nanking ASHLEYCOLT 777

Una apuesta, don Jesús, un joven gaucho atrevido y una yegua criolla ¿qué pasará en el campeonato de truco de doña Eduviges?


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El Facón De Oro

El arriero añudaba las riendas y ataba a su yegua al poste. La yegua, un hermoso espécimen criollo, había sido un regalo de su patrón por haber salvado a sus vacas de unos cuatreros de mala monta. Para don Jesús, era uno de sus bienes más preciados, si no era el único, todo lo demás era secundario cuando se trataba de ella. Don Jesús, la acariciaba por última vez antes de dejarla bien atada al poste, bajo la sombra del viejo árbol de Palo borracho, en esa siesta de setiembre en las llanuras Pampeanas, en la cual arreciaba un infierno de calor insoportable. Terminaba de acariciarla cuando se daba cuenta de que había muchos matungos ensillados y pastando por todo el lugar, el arriero se preguntaba entonces, que habría de suceder dentro, no era normal que, en un jueves haya tantos gauchos allí y a estas horas de la siesta. Decide no perder más tiempo y entrar, más curioso que decidido, a ver qué estaba pasando, no sea cosa que hayan hecho una bailanta y nadie lo hubiera invitado, pero música no había, así que ahí taba pasando, algo raro.


Al correr la lona hecha de bolsas cosecheras, que simulaba ser una cortina, se encontraba con sorpresa un particular evento nunca antes visto en la pulpería. Doña Eduviges, había organizado un campeonato de truco, era cosa de no creer caracho, ya que a doña Eduviges nunca le había gustado ese juego, ella siempre decía que era pa quilombos y peleas, por eso jamás lo había hecho, pero allí, el arriero se lo encontró, y en pleno apogeo.


La doña había invitado a todos sus vecinos más cercanos en kilómetros a la redonda. Arrieros, cosecheros, domadores, estancieros y patrones, llenaron el rancho a pura timba y gritos de vale cuatro. Doña Eduviges, viuda de cuatro maridos, difuntos todos a temprana edad; caminaba a las apuradas de acá pa allá, llevando y trayendo botellas de ginebra junto con las de vino tinto y docenas de millones de empanadas, literal. Su vestido floreado estaba tan mojado de sudor que se pegaba por demás a su cuerpo, notándose aún más su rolliza figura, y vuelta y media se olfateaba disimuladamente sus sobacos, arrugando la cara cada vez que lo hacía.


El arriero se acomodaba la bombacha, también su sombrero de paño negro y el poncho sobre su hombro, acariciaba el facón que descansaba en su cintura y entraba a la pulpería como pancho por su casa.


—¡Buenas y santas, doña Eduviges! ¡Veo que llegue a tiempo Pal velorio! —decía en tono de chiste para llamar su atención.


—¡Pero qué sorpresa don Jesús!… lo hacía en los pagos de Cialorda y que ya estaba muy lejos de estos lares —respondía la viuda con una sonrisa que delataban sus encías muy escasas de dientes, por cierto.


—Pues, no sé dio doña Eduviges, el arreo se truncó y decidí pasarme por una ginebrita, pero veo que el asunto ta bastante movido por acá.


—Ya lo ve don Jesús, el Gancedo carneo sus chanchos y me vendió las cabezas, entonces me dije, ¡que lo tiró!, ¿por qué no las uso pa premio de un campeonato?, y aquí estamos… ¿Se prende don Jesús? —el arriero, ni lerdo ni perezoso, aceptaba la invitación más que encantado.


—Solo dígame dónde me siento doña Eduviges.


De la siesta infernal, pasaron a la tardecita y de golpe llegaba la noche, manifestándose fría, oscura y más lúgubre que de costumbre, para colmo la luna brillaba por su ausencia. Don Jesús ya había eliminado al último de sus contrincantes, con un vale cuatro épico, que dejaba fuera a su rival, también bastante baqueano pa las naipes, su alegría, como no podía ser de otra forma, era inmensa.


En otra mesa, un poco más allá, otro paisano quedaba afuera del campeonato. Doña Eduviges, apenas terminaron, pegaba un grito anunciando a los dos finalistas. Los demás gauchos aplaudían muy emocionados y ya se amontonaban en el centro de la pulpería dónde doña Eduviges acomodaba una mesa pequeña con un mantel de plástico rojo y ponía encima de ella una tacita llena de porotos blancos, que se usarían para los tantos y por supuesto, un mazo de naipes nuevos.


—Bueno, cumpas, van a descansar o van a jugá la final ya, ustedes deciden —decía la viuda que, al acercarse a ellos, la catinga de sus sobacos podía tumbar fácilmente a un cebú. El otro gaucho finalista y para la sorpresa de don Jesús, era solo un gurisito que ni siquiera sabía soplarse los mocos, el arriero rompe en carcajadas y contesta la pregunta de doña Eduviges.


—Faltaba más, por mí juguemos ahorita mismo, no sé qué opina usted mocito —el joven se encoge de hombros, y se sentaba a la mesa cubierta con el mantel rojo.


—Véalo al mocito —dice don Jesús— parece que también quiere terminar rápido — El joven barajaba las naipes, tiraba rey, y al arriero le toco dar, también decir a cuántos tantos se jugaría la partida.


Nueve tantos, dijo muy seguro. El joven asintió, y espero brevemente hasta que don Jesús comenzó a repartir las cartas.


—¡Ja, ja! ¡Ya se dio lo que se daba mocito! ¡Vamos a ver qué tan ladino es pa las naipes!


Antes de que empezaran con la gran final, doña Eduviges preguntaba a los dos finalistas si querían apostar algo más aparte del premio, como es costumbre hacerlo en esta clase de juegos, Don Jesús. Miro y pregunto al gurí para ver si quería hacerlo.


—¿Usted que dice mocito? ¿Quiere apostar otra cosa aparte del premio? —el joven gaucho lo mira, y todos los que están alrededor de ellos dos, también.


Entonces el joven, sin decir nada, sacaba su facón y lo ponía sobre la mesa. Todos esos gauchos, inclusive don Jesús y doña Eduviges, quedaron con la boca abierta y maravillados por la hermosura de este. La funda era de oro puro, el filo y el cabo, también estaba hecho de ese metal dorado y estaba adornado con una talla exquisita del rostro de un yaguareté y con dos pequeños rubíes rojos, que simulaban ser los ojos del conocido felino. Don Jesús, al verlo frente a él, no sabía qué hacer ni que decir, ante tan hermoso objeto, después de unos segundos más de apreciarlo, con la boca abierta, le decía al joven gaucho.


—Vea joven… yo, yo no tengo nada de tanto valor que iguale tamaña apuesta. — El joven lo miro un momento y sin dudar, dijo.


—¿Qué le parece si apuesta su rancho, y esa yegua tan hermosa que dejó afuera?, ¿a menos que usted crea que mi facón no vale tanto? — Don Jesús duda un momento, pero al ver brillar el hermoso objeto dorado, no puede resistir la tentación de quererlo para él, y sonriendo, aceptaba, ya viéndose seguro de que sería dueño de ese facón tan hermoso, y valioso.


La partida comenzaba, las reglas eran simples, una sola falta a la primera mano y se ganaba la partida entera, también elegían jugar sin cante de flor, para qué el juego sea más interesante, don Jesús repartía las naipes, y al terminar, pelaba sus tres cartas. Dos de ellas pintaron de espadas, el siete y el cinco para ser más exactos… al ver semejante ligue y en la primera mano, no puede contenerse y retaba al joven con un ensordecedor grito.


—¡¡Falta envido caracho!! —el joven también pelaba sus naipes, y al terminar de hacerlo sonría diciendo.


—Quiero ver esa mentira don Jesús.


—¡¡Al que quiere se le da mocito!!… ¡¡treinta y dos y ten pa su candil mocoso!! —chocho y feliz, don Jesús se apresta a quedarse con ese hermoso facón…, pero el joven le responde gritando mucho más fuerte.


—¡¡Treinta y tres caracho!!, ¡¡¿Dígame como le quedó el ojo don Jesús?!! —el joven se levantaba de la mesa con los brazos en alto, feliz por la victoria. Don Jesús ve el cante de basto del mocoso, con sus ojos llorosos, y ante el triunfo del joven gaucho, recién ahí, en la derrota, se acordó de su mujer y de sus tres hijos y, en la vergüenza de decirles que perdió el rancho en una partida de truco y para peor frente a este mocoso. Pero, más allá de eso, le dolía en el alma haber perdido a su hermosa yegua y, sin pensarlo dos veces y sin que nadie se lo esperara.


Don Jesús, agarro el facón de oro, y se lo clavo en el corazón. Todos en la pulpería quedaron tiesos y confundidos ante tamaña decisión. Don Jesús, moría al instante y caía de espaldas al suelo. Doña Eduviges, corrió hasta él, envuelta en llanto y maldiciendo la estúpida decisión del arriero y del que fuera un amigo, toma el facón de oro sacándolo de su pecho desesperadamente, entonces, al tomarlo. Ella notó que el dorado del cabo se volvía negro mientras se descascaraba lentamente, lo raspo un poco con sus uñas y ahí se daba cuenta de que el facón no era lo que aparentaba, y volteaba hacia el joven con mucho enojo al ver que solo era un sotreta embaucador; sin embargo, el joven, ya no se encontraba allí, todos los gauchos se daban cuenta de lo que había hecho y salieron en su búsqueda, puñales en mano, pero el joven gaucho ya montaba la yegua criolla de don Jesús desapareciendo para siempre en la fría y oscura noche de esas llanuras Pampeanas.


FIN

Aug. 27, 2021, 10:45 p.m. 1 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

ASHLEYCOLT 777 Ok, aquí estamos en este fascinante mundo de las escrituras, yo solo soy una amante muy, pero muy aficionada a ellas, desde ya les agradezco si por casualidad leen alguna de mis historias y esperando no aburrirlos con ellas. Yo, encantado disfrutaré también de las suyas, sin más, gracias por el apoyo que quizás ustedes me den en esta maravillosa página.

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Tinta Roja Tinta Roja
Mucha de la jerga que empleas se me escapa, no lo suficiente para no disfrutar de un texto excelente.
August 31, 2022, 13:47
~