En su casa de veraneo se encontraba el alumno Mack, pasando unos días retirado de la bulliciosa ciudad de Medellín. Las cuestiones más importantes invadían sus pensamientos, ahora no se podía pensar en superficialidades. Allí era una persona absoluta e indiscutiblemente distinta de la que era cuando se hallaba en medio de la ciudad. Este retiro le gustaba en extremo, le llenaba el corazón; era, sin embargo, idílicamente aburrido. La filosofía reinaba en su mente durante los primeros ocho o quizá diez días, luego de los cuales todo perdía sentido.
Llegó el veintitrés de junio del dos mil veintidós. Calzaba zapatillas negras, viejas y ligeramente dolorosas en su punta -como una zapatilla de Ballet en un cuerpo inacostumbrado a tal dolor-. Un pantalón negro antiguo. Camisa blanca de unos tres o cuatro años que lograba disimular gracias a su bléiser negro. Todo ello le otorgaba un aura pobremente elegante. Mack, al fin, podría sentir con certeza que había escapado del infierno que ha conocido como la tierra.
Una enorme y bella vista hacia la nada que representan todas las montañas le saltaba cada mañana. Su casa, ah, su casa era realmente hermosa. Precedida por una entrada que distaba quince minutos de la portería a pie, y una elipse vertical para llegar al parqueadero. Una vez allí, se encontraba uno con una imponente estructura de dieciocho metros de alto y quince de ancho; tenía una puerta pequeña para ser una fachada tan grande. Al momento de comprar Mack reparó en el espacioso jardín que rodeaba en forma de media luna la edificación, como si las flores, los pinos, los rosales y las margaritas, le preludiasen ya en su casa, su morada fúnebre.
En la parte posterior se encontraba un imponente bosque, repleto de grandes árboles frondosos grandes de unos once o trece metros de altura cada uno. Por alguna razón, ninguno de los anteriores dueños de la propiedad había siquiera considerado talarlos, ya sea por mantener la propiedad en privado, ya sea por los sentimientos de los árboles. Ese tenebroso bosque, fue el refugio en el cual se apoyó Mackb para olvidar un poco su soledad. Los días eran largos en su casa de veraneo.
Luego de cruzar la puerta principal -con su llave dactilar-, llegaba a la sala. Esta conservaba los dieciocho metros de altura de la fachada, lo cual podía ser sorprendente y abrumador al mismo tiempo; al lado derecho de quien entre se puede ver la TV, los sofás de Grecia que, por cierto, son los únicos objetos que cada propietario ha dejado en la casa, un tapete color carmín y una chimenea. Al lado izquierdo hay un par de materas, las escaleras que llevaban a la habitación principal en el segundo piso, y un escritorio debajo de estas. La cocina se encuentra unos pasos hacia la puerta trasera, una habitación cerca a ella y por supuesto, la torre de licores. Esto es un espectáculo que Mack siempre consideró muy por encima de sí. El hecho de tener que usar todo esto le pesaba enormemente. Lo más importante de todo en esta casa de verano, es que estaba - igual que las casas cercanas-, sola. Absolutamente sola.
Es curioso que no pudiese compartir todo ello con alguien, no consideraba posible que una persona, ¡una persona! Pudiese soportar el tedio de vivir a su lado hasta que la muerte los separe; solo una vez en su vida consideró esto probable, pero al desengañarse -y luego de mucho whisky-, comprendió que no es siquiera racional que una existencia desee ser, en medio de otra… con otra. Al menos, no fue racional aquella vez. El verano de aquel año fue brevemente vivido, no hay mucho que contar de un hombre solo en un mundo de mil metros cuadrados. Al menos, no hay mucho que contar que otro hombre fácilmente comprenda. En principio podemos hablar de sus recuerdos… y el recuerdo del amor de su vida
En un mundo que no es uno solo, donde el amor de la vida es como esta, múltiple. Se encuentra Mackbella. Buscando el amor de aquella que es siempre la misma, aunque su cuerpo cambie... Ya sabes, ¿qué no puede pasar en un multiverso? Read more about Las musas sin voz.
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