdo de los tiempos pasados, un arte que por alguna extraña razón había caído en el olvido. Madrid estaba llenas de esos edificios grandes que habían servido como teatros, pero desde hacía varios años ya no se representaban obras. La explicación del porque el arte teatral se perdió no tenía una explicación clara, y probablemente se debía más al azar que a alguna razón especifica: después del Desastre, las cosas habían tomado un rumbo un poco fortuito, y la sobrevivencia de varias cosas, pertenecieran éstas al mundo del arte, de la tecnología o de otro campo de la actividad humana, se debía más al puro azar que a alguna razón lógica.
En segundo lugar, esa tragedia estaba escrita en un inglés arcaico, difícil de entender pero que escondía un gran poder evocativo. Yo manejaba bastante bien el inglés (todo el mundo lo hacía), pero había varios pasos en la obra que no llegué a entender, y esto aumentaba la fascinación misteriosa de ese cuento
En tercer lugar, el libro contaba una historia rara, inquietante por algunos aspectos, sobre todo por culpa del personaje principal. Hamlet, ese príncipe que se portaba de una manera que hoy en día se habría definido “antisocial”; el destino de ese personaje en la Madrid del siglo 21 hubiera sido uno: la rehabilitación. Pero yo sabía que había algo más detrás del comportamiento errático de ese joven melancólico y lunático, algo que tenía que ver con algún mensaje que el poeta quería que trasmitir al público, pero este mensaje se me escapaba por completo, siendo algo totalmente ajeno a mi sociedad y a nuestra manera de pensar y vivir. “Qué secreto escondes, Hamlet?” me pregunté, mirando la pantalla de mi ordenador pero pensando en otros asuntos” ¿Por qué no mataste a tu tío, el traidor Claudius, y vengaste a tu padre? ¿A qué se debe tu falsa locura?”.
Estas y muchas otras preguntas absorbían mi mente, hasta tal punto que no me enteré de que Jaime, el compañero de curro que se sentaba en la mesa al lado de la mía, me estaba llamando. Jaime tuvo que levantarse y tocarme el hombro para sacarme de mí ensoñación.
“Perdona “le dije “Estaba ocupado estudiando este mapa... ¿qué decías?”.
“Hombre, Simón” me contestó él, un muchacho de unos 26 años de edad, alto y esbelto, de pelo negro y ojos azules y vivaces” Tú trabajas demasiado, ya te digo...te preguntaba si querías venir a tomarte un café....te invitaba, pero como no me hiciste ni puto caso ahora te toca a ti invitarme” y se puso reír.
Yo me relajé, puse en stand-by mi ordenador y le contesté: “Anda, vamos, un descanso me hará bien”. Me levanté y fuimos juntos hacía la sala de descanso, pero mi mente seguía llena de pregunta.
En la sala de descaso encontramos a Pedro, un chico que trabajaba en la segunda planta pero que a menudo salía hasta la tercera para tomar su descanso y charlar con varios amigos que trabajaban en mi departamento. La sala de descanso era grande unos 20 metros cuadrados, y era decorada sencillamente (como todos los edificios de Madrid): un par de sillones, unas mesas pequeñas y la máquina de las bebidas. En realidad, lo que llamábamos café poco tenía a que ver con la bebida original: era más bien un producto químico con aroma a café, hecho para mantener despiertos a los trabajadores durante la jornada laboral; de hecho, su consumo fuera del horario de trabajo estaba prohibido(otra ley rara y que no llegaba a entender del todo), a pesar de que se podía encontrar con bastante facilidad en el mercado negro. Era un producto de los más buscados, porque mezclado con alcohol te daba un subidón que te duraba toda la noche; pero si por mal suerte el día después te hacían un chequeo médico, ibas derecho a la cárcel por consumo de sustancias ilegales, y después de la cárcel, la rehabilitación.
Saludamos a Pedro, y él y Jaime empezaron a hablar del partido de futbol que se iba a organizar dentro de la empresa. Yo me acerqué a la máquina, y pulsé la tecla del café. No había mucho que elegir, ya que en total la maquina ofrecía sólo 4 tipos de bebidas: aparte del café, una pseudo manzanilla para relajarse, y dos refresco para quitarte la sed. Todas estos productos, al 100% de origen química, eran producidos en las inmensas fábrica de alimentación (conocidas como CQA) que ocupaban varios Km cuadrados en la zona norte-oeste de la ciudad, lo que un tiempo se conocía como la Feria de Madrid, y llegaba casi hasta el antiguo aeropuerto de Barajas: kilómetros y kilómetros de fábricas y naves industriales que nunca paraban de producir toda la comida y los líquidos necesarios para abastecer las 100 mil y picos almas que vivían en Madrid. Los productos alimentarios que salían de esas fábricas eran el resultado de complicados procesos químicos, herencia del pasado Pre-Desastre, y eran el fruto de una tecnología ya olvidada. Ente las centenares de personas que cada día trabajaban en esas fábricas, una buena parte eran Técnicos de manutención, que cuidaban atentamente que nada se estropeara. Un pequeño fallo, una avería en el complicado mecanismo de elaboración de los alimentos y adiós comida, y con ella adiós Madrid.
La tecnología que había construido esas fábricas ante del Desastre, al mismo tiempo que se erguía la inmensa Cúpula sobre la ciudad, no estaba al alcance de los científico actuales. Había que reconocer que gracias al trabajo de las Universidades en los últimos años se había progresado bastante, pero mucho faltaba para que alguien pudiera volver a tener los mismos conocimientos que los científicos que 100 años antes habían creados las Cúpulas, las CQA (Centros de Alimentación Químicas), los cohetes espaciales y, hay que decirlos, la Armas Sub-Atómicas. La sociedad en la que yo había nacido vivía gracias a estas herencias del pasado, monumentos a la inteligencia humana y reliquias de una época mejor. En las afueras de la ciudad, había algunas granjas bajo Cúpulas pequeñas, construidas adrede para proteger centros vitales fuera del radio de la ciudad, pero si algo hubiera pasado a las CQA la mayoría de la población de Madrid hubiera muerto por inanición, como trágicamente había pasado en Zúrich diez años antes. Una noche, las CQA de esa ciudad había explotados sin causa aparente, y en pocos días Suiza se había convertido en un caos. Las comunicaciones vía Intranet se habían cortado, y se contaba que millares de personas huían hasta el Sur o hasta Francia, sin posibilidad alguna de sobrevivir fuera de la protección de la Cúpula, y los alrededores de la ciudad se habían convertido en un inmenso cementerio al aire libre. Este suceso provocó mucho temor entre la población de Madrid, pero las autoridades, con el CCO (Consejo Ciudadano Oficial) a la cabeza, se habían apresurado a tranquilizar a los ciudadanos. Según las palabras del Canciller Mayor de la Comunidad “el desastre de Zúrich se debe a un descuido excesivo por parte del Consejo Ciudadano de esa ciudad, que no supo mantener bajo control sus CQA. En Madrid, estimados ciudadanos, tenemos más de 2000 personas que diariamente vigilan nuestras fábricas, y según los últimos informes, la funcionalidad es del 100%.Así que os digo: no hay nada que temer. Madrid está a salvo bajo nuestra querida Cúpula”. Y todo el mundo había aplaudido y había creído a estas palabras: por otro lado, ¿qué más podíamos hacer?
Saqué dos cafés, y di uno a Jaime, que no paraba de hablar con Pedro. Yo me quedé allí pensativo, mirando a los dos hombres hablar de tácticas y marcaje a zona, pero sin prestar atención. La discusión sobre el futbol fue muriendo poco a poco, y hubo un momento de silencio; después Pedro, todo excitado, dijo: “Oye, ¿habéis oído lo de Alicante?”.
“¿Qué pasa con Alicante?” pregunté, justo para decir algo, ya que hasta entonces me había quedado en silencio.
Pedro me contestó: “Es la hostia, una entera ciudad se va al espacio.”. Para callar nuestra muestra de estupor, fue explicando:” ¿Alicante está al sur, lo sabéis, no? Bueno, bajo su Cúpula viven unas 10 mil personas. Ahora, se da el caso de que al lado de esa ciudad, justo antes del Desastre, la CIDE1 va a abrir una fábrica, y una de las más grandes de España, con material, ordenadores y su pequeña y funcional Cúpula. Y después del Desastre, los ciudadanos de Alicante se encuentran con una ciudad pequeña, pero con al lado una fábrica de cohetes nuevas y lista para operar. Y lo más increíbles de todo es que en estos últimos 100 años no han parado de trabajar para fabricar un cohete inmenso para volar hacía las estrellas. Y lo han conseguido, cosa más increíble aún. Ahora la ciudad tiene estas 10 mil personas que se pondrán su traje espacial, saldrán en su inmenso cohete con su CQA y todas las comodidades, y alá, hacia el infinito.”.
Jaime le dijo, con voz alegre: “Anda, que estás de coña.”, pero Pedro juró que lo había leído el día anterior en el Intranet, y que el proyecto se mantuvo en secreto hasta el final para que nadie interfiriera. “Y si no me creéis, esta noche mirad en la página de noticias. Dicen que el despegue se hará dentro de 10 días: la ciudad se quedará vacía, y todo el mundo allá en el espacio”.
“Ya veremos, si es una mentira mañana invitas tú al café, ¿vale?” dijo Jaime, y después nos despedimos y cada uno volvió a su lugar de trabajo. Una entera ciudad que se va la espacio: ¿por qué no?¿Qué tenían que perder? Hasta entonces, y por lo que se sabía, las expediciones al espacio no habían tenido mucho éxito: las comunicaciones con la Tierra se interrumpían casi enseguida, y nada se volvía a saberse de los viajeros del espacio. Viajes espaciales: otra herencia del pasado que utilizábamos como flotador para que la raza humana no cayera en el olvido.
Esa tarde fui a casa, y volví a leer la obra de Shakespeare, y a pesar de que todos los personajes eran muy interesantes, me di cuenta de que estaba empezando a desarrollar un interés casi obsesivo hacia Hamlet. Ese personaje me tenía intrigado. Era como si supiera que el autor, escribiendo las vicisitudes de Hamlet, había querido lanzar un mensaje secreto para las generaciones futuras: pero ¿cuál era este mensaje?
Así mismo, después de esta segunda lecturas, empecé a sentir una nueva e intensa sensación de piedad hacia la pobre Ophelia y su dulce locura.
A las 2 de la madrugada, agotado, me fui a la cama. Me puse el pijama, y estaba a punto de pillar mi píldora de Dormorix cuando decidí que esa noche no la necesitaba. El Dormorix era el somnífero más común en Madrid, y prácticamente toda la población lo utilizaba, sobre todo entre semana, para logran dormir 8 horas seguidas y llegar así descansados al trabajo. Sobre su eficacia, ninguna duda: se podía poner un cronómetro, y se comprobaría que el sueño inducido por Dormorix duraba exactamente 8 horas, minuto más minuto menos. Una pequeña obra de arte química, y esta vez 100% fruto del genio de algún científico de 2125. Pero esa noche estaba tan cansado que decidí no tomar mi ración, como iba haciendo a diario desde hacía casi 15 años. Me acosté, y dormí enseguida sin la ayuda de la droga; y cosa aún más increíble, esa noche, el 09 de octubre de 2125, por primera vez después de muchos anos, soñé...
En mi sueño estoy flotando, y mi cuerpo parece no tener peso. A través de una ventanilla veo la Tierra, inmensa en su esplendor, azul y verde y gris, y la Tierra se hace cada vez más pequeña mientras yo sigo flotando y mi cuerpo ya no me pertenece, sometido como está a otra ley de gravedad. En mis oídos un zumbido molesto, mi estómago parece estar ardiendo, mi cerebro sufre pero percibo que estos sufrimientos no me pertenecen, como si yo ya no fuera yo sino una entidad abstracta, un espectro que ve a su cuerpo desde afuera que flota y flota en una ancha sala de forma circular, y yo intento comprender porque estoy allí pero no puedo, mi mente es un agujero obscuro que se niega a contestar a mis preguntas, y prefiere mirar como el mundo en el que nací se hace cada instante más pequeño, y de un momento a otro desaparecerá para siempre y yo nunca más volveré a verlo, porque se perderá en la infinidad silenciosa de la galaxia donde los sueños y las ambiciones del hombre sólo son sombras fugaces que desaparecen enseguida. Intento volver a tener poder sobre mi cuerpo, pero ahora mis ojos están obligados (por quién, por quién?) a mirar el lugar donde me encuentro, y ahora veo que la paredes grises de esa habitación son llenas de indicadores y luces parpadeantes, y hay un pasillo que se abre y mi cuerpo se dirige hacia allí, yo no quiero porque mi deseo más grande es echar un último vistazo a mi planeta natal, pero mis brazos empiezan a moverse y el cuerpo se mueve con ellos, y nado en el aire como un submarinista suspendido en el aire, me siento ridículo pero nada puedo hacer ahora para impedir que mi cuerpo entre en ese pasillo, y más allá del pasillo veo otra habitación parecida a la primera, pero ésta es rectangular, y hay millares de luces parpadeando y levas y teclas cuya función desconozco, y en esta nueva habitación no hay ventanillas y no puedo ver el universo que aguarda afuera. Mi cuerpo sigue flotando, y en un lapso de tiempo que parece infinito paso a través de infinitas habitaciones, todas iguales excepto por la forma. Hay unas cuadradas, otras rectangulares, otras octagonales, pero pronto las formas geométricas se hacen tan complicada, los ángulos se repiten tantas veces que no sé si ojo humano haya contemplado jamás símil forma geométrica, caótica pero perfecta al mismo tiempo. Y en algunas habitaciones hay ventanillas y en otras no, pero cuando hay una ventanilla mis ojos miran hacia allí y contemplan asombrados la infinidad del cosmos, las millares de estrellas que iluminan otros tantos planetas, y siento envidia para las personas que viven en esos planetas porque ellos estarán allí, en sus ciudades o cabañas o cuevas bendecidos por un maravilloso Sol luminoso. Yo sigo moviéndome, y las habitaciones ahora son tan anchas que ni intento descifrar sus geometría, porque si lo haría me perdería para siempre en los laberintos de la locura, porque la mente humana es limitada y no puede desafiar jamás al infinidad. Y al final de todas estas habitaciones, después del último pasillo está él, desde el principio sabía él era la meta de mi viaje, pero ahora que estoy allí, en una habitación tan grandes que ya ni puedo ver las paredes, no le puedo contemplar, porque emana una luz tan fuerte que ciega mis ojos, pero yo sé, una parte de mi cerebro sabe que es un hombre que viste un traje anticuado, parecido al que vi en la portada del libro que encontré en la calle, un vestido de la antigua Inglaterra, pero su rostro no se parece en nada a él del autor de Hamlet, es mucho más viejo y desgastado por el tiempo y por los largos años de soledad. Él levanta un dedo, e indica algo a mi izquierda; miró hacia allí, y las paredes han desaparecidos, ahora fluctúo en el mismo vacío del espacio y ahí delante de mí hay un castillo que flota en el cielo, suspendido en la tinieblas del universo sin luz...y sé que el nombre de ese castillo es Elsinore.
Me desperté de pronto, cubierto de sudor y con la respiración alterada. Vaya sueño había tenido. Ya tener un sueño era algo nuevo para mí, porque el Dormorix anulaba cualquier proceso del subconsciente, pero encima había tenido un sueño tan raro que me sentía algo asustado. ¿Qué significado tenía todo esto? Lo que más me asustaba era la sensación que había tenido, esa sensación de no ser dueño de mi cuerpo ni de mi mente, sino un títere que se mueve porque alguien se lo ordena. Cuando era niño, hacía ya muchos años, soñaba a menudo, pero eran sueños normales: soñaba con jugar con mis amigos y cosas por el estilo. El sueño que acababa de tener, por contra, eludía mi capacidad lógica: ¿Por qué había soñado con el espacio, pensé, cuando no tenía la menor intención de meterme en uno de esos cohetes que salía a diario para huir de las ciudades de la Tierra y sus Cúpulas? Tal vez las palabras de Pedro tuvieran algo a que ver con esto, y el libro de Shakespeare había rematado el todo.
Ese hombre tan raro, que relucía como una estrella, y el castillo suspendido en el aire: si se lo contaba a mi médico, seguro que me iban a tildar de lunático.
Me levanté de la cama, y eché un vistazo fuera de la ventana. Estábamos otoño, y afuera no se veía que tinieblas y más tinieblas, tan poderosas que las pocas farolas que estaban encendida nada podían contra ellas. “¿Por qué moriste, joder?” me pregunté con rabia ”¿Por qué tuviste que morir?”. Era una pregunta que me hacía a menudo, y a pesar de que no había respuesta, y probablemente nunca se llegaría a tener una explicación clara del fenómeno, sentía dentro de mí una verdadera rabia. Enseguida, mi mente hizo otra absurda asociación. En el sueño que acababa de tener, otro particular raro, en el que en un principio no me había fijado, era que desde el presunto cohete (porque ya daba por sentado que en la ambientación del sueño era un cohete), se veía la Tierra iluminada: ridículo.
Fui al salón de estar, encendí el ordenador para ver qué hora era (las 5:46 de la mañana. Joder, me había despertado 14 minutos antes del tiempo previsto, y todo esto por no querer tomar mi dosis de Dormorix). Cogí una cerveza de mi encimera, pero pensé que empezar el día con alcohol no era una gran idea. Me miré en un espejo, y vi que tenía un par de profundas ojeras. Lo que me faltaba, si alguien se fijara me podía preguntar porque no había tomado mi dosis de Dormorix. Anda, no era obligatorio tomarla, pero como todo el mundo lo hacía saltarse una dosis sin una explicación coherente podía ocasionar problemas. Era un mundo difícil él en el que yo vivía, y los motines del 2065 habían demostrado que sin un estricto control se iría todo a la mierda. La Cúpula, las CQA, eran el cordón umbilical con el que el hombre se mantenía sujeto a la existencia: si se cortara este cordón, el mundo, las ciudades y la entera humanidad se irían al carajo. La humanidad...menuda locura. A veces, reflexionando sobre el tema, me parecía increíble que los seres que habían conseguido crear las naves espaciales, las bio-tecnología, la medicina molecular y la Energía Vonblad, eran los mismos que había planeado algo tan perverso como las Cúpula, las CQA y, por supuesto, las armas sub-atómica. Yo había nacido en el mundo de las Cúpulas, igual que mis padres; había que volver atrás en el tiempo, hasta 2037, en la época Pre-Desastre, para ver como mis abuelos vivían libres bajo el cielo. Ellos incluso habían conseguido presenciar, cuando eran pequeños, la que ahora se conocía como la Edad de Oro de las Ciencias, una época de paz y prosperidad, de colaboración entre las naciones y de avances científicos increíbles. Por lo general, se indicaba el 2021 como comienzo de esa época dorada, con el famoso tratado de Estocolmo entre EEUU, la Unión Europea, Rusia, China e India. Sin dudarlo, muchas más naciones se habían sumado al tratado: Brasil con sus forestas, Arabia Saudí con el petróleo, Ucrania con el gas, todas las naciones de la Tierra contribuyeron con lo que podía a hacer del mundo un lugar mejor donde vivir. Fue en aquel entonces que la industria aeroespacial dio un paso hacia delante, y ya no era un sueño la colonización de otros mundos. La tecnología conoció la que se llamó “la tercera revolución industrial”, con el descubrimiento de la bio-tecnología y su consecuencia más importante, la Energía Vonblad, mientras la medicina derrotó enfermedades endémicas con la innovadora cirugía molecular.
Una época dorada, un sueño que se acabó en 2030, con la disputa Chino-Rusa sobre el Canal de energía Vonblad de Kazajistán, y la consiguiente guerra de los 2 años, cuando las tropas china marcharon sobre Moscú. EEUU se alió con Rusia, su antiguo enemigo, y reprochó a la Unión Europea, que se mantuvo neutral en ese conflicto, el hecho de haber colaborado demasiado con China e India en el desarrollo de la tecnología Vonblad. El tratado de Estocolmo fue revisado, y varios países aprovecharon el caos internacional para sacar provecho personal; el caso más evidente fue el de India, que invadió Pakistán, Afganistán e Irán, y amenazó seriamente a Iraq, protectorado Americano desde hacía casi un siglo. Los centros universitarios dejaron de estudiar el espacio, y se volcaron en el desarrollo de armas más efectivas: uniendo la bio-tecnología a los conocimientos previos en materia de energía atómica, EEUU en 2031 construyó su primera bomba sub-nuclear, capaz de barrer un área grande como España, tanto en la superficie como en las profundidades del suelo, dañando irreparablemente los conductos Vonblad que recorrían buena parte del subsuelo terrestre. China e India no tardaron mucho en hacerse con la misma tecnología, y la revancha de los rusos contra los chinos, ayudados por los países del antiguo bloque soviético y la Unión Europea hizo aún más tensa la situación. En 2034, cuando el último soldado chino fue echado del suelo ruso, el mundo estaba al borde del holocausto sub-nuclear. Fue en aquel entonces que se pensó proteger las ciudades más importantes de cada país con las Cúpulas, invención que hizo rico a la persona que las ideó, Joseph Ricketer, un alemán que en pocos años llegó a ser el hombre más rico del planeta. La Ricketer Company podía construir una Cúpula sobre una ciudad grande como Madrid en tan sólo 6 meses, y en otros 6 meses las CQA estaban listas y conectadas con el sistema se Vonblad que proporcionaba energía ilimitada; en total, en 1 año una ciudad podía estar acorazada y protegida de eventuales ataques. Las Cúpulas fueron algo que encargaba el gobierno del país, pero no fueron pocos los que pidieron Cúpulas personalizadas, y construyeron mundos artificiales que, en el caso de una guerra sub-nuclear, iban a ser como islas completamente independientes y autónomas.
La Ricketer Company llegó a ser tan rica que sus beneficios superaban los de cualquier país en el mundo, y Joseph Ricketer se construyó una Cúpula personalizada de 40 Km de diámetros en pleno Mar del Norte: una ciudad increíble, que llamó “la Ciudad Dorada”; de paso, encargó a Estados Unidos un par de misiles sub-nucleares. Rusia, China e India amenazaron a EEUU que si empezara a vender armas sub-nucleares a los privados no se quedarían parados, y tomarían medidas serías. En aquel entonces, el gobierno de EEUU estaba a prácticamente en las manos de las multinacionales, hasta el punto que en 2035 los jefazos de las corporaciones más importantes echaron al último presidente elegido democráticamente en USA, Mark Seymour, y se hicieron con el control del país, que de forma oculta ya regían desde hacía décadas. El senado fue cerrado, y en su lugar se instauró un sistema oligárquico, con los senadores reemplazados por los presidentes de las multinacionales más ricas.
Mientras tantos, los pedidos de Cúpulas aumentaban de forma vertiginosa, y sólo la Unión Europea, que a palabras se mantenía neutral, se esforzaba para placar los ánimos y evitar el holocausto sub-nuclear.
En 2037, reinaba una calma tensa: cada país estaba preparado para la guerra, y las Cúpulas estaban listas para recibir los golpes de las terribles bombas sub-nucleares. Y un día, el 23 de mayo para ser exactos, todo terminó. Fue en un instante, algo tan repentino que se contaba que quienes vivieron esos momentos confusos casi ni se dieron cuentas. El 21 de mayo de 2037, el mismo Ricketer en persona habló en las Naciones Unidas, y su discurso, una apología del antiguo mundo y una promesa para un mundo futuro bajo las Cúpulas, fue interpretados para muchos como un signo de la guerra inminente, y lo más alarmista avisaron que tal vez sería el mismo Ricketer a disparar el primer misil. Sus palabras, en aquel famoso discurso, no hacían presagiar nada bueno. Ricketer, el hombre más poderoso del planeta, hablaba así no por intereses económicos, sino porque se había vuelto loco, según contaban. Tenía 60 años, y llevaba años profetizando la llegada de una nueva Era, una Era donde él sería el Dios de una nueva humanidad. Pobre iluso. El Desastre le pilló de vuelta a su Ciudad Dorada en el medio del Océano, y por lo que se sabía de él, murió casi enseguida, junto con buena parte de la humanidad.
23 de mayo de 2037, el día que todo terminó...él día del Desastre. Había sido trágico, la mayor tragedia en la historia de la humanidad, pero por otro lado tenía su nota irónica. Mientras todo el mundo se preguntaba quién sería el primero en lanzar la primera bomba y la gente huía buscando protección baja las Cúpulas (y los que no se encontraban aún bajo una Cúpula pedía permisos para entrar en algún lugar seguro), sucedió. Tan de fácil, que pilló a todos desprevenidos. El primer avistamiento se registró en Japón. Al cabo de pocas horas, la alarma general ya se había extendido a toda la Tierra, pero muchos dudaron hasta el último de que fuera verdad, y pensaron que era propaganda enemiga o algo por el estilo. Después, cada habitante del planeta pudo ver con sus ojos lo que había pasado: el Desastre había llegado, y para la humanidad nada sería como antes, nunca más...
“¿Por qué moriste?” me pregunté otra vez, pero la pregunta no iba a tener respuesta. Ya eran la 6:05, y tenía que darme prisa para llegar al trabajo. Maldije mi tendencia a soñar despierto, y me dije que esta maldita costumbre un día iba a causarme problemas: en aquel entonces no lo sabía aún, pero estaba en lo cierto...
Capítulo 4
En mi despacho, miraba fijamente el ordenador, pero me costaba centrarme en las líneas que se dibujaban en la pantalla. Supuestamente, estaba examinando un mapa de un área al Sur de Madrid, donde en los últimos tiempos se habían registrados perdidas en el circuito de energía Vonblad. El mapa tenía una escala de 1:100, y lo estaba estudiando moviendo despacio el ratón derecho, pero de vez en cuando me paraba y volvía a pensar en el sueño que había tenido la noche anterior. Si alguien me hubiera visto, iba a parecer un holgazán que se desperezaba enfrente del ordenador, en lugar de trabajar dura y eficazmente; y las ojeras habrían contribuido a esta impresión. Me regañé mentalmente a mí mismo, porque no podía seguir portándome así, ya que no sólo ponía en peligro mi trabajo, sino que me arriesgara a ser obligado a someterme a un test psico-aptitudinal, para comprobar que estaba bien de la cabeza. Y la sola idea de volver a hablar con un psicoterapeuta me daba escalofrió. A mis 18 años, cuando estaba en rehabilitación, ya había tenido que ir a ver a muchos, y los recuerdos que tenía de esa experiencia no eran agradables.
Por lo menos tenía que acabar el informe sobre la zona de vigilancia que me había asignado, y esto tenía que estar listo antes del viernes, porque si llegaba a ser necesario un reconocimiento, teníamos que pedir la escolta a la PCE con por lo menos 3 días de antelación. Si no lograba acabar mi informe, el viernes el jefe me echaría una buena bronca. Pero esto era lo de menos: me sentía raro, y esta sensación empezaba a molestarme. La duda que tenía era: cuando el viernes fuera a ver al doctor, ¿tenía que comentarle todo esto o no? Por un lado, seguramente el doctor Silveda hubiera podido darme un medicamento, pero por otro lado tenía demasiado miedo a que me diagnosticaran alguna enfermedad psíquica, y al carajo tantos años de duro curro. Y por colmo, me había parado otra vez a soñar a ojos despiertos, fijando la mirada vacía en la pantalla: ¿pero era tonto o qué?
Eché castillos voladores y hombres en atuendos raros de mi cabeza, y decidí no parar el examen del mapa hasta haber completado mi informe. Pulsé una tecla, y justo en ese instante apareció detrás de mí Jaime, como siempre alegre y jovial, y me dijo:” ¿Oye, viste ayer el intranet?”. Era evidente que ese día no podía trabajar, pero no quería ser maleducado con mi compañero de curro, y con voz cansada le contesté:” ¿No, por qué?”
-“Hombre, lo que te has perdido. Ese cabrón de Pedro tenía razón.”
-“¿Acerca de qué?”
-“Como acerca de qué, del pueblo que se ha ido al espacio, ¿no?
-“¿Cómo dices?”
-“Mira que estás raros en esos días. Anda, quítate de allí” y cogió mi ratón y conectó mi ordenador al Intranet. En la página principal del CCO, la página oficial del ayuntamiento de Madrid, eligió la opción” Buscador de blogs”. El ordenador se lo pensó un instante, después mostró una página con varios enlaces. Al principio venían los más importantes (noticias, el boletín oficial de la ciudad, novedades etc...) y después todos los blogs activos en ese momento en la Intranet de Madrid. Jaime movió el pulsador sobre el blogs de noticias, y se abrió otra pantalla. Arriba del todo, venía la escrita “Página oficial de la Ciudad de Madrid”, y más abajo varios documentos de texto, cada uno con organizado por fecha y título. La página era sencilla, sin colores ni fotos, pero la Intranet era toda así: sencillez unida a la eficacia y practicidad.
Jaime
elijó un documente de texto, y una el ordenador descargó el
contenido en mi escritorio: cuando el documento por fin se abrió, vi
una artículo escrito por un tal Jesus Vera, con el título: “La
hazaña de toda una ciudad”. Empecé a leer el artículo, y hay que
reconocer que era interesante. Empezaba así: “Aún hay gente
que tiene el coraje de hacer lo que muchos ni se atreven a soñar: ir
a conquistar a las estrellas, para regalar un futuro mejor a la
humanidad. “ y seguía contando como el día anterior una
entera ciudad había pillado sus cosas, cerrados las CQA de la
ciudad, y alá, al espacio en una astronave inmensa donde podían
convivir más de 10.000 personas.
-“¿Ves lo que te decía? ¿No
te parece alucinante?” dijo Jaime todo entusiasta.
-“Hombre, reconozco que es una noticia interesante, pero tampoco es para excitarse tanto”.
-“¿Que no es para excitarse tanto, dices? ¿Pero te das cuenta? Una jodida ciudad de 10000 almas que se piran al espacio, dejando atrás todo lo que tenían...es pulsar el botón de encendido del cohete y alá, al espacio profundo.”.
-“No es así, la cosa fue planeada desde hace generaciones. Según este tal Vera, llevan años trabajando en el proyecto. Era algo planeado desde hace mucho tiempo. Los padres de esta gente trabajó en el cohete, y los hijos ahora pueden hacer realidad el sueños de sus progenitores. Mira lo que escribe aquí: “Desde hace 2 años, la entera economía de Alicante se basa en el abastecimiento del cohete espacial. Si algo fallara a la hora de despegar, la ciudad tendría graves problemas de abastecimiento”. No me parece nada especial, te diré más: no envidio a esa gente. Sus destinos fueron elegidos por los padres, y ya nacieron marcados por la misión que alguien había soñado: conquistar el espacio. Y yo me pregunto: ¿alguien se habrá cuestionado alguna vez este proyecto? ¿Es posible que 10000 personas lo piensen de la misma manera, sin una crítica, ni una queja, ni nada parecido? Los padres de esta gente prepararon una trampa mortal para sus hijos. No le dieron opción: le dijeron: “La ciudad tiene fecha de caducidad, u os vais al espacio o moriréis como ratas en un pueblo donde las CQA ya no funcionan. ¿Te parece esto un sueño? Imagino que mucha gente prefirió irse, y si te fijas bien, verás que nunca se menciona cuanta gente vivía en Alicante hace 50 años y cuanta vive...bueno, vivía hasta ayer en la ciudad. Yo apostaría que hubo mucha migración hacia enclaves más acogedoras, tipo Valencia o Barcelona, y las 10000 personas que se quedaron allí, y que ayer se pusieron un traje y se fueron hacia las estrellas, eran como unos náufragos en un bote que iba embarcando más agua cada día. Reconozco que habrá habido entusiasta, gente que sí creía en el proyecto, pero créeme: sólo una cosa puede obligar a 10000 personas a pensarla exactamente en el mismo modo, y es la desesperación.”
-“Repito: últimamente eres raros” dijo Jaime, después de este monologo mío” ¿Y tal vez no pensaste que es mejor intentar el aventura al espacio que quedarse en ese jodido planeta inhóspito y asqueroso? ¿Qué futuro tenemos aquí, aparte follar gratis y emborracharnos cada noche por el centro? El Desastre ha llegado, Simón, y nada volverá a ser como antes. La desesperación está aquí en la Tierra, y no allá en el espacio. Allá está el futuro, allá en los millones de estrellas que sólo esperan a alguien tan atrevido que colonice los planetas que calientan. ¿Pero...te imagina que sería tumbarse en la calle, bajo un cielo azul? El otro día una chica con la que me enrollé en ese bar tan molón que hay por el centro, el “Salvador”, me comentó que antes del Desastre, por los veranos, la gente solía ir hacia las costas, tumbarse en la arena y ponerse morenita. Y si hacía demasiado calor, un baño en el mar y alá, otra vez en la playa a ligar con las chatis. Hoy en día, se te tiras al mar mueres en cuestión de segundos. Lo que quiero decirte, Simón, es que si queremos hablar de futuro, no podemos no pensar a los viajes espaciales.”
-“Tal vez estés en lo cierto” dije” Y yo sea demasiado pesimista. Pero no puedes negar que de las centenares de naves que han despegado en estos años, ninguna volvió a dar noticias de sí. Y esto no es muy alentador”.
-“No volvieron a dar noticias porque están demasiado ocupados a ponerse morenos. Y un día nos llegará un mensaje con una foto de una bonita playa y la escrita: “Hasta nunca, pringados.”.
-“Ya, y una tía morena que nos enseña las tetas, para que nos entre las ganas de ir hasta allá” dije riendo, y me levanté de mi silla y i invité a Jaime a un café. Pero nada más salir de mí cubículo (así llamaba el espacio donde trabajaba, una mesa separada de las otras por una paredes de madera) vi a Elisa, la asistente del jefazo de la planta, que se acercaba a mí, y me hizo seña que me parara. Después dijo:” Simón, ahora no vas a ningún sitio. El Sr Palacios quiere verte de inmediato. Es urgente”.
“Anda, me debes un café” dijo Jaime, y se fue hacia el comedor. Yo seguí la chica hasta el despacio del jefe, pero empezaba a ponerme nervioso: ¿qué había hecho ahora para que el mismo Sr Palacio, el responsable de la planta quisiera verme?
Elisa me acompaño hasta el despacho del jefe, pero se quedó en el umbral y me hizo seña de que entrara. El despacho del jefe era amueblado de forma tan espartana como el resto de la planta: una gran mesa con un ordenador, un par de estanterías con varios libros y un par de sillones. Una gran ventana mostraba un panorama algo desolador, con las obscuras calles de la ciudad débilmente iluminadas, bajo la gran bóveda negra de la Cúpula. El jefe, un señor de unos 50 años, estaba sentado en su sillón, mirando una serie de papeles que tenían pinta de ser un informe oficial o algo por el estilo. “El Señor Mascardi” declaró con voz mecánica Elisa, y se fue cerrando la puerta. El Sr Palacios levantó la mirada y se fijó en mí; enseguida dije “Buenos días, señor”. El jefe contestó con un ademán de la cabeza, y dijo: “Siéntese, por favor”.
Me acomodé en un sillón muy cómodo, y quedé mudo; sin quererlo, mi corazón empezó a latir fuerte, porque ser convocado por alguien tan importante como el Sr Palacios, unos de los 5 vicedirectores del CBES, y que recibía órdenes directamente del Presidente, el Sr Miralles, no prometía nada bueno.
El Sr Palacios dejó lo que estaba leyendo en la mesa, y dijo, con el tono de voz mecánico y privo de inflexiones que tenían todo los gerente de su nivel: ”Sr Mascardi, ¿creo que yo y usted nunca hemos hablado verdad?”
-“Sí señor...quiero decir que no, nunca hemos hablado” (Muy bien, buen comienzo chaval).
-“Claro” dijo el jefe, y se quedó en silencios unos segundo; después dijo:”Mascardi...no es un apellido español”.
-“No señor” contesté, intentando que mi voz sonara lo más firme posible “Mis abuelos eran italianos. Se encontraban en Madrid por negocios cuando llegó el Desastre, y nunca volvieron a Italia”.
“Ya veo...Hablamos del porque le llamé. Tengo aquí su expediente” y me enseñó los papeles que estaba leyendo” 30 años, en buenas condiciones físicas...aún no ha pedido matrimonio. Lleva 5 años en el CBES, y su trayectoria hasta ahora ha sido buena. Ninguna queja contra de usted, siempre puntual, siempre disponible para echar unas manos a los compañeros o hacer horas extra”.
-“Me gusta mi trabajo señor, y hago lo que puedo para cumplir mi deber”
-“Entiendo...en el expediente se indica que a los 18 años tuvo que ser reeducado en un centro de asistencia psiquiátrica. ¿Es correcto?
Ahora llegan los problemas, pensé. Pero tampoco podía negar los hechos, tanto estaba todo allí en ese jodido expediente. Contesté: “Sí señor”
-“¿Y por qué pasó esto?” preguntó él.
-“Problemas con mis padres. No me llevaba bien con ellos, y esto ocasionó trastornos en mi comportamientos.”
-“¿Estos problemas con sus padres se solucionaron?”
-“No volví a verles desde entonces”
-“Entiendo” y se quedó mudo durante un minuto.
“¿Está todo escrito en el currículo, cabrón, a que viene este interrogatorio?” pensé, pero no dije nada.
Él continuó: “Bueno, veo que la reeducación fue un éxito. Superó sus problemas, estudió duro y sacó el certificado de Técnico del Canal Vonblad. Esto es algo que le hace honor. La mayoría de los que sufren trastornos a los 18 años por lo general acaban en las CQA o trabajando como peones u obreros. Es raro que alguien decida estudiar y consiga llegar a ser Técnico. Repito: esto le hace mérito. Y desde que está aquí, trabajó bien...sí, trabajó bien, sin mostrar otros trastornos”.
Es que lo oculté bien, hijo de puta, pensé. Cada instante que pasaba me ponía más nervioso. Quedamos un rato en silencio, después el Sr Palacios pregunto:”¿Conoce al Sr De la Vega?”.
Esta pregunta, que nada tenía a que ver con la conversación anterior, me sorprendió; pero respondí: “Sí, claro...tiene una pequeña granja al norte de Madrid. Bueno, pequeña no es el término exacto. Sé que es uno de los hombres más ricos e influentes de la Comunidad. Miembros del Consejo Ciudadano durante varios años, más veces candidato al puesto de Canciller de la Comunidad, me parece que se retiró de la vida pública hace un par de años.”
-“Exacto. Ahora vive en su Granja al norte de la ciudad. Casi 20 Km cuadrados todos para él, con CQA y Cúpula personal. Su familia era una de las más ilustres de Madrid desde hace antes del Desastre. Y a pesar de que se retiró, aún tiene...como definirlas...influencias. Muchos amigos que llevan cargos públicos, y un hijo que está en el Consejo Ciudadano.”
“Perdone la pregunta, pero ¿qué tiene esto que ver conmigo?”
“Ahora llego al punto, Sr Mascardi. Verá, el Sr De la Vega, pidió ayuda a algunos...amigos...para que el CBES le hiciera un favor. Y estos amigos son gente importante, se lo aseguro”.
“¿Qué tipo de favor, si puedo preguntar?”
“Pidió que un Técnico de nuestro departamento trabajara para él de forma privada y particular. Como usted sabrá, está prohibido utilizar los servicios públicos para fines particulares, pero las leyes, y esto me entristece mucho, están hechas para ser quebradas. Hizo la petición a las personas correctas, y acabo de recibir una carta donde se solicita de forma “personal y confidencial” la colaboración de un técnico de nuestro departamento a jornada parcial para el Sr De la Vega”.
“¿Qué tipo de colaboración?”
“No se habla de esto en la carta. Simplemente, se me pide que mande alguien hoy mismo para entrevistarse con el Sr De la Vega en su Granja. Una vez allí, se le explicará lo que quieren de usted. En un principio, el trabajo solicitado es de media jornada, así que podrá trabajar aquí de 8 a 13 horas, y después se dirigirá a la Granja o donde se encuentre el sitio donde desarrollará el trabajo. Se le pondrá a disposición un coche particular, y el tiempo que perderá por desplazarse de un lugar a otro se contará como horas de trabajo efectivo. Si tendrá que hacer horas extras, se les pagarán como de costumbre. ¿Qué me dice?”.
Aparte que un “no” no era una respuesta aceptada, me quedaban varias dudas que aclarar; sobre todo una:” ¿Por qué yo?”
“Verá” contestó el Sr Palacios “Hay algo en su expediente que bien encaja con la petición del Sr De la Vega. Usted estuvo bajo tratamiento psiquiátrico durante varios años, y habrá recibido clases de psicología, psiquiatría y cosas por el estilo”.
-“Correcto”
-“Pues el Sr De la Vega solicita en un comentario que viene en la carta la ayuda de alguien que tenga nociones de psicología y, según sus palabras “una mente abierta”. Y si usted consiguió curar sus trastornos, significa que tiene una mente fuerte y un gran carácter. En este departamento es el único que tiene estas características, porque todos los demás son Técnicos corrientes. Por esto pensé en usted. ¿Acepta el encargo?
¿Qué podía contestarle? “Será un honor trabajar para el Sr De la Vega, señor”. No sabía si el tono de mi voz parecía tener o no el entusiasmo necesario; pero la respuesta era suficiente para mi jefe: “Muy bien” dijo él “Hay un coche que le espera enfrente de las oficinas, para que le lleven hasta la Granja del Sr De la Vega. Hable con el jefe de su proyecto, y dígale que desde hoy trabajará a media jornada. Si tiene algún trabajo importante o urgente para el CBES que lo gestione algún compañero suyo. Ahora puede irse.”
Saludé el Sr Palacios, y volví a mi mesa. Antes de salir del despacho, el jefe me llamó y añadió como comentario a nuestra conversación:” Simón, el Sr De la Vega tal vez sea un poco...como decir...excéntrico. Tenga cuidado a lo que hace y a lo que dice, ¿vale?”. Asentí con la cabeza y me fui.
Al volver hacia mi mesa, me crucé en el paseo con Elisa. La chica me sonrió y me preguntó:” ¿Todo bien?”
-“Imagino que sí”, contesté, pero estaba un poco mosqueado: vaya coñazo, 2 trabajos en uno, y encima me tocaría salir todos los días de la Cúpula. Si ésta no era mala suerte...pero pensándolo mejor, decidí que la suerte nada tenía que ver con esto: era un regalito póstumo de mis “queridos” padres, que 10 años después seguían jodiéndome la vida.
Saliendo del edificio del CBES, no me fue difícil individuar al vehículo que me esperaba. La calle estaba vacía, y sólo unos escasos transeúntes caminaban rápidos bajo el cielo obscuro, entrando y saliendo de los altos edificios que alojaban más departamentos gubernamentales, ya que ese barrio era la sede de varias organizaciones y organismos públicos. Eran las 12 del mediodía, y todo el mundo estaba encerrado en sus despacios, atareados con sus trabajos diarios, como se suponía que tendría que estar haciendo yo.
El coche que me esperaba era uno de los típicos todoterrenos blindados que un tiempo habían servido como vehículos militares. Después del Desastre se habían convertido en coches oficiales para uso no militar, y habían sido ligeramente modificado para ser más acogedores y bonitos a la vista; de todas formas, nada tenían que ver con los espectaculares coches deportivos que aún se podían contemplar en las revistas de antes del Desastre. El ejército era el único organismo oficial que antes del Desastre había disfrutado de coches propulsado por energía Vonblad; todos los demás vehículos seguían utilizando gasolina, y como esta desapareció después del Desastre (mejor dicho, se interrumpió el abastecimiento de gasolina) la mayoría de los vehículos quedaron inutilizables. Muchos de ellos se habían convertido en chatarra, y el Consejo Ciudadano había abierto un inmenso aparcamiento al este de Madrid, y había dejado allí millares de coches y camiones, esperando que un día se pudieran volver a utilizar. De momento, ese mar de acero se quedaba allí, oxidándose lentamente y sin esperanza alguna de recuperación: mucha gente llamaba ese sitio el cementerio de los coches. Había algo simbólico en esas montañas de chatarra: eran como un recordatorio para los hombres de que todo lo que creaban era destinado, antes o después, a pudrirse sin esperanza de salvación alguna.
Cerca del vehículo que tenía que llevarme a la mansión del Sr De la Vega me esperaba un joven más o menos de mi edad, que llevaba el traje negro de los Funcionarios del Consejo Ciudadano, con el emblema del Oso y Madroño en el pecho. Me saludó amablemente, y me indicó que me sentara en el asiento delantero. Yo llevaba conmigo sólo mi maletín con el Detector de Energía Vonblad, la única herramienta que necesitaba para desarrollar mi trabajo. El coche arrancó, y se metió por el Paseo de la Castellana. El motor no hacía ningún ruido, algo típico de los coches que utilizaban energía Vonblad como propulsión. En la larga avenida que cortaba Madrid en dos, nos cruzamos con muy pocos vehículos: algunos camiones de la PCE, y un par de coches oficiales parecido al nuestro que se dirigía hacia el centro. El paseo de la Castellana estaba muy bien iluminado, como de costumbre, e inmensa farolas proyectaban sombras que cubrían el asfalto de la avenida principal de Madrid. El Consejo Ciudadano no se cortaba a la hora de poner farolas en las calles principales, y hacía bien, ya que la energía Vonblad era virtualmente inagotable: un bonito regalito de nuestros abuelos, sin dudas.
En el coche reinaba el silencio: yo no era un gran hablador, y siempre me costaba mantener una conversación; además, en ese instante tenía otras cosas en la cabeza. El trabajo que acababan de encargarme no me preocupaba demasiado, ya que estaba seguro que iba a ser algo rutinario. Más preocupado me tenía el recuerdo del sueño de la noche anterior, y la inquietud que llevaba días sintiendo en mi alma. Esa sensación desagradable no era un buen síntoma: a una persona como yo que ya había sufrido trastornos psíquicos, el menor síntoma de problema psicológico podía traer bastantes problemas. Por otro lado, me pregunté, ¿qué razón tenía para sentirme tan inquieto? Tenía un trabajo que no me disgustaba, mi propia casa, una salud de hierro y, cuando quería, podía irme al centro de Madrid y disfrutar de buena música o de la compañía de alguna chica. Pero había algo en mí que no funcionaba, algo a nivel subconsciente que luchaba para venir a la luz. Imaginaba esta “cosa”, por así decir, como algo oscuro, una mancha negra que estaba al acecho en mi alma. Lo que era esta cosa, de donde venía, y porqué estuviera allí, no habría sabido decirlo, pero sí estaba convencido que ese libro, Hamlet, sólo había reforzado los impulsos que yacían latentes en mi subconsciente. Tal vez, me dije, la única, triste realidad era que era un trastornado con pulsiones depresivas, y toda mi vida hasta entonces había sido una pantomima para esconder mi real condición de persona incapaz de vivir feliz y en paz consigo mismo. Pensé en la imagen de ese castillo suspendido en el cielo, llamado Elsinore (“¿cómo podía saber que ése era su nombre?”), y sentí algo aliviado. El castillo flotante me inquietaba y tranquilizaba al mismo tiempo. Algo difícil de explicar, pero así estaban las cosas: no todo en mi alma era negrura y oscuridad; había algo más, algo relacionado con el espacio, y el espacio significaba libertad e huida, una huida del planeta Tierra que ya no era más que un inmenso cementerio al aire libre. Interpretar los sueños era tarea complicada, y tal vez me hubiera venido bien algo de psicoanálisis; lástima que esta disciplina había quedado obsoleta, y ya no se podía contar con el apoyo de algún psicólogo. En la Madrid del 2125, no había consultas donde podías tumbarte en un cómodo colchón de terciopelo rojo con un profesional que te escuchara y te ayudara a interpretar tus sueños. En aquella época, sólo había psiquiatras, y era mejor no caer en las manos de uno de ellos, porque la palabra “psiquiatría” iba acompañada con la palabra “rehabilitación”. En fin, si tenía problemas con mi personalidad, tenía que arreglármela yo sólo; y si quería desenroscar la compleja trama de sueños y visiones que albergaban en mi cabeza, tenía que arreglármela yo sólo. Cualquier cosa tuviera latente en mi cerebro, tenía que salir a la luz despacio, o desaparecer para siempre en los recesos más profundos de mi alma; la solución era el olvido, o enfrentarse a ella: pero ¿Cómo enfrentarse a un enemigo desconocido?
La voz del muchacho que conducía el vehículo interrumpió mis pensamientos: “¿Ha estado alguna vez en esa zona de Madrid?” me preguntó, evidentemente aburrido y buscando alguna excusa para charlar un poco.
-“No” contesté, intentando ser lo más educado posible “Estuve a menudo al sur de Madrid por trabajo, pero a pesar de que vivo cerca del borde norte de la Cúpula nunca visité esa zona”
-“Pues no se perdió nada. El espectáculo es bastante deprimente, ¿sabe?”
-“Oye, ¿por qué no me tuteas? Tenemos la misma edad, y yo no soy ninguna celebridad, a pesar de que me ponen a mi disposición un coche oficial. Yo me llamo Simón, ¿y tú?
-“Yo soy Guillermo, encantado. Yo viajo a menudo al norte de Madrid, y conozco esa zona muy bien. Antes del Desastre era zona de lujo, con un barrio residencial de puta madre y mogollón de empresas. Aún hoy se pueden ver los restos de ese antiguo esplendor”.
-“Por lo que yo sé por allí hay 5 cúpulas pequeñas, ¿correcto?
-“Efectivamente: 3 fábricas, un bloque de vivienda y un centro de reeducación. Las fábricas producen ropa y muebles, no son muy grandes pero allí trabajan por lo menos 1000 personas”
-“¿Y quién vive en el bloque de viviendas?
-“Los obreros de las fábricas. Una vida de mierda, en mi opinión. Toda la vida encerrados allí, obligados a currar 12 horas al día y sin posibilidad alguna de ir al centro. En esa Cúpula hay una pequeña zona de ocio, pero ver todos los días las mismas caras tiene que resultar aburrido.”
-“¿No tiene trasporte hacia el centro?”
-“Sólo los sábados, pero cuentan con única furgoneta con capacidad máxima para 45 personas. Tienen turnos, pero hay gente que se pasa meses sin asomarse por el centro de la ciudad”
Seguíamos marchando por la Castellana, y ya se podía vislumbrar el borde de la Cúpula. En el vehículo cayó otra vez el silencio, un silencio total debido al motor del coche, que no hacía el menor ruido. Esta vez, fui yo el que rompió el silencio: “Este coche es realmente silencioso “dije.
-“Es una maravilla” contesto Guillermo “lástima que se fabricaron tan pocos modelos. Hoy en día, en Madrid hay un total de 1123 vehículos, la mayoría coches como éste. Además hay blindados, y varias furgonetas para el trasporte de pasajeros. Si en su época, en la Edad de Oro de la tecnología se hubieran construido más vehículos como éste, hoy no habría tantos problemas para desplazarse en la ciudad y en los alrededores”.
-“Ya, pero los intereses de los productores de petróleo fueron más importantes que el progreso, ¿verdad?
-Cuentan que no fue por esto, dicen que si hubieran construido demasiados coches, el circuito de Vonblad no habría dado abasto. Chorradas. La realidad es la que todos conocemos: las compañías petroleras pusieron un veto, y las constructoras de coches siguieron produciendo vehículos que utilizaban el petróleo. Y por suerte que por lo menos el Metro se convirtió al Energía Vonblad, sino hoy en día resultaría imposible moverse por Madrid”
-“¿Y por lo que sé también tenemos unos aviones, verdad?
-“Nos quedan 6, por ser exactos. Tres cazas de guerra, 2 de carga y 1 para el trasporte de pasajeros. Los cazas vuelan continuamente entre las varias ciudades españolas, para traer noticias e informaciones varias. Son aviones muy rápidos y con poca autonomía, pero para moverse en la península funcionan muy bien. Si no fuera por ellos, el Intranet no se podría actualizar cada día”
-“Y esto, después de la caída de Internet, sería un buen problema”
-“Claro, significaría el aislamiento total. Lástima que no puedan llegar hasta las otras capitales europeas. De esto se ocupan los 2 aviones de carga, que son más lentos. Por esto las noticias europeas se actualizan cada 2 o 3 días. Y el único avión apto para viajes transatlánticos se ocupa de dar la vuelta al mundo, para recoger noticias de los otros países. Pero es muy lento, y a veces pasan meses entero sin que se reciban noticias de EEUU o de China, por ejemplo”
-“El otro día eché un vistazo a la página de noticias internacionales, y las últimas actualizaciones tenían fechas de hace más de 2 semanas”
-“Se prevé que llegue dentro de pocos días con noticias frescas, pero como las comunicaciones son tan difíciles nunca se pueden hacer previsiones. Si todos los aviones se hubieran convertido a máquinas propulsadas por energía Vonblad, los problemas serían muchos menores. Pero la mayoría de los aviones civiles se quedaron tal y como estaban, movidos por gasolina, y sólo los militares se convirtieron. Así que ahora tenemos en el que un tiempo era el antiguo aeropuerto internacional de Barajas decenas de aviones inutilizable, y en el aeródromo militar de Cuatro Vientos, al sur de Madrid, decenas y decenas de cazas y bombarderos listo para despegar”
“Ese aeródromo con su Cúpula lo he visto a menudo, suelo trabajar por allí. Y siempre me pregunté porque no utilizan esos aviones para el trasporte de hombres y mercancías”
“Bueno, porque todos, y digo todos, tienen las bodegas llenas de bombas Sub-nucleares. Estaban listos para la guerra, y de momento nadie ha encontrado la forma de sacar las bombas y almacenarlas sin que supongan un peligro mortal”
-“Oye, estás muy informado sobre estas cosas”.
-Claro, soy Funcionario del Consejo Ciudadano de Trasporte. Es mi trabajo. Anda, ahora hago de chofer y trabajitos así, pero un día espero llegar a ser Técnico de Logística”
-“Suerte, pues.”.
Ya estábamos a escasos metros del borde de la Cúpula, y ya se veía la cámara de descompresión presidiada por las guardias del PCE. Realmente, no era necesario utilizar la descompresión para salir de la Cúpula, pero como esta estructura fue pensada originariamente para una guerra sub-nuclear, todas las salidas estaban equipadas con un sistema para purificar y esterilizar el aire contaminado que dejaba una bomba Sub-nuclear cuando explotaba. La visión de la Cúpula me trajo un súbito recuerdo, y pregunté a Guillermo: “Oye, ¿qué tu sepas aquí en Madrid se están construyendo naves espaciales?”.
-“¿Qué? “mi pregunta le sorprendió un poco, pero contestó: “Sí, claro. Cuatro por lo menos. Todas en la zona oeste de Madrid. Allí había un centro de investigación espacial, y también unas pequeñas fábricas para la fabricación de cohetes. Los viajes espaciales no son mi especialidad, pero tengo entendido que el desarrollo va bastante lento...tienen muchos problemas, y la fecha de un probable despegue no se ha establecido aún. Seguramente, nosotros no llegaremos a verlo; tal vez nuestros hijos, pero hay muchos escépticos. Para el Consejo Ciudadano no es una prioridad, y las instalaciones que nos dejaron en herencias nuestros tatarabuelos no son de las mejores. Había un centro muy grande a unos 200 Km al sur de Madrid, pero no se construyó una Cúpula para protegerlo y ahora está hecho una ruina. Está en la antigua carretera de Valencia, pero...oye, perdona, pero hemos llegado a la salida y tengo que identificarme.”
De hecho, 2 guardias de la PCE que patrullaban la entraba norte de la ciudad nos hicieron señales para que parásemos. Guillermo y yo salimos del coche, enseñamos nuestros documentos y explicamos porque salíamos de la ciudad. No nos hicieron demasiadas preguntas, y en pocos minutos estábamos con el vehículo dentro de la cámara de descompresión, con una inmensa ventana blindada que nos mostraba la zona exterior de la ciudad.
Guillermo me indicó un reloj digital que había en la pared. Me fijé en él, y vi que marcaba una fecha y una hora: 06.19 del 22 de Mayo del 2037. “La fecha del Desastre” dijo el chico “El reloj se paró entonces, y nunca volvió a ponerse en marcha”.
Asentí, y en mi mente pensé lo que había pasado a las 06.19 del 22 de mayo de 2037.
El 22 de Mayo de 2037, a esa misma hora, en esa misma ciudad donde vivía yo ahora, las familias que vivían en Madrid en aquel entonces habrían podido disfrutar de un estupendo amanecer si se encontraban en plaza Castilla. Pero en ese momento, fuera de la Cúpula sólo había obscuridad, y las escasas farolas no podían contra toda esa negrura. Miré el cielo a través de esa ventana, y los minutos pasaron pero y nada cambió. Nada. Todo permanecía obscuro en la bóveda celeste, como pasó ese terrible 23 de mayo y como desde entonces pasaría para siempre. “¿Por qué moriste?” me pregunté otra vez, pero el Sol, la estrella luminosa que calentaba desde los tiempos ancestrales la Tierra, no me contestó: el Sol se había apagado, una fría mañana del 23 de mayo de 2037.El Desastre. Más poderoso que cualquier arma. Más letal que cualquier bomba. El Desastre: letal, silencioso, inesperado. Un día el Sol estaba allí, alto en el cielo, y de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, se apagó. Así de fácil. Murió como una luciérnaga, cansado por el trabajo de demasiados siglos, y no volvió a encenderse nunca más. ¿Por qué pasó? ¿Cómo fue posible que nadie lo previera? No se sabía.
La primera alarma en España la dieron los habitantes de las Islas Baleares, que es donde antes amanecía en el país. Los primeros comentarios se colgaron en Internet, comentarios de gente convencida de estar asistiendo a una imprevista eclipsis solar. Pobres ilusos, igual alguna de esas personas se sintió incluso feliz para haber sido la primera en detectar ese fenómeno tan raro. Con el paso de las horas, los noticiarios empezaron a hacerse eco de la noticia, pero al principio fue dada como una noticia más curiosa que preocupante. Había en la faz de la Tierra cientos de observatorios que monitoreaban continuamente la actividad solar. Si algo raro iba a ocurrir, seguro que ellos lo iban a detectar con antelación. La vieja fe en la Ciencia, que en mi época ya se había perdido. Cada país, según la zona de la Tierra en el que se encontraba, vivió el Desastre de forma distinta. Pero las pautas fueron las mismas: curiosidad al principio, perplejidad en un segundo momento, con millones de ojos mirando preocupados al cielo, y con cada vez más personas que se desatendían sus tareas diarias y se conectaban a Internet o encendían la tele para que alguien les diera explicaciones. Pero no hubo explicaciones, sólo llamadas a la calma por parte de las autoridades. Los avisos de los gobiernos no obtuvieron demasiado éxito. Pronto, cuando quedó patente lo que estaba ocurriendo, sólo hubo una loca huidas de masas de personas hacia las ciudades que cerraban sus puertas y empezaban a vivir bajo las Cúpulas, cada ciudad un universo aislado y autosuficiente, en una Tierra que se hacía cada día más fría e inhóspita. Los detalles de los primeros días después del Desastres eran escasos y contradictorios, en buena parte debido al caos que se apoderó de la población. Y mientras los medios de comunicación seguían intentando buscar una explicación lógica a lo ilógico, mientras los gobiernos aseguraban que todo iba bien, que no había porque preocuparse de un extraño fenómeno astronómico, la gente empezaba a morir por el frío, por la lucha por los alimentos, por encontrar un sitio donde vivir cuando, realmente, sólo bajo las Cúpulas se estaba a salvo. ¿Tardaron días, meses, años en morir esas personas, esas millones de personas sin una Cúpula sobre sus cabezas, que, en una Tierra super-poblada como la del siglo XXI, no tenían medio de salvación? Nadie lo sabía, ni nadie quería saberlo: era demasiado horrible, la pesadilla de toda las generaciones de humanos nacidos después del Desastre- quedarse fuera de la Cúpula, y probar en la propia piel el frío mortal de la noche eterna.
El Sol murió el 23 de Mayo de 2037, nada supo explicar el porqué, pero yo cada mañana miraba al cielo y esperaba en el milagro de ver un rayo de luz que iluminara mi habitación, un pequeño rayo que llevara consigo la esperanza de una vida mejor. Fantasías, fantasías que una pesadilla más profunda que la guerra sub-nuclear, más agobiante que la locura había destruido para siempre: el Desastre, la catástrofe inexplicable, inesperada, devastadora que había condenado al mundo a la oscuridad eterna.
Aguardamos unos minutos con el motor apagado, justo el tiempo que tardaron en abrir la puerta blindada por el otro lado. La cámara de descompresión no funcionaba, y los numerosos sensores estaban apagados, como ese absurdo reloj que conmemoraba el momento en que el futuro había muerto para la humanidad. De pronto, la puerta delante de nosotros se abrió y un guardia del PCE que llevaba escafandra nos hizo una señal para que saliéramos. Guillermo encendió el motor, puso en marcha el vehículo y en el silencio irreal del choche salimos de la ciudad de Madrid y de la protección de la Cúpula, para pisar el frío suelo exterior que llevaba más de 100 años sin conocer el calor del Sol.
Capítulo 5
Salir de Madrid nunca era agradable, ni para la vista ni para los otros sentidos. Una de las ventajas de la Cúpula era que no permitía ver lo que había allí afuera, y esto permitía a uno vivir en paz consigo mismo. Una vez afuera, por contra, toda la desolación y la desesperación del desierto que nos rodeaba te golpeaban con una tal fuerza que te dejaba atontado. Hablar de desierto no era la palabra más apropiada, ya que si había algo a lo que no se podía comparar la Tierra era a un desierto machacado continuamente por el Sol.
Eran las 1 de la tarde, y el cielo estaba lleno de estrellas. Desde nuestro vehículo se podían observar sin problemas las varias estrellas visibles desde el hemisferio norte. Todas menos unas, que había muerto y nunca resucitaría. Y muriendo, había arrastrado consigo ciudades, carreteras y todas las demás obras del hombre. Guillermo encendió las luces del coche, y un fuerte resplandor iluminó la carretera delante de nosotros. Esa calle no estaba del todo obscura, ya que varias farolas iluminaban parte del trazado: mentalmente, visualicé el trazado del canal de Vonblad, y noté que las farolas seguían dicho trazado. Guillermo indicó un indicador que se encontraba al lado del volante, y vi que indicaba “94%”.”Recién cargado” dijo mi acompañante ”Así que los faros a toda potencia, que aquí afuera falta nos hacen” y empezó a andar despacio por la carretera, conocida un tiempo como Carretera de Burgos. “No podemos ir demasiado rápido ya que el camino está lleno de baches, y a menudo hay que cambiar de dirección de repente porque un nuevo bache acaba de abrirse” me explicó Guillermo ”Yo conozco bien esta carretera, porque vengo por aquí prácticamente a diario, pero esto sé que es traicionera. Nunca se sabe lo que te espera, así que la velocidad máxima es de 40 Km por hora. La Granja del Sr De la Vega dista unos 20 Km, así que tardaremos más de media hora en llegar. Ponte cómodo y disfruta del paisaje” .Yo no lo estaba escuchando. Nunca había salido por la puerta Norte, y no conocía esa zona. Sabía que antes del Desastre había sido muy poblada, con urbanizaciones, oficinas y centros de ocios. Ahora, de todo esto no quedaban que esqueletos, esqueletos de altos edificios que se disgregaban despacio pero inexorablemente. El suelo era negro, y por todos lados veía los restos de las antiguas carreteras, ahora en ruina, que hacía unos años habían tenido que ver frecuentes atascos; ahora, sólo podía esperar de desintegrarse bajo por culpa del frío. De vez en cuando, me llamaba la atención unos montículos de hielo, que se abrían paso a través del hormigón de los edificios. Había uno muy grande, que tenía que superar los 10 metros de altura, con un diámetro de varios Kilómetros. “Allí un tiempo había una depósito de agua que abastecía toda Madrid “me explicó Guillermo, notando que me había fijado en ese glaciar “Después llegó el Desastre, y el agua se congeló y empezó a expandirse. Hay varios como ese, y son peligrosos porque nunca sabes por dónde salen. A veces destrozan la carretera, y si no tienes cuidado te puedes empotrar contra uno. Y las posibilidades de sobrevivir aquí afuera sin traje son prácticamente nulas”.
-“¿Y eso de allí que es?” pregunté, notando un montón de escombros
-“¿Ése? Allí un tiempo había un parque empresarial muy grande. En la zona Norte de Madrid hay 2 tipos de construcciones: los edificios más antiguos, hechos de hormigón, y los nuevos, hechos con el Polimetal, un material que estaba muy de moda en 2020. Era un producto químico, y se empezó a usar porque decían que era más resistente que el hormigón. Y ahora mira, los edificios antiguos siguen de pié, a pesar de que están en mal estado, y el Polimetal se deshace por el frío excesivo. ¿Irónico, no te parece?”
-“Nunca lo había visto. En la zona sur los edificios eran todos de hormigón, y se conservan algo mejor”
-“Lo sé, el Polimetal era algo muy nuevo. La zona Norte de Madrid era la más rica de la ciudad, y se derribaron un mogollón de edificios para construir nuevas estructuras de Polimetal. El Polimetal tenía un aspecto muy bonito, por lo menos esto es lo que dicen: se parecía al mármol blanco. Después del Desastre, empezó a coger un color negro, y en pocos años toda esta zona estaba hecha un desastre. La zona Sur era más pobre, había sobretodo naves industriales, y por esto se utilizaba el hormigón. Mira, allá tienes un ejemplo de la mezcla de los 2 materiales” e indicó algo a mi derecha.
Miré allá, y vi unos altos rascacielos, parecidos a arboles calcinados por un incendio, que surgía de un mar de polvo negro como el cielo. “Las 4 Torres de Madrid” dijo Guillermo” Se empezaron a construir a principio del siglo XXI, y las cuatros eran de hormigón. Después 2 se derribaron, y se volvieron a construir, utilizando Polimetal. Y allí ves el resultado. Y al lado, esos edificios que ves eran el antiguo hospital de la Paz. Ahora está vacío, pero no es raro encontrar patrullas del PCE u otros individuos que hacen pillaje por allí, esperando encontrar algo valioso. Y ahora sujétate, que allí es donde comienza la A1. Hay que dar una vuelta rara porque la carretera cayó, y hay que hacer un poco de rally.”.
El viaje siguió bastante tranquilo, con Guillermo que de vez en cuando me indicaba algún lugar de interés: centros comerciales desiertos, villas con piscinas abandonadas, urbanizaciones enteras desoladas. Si me ponía a pensar que allí una vez había vida, con centenares de coches que entraban y salían de Madrid, y niños que jugaban en los parques, y gente que iba de compra en los centros comerciales, sentía nausea. Nausea por la desolación que me rodeaba, nausea por la sensación de soledad que trasmitía ese paisaje lunar, nausea porque el Sol se había ido apagad para siempre, de repente y sin alguna aparente razón lógica, y ese lugar tan lleno de vida nunca más volvería a conocer el estruendo de los coches, las risas de los niños, la charla de las personas que se iba a ver los escaparates iluminados en las tiendas de ropa.
Después unos 10 Km más o menos, vimos las cinco Cúpulas de la que Guillermo me había hablado “Aquí surgían 2 pueblo bastante grandes” me dijo “Se llamabas Alcobendas y San Sebastián de los Reyes. En lugar de poner una Cúpula grande para protegerlos, prefirieron poner unas cuantas Cúpulas más pequeñas para defender puntos estratégicos. Cuestión de presupuesto. Se derribaron varias viviendas, y se construyeron tres fábricas en previsión de un ataque Sub-Nuclear. Cuando el Sol se apagó, buena parte de la población de estas ciudades se fue de prisa y corriendo hacia Madrid, pero las puertas estaban cerradas. Fue una masacre, murieron a millares. Sólo se salvaron los que consiguieron meterse bajo las Cúpulas, pero se dice que para entrar tuvo lugar una verdadera batalla campal. La gente que consiguió entrar en las Cúpulas, se quedó allí atrapada hasta que no enviaron vehículos desde la ciudad para rescatarles. Muchos habían muerto de hambre, y se cuenta que lo que habían sobrevividos fueron exterminado por el ejército. Cuestión de presupuesto, pero de otro tipo”. Guillermo se calló, tal vez dándose cuenta de que su macabro chiste estaba fuera de lugar. Después siguió contando: “Esa zona a nuestra izquierda, conocida como la Moraleja, era la zona vip de Madrid. Ellos sí que tenían una Cúpula, y se fueron de forma ordenada a sus cómodos alojamientos, con comida y todas las comodidades. Fueron rescatados casi enseguida, y se fueron a la ciudad. Tenían 2 Cúpulas, que se reformaron: ahora una sirve como alojamiento para los obreros de las fábricas, y la otra como centro de reeducación para enfermos graves. Más que un centro de reeducación se parece a una cárcel, y una vez que sales de allí lo más probable es que te manden en la Cúpula de al lado, y toda la vida a currar en las Fábricas. Mejor no entrar allí, te lo aseguro”. Mejor no acabar en ningún centro psiquiátrico, pensé yo. Pero...¿cómo podía una persona quedarse indiferente viendo el desastre que había ocasionado la desaparición del Sol? Había una frase en Hamlet que decía: “Algo está podrido en Dinamarca”. Ahora, todo en la Tierra estaba podrido, o se podriría dentro de nada. Me daba escalofríos pensar en lo que podía haber pasado ese maldito 23 de mayo. La gente común que se despertaba, se preparaba el desayuno, se duchaba, y que se extrañaban por la obscuridad que había afuera. ¿Cuánto habrán tardado en darse cuenta de lo que había pasado? Con la mente, podía ver esas personas que encendía sus teles, llamaban por teléfono a la policía, que pedían una ayuda que no podía llegar, porque esa hecatombe no estaba prevista. Ellos esperaba la hecatombe Sub-Nuclear, con las alarmas que sonaban, las ordenes trasmitidas por todos los medios de comunicación, la huida...¿hacia dónde? Pensándolo mejor, en caso de guerra nuclear las consecuencias habrían sido más o menos la misma. Esto sí, las generaciones futura habrían podido maldecir la estupidez de sus padres, que empezaron una guerra que había llevado a la destrucción de la Tierra. Pero así...¿qué pensar?¿Por qué había pasado eso? El Sol no se podía apagar del hoy al mañana, decían los científicos, era algo absurdo. Pues las ruinas que veía ahora a mi alrededor eran sólo una absurdidad, que se había cobrado la vida de millones de seres humanos. Por lo que quedó del viaje, seguí mirando fuera de la ventanilla, con Guillermo que conducía con cautela y que de vez en cuando me explicaba que “allí donde ves esos escombros había un centro de ocio” y “ allí había una estación de tren”, pero lo escuchaba sin prestarle atención, cansado de contemplar similar desastre. “¿Por qué habrán tenido que elegirme justo a mí para este trabajo?” pensé “¿No sería mejor quedarse encerrado en Madrid, y fingir que todo esto no existía?”. Pero la realidad, por dura y desagradable que fuera, era que había algo muy, muy podrido en el reino de la Tierra, y cerrar los ojos no habría cambiado la situación.
Mirando a ese mundo
moribundo, me acordé de Hamlet, y del fantasma del padre que
visitaba al hijo para que éste le vengara. Fantasmas…me pregunté
dónde estarían ahora los fantasmas de todas las personas que
murieron el día del Desastre. Habían encontrado la paz, o estarían
vagando allí afuera, ¿alma pérdidas para siempre en un mundo
perdido? Visualicé en mi mente la imagen de todas esas personas que
el 3 de mayo de 2037 se despertaron por la mañana con sus almas
llenas de esperanzas para el futuro, y de pronto se dieron cuenta que
el futuro era un pozo negro que iba a engullir todo el orgullo de la
raza humana. Las personas habían muerto a millares:¿pero sus
sueños? ¿Qué había pasado con los sueños de esa gente? ¿Podían
los sueños morir, o seguían viviendo para siempre, fantasmas que
levitaban en el aire en espera de alguien que volviera a creer en
ello? Si pensaba en los sueños, me di cuenta que siempre había sido
un soñador, una de esas personas que pasan más tiempo perdidos
detrás de proyectos imposibles que nunca llegarían a realizarse.
Cuando tenía 18 años, de hecho me dio por ser escritor. Me gustaba
mucho leer en aquella época, y la profesión de escritor era una de
las carreras posible. Había muchos Blogs que publicaban cuentos de
ficción, y si uno era capaz de contar cosas que gustasen al público
podía llegar a ganar una buena pasta. ¿Pero qué podía contar un
muchacho de 18 años? Todo lo que podía contar eran los sueños que
tenía, y como estos sueños no llegaban a realizarse, a la hora de
escribir lo que se imprimía en el papel (por así decirlo, ya que
papel no quedaba) era el dolor de un adolescente solo e indefenso
contra el dolor que le esperaba en el mundo. Recordaba con horror mis
días de adolescente: al colegio por la mañana, y encerrado en mi
habitación por la tarde, a escribir páginas y páginas de cuentos
donde se libraban todos los demonios que tenía encerrados en mi
cerebro. Y lo peor de todo era que nunca llegaba a publicar nada en
la Intranet. Tenía miedo, como siempre tenía en esa época: miedo y
soledad, asco a la vida y sueños imposibles…lo ideal para ser
escritor, o un enfermo psíquico. Mis padres, mis queridos padres, no
eligieron ni una ni la otra opción: me dejaron encerrado en mi
habitación, solo con los fantasmas de mi alma, y nunca me
preguntaron qué tal estaba, o porqué estaba tan callado, o qué
hacía todo el día encerrado entre 4 blancas paredes de frío
hormigón. Los días pasaron, mis cuentos cada vez hablaban de cosas
más deprimidas, al cole ya no hablaba con nadie, y un buen día, era
el 04 de febrero, tuve la brillante idea de publicar un relato en la
Intranet. El relato se titulaba: “Ensoñaciones”, y contaba la
historia de un chico que un día empezaba a tener visiones raras.
Veía criaturas monstruosas, seres horribles que eran difíciles de
describir. Y estos seres aparecían de repente a una esquina de la
calle, o en una plaza, o incluso se asomaban por un instante a la
ventana de su habitación. El chico se obsesionaba con estas
criaturas, y decidía investigar su naturaleza. Seguían páginas
algo aburridas que contaban los sueños del chico, de lo mal que le
iba todo, de la mala relación que tenía con sus padres, y
finalmente, un buen día de primavera, ese chico entiende que los
monstruos que veía no estaban afuera, sino en su cabeza: eran un
reflejo de los demonios que tenía en su alma, un alma atormentada y
llena de sufrimiento. Una vez entendido esto, al chico quedaba una
sola opción: coger una cuerda, y ahorcarse.
El cuento tuvo mucha
suerte, más de lo que esperaba : alguien lo leyó en la Intranet, y
me denunció a la PCE, que me convocó para una chequeo médico. Me
administraron Exitamazina, un producto químico que debilitaba la
voluntad de quienes lo tomaban, y “confesé” que el chico del
cuento era yo, y que sí, había pensado en suicidarme, y más de una
vez. El diagnóstico fue fácil y rápido: rehabilitación. El día
que entré en el centro, recuerdo que mis padres vinieron a
despedirse de mí. Mi madre lloraba como una histérica, y mi padre,
en lugar de preocuparse por mi bienestar, me gritaba y me acusaba de
ser la causa del dolor de mi madre. La última imagen que recuerdo de
ellos, era la de una pareja de hijos de puta que lloraban y gritaban,
en lugar de asumir sus culpas y pedirme disculpas. Disculpas por no
haber sabido hacer sus deberes como padres, que era cuidar de los
hijos que engendran. No era justo meter al mundo un ser con
sentimientos, y dejarlo abandonado, sin una guía ni alguien que le
dijera lo que era bueno y lo que era malo. Había una frase en uno de
mis libros favoritos que decía: “Padres, me distéis la
vida, pero: quién os lo había pedido? Por hacerme así, más raro
que un monstruo de los que exhiben en las Ferias…me engendraste,
pero incompleto:¿dónde está esa parte de mí que me robaste?”.
Era una frase que me encantaba, resumía perfectamente lo que sentía
hacia mis progenitores. Desde el día en el que me encerraron en el
centro de rehabilitación, no volví a verles, ni a saber algo de
ellos.
La rehabilitación duró 5 años, y conseguí salir bien:
estudié, saqué un título de Técnico oficial de CBES, y a los 25
años salí para empezar a trabajar como cada buen ciudadano. De esa
experiencia, me quedaban muchas heridas, pero era muy bueno en
esconderlas. En primer lugar, a menudo me perdía en ensoñaciones
sin sentido, como justo me estaba pasando en ese momento; y en
segundo lugar, no conseguía ser un ciudadano perfecto. El manual del
buen ciudadano no hablaba de fantasmas, ni de demonios del alma, sólo
de trabajo, trabajo y más trabajo, para el bien de la comunidad. Yo
sabía que en algún lugar de mi cerebro había algo raro, algo
incorrecto que no tendría que estar allí. Supuestamente, la
rehabilitación tenía que borrar todos pensamientos raros del
cerebro de una persona, y darle una tranquilidad total, tanto del
cuerpo como del alma. En mi caso, había funcionado al 50%: había
quitado los pensamientos raros del centro de mi cerebro, pero a veces
pensaba que estos pensamientos, como fantasmas que el viento se
lleva, se habían escondido en algún rincón obscuro, y estaban al
acecho para volver a la luz cuando menos me lo esperase. Y el día
que esto iba a pasar, otra vez de vuelta a la rehabilitación, y esta
vez con pocas esperanzas de salir limpio.
Allí afuera, entre la ruinas de una civilización que ya no existía, me paré a pensar si realmente los términos “realidad” y “sueños” tenían sentido en 2125. ¿Qué era al fin y al cabo la realidad? Un mundo destrozado, donde la raza humana ya no tenía sitio. ¿Tal vez no fuera un sueño, un sueño inmenso y colectivo intentar perpetrar la existencia de una raza cuya época se había acabado? Encerrados en nuestras Cúpulas, bajo un Sol irremediablemente muerto, todo lo que podíamos hacer era esperar que nuestras llamas se apagaran despacio: un día la raza humana de iba a despertar, el sueño se acabaría, y todo el mundo se iba a dar cuentas que al fin y al cabos todos éramos fantasmas, nada más que fantasmas que vagaban por un desierto obscuro en busca de una luz que nunca llegarían a encontrar. Mis pensamientos tan raros, la pesadumbre que sentía en esos últimos días, probablemente sólo eran un presagio, el presagio de que todo lo que conocía, las Cúpulas, las CQA, el CBES, no eran nada más que ilusiones, iguales que los monstruos de mi cuento juvenil; la diferencia, que no había rehabilitación por la Tierra, siempre que el Sol decidirá volver a brillar. El Sol…¿cómo era su luz? ¿Cómo sería despertarse por la mañana, y sentir tu piel besada por sus rayos? “Otra vez lo mismo” pensé “Sueños imposible…concéntrate en el Ahora Simón, porque si te pierdes siguiendo el hilo de tus sueños no sabes dónde acabarás…tal vez, en un lugar que no te guste para nada”.
Capítulo 6
La Cúpula de la
mansión del Sr De la Vega era realmente impresionante. Con un
perímetro de varios Km, era la Cúpula privada más grande que había
visto en mi vida. Resplandecía de luz propia al centro de una grande
llanura, donde no se veían ni escombros ni ese polvo negro que
cubría buena parte de la zona norte de Madrid. La única puerta de
acceso no era controlada por ningún guardia privado, pero la cosa no
me sorprendió demasiado: una Cúpula era una fortaleza inatacable,
hecha para resistir al impacto de una bomba Sub-Nuclear. Una vez
cerrado el portal de acceso, no había arma ni medio posible para
penetrar allí dentro; sin duda, el Sr De la Vega estaba al seguro de
posible atracados, que por lo que sabía en los últimos años se
habían hecho bastante frecuentes en las afueras de la ciudad. En
realidad, estos atracadores se conocían como “Recicladores”,
nombre que se utilizaba para los que buscaban objetos valiosos entre
los escombros. Era un trabajo oficial, y los Recicladores eran
Funcionarios como los demás. Lo que pasaba a menudo era que entre
las ruinas de las ciudades o los centros de ocio fuera de la ciudad
ya no quedaba nada de valor, y si los Recicladores no volvía a
Madrid con algo de valor no recibían paga alguna. Por esto, y ya que
tenían coches y armas, cuando las cosas iban muy mal se dedicaban a
atracar todo vehículo con los que se cruzaban, siempre que éste no
fuera un vehículo oficial, y a robar todo lo que podían, coches
incluidos, que en el mercado negro estaban bien cotizado. Para parar
esta plaga, el Consejo Ciudadano había propuesto que a cada grupo de
Recicladores que saliera de la ciudad se le asignara una escolta de
la PCE, para asegurarse de que no cometieran nada ilegal, o incluso
abolir el oficio de Reciclador, y que fuera la misma PCE la que se
encargara de buscar entre los escombros. Estas noticias habían
obtenido como resultado que muchos Recicladores se amotinaran y
disertaran llevándose los coches y las armas, y que vivieran
en la clandestinidad, enriqueciéndose con los atracos y el mercado
negro. El caso más llamativo era el de la Granja de los
Perez-Rubianes. Situada al oeste de la capital, sus dueños habían
tenido la mala idea de dejar entrar, no se sabía el porqué, a una
presunta patrulla de la PCE en su Granja. Una vez dentro, los
Recicladores se hicieron con el control de las instalaciones, mataron
cada ser viviente que encontraron, y se llevaron camiones enteros
llenos de objetos de todo tipo. Este suceso causó mucha conmoción
en Madrid, y la PCE durante día llevó a cabo retadas en la zona
oeste de Madrid, la que se conocía como “Zona Obscura” por ser
poco poblada y ser el centro del mercado negro, y había detenido a
varias personas implicadas en los terribles hechos de la Granja del
Horror (cambiaban los tiempos, pero a los medios de comunicaciones
siempre le gustaban los apodos aparatosos), nombre muy apropiado por
el pillaje violento sufrido por los Perez-Rubianes.
La Granja
delante de la que nos encontrábamos parecía estar al seguro de
cualquier atraco, ya que la gran puerta blindad no habría podido ser
destruida ni con 100 Km de dinamita. “Aquí estamos” dijo
Guillermo, y apagó el motor” Como no hay manera de comunicarnos
con el interior de la Cúpula, tenemos que esperar que nos abran el
portal. Quedamos que cada media hora alguien abriría la puerta y
echara un vistazo afuera, así que ponte cómodo que hay que esperar.
Es un coñazo, lo sé, pero no hay más remedio que ser pacientes. Un
tiempo existían formas de hablarse a distancia, pero esa tecnología
se ha perdido. El teléfono, por ejemplo, que siempre apare en las
antiguas películas, tampoco funciona. Cuentan que en los
laboratorios estaban trabajando duro para recuperar esa tecnología,
o por lo menos esto es lo que cuentan, pero de momento las únicas
comunicaciones a distancia son los Blogs. Antes del Desastre había
algo parecido a los Blogs, se llamaban e-mail; pero la actual
Intranet no era en grado de gestionar este servicio”. Oyendo las
palabras del Guillermo, pensé en todo lo que se había perdido por
culpa del Desastre, y cuantas más cosas se iba a perder. Y todo por
un juego del azar Si el mundo hubiera terminado a causa de una guerra
Sub-nuclear, por lo menos habríamos tenido unos culpables; pero con
lo que había pasado ¿quién era el culpable? Que el Sol se apagara
así de repente era algo totalmente inesperado, y dejó a los
científicos de todo el mundo desorientados. Era algo ilógico que
una estrella se apagase así, pero esto era exactamente lo que había
pasado, y por cuantas explicaciones se buscasen, la triste realidad
era que la Tierra se había quedado sin su estrella, sin calor y sin
luz
-“¿Hay muchos Recicladores por aquí? “pregunté
-“Que va, cada vez hay menos. En la ciudad la prensa del Intranet sigue hablando de ellos, pero la verdad es que después del golpe que recibieron de la PCE casi ya no quedan. Es un trabajo peligroso, si te pillan te matan, y las posibilidades de forrarse son muy pocas. A ver, hace 50 años tenía sentido rebuscar en estas ruinas, pero ahora todo lo que queda son electrodoméstico reciclados y comida caducada. Yo salgo cada día de la ciudad, y nunca me topé con ellos.”
-“Pensaba que la situación era peor”
-“El problemas no son los Recicladores, sino la Intranet: se buscan cada vez más noticias sensacionalistas, y si hay que inventarse algo no dudan un instante en escribir cada chorrada. ¿Conoces a Marvin Dexter? Ese periodista y escritor que tiene un blog personal que es el más visitado de la ciudad.”
-“¿Ese tío que luchó él solo contra una banda de Recicladores y los mató a todos, armado sólo de una pistola y un par de granadas? Sus relatos me parecen de lo más estrafalarios”.
-“Y lo son, pura mierda inventada para ganar pasta. Cada conexión a su blog, más dinero para él. Se inventa de todo: bandas de Recicladores, mutantes caníbales, animales genéticamente alterados...”
-“Alienígenas...”
-“¿Es verdad, leíste esa chorrada? “Encuentro con Ovni en el parque de la Zarzuela”...y lo peor es que la gente le cree. ¿Y sabes porque nadie toma medidas para que se calle? Porque así la gente se asusta, y cada vez tiene menos gana de salir de la ciudad. Todos bajo la seguridad de la Cúpula, y quienes arriesga el pellejo en los alrededores somos los pringados como yo, que no tenemos más remedio que poner en peligros nuestras vidas cada día si queremos conservar el empleo. Pero verás que dentro de poco me ascenderán...Asistente de Técnico de logística, por ejemplo, y adiós a estas excursiones fuera de la ciudad-
-“Te
deseo suerte, pues...Si quieres un consejo tal vez deberías
enfadarte menos, y ser más cautos en tus opiniones”
-“Tengo
un carácter así, y además trabando doce horas al día en el
Consejo Ciudadano te enteras de todas las movidas que hay por
allí...y de muchas más. ¿Pero qué quieres que haga? Me enfado
porque se podría vivir en un mundo mejor si la gente no se pasara
todo el día enchufada el puto Intranet a leer chorradas y
trabajara más”
-“¿Sabes cómo la veo yo? La culpa no es de la gente ni de la Intranet. La gente sólo quiere...soñar. Soñar en un mundo donde los peligros son monstruos alienígenas o mutantes caníbales. Es más fácil vivir temiendo a monstruos imaginarios que encarar la dura realidad. Y la realidad es que todo lo que nos queda es esto ”y con las manos indiqué el paisaje desierto que nos rodeaba La Cúpula es como una burbuja, parece tan resistente pero es tan frágil como los sueños, que al despertar desaparecen y dejan sólo un pequeño rastro en nuestras mentes. El Sol se ha ido, y ¿qué futuro espera a la raza humana? Vivir como ratas, rezando cada día para que no se estropeen las CQA. Es normal que la gente quiera soñar...porque hemos nacido en un mundo de pesadilla, y dudo que alguien nos despertará”.
Guillermo se calló un rato, después dijo:” Tus palabras son raras bastante raras para ser un Técnico...¿Puedo darte un consejo a ti también? Cállate, porque si alguien te escucha hablar así te mandan derecho a Rehabilitación.
-“Ya, incluso soñar es peligroso....” pero no pude acabar la frase, porque el portal se abrió de repente y un fuerte haz de luz iluminó nuestro vehículo, dejando a Guillermo y a mi ciegos durante un rato. De la Granja salieron dos camiones blindados, parecidos a los que tenía la PCE pero sin insignias oficiales, y 5 guardias con escafandra y armadas con ametralladoras bajaron de los vehículos y se dirigieron hacia nosotros. Tres de ellas nos apuntaban con sus armas, mientras otras dos se dirigieron rápidas hacía la parte trasera del vehículo, donde llevábamos la placa de identificación oficial. En el espejo retrovisor vi que un guardia hizo un gesto a sus compañeros, y estos nos indicaron que entráramos en la Granja, escoltados por los dos vehículos blindados, uno por delante y otro por detrás. “Se toma sus medidas de seguridad el Sr De la Vega, ¿no?” dije.
-“Para
esos guardias es algo rutinario. Mejor cerciorarse que somos
Funcionarios de verdad, que recibir una mala sorpresa”.
Escoltado
por los blindados entramos en la Cúpula, y cuando a nuestras
espaldas se cerró la puerta la obscuridad del mundo exterior dejó
sitio a una luminosidad intensa, creada por las muchas farolas que
iluminaban las Granja. En un principio, era una Granja como las
demás, con sus CQA, su receptor de energía XX, sus jardines llenos
de árboles y hierba. Sólo en un aspecto se diferenciaba de las
demás Granjas. El edificio central, la villa del Sr De la Vega, era
una impresionante mansión de estilo antiguo, hecha de piedras,
hormigón y mucha, mucha madera en un excelente estado de
conservación. El edificio central tenía dos amplias torres, y una
pequeña iglesia se encontraba a la derecha del cuerpo central del
edificio. “Es increíble” comenté yo, y Guillermo dijo:”¿A
qué es impresionante, a qué sí? Construcción original del 1873,
conservada perfectamente desde entonces. Decenas de generaciones de
la familia De la Vega nacieron y murieron entre esas paredes, y todo
sigue igual que hace 2 siglos. No te digo la pasta que se gastaron
para mantener intacto el edificio. Y verás el interior, aún más
espectacular.”
Mientras hablábamos, 6 guardias bajaron de los
blindados, y mientras 3 de ellas se quitaban los trajes protectores,
las otras 3 nos apuntaban con las ametralladoras. Cuando las 3
guardias se quitaron finalmente las pesadas escafandras se acercaron
a nosotros, jadeando y sudando, ya que una escafandra era un traje
muy incómodo, pero al mismo tiempo era la única manera de
sobrevivir al frío del exterior,. Guillermo abrió su puerta, bajó
del coche y habló un rato con una de ellas; después me gritó:
“Puedes bajar Simón, está todo arreglado; sólo prepara tus
documentos”. Bajé del coche, y una de las guardias, un hombre de
unos 50 años con un largo bigote se me acercó y me dijo: “Lo
siento para todas estas molestias, pero la seguridad es la
prioridad”. Muy educado, nada a que ver con las bestias que
trabajaban en la PCE. Examinó mis documentos, después me los
devolvió y me dijo: “Todo en orden, Sr Mascardi. Sígame, por
favor, el Sr De la Vega le está esperando.”
-“Buena suerte “me dijo Guillermo, y yo le pregunté, un poco confundido:” Pero…¿te vas?¿Y yo cómo vuelvo a Madrid?”.
-“Estás son las ordenes, Simón. Llevarte hasta aquí y volver. Y no te preocupes, el Sr De la Vega tiene vehículos de sobra que te llevarán de vuelta a la ciudad. Ha sido un placer” y me estrechó la mano” a ver si nos volvemos a ver en una situación mejor que ésta”.
-“Lo mismo digo” y vi como ese chico tan simpático salía en su coche y volvía hacia Madrid. “En este mundo hay aún espacio para la buena gente”, pensé, “lástima que a veces ni nos damos cuenta. Siempre tuve pocos amigos, y esto me parecía la cosa más normal del mundo, porque así es como nos educan desde que somos niños. No somos individuos, sino una pieza en un complejo engranaje que mantiene vivo a tientas a esta civilización. Pero ¿si soy sólo una pieza más en la máquina que hace sobrevivir el mundo, ¿por qué a veces me siento tan triste? Tendría que estar feliz porque cumplo con mis deberes de buen ciudadano. Pero hay algo más. La culpa la tiene esta maldita inquietud que desde varios meses se insinuó en mi cabeza y me hace pensar cosas raras. Ese discurso sobre los sueños, por ejemplo, ¿qué sentido tenía? Sobre todo si comparto estas ideas con un perfecto desconocido. No pienso que Guillermo me denuncie, pero no es normal lo que me está pasando...Los sueños... ¿qué son, al fin y al cabo? Un problema, una carga extra para nuestro cerebro que no puede descansar en paz. Por esto existe el Dormorix, para que nuestros cerebros puedan dormir tranquilos. Los sueños son un error de la evolución humana, así nos enseñan en las escuelas, un vehículo para que la parte subconsciente de nosotros venga a la luz. Pero en el subconsciente sólo hay maldad, dolor y sufrimiento. El subconsciente es un abismo negro, donde los demonios del alma se ceban de nuestro intelecto. Hay que luchar contra de él, hay que impedir que estos demonios salgan a la luz, porque nuestro mundo no puede permitirse que haya chiflados que andan por allí guiados por los ciegos impulsos de nuestro subconsciente. Si se abrieran las puertas y estos demonios llegaran a nuestro mundo, ¿qué pasaría? Nos convertiríamos todos en seres antisociales, a aún peor en bestias que no pueden obedecer a las reglas. Nos convertiríamos en algo espantoso, algo que pertenece al pasado, cuando los primero seres humanos vivían en cuevas y no conocía el fuego. La vida volvería atrás, la evolución de la especie tendría un brusco fin, y nuestros peores instintos nos guiarían hacia la destrucción. Hablo mucho de sueños, tengo que dejar ya esta obsesión que me está pillando. Esta noche, doble ración de Dormorix, y al carajos los castillos volantes”.
La voz de un guardia me sacó de mi ensoñación, y una vez más me pregunté, no sin sentir un escalofrío, porqué en los últimos meses tenía esta tendencia a abstraerme de la realidad para perderme detrás de pensamientos raros. Pero ése no era el momento adecuado para buscar una respuesta: me di la vuelta, y empecé a caminar hacia la majestuosa mansión del Sr De la Vega, esa pieza del siglo XIX que había sobrevivido a guerras, dictaduras y sobre todo al Desastre. Antes de entras, acaricié una tabla de madera que se encontraba incrustada en las paredes. Mi mano percibió algo parecido a un fuerte calor, como si esa viga retuviera dentro de sí un pequeño rayo de Sol.
La sala principal de la mansión de los De la Vega fue una pequeña desilusión. La familia De la Vega llevaba fama de ser una de las mayores coleccionistas de arte de la historia de Madrid, y la casa, vista desde afuera, prometía espectaculares arañas, escaleras con alfombras rojas y muebles de roble antiguos y llenos de frisos. Por contra, nada más entrar vi que estaba en una aséptica habitación rectangular muy ancha, sin adornos ni fornituras. Esto sí, había varias puertas blindadas: llegué a contar 7, y cada una tenía el aspecto de poder resistir a un ataque sub-nuclear. No había guardias, sí un objeto raro que se parecía a un gran ordenador con una pantalla de por lo menos 25 pulgadas. De repente, y por mi gran asombro, el ordenador se encendió, aparentemente sólo, y una serie de números aparecieron en la pantalla. Los números desaparecían tan rápidamente como llegaban, y no conseguía seguir esa misteriosa cuenta. Miré los guardias a mí alrededor, pero éstas tenían la mirada fija en el aire vacío, como buenos soldados bien entrenados. La cuenta duró varios minutos, y de repente se acabó. El ordenador se apagó, y a mi derecha se abrió una puerta, y vi al mismo Sr De la Vega que venía hacia mí. Lo reconocí enseguida, ya que su cara había aparecido a menudo en la Intranet, pero visto en persona era más impresionante: un metro y ochenta de estatura, pelo blanco bien peinado, y la mirada segura de quien está acostumbrado a mandar. Cuando se acercó, este aurea de magnificencia se disolvió un poco, ya que la cara presentaba demasiadas orugas, el paso no era tan firme, y los ojos mostraban el cansancio de tantos años de luchas. Se paró justo enfrente de mí, y sin más preámbulos me dijo: “Usted es el técnico del CBES, ¿verdad?”. Su voz era firma, segura, y se notaba que a lo largo de su vida sólo había dado órdenes: era una persona que pocas veces en su larga existencia había recibido un no como respuesta.
-“Sí” contesté yo, un poco atemorizado ”Me llamo Simón Mascardi”.
Él me estudió un rato, después, sin ofrecerme la mano para estrecharla (esta falta de educación me mosqueó un poco), se fijó en la maleta que llevaba y me preguntó: “Y ése es su equipo de búsqueda, ¿correcto?”. Sus preguntas eran más bien órdenes, y le contesté que sí, porque sabía que no habría aceptado otra respuesta: él había pedido un Técnico con un equipo de búsqueda, y allí estaba un Técnico con un equipo de búsqueda; si hubiera pedido un Hechicero, él sabría que allí iba a estar un hechicero. Sus palabras eran órdenes, y él manejaba un poder que yo ni llegaba a imaginar, un poder tanto político como económico. El mundo tal vez hubiera cambiado, pero las reglas de la sociedad humana eran siempre las mismas.
-“Sígame”
me dijo (o más bien ordenó), y se dirijo hacia la puerta que daba
al exterior. Las guardias nos siguieron de cerca, pero durante el
camino fuera de la mansión nadie volvió a pronunciar palabra. Lo
que custodiaba la casa, lo que había detrás de tantas puertas
blindada, seguiría siendo un misterio para un plebeyo como yo.
Rodeamos la casa (tardando varios minutos, dado el tamaño de la
mansión), y vi que detrás de ella surgía una estupenda iglesia, de
estilo antiguo, tal vez románico o baroco. No era experto de arte,
así que no sabía clasificar exactamente el estilo de esa
construcción, pero habría jurado que no era algo moderno. El Sr De
la Vega se paró, y hablando más a si mismo que a mí dijo: “Esa
es una iglesia románica del siglo XIII. Mi familia la compró hace
un siglo y la trajo aquí piedra a piedra. Es sólo una de las joyas
de mi colección de arte” y se encaminó hacia esa maravilla
arquitectónica. Yo no dije nada, ocupado como era a contemplar el
inmenso rosón, las torres, la puerta con frisos que contaban
historias del antiguo y del nuevo testamento. Era increíble: en mi
vida, había visto algo parecido sólo en los libros que se
encontraban en las bibliotecas. Cuando estábamos a unos 10 metros
del portal, éste se abrió solo, y el Sr De la Vega y yo entramos en
la nave central de la iglesia, mientras las guardias se quedaron
afuera.
El interior era aún más asombroso: tres naves llenas de
estatuas, pinturas en las paredes, decenas de mosaicos colorados y un
altar al final de la nave central. El único elemento que no encajaba
en ese lugar eran varias puertas blindadas, que de vez en cuando
interrumpía el armonía de ese edificio tan maravilloso. El Sr De la
Vega notó que me había fijado en esas puertas, y se paró justo en
el medio de la iglesia; después dijo: “Las puertas blindada
conducen, gracias a varios ascensores, a los niveles inferiores. Hay
4 niveles bajo el suelo: 3 son museos, y almacenan los centenares de
tesoros que mí familia colecciona desde hace siglos; el 4, es el
mausoleo de familia, donde un día mis cenizas descansaran juntas con
mis antepasados.
-“Es increíble” dije, ya que todo lo que estaba viendo era tan asombroso que me faltaban las palabras.
El Sr De la Vega pareció no escuchar mi comentario, y dijo: “Usted está aquí porque necesito el ayuda de un Técnico del departamento del CBES. Imagino que si enviaron a usted será porque conoce su trabajo”
-“Llevo más de 5 años trabajando en...” intenté decir, pero el Sr De la Vega me cortó con un ademán y prosiguió: “Lo que le encargaré no será un trabajo fácil, ni rápido, pero será muy importante que usted cumpla. Haga todo lo que pueda para completar la difícil tarea que le daré, y será bien recompensado.
-“Para mí es un honor...” empecé otra vez a decir, pero él me cortó de nuevo (al parecer no le interesaban mis comentarios) y añadió: “No trabajará sólo. Otra persona se ocupará del el caso que le voy a encomendar. Quiero que los dos trabajen codo a codo, porque sólo colaborando podrán resolver con éxito la tarea que le asignaré. Mire, allí viene la otra persona que trabajará con usted”.
Me di la vuelta, y le vi. Nunca en mi vida podré olvidar la aparición del hombre que tan profundamente marcó mi vida. Caminaba rápido, ostentando seguridad. Era alto, casi un metro y noventa, de espaldas anchas pero delgado. Cuando se acercó, vi que tenía los ojos verdes, una nariz aquilina y el mentón pronunciado. Habrá tenido unos 50 años, pero lo más asombroso de todo era su manera de vestir. Llevaba un impermeable negro, con una ancha gorra que le cubría parte de la cara. Era un vestido anticuado, y sólo había visto ese tipo de traje en las pelis antiguas, de los años 30 del siglo XX, esas películas conocidas como género “noir”; hoy en día, nadie vestía así, y muchos menos llevaba corbata, como el recién llegado. Un tipo raro, pero que inspiraba respecto, tal vez por su mirada dura, tal vez por su cara inexpresiva, tal vez por como vestía sin problema alguno un traje que estaba de moda 100 años antes.
”Señores,
os presento” dijo el Sr De la Vega, rompiendo el silencio que había
caído en la iglesia con la llegada de lo que iba a ser mi
compañero de trabajo. Simón Mascardi, Técnico del CBES” e me
indicó a mí; “Flip Barrow” e indicó al recién llegado. Nos
saludamos con un ademán de la cabeza, pero no dije nada, porque no
quería interrumpir al Sr De la Vega, que seguía hablando: “El Sr
Barrow, como el apellido indica, es de origen americana. Una historia
clásica, la suya: su familia estaba en Madrid de vacaciones cuando
llegó el Desastre, y aquí se quedaron. Usted Sr Mascardi tampoco es
español así que imagino que tendrá una historia parecida. Flip
Barrow es un hombre de máxima confianza: trabajó para mí en varios
casos, y confió en él como en mi propio hijo. El Sr Barrow es
investigador privado: una profesión inusual hoy en día, pero hay
aún gente que desarrolla este oficio. Sin falsa modestia, a mi
juicio él es el mejor en este campo. Llamé a los dos porque lo que
ahora le explicaré, y que bajo ningún concepto tiene que salir de
estas cuatros paredes, requiere un esfuerzo conjunto de alguien que
tenga el olfato para moverse en el intricado laberinto de Madrid” e
indicó a Barrow” y a un Técnico especializado en localizar ondas
XXX” e me apuntó con el dedo; después siguió: “Ahora bien,
llegamos al punto, porque cada instante es precioso. ¿Veis ese
altar? Una pieza preciada, única en su género; pero está
incompleta. Falta algo, algo muy importante que hasta 4 días estaba
allí. Algo cuyo valor para mi familia es trascendental, y que tengo
que recuperar coste lo que cueste. Seguidme” y se encaminó hacia
el lado derecho de la iglesia.
Barrow y yo le seguimos, y en el
breve trayecto que hicimos en religioso (nunca mejor dicho) silencio,
estudié los rasgos de ese investigador privado, pero su cara,
parecida a la de una esfinge, priva de emociones, me dejaba
asombrado. En las pelis, los detectives tenían fama de ser personas
duras e intratables, que pensaban sólo en el trabajo, en el whisky y
en las mujeres. ¿Tal vez me tocaría trabajar con alguien así? No
podía adivinarlo, pero la seguridad que ostentaba esa persona me
llevó a pensar que no iba a ser fácil convivir con alguien tan
seguro de sí mismo y presumido. “El mejor detective de Madrid”,
así lo había definido el Sr De la Vega; por lo que sabía, también
el único, ya que nunca había oído hablar de alguien que
desarrollase esa profesión. “Bueno, ya veremos” pensé, porque
al fin y al cabo no tenía mucho que hacer: u obedecía, o el Sr de
la Vega me podía arruinar la vida con sólo mover un dedo.
Los
tres nos paramos en un rincón de la iglesia, la que un tiempo tenía
que ser una capilla, pero que ahora se parecía más bien a una
pequeña sala de reuniones, con varias sillas dispuestas alrededor de
una mesa redonda. “Esta zona de la iglesia sirve, por lo general,
para introducir a los huéspedes las maravillas que verán en las
plantas subterráneas” dijo el Sr De la Vega” Nosotros la
utilizaremos para explicar la razón por la que estáis aquí.
Sentíos libres de pararme en cualquier momento para hacerme
preguntas, ¿de acuerdo? Quiero que esta conversación sea lo más
exhaustiva posible, y por lo tanto cualquier duda que tengáis os
ruego que me lo digáis. Más profunda sea esta conversación, mejor
trabajaréis en el caso que os encargaré”.
Empezó así, con esta introducción, mi aventura en el mundo de las investigaciones. En la conversación que siguió, Barrow no preguntó nada, como si sólo escuchando ya estuviera estudiando el caso; por contra, yo interrumpí varias veces al Sr De la Vega.
“Como habréis visto” empezó el anciano dueño de la Granja ”Mi familia tiene una verdadera pasión por el arte. Aquí tenemos almacenados tesoros de todas épocas, desde las primeras pinturas de Giotto hasta los sueños artísticos de Dalí, pasando por el Expresionismo, el Baroco, el Surrealismo y otras decenas de corrientes. Aquí encontraréis estatuas del antigua Grecia, bustos romanos, obras del renacimiento italiano y las creaciones de las vanguardias del siglo XXI. Por no hablar de las joyas, de las urnas, de los mosaicos, de las alfombras: una semana entera no bastaría para visitar lo que esconde esta iglesia. Pero...y prestad mucha atención a este punto, porque es fundamental, hay una cosa que mi familia valoraba sobre todas las demás piezas. Por un lado, es una pieza sencilla, algo que los expertos clasificarían como obra menor, pero por otro lado para mí tiene más valor que la misma Gioconda o un cuadro de Picasso. Estoy hablando del emblema de nuestra familia, un objeto que fue el primero en una larga seria de éxitos que convirtieron al familia de los De la Vega en lo que somos ahora. Es algo que acompaño a mí antepasados durante las peripecias de 2 siglos, y que ahora me ha sido robado: el Tótem Sagrado de los Arceloas.”
Ni idea de lo que era esto, pensé; pero preferí no interrumpir y dejar que el Sr De la Vega siguiera con su explicación: “El Tótem es una pieza única, el único objeto que testifique que un día, en el siglo XIX, hubo una tribu de indios llamas Arceloas, que vivía en el estado que más tarde se conoció como Arizona. Era una tribu pequeña, y ya en 1867 no quedaba rastro de ellos. El Tótem era el protector de la tribu, y fue donado por el último descendiente de los Arbelas a Vicente De la Vega, un comerciante que emigró a Estados Unidos y allí, partiendo desde cero, creó la fortuna que hoy nos rodea en esta Granja. El Tótem Sagrado de los Arceloas desde años protege mi familia desde el altar de esta iglesia, de donde fue robado hace cuatros día. Para explicar mejor, utilizaré ese aparato, que os permitirá visualizar el objeto que tendréis que recuperar”. De debajo de la mesa el Sr De la Vega sacó otra reminiscencia del pasado, un anticuado proyector de imágenes. Había visto unos así en los cines más cutres de Puerta del Sol: era un aparato muy feo, de forma rectangular y con varias ralladuras para poner micro cintas que contenían películas antiguas. La mayoría de los cines utilizaban proyectores alfa-omega de alta definición, pero quedaban pocos y muchos cines, sobre todo los que trasmitía películas antiguas y por esta razón no tenían mucho público, preferían utilizar esos proyectores que estuvieron de moda durante una temporada en el 2010 más o menos, antes de que la tecnología alfa-omega de reproducción total de imagen y sonido los hizo anticuados. Pero como ya dije con anterioridad, en el mundo bajo la Cúpula, donde la producción de artefactos industriales era de hecho reducida a lo básico (ropa, consumibles y muy pocos objetos para el ocio), había que sacar provecho de cualquier chatarra que funcionara; tal vez un día la tecnología volviera a progresar (y por esto estaban las universidades y los centros de investigación científica) pero hasta entonces había que apañarse. Y un proyector de imágenes, por feo y poco funcional que fuera, podía ser útil; esto sí, no entendía por qué el Sr De la Vega, con todo el dinero que tenía, no se había comprado un reproductor alfa-omega con música 3D incorporada. En ese instante me recordé de las palabras de mi jefe, acerca de la excentricidad del viejo, y empecé a temer que la historia en la que me habían metido contra mi voluntad no iba a ser un trabajo rutinario.
E Sr De la Vega encendió el aparato, y una luz blanca cubrió en la pared delante de nosotros; después cogió una tarjeta de memoria y la introdujo en una de las ralladuras del reproductor. En la pared, apareció la cosa más fea que vi nunca en mi vida. El preciado Tótem era una especie de cilindro de unos 50 cm de altura, dividido en tres zonas de color azul, amarillo y rojo. Siendo un Tótem, llevaba dibujos sobre su superficie, pero el autor tenía que ser un indio al que los cowboys había cortado ambos brazos. En la banda alta, la de color azul, se veían unas cabezas de pájaros, o por lo menos a esto se parecían. En la parte central, la amarilla, había esbozadas una figuras de forma antropomorfa (hombres, ¿tal vez?) en posición tumbada. En la parte de abajo, la roja, nada que se podía descifrar: había líneas mal dibujadas que se entrelazaban entre ellas, pero lo que el artista había querido representar no quedaba muy claro. En general, el Tótem era feo, mal esculpido y pero colorado: un asco, por así decirlo. El Sr De la Vega nos dejó unos minutos para observar el objeto que tanto quería, después volvió a su explicación. En la conversación siguiente, Barrow no proferí ni una palabra; imaginé que ya estaba enterado del tema, y que la explicación fuera sobre todo dirigida a mí: “Aquí podéis ver el Tótem Sagrado de los Arceloas, el objeto más sagrado de mi familia, algo que nos acompañó desde que el fundador de nuestra dinastía hizo fortuna allá en Estados Unidos. El Tótem es alto 54 Cm, tiene un diámetro de 30 cm, y es cóncavo. Fue pintado hace muchos años, pero nunca se llegó a pintar de nuevo; por lo general, se guarda bajo una cúpula de cristal, para que el aire no lo arruine. ¿Preguntas?”
-“Yo tengo una” dije, ya que estar todo el rato callado me estaba poniendo incómodo. ” ¿Las figuras dibujadas tienen algún significado particular?”
“Sí: representan a la cosmogonía de la religión de los Arceloa: los Dioses en el cielo, los Demonios en el Subsuelo, y los hombres en la mitad, entre cielo e infierno”
Como esos dibujos tan feo pudieran representar conceptos abstractos tan complicados no habría podido decirlo; de todas formas pregunté:”¿Y por qué todos los Dioses tienen forma...bueno, caras de pájaros, y los Demonios forma de...bueno, lo que sean?¿Y los hombres tumbados, tal vez representan a los muertos que esperan el juicio final?”.
El Sr De la Vega se quedó callado un instante, después dijo:”Para entender el real significado del Tótem, para llegar a comprender su más profundo sentido, ese necesario saber algo acerca de los indianos Arceloas: la virtud que más veneraban”
“¿Y cuál era? ¿El coraje en la batalla?¿El sentido del sacrificio?¿El respeto hacia los antepasados?”.Siempre me habían gustados las pelis del oeste, y tenía una imagen bastante estereotipada de los nativos americanos: salvajes feroces, grandes guerreros y valientes luchadores. En la actualidad, ya no quedaba ninguno: en las reservas donde llevaban años confinados no se llegó a construir Cúpulas, y la Catástrofe acabó con los pocos que quedaban.
“Ninguna de éstas” contestó el Sr De la Vega ”La virtud más apreciada por los indianos Arceloa era la pereza. Eran uno holgazanes de mucho cuidado...la tribu más perezosa que había entre las muchas que poblaban América antes de la llegada de los europeos. Su holgazanería era conocida por toda América. El Tótem, de hecho refleja bien este concepto de “trabajar lo menos posible, luchar menos y dormir mucho”. En la parte alta aparece el panteón de divinidades de la tribu. Cada tribu tenía dioses diferentes, con nombres fantásticos y complejas historias que contaban la creación del mundo etc...Los indianos Arceloa, por contra, a la hora de crear su panteón prefirieron no esforzarse demasiado, y decidieron que sus dioses eran los pájaros, que estaban en el cielo. Querían llamar a cada divinidad con un nombre distinto, pero esto era demasiado esfuerzo, así que mantuvieron el nombre de cada ave y ya está. Así que aquí podéis ver el Gran Dios Ruiseñor, el Gran Dios Gaviota etc...Lo mismo por lo demonios del Abismo. Se propusieron inventar un complejo panteón de divinidades, pero finalmente optaron por dibujar unas serpientes y ya está. Así que aquí podéis ver el Gran Demonios Culebra, el Gran Demonios Cobra etc...Y en la parte central, podéis ver miembros de la tribu se los Arceloas haciendo lo que mejor le salía: dormir. De hecho, hay un historia curiosa acerca de la destrucción de esta tribu ¿Has oído hablar del General Custer?”
“Sí” contesté” lo estudié en la escuela, y vi varías pelis sobre la derrota de Little Big Horn”
“Perfecto. No todo el mundo sabe que la primera tribu con la que luchó el General Custer fueron justo los Arceloas. El General envió un embajada al campamento de los indios, pero como nadie le recibió con los honores debidos se enfadó mucho y le declaró guerra; no sabían que eran las 2 de la tarde, la hora de la siesta. Custer desafió la tribu a presentarse el día después a las 12 del mediodía en una llanura cerca del campamento, y se fue. EL día después, los guerreros Arceloa se despertaron a las 5 de la madrugada, para oficiar los ritos de la guerra; pero vieron que el Sol no se había puesto aún y volvieron a dormir. Volvieron a despertarse a la 9 de la mañana, prepararon los ritos pero éstos eran tan complicados que a las 9 y media se pegaron una siestecita. A las 10.30 cogieron las armas, y desayunaron; después del desayuno, nada mejor que otra siesta, y volvieron a las camas. A las 11.30 de la mañana se despertaron otra vez, pero vieron que se acercaba la hora de la comida y no merecía la pena irse hasta la llanura. A las 12.30, el General Custer, enfadado porque el enemigo no se presentaba, fue al campamento, y encontró a la entera tribu sobando. Se enfadó tanto que ordenó a sus hombres que mataran a todos los miembros de esa tribu que ignoraba con tanta insolencia las órdenes del General. Así los Arceloas desaparecieron de la faz de la tierra. De paso, esta experiencia llevó el General Custer al desastre. Los Arceloas eran los primeros indianos con los que se enfrentaba, y cuando condujo sus tropas a Little Big Horn iba muy confiado, ya que pensaba que unos salvajes tan perezosos y dormilones nada pudieran contra sus tropas. Toro Sentado y las otras tribu le hicieron ver que los Arceloas eran una excepción entre los indios, pero para el General Custer era demasiado tarde.”
Vaya historia, pensé. Volvía a mirar al Tótem, y me pregunté si las excentricidades del Sr De la Vega eran algo más que simples caprichos, y que se podía hablar ya de demencia senil o algo por el estilo. Así mismo, dije:”¿Cómo llegó el Tótem en las manos de su antepasado?”
“Buena pregunta. Tiene que saber que el día fatídico del genocidio de los Arceloas, uno de ellos, cuando la tribu se despertó a las 5 de la madrugada se escaqueó del campamento y se fue a echar una siestecita cerca de un río que había por allí; como no entraba un cojín por ningún lado, se llevó al Tótem para apoyar la cabeza. Cuando se despertó, a las 2 de la tarde, y volvió al campamento para el almuerzo, vio que era ya demasiado tarde: todo estaba destruido, y ya no quedaba nadie en la que hasta unas horas después había sido su casa. Pues decidió volver al río y echarse otra siesta, ya que no había mucho más que podía hacer. Y allí encontró mi antepasado, y le hizo don del Tótem a cambio de una botella de Ron”.
“¿Y qué hacía su antepasado cerca del río, si puedo preguntar?”
“Sr Mascardi ¿usted sabe cómo se llega a acumular una fortuna como la de mi familia?
“Er... no, no tengo ni ideas”
“Regla
número uno: ser listo. Y si eres listo, no vas a luchar a Little Big
Horn contra un centenar de indianos enfurecidos. Mi abuelo disertó,
y se fue a New Orleans, donde acumuló su fortuna ejerciendo el noble
trabajo de la trata de los esclavos. En 1896, ya mayor, cuando
estalló la guerra de Independencia hizo lo mismo que ya hizo en su
juventud: pilló sus cosas, y volvió a España, donde recuperó el
antiguo apellido de la familia-en América se hacía llamar Vegas- y
se estableció en Castilla-La Mancha. Ésta es la historia del
Tótem Sagrado de los Arceloas. Fue el primer tesoro que tuvo mi
familia, y por esto le damos tanta importancia. A lo largo de la
historia nos hicimos con objetos más preciados que un simple Tótem
de madera cóncavo, pero seguimos, y siempre seguiremos teniendo el
Tótem Sagrado de los Arceloas en su tecla de cristal. Es nuestro
amuleto, lo que nos trajo tanta suerte a lo largo de los siglos. Y
ahora, por primera vez en la historia de la familia y por mi
descuido, fue robado. Vuestras tareas es recuperarlo, cueste lo que
cueste”.
El Sr De la Vega se calló, y hubo un silencio que duró
un buen rato. El tal Flip Barrow seguía en su mutismo, mirando
fijamente la pantalla: tal vez, en su mente de investigador privado
ya estaba planeando los primeros pasos de la búsqueda. Yo también
miraba el objeto, pero seguía sin entender como algo tan feo pudiera
tener algún valor; además, la historia que acababa de escuchar me
parecía un disparate.
Decidí romper el silencio de esa
iglesia:”Sr De la Vega” dije “Entiendo que quiera mucho a ese
objeto, porque por usted significa mucho. Pero sigo sin entender por
qué necesita un Técnico del CBES ¿Qué puedo hacer yo?”.
El Sr De la Vega me miró, y esbozó una sonrisa; después me dijo: “Acérquese a la pantalla, y lo verá por sí mismo. Le dije que el objeto era cavo, ¿correcto? Realmente, para reforzar su estructura, en esta cavidad siempre ponemos algo: durante años fue un simple bloque de madera, después una barra de hierro, que se cambió por un bloque de oro macizo. Es necesario rellenar esa cavidad, porque sin ella el Tótem se caería a pedazos. Ahora bien, fíjense en la base del Tótem y descubrirá el porqué está usted aquí”.
Me acerqué a la pantalla, y fijé mi atención a la base del Tótem, un pequeño cilindro de unos 5 centímetro de espesor y un diámetro de unos 50 cm, que servía para que el Tótem pudiera estar recto. Vi que no era ni oro ni madera: parecía algún metal, surcado de contadores y led luminosos. Lo estudié mejor, y por mi gran asombro vi que era nada menos que un Recolector de energía Vonblad.
“Pero...¿qué significa eso?” pregunté
“El Tótem tiene que seguir cambiar con los tiempos. Si antes del Desastre el mineral más preciado era el oro, ahora un Conector Vonblad es mucho más útil. Por esto hicimos este cambio. El Sr Barrow aquí tal vez no esté muy al tanto del tema. ¿Podría brevemente resumirnos en qué consiste la energía Vonblad y cuál es exactamente su trabajo”.
Los dos me miraron, y esto por un instante me dejó sin palabras; pero me recobré rápido, porque después de tantos misterios, finalmente estábamos en un campo que conocía bien. Pues empecé a explicar: “Bueno, como sabréis, en la Época de Oro de la Ciencia, allí por 2020, el descubrimiento de la Bio-tecnología supuso un cambio importante en la misma forma de relacionarse con la naturaleza del Universo y de la Materia. La Bio-tecnología era algo totalmente nuevo y revolucionario. Una tecnología perfecta y sobre todo, indestructible, ya que, como dice el nombre, los materiales utilizados eran capaces de repararse...bueno, regenerarse por sí mismos. Para hacer un ejemplo sencillo: si antes en el motor de un coche se estropeaba una pieza, debido al utilizo prolongado, la única solución era encontrar otra pieza de repuesto; ahora bien, con la Bio-tecnología esta pieza nunca se estropearía, porque una vez construida mantendría la forma y la estructura que se le dio, y regeneraría las partes dañadas en cada instante...como hace la piel humana, pero aplicado a componentes mecánicos. El estudio de la Bio-tecnología es algo muy complicado y, desafortunadamente, hoy en día nadie sabría reproducirla: es algo que se perdió después del Desastre, y todo lo que podemos hacer es cuidar de esos objetos que siguen funcionando: en mi maletín tenéis un ejemplo de producto Bio-tecnológico que hoy nadie sabría producir...ni reparar. Con el desarrollo de la Bio-Tecnología, hubo otro cambio fundamental en la faz de la Tierra: el descubrimiento de la Energía Vonblad. En el siglo XX y XXI, toda la energía se producía utilizando productos como el carbón, el petróleo y, en tiempos más recientes, el uranio. Estos productos varios inconvenientes: no eran inagotables, eran difíciles de transportar y eran muy contaminantes. En el 2021, en plena Época Dorada, se descubrió la Energía Vonblad, que debe su nombre a los apellidos de sus inventores, Ernest Vonnegut y Joan Ballard. Este tipo de energía se basa en el principio de que dos grandes bloques de un material construido con Bio-tecnología, llamado Bio-Metal, tienen la tendencia a intercambiar energía entre ellos: y no poco energía, sino más energía de la que podían producir varias centrales nucleares. Los primeros experimentos se realizaron en EEUU y China: se levantaron rascacielos hechos de una única, inmensa pieza de Bio-metal, y se conectaron entre ellos por medio de cables hechos del mismo material. La producción de energía era asombrosa: se producía un fuerte flujo de corriente eléctrica, que se canalizaba través de Centralitas para poderse utilizar. Por contra, si se separaban las piezas de Bio-Metal, éstas mantenían la carga durante un buen rato, pero iban perdiendo energía con el paso del tiempo. Al principio, este descubrimiento se utilizó para alimentar las fábricas: se erguían dos Torres de Bio-Metal, se conectaban con un cable y desde este cable se cogía la energía eléctrica que hacía falta. Fue toda una revolución, que se completó en 2022 con el tratado de Estocolmo. Allí, gracias a las teorías de los descubridores de la Energía Vonblad, se hizo un tratado para que cada país tuviera sus Torres de Bio-metal. Pero Vonnegut y Ballard tuvieron otra idea genial. Según sus teorías, si en lugar de construir torres al aire libre inmensas y muy costosas, se construían estructuras más pequeñas y más numerosas, las cosas iban a ser más prácticas. Y añadió que sería aún más prácticos que estas “Torres” come se siguieron llamando, estuvieran enterradas. El sueño de los dos científicos era una red inmensa subterránea de bloques de Bio-Metal conectados entre ellos, para crear un circuito cerrado que produjera energía para todos los pueblos de la tierra. A menudo, sueños como éste se quedan tales, pero debido a la época en la que vivieron Vonnegut y Ballard, época de paz y colaboración entre las naciones, por una vez en la historia de la humanidad el sueño se concretó. El tratado de Estocolmo incluía el proyecto de que cada nación creara su propia red de Energía Vonblad. Así se hizo: las “Torres” se enterraron a una distancia que variaba según el consumo de energía que hacía falta. La distancia máxima era de 500 Km, la mínima de 10 Km. Una vez enterradas las torres, se conectaron con cables rígidos de Bio-Metal. Cada “Torre” está a 300 metros bajo el suelo, tiene un diámetro de 50 metros, y se puede individuar porque en la parte que no está enterrada tiene una centralita de control. Los cables que conectan las varias Torres tienen un diámetro de 3 metros, y siendo hechos de Bio-Metal, se auto regeneran y nunca se estropean...bueno, esto no es verdad, pero lo explicaré después. Una vez que todos los países se pusieron de acuerdo, era más o menos un juego de niños, como un puzle, que todas las piezas encajaran. Se dibujó un complejo sistema de Torres que técnicamente debía servir para dar abastecimiento a todas las naciones. En realidad, el proyecto funcionó en parte: cada potencia organizó su red de Energía Vonblad, pero no se llegó nunca a tener un sistema único, debido a que la época dorada terminó repentinamente con la guerra Chino-Rusa. A pesar de esto, Europa, EEUU, Australia, Rusia, China, y otros países como Brasil, India e Irán consiguieron crear sus redes antes de que todo se parara. Otras naciones no tuvieron la misma suerte, y por esta razón África hoy en día ya no existe”.
“Sr Mascardi” me interrumpió el Sr de La Vega “Su explicación es interesante, pero no tenemos tiempo que perder: por favor, vaya al punto”
“De acuerdo. La Energía Vonblad es lo que permite la sobrevivencia de las Cúpulas, las CQA y todo lo que utiliza energía para funcionar. Para utilizar la Energía Vonblad, se utilizan unos aparatos llamados “Recolectores”. Los Recolectores son aparatos que permite extraer la energía Vonblad canalizada en el suelo. Tienen una pequeña sonda que penetra 200 metros bajo tierra, y atrae la energía de los cables, llevándola hasta los generadores que se encuentran en la parte de arriba. Una vez extraída, la Energía Vonblad se puede utilizar de varias formas: en estado puro, para mover aparatos creados con la Bio-Tecnología, o trasformadas en energía eléctrica, para activar las máquinas más antiguas. Incluso, se puede almacenar en las que se llaman “Pilas” es decir aparatos que durante un periodo de tiempo conservan la energía: así funcionan las armas de la PCE, y los coches, por ejemplo: se recargan en un Recolector, y después tienen una autonomía que varías según el tamaño de la batería. Es una lástima que no se llegó a producir más vehículos que utilicen la energía Vonblad: pero en su época las compañías petroleras pudieron más que la lógica y pusieron un veto a la producción de este tipo de vehículo. Los Recolectores son de 3 tipos, que se diferencia por el tamaño: “Mayores”, que son los que se utilizan por ejemplo para las CQA, “Intermedios” y “Mínimos”; claramente, cada uno tiene mayor o menor capacidad de recoger energía Vonblad. Y después existen los así llamado “Móviles”; un ejemplo es el que el Sr De la Vega tiene metido en su Tótem. Los Móviles, están...prohibidos: se encuentran sólo en el mercado negro, y si la PCE te pilla con uno puede llevarte a la cárcel de inmediato. El tamaño de los Móviles permite recoger pequeñas cantidades de Energía, pero crean muchos problemas al sistema de cables: si todo el mundo tuviera su Recolector particular, la red se iría al carajo en cuestión de días.
Mi trabajo, como Técnico de la CBES, es cuidar del correcto funcionamiento de la Torres. ¿Cómo hago esto? Tenemos un plan de la red que pasa bajo Madrid y en los alrededores. Periódicamente tenemos que visitar las varias Torres, hay casi 20 enterradas alrededor de la ciudad, y en las centralitas hay varios indicadores que muestran la cantidad de energía que una torre recibe y envía a las demás torres. El CBES tiene registrado todos los recolectores que se encuentras entre dos Torres. Por hacer un ejemplo, la Torre de Getafe, que está conectada a la torre de Madrid Centro, envía 1000 GW de energía, y la Torre de Madrid Centro Recibe 500. Significa que entre las dos torres hay recolectores que cogen 500 Gw. A su vez, la de Madrid tiene que enviar 500 GW a otra Torre, para mantener constante el flujo de energía. Como esto sea posible, ni idea: tecnología pre-Desastre, un misterio. Todo lo que podemos hacer nosotros, es comprobar que las cosas sigan funcionando bien. Yo salgo 2 veces por semana, y visito la torre de Getafe. Si esta envía sus 1000 Gw de energía y recibe sus 500, todo bien; si hay algún fallo, es decir que recibe o envía menos energía de la que debería, pues hay un fallo en los cables. El fallo puede deberse o a un deterioro excesivo de algún cable, o alguna persona que está utilizando de forma ilegal un Recolector. En ambos casos, lo primero que hay que hacer es encontrar el sitio donde el cable falla. Y allí entra en juego mi Detector, que llevo en ese maletín, mi herramienta de trabajo, una joya Bio-Tecnológica que puede detectar anomalías y pérdidas en la red escaneando detenidamente el suelo. Es un proceso algo lento, pero una vez descubierto el fallo, lo único que podemos hacer, si esto se debe a un deterioro del cable, es escavar con las pocas excavadoras que quedan y poner una placa de metal. La chapa protege el cable, y da tiempo al bio-metal de regenerarse. Y si el fallo es debido a alguien que se conecta ilegalmente...bueno, hay la PCE que...”
“Ya está bien” el Sr De la Vega me interrumpió “Muy buena explicación. Creo que todo quedó claro. Está de acuerdo, Sr Barrow?”. Con un ademán, Barrow dio a entender que ya no quería oír más explicaciones, así que el Sr De la Vega continuó: “Muy bien, después de estas aclaraciones por parte del Sr Mascardi, ha llegado el momento de explicaros en que consiste vuestra misión. Mirad esta foto, sacada hace exactamente 1 mes en esta misma Granja”. En la pantalla apareció la imagen estática de tres mujeres: la primera a la derecha llevaba un traje muy elegante y debía tener como 60 años más o menos, la del centro tenía un largo pelo rubio y demostraba alrededor de 40, mientras la última chica a la izquierda era una muchacha de 20 añitos. “En esta foto” dijo el Sr De la Vega “podéis ver a mi hija. Ella es la causa de todos los problemas. Siempre fue una persona romántica y soñadora, y hace 2 meses conoció a un tal Ramiro Vázquez, un chorizo de Barcelona que la sedujo, aprovechando de la inocencia de mi hijita, y le convenció a huir con él. Antes de huir, el maldito seductor robó el Tótem. Mi hija le dejó entrar en la Granja, y pese a las medidas de seguridad los dos pudieron huir sin problemas, para “vivir su historia de amor”, como dijo mi hija”
“¿Y usted necesita que nosotros encontremos a su hija?” pregunté, porque no sabía a qué venía esa “trágica” historia de amor.
“Oh no” contestó el Sr De la Vega “De esto ya se ocupó la PCE con el ayuda de algunas...personas de mi guardia personal. No tardaron ni 24 horas en encontrarles y llevarles de vuelta aquí. Entonces empezaron los problemas. El tal Ramiro Vázquez dijo que había escondido el Tótem en un lugar seguro, y que si “unos amigos” suyos no recibirían noticias suya antes de 36 horas, se encargarían de destruir el Tótem. No hubo manera de que revelara la ubicación del precioso objeto. Finalmente, tuve que desistir, y dejé que él y mi hija se marcharan. Ahora están en Madrid, y tenemos localizada su posición en cualquier momento. Pero...del Tótem ni rastro. Por esto necesito vuestra ayuda. La PCE es eficaz en unos aspectos, pero por otros lados sus agentes son unos gorrillas descerebrados que no saben pensar. Para encontrar el lugar donde está escondido el Tótem, necesito vosotros 2: un Técnico de CBES, y una persona con la astucia, la inteligencia y el olfato del Sr Barrow. Juntos, estoy convencidos de que conseguiréis recuperar lo que pertenece a mí y a mi familia. ¿Preguntas?”
“Sí” dije, y quería añadir “y muchas” pero me callé y dije: “Para empezar, imagino que su hija es la tercera a la izquierda que aparece en esa diapositiva, ¿correcto?”
“Esa es la nieta de mi hija, Sr Mascardi” contestó el Sr De la Vega “Mi hija es la primera a la derecha”
“Pero...¡tendrá unos 60 años, por lo menos!”
“A pesar de esto, sigue siendo ingenua. Después de la muerte de su tercer marido, se sentía muy sola. Fue muy fácil para el Sr Vázquez seducirla. Los dos se conocieron en un fiesta benéfica para la tercera edad.”
“Ya, lo imaginaba...otra pregunta: ¿qué edad tiene este Ramiro?”
“Es más joven que mi hija, tiene 56 años. Vivía en Barcelona, pero por alguna razón hace 2 meses se mudó aquí”
“Muy romántico, una pareja de jóvenes amantes que huyen juntos. ¿Y dónde irán?”
“De momento siguen en Madrid, en la Zona Obscura. Ellos están bajo control...pero lo que necesito de vosotros dos es que encontréis el Tótem Sagrado”
“¿Y cómo quiere que lo encontremos? Madrid es inmensa, por no hablar de las afueras...ese cacharro puede estar en cualquier sitio”
“En primer lugar, no llame cacharro a algo tan importante para mí. En segundo lugar, sé que vuestra misión es muy complicada. Si tendréis éxito, sabré recompensaros generosamente...”
“¿Y si fallamos, como me parece probable?”
“Pues usted volverá a su trabajo y nada habrá pasado. Sé que os estoy encomendando algo prácticamente imposible. Pero para el aquí presente Sr Barrow, la palabra imposible no existe” e indicó el silencioso investigador privado ”Resolvió casos muy complicados, y confío plenamente en él. Aún recuerdo como resolvió el caso Polly”
“¿El caso Polly?”
“Polly era el nombre del gato favorito de mi mujer. Un día desapareció, y llamamos a Barrow para que lo encontrara. Y ese genio consiguió dar con el animal en menos de 1 hora”
“¿Y dónde se encontraba el animal?”
“En
su cesta...nadie de la familia pensó en mirar allí. Pero lo que
importa es que Barrow resolvió el caso. Él será la guía, el que
tendrá que descubrir, basándonos en los rastros que tenemos, donde
ese maldito Vázquez escondió el Tótem. Y usted aportará su
contribución...técnica, por así decirlo. ¿Su aparato puede
detectar un Colector, correcto?”
”Bueno, realmente un
Colector, a pesar de que esté apagado, deja un rastro de energía
que se puede rastrear. Diría que si el aparato está encendido, lo
puedo detectar en un radio de 1 Km y medio. Y si estuviera apagado,
el radio se reduciría a 500 metros como máximo. Los Colectores
siguen dejando rastros porque la energía Vonblad acumulada en el
aparado sigue librándose y...”
El Sr De la Vega me interrumpió: “Ya está de detalles técnicos. Ésta es tarea suya. Lo que quiero es que los dos empiecen a trabajar ya. Aquí tenéis un dossier sobre el Sr Vázquez, y os aseguro que es muy detallado” y sacó del bolsillo un pen-drive y se lo dio a Barrow ”Leed ese dossier atentamente, porque podrá daros pistas. Dispondréis de un coche para vosotros, armas y una tarjeta con créditos ilimitados para los gastos. Si no hay más preguntas, por favor podéis salir ya, vuestro coche os espera a la salida de la Granja”.
Barrow se levantó, yo seguí su ejemplo pero dije:” Sr De la Vega, ¿permite una observación?”
“Claro, siéntase libre de hablar con franqueza”
“Lo que nos está pidiendo es prácticamente imposible”
“En este mundo, Sr Mascardi, no hay nada imposible. Lo aprendí a lo largo de los años. Vosotros intentad encontrar a mi talismán, y seréis bien recompensados”
“Yo repito: es casi imposible. ¿Disponemos de un plazo límite?”
“Diría...10 días”
“¿Y si en diez días no lo conseguimos, como me parece probable?
“Pues, habrá que usar...otros métodos “en el rostro del Sr Da la Vega se dibujó una sonrisa siniestra. “Si no lo encontraréis, el Sr Vázquez hablará...de una forma u otra. No quiero llegar a tales extremos. Por esto pedí vuestra ayuda. Si fracasaréis...tengo hombres que harán hablar al Sr Vázquez. Os lo aseguro”
Salí de la iglesia sin decir nada más, pero pensando que el Sr De la Vega era un maldito loco con claros signos de demencia senil, pero con el poder de aplastarnos como se aplasta a una mosca. Y yo estaba metido en este lío sin quererlo, y con la vida de un hombre en juego. Si fracasara y dentro de diez días alguien partía el cráneo al tal Vázquez, ¿habría sido en parte por mi culpa? Como si ya no tuviera bastantes problemas. Pero poco podía hacer. Fui hacia la entrada de la Granja, y allí un espectacular todoterreno blindado nos esperaba. Era un vehículo magnifico: ruedas altas, parachoques reforzados con barras de hierro, y 2 fanales que podía iluminar la noche eterna que nos esperaba fuera de la Cúpula.
Vi como varias guardias privadas del Sr De la Vega estaban abasteciendo nuestro vehículo: 2 escafandras, un módulo de sobrevivencia y varias cajas, cuyo contenido me era desconocido.
Un guardia me entregó las llaves del coche, y Barrow y yo entramos en el vehículo. Las puertas de la Cúpula se abrieron, y vi como la bóveda del cielo sin Sol nos esperaba, llena de malos presagios. Encendí el motor y arranqué. A mi lado, Barrow estaba en silencio, y yo no podía evitar de pensar que toda esa historia era pura locura...que desafortunadamente me podía costar muy cara.
1 Centro de investgacion y desarrolo espacial
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