haztae Susana Mora

Año 2033. En su cumpleaños número treinta y ocho, Park JiMin desea llegar a casa y celebrarlo en la compañía de su pequeño hijo, JiHoon. Lo que no sabe es que, en un intento por sorprenderlo, su hijo de a penas seis años se verá enredado en una ajetreada misión que sacará a la luz eventos de su pasado como integrante de BTS y le ayudará a sobrellevar la más grande de sus dolencias: haber perdido a su adorada esposa cuatro meses atrás. Inspirado ligeramente en el capítulo "Si vamos a reunir a la banda (Love Handel)" de Phineas y Ferb. ADVERTENCIA La historia tratará y/o tendrá menciones de los siguientes temas: 1. Muerte de un ser querido. 2. Las fases y el manejo del duelo. 3. Leucemia y cáncer. 4. Síndrome de ovario poliquístico. 5. Aborto espontáneo y pérdida de un bebé. 6. Trastorno de estrés post-traumático y sobredosis. De ser alguno de estos temas algo que pueda llegar a afectarte mucho, por favor te pido que te abstengas de leer la historia o que lo hagas bajo precaución.


Fanfiction Bands/Singers Not for children under 13.

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Prólogo: Una nueva estrella en el cielo.

"Otro día se ha ido
Aún estoy solo
¿Cómo puede ser?
Tu no estás aquí conmigo
Nunca dijiste adiós
Que alguien me diga por qué
Te tuviste que ir
Y dejar mi mundo tan frío"
You Are Not Alone - Michael Jackson


13 de junio, 2033.


De la gélida brisa que producían las aspas del ventilador al girar, se desprendía un fuerte aroma a alcohol y a suero. Tan intenso, que, en más de una oportunidad, se cubrió la nariz y aguantó la respiración con tal de aminorar el pálpito de su cabeza. No supo bien que estaba ocurriendo. Quizás el shock se había apoderado de su consciencia, sucumbiéndola a negaciones y a la pequeña esperanza de que al abrir los ojos todo significaría una pesadilla terrible; o quizás las idas de aquí para allá y el cuchicheo de personas desconocidas, vestidas de trajes y maniobrando micrófonos, libretas y cámaras, habían congelado el espacio y tiempo, y le instalaron en un pequeño universo de latidos veloces y gotas saladas reunidas en los lagrimales.


Estaba seguro de que era imposible. No hacía más de tres horas que su padre sostenía a su madre entre sus brazos, y, anexos a la insipidez de una camilla con sábanas arrugadas, danzaban lentamente conforme la entonación suave de You Are Not Alone de Michael Jackson. Ahora ella, quien de cualquier forma se aferraba a su innata hermosura, yacía fría en la cama, con la piel tan pálida como las paredes del hospital, los ojos violeta ocultos tras los párpados y los labios púrpuras y machacados. El cabello negro le caía hasta por debajo de las costillas, su expresión laxa confería paz inmarcesible, y las manos, aunque un poco surtidas de moretones, conservaban la típica tinta tono carmín en las uñas y el dedo anular engalanado por una sortija de oro. La creyó bonita, como cuando veían películas de Disney y su papá la comparaba con las princesas clásicas, pero la imagen frente a sus ojitos no dejada de rebullir un vergel de emociones.


Tendió la mirada a su papá y de inmediato supo que tal vez no se trataba de un mal sueño, que su familia verdaderamente se había quebrado. El hombre, sentado en el sillón más cercano al suyo, aprisionaba mechones de cabello rubio entre sus manos, mantenía el semblante bajo y descansaba lo codos sobre las rodillas. Sus mejillas enrojecidas guardaban un camino de humedad y sus labios, que dibujaban una línea recta, batallaban para tragarse los sollozos. Se cuestionó si era justo que en una situación de tal magnitud, su padre se viese forzado a conservar una postura impávida y taciturna, y a colocarse en los hombros la responsabilidad de no desfogar angustia. Y es que afuera todavía se escuchaba el cuchicheo; y los clics de cámaras que, en lugar de disminuir, aumentaban en grandes cantidades, seguramente comenzaban a detonarle un profundo dolor de cabeza.


Aquellas personas seguían a su familia desde que tenía memoria. Recuerda haber escuchado que, en una ocasión, su padre les gritó duramente con la cara tupida de rabia. Según lo que había entendido, quisieron fotografiar el rostro de su madre recién salida del hospital, luego de darle a luz. Sabía que, en un principio, si bien lo sopesaron como indebido y molesto, sus padres se vieron reacios a la idea de apuntillar un alboroto. Pensaban que el objetivo de las fotografías no involucraba algo más allá que la noticia de último minuto en una revista convencional o digital. No obstante, el problema adquirió un grado preocupante de alarma; las personas iniciaron un forcejeo entre ellas, litigaron recurriendo a achuchones y rempujones, y en un espontáneo arrebato de furia, provocaron que la madre primeriza recibiese uno que otro jaloneo. Claramente la situación no le sentó nada bien a su progenitor, de modo que se terminó desencadenando la pequeña riña y una merecida demanda por acoso.


Apretujó el perrito de peluche que mantenía en sus manos y caminó hasta su padre. Se sentó a su costado.


— ¿Mamá está así porque me porté mal cuando vino la abuela de visita?


El mayor levantó el rostro en su dirección. Denotaba un aspecto débil y abatido, totalmente contrario al semblante coronado por una sonrisa que solía cargar cuando arribaba a casa, entre las seis de la tarde y las siete de la noche.


— ¿Por qué piensas eso?


— Porque a mamá no le agrada cuando me porto mal —expresó y se acercó el peluche al pecho—. Tal vez si me disculpo y prometo portarme mejor, ella despierte.


— JiHoon, tu madre no está así por tu culpa —aseguró con la voz quebrada.


—¿Entonces por qué está así? Va a despertar, ¿no? —continuó y ladeó la cabeza—. Tiene que despertar. Mamá siempre despierta.


Antes de que pudiese de pronunciar otra palabra, un hombre ataviado en una bata blanca, que arraigaba un fuerte olor a antisépticos, ingresó a la habitación y les pidió que se retirasen. Murmuró que la hora de preparar el cuerpo había llegado y que el certificado clínico de defunción estaba listo. JiHoon no entendió a qué se refería con el parloteo que catalogó como anodino, por lo que desoyó su petición, se echó a andar en dirección a su mamá y le sostuvo la mano. No quería dejarla. La bata de paciente se sentía muy fina entre sus palmas y su mamá debía tener frío, a ella no le gustaba el frío.


—Debemos irnos, Hoonie -habló su papá a sus espaldas en una voz todavía quebrada—. Tu tío debe estar esperando afuera y no podemos dejarlo ahí.


JiHoon arrugó el entrecejo y negó repetidamente.


—Mamá no ha despertado. —le dijo—. No hemos terminado de ver Peter Pan y sabes que después de Peter Pan también vemos El regreso a Nunca Jamás. No podemos irnos.


Observó a su papá acuclillarse a su costado y sintió como le envolvía suavemente el antebrazo.


—Hoonie, bebé, debemos irnos, por favor —suplicó—. Tienes que ir afuera con tu tío.


—Pero mamá no ha despertado, papá. No podemos.


Afuera, en la extensión vinílica de un pasillo iluminado por fluorescentes de pocos vatios, se advirtieron los gritos desesperados de un infante y, mientras una oscuridad se cernía lóbrega en lo alto del cielo de Seúl, dos corazones redujeron su estructura risueña a miles y miles de trozos, tan finos como las partículas del viento y tan tristes como aquellos deseos que resultan en vano. Y en esa noche veraniega, un deseo incumplido rebullía el aire, desolado y repleto de dolor.


July 4, 2021, 1:48 a.m. 0 Report Embed Follow story
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