mavi-govoy Mavi Govoy

Gea, la madre tierra, es cambio y es evolución, es movimiento y es vida, es adaptación a las circunstancias. Nadie sabe más que ella sobre sobreponerse a las situaciones más adversas para salir fortalecida. Y lo hará de nuevo... Relato ideado para el concurso de cuentos sobre el medio ambiente. * * * La portada es de aquí: https://pixabay.com/es/photos/fantas%C3%ADa-android-terminator-5174303/


Short Story Not for children under 13.

#geaconcurso #cyborg #381
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Gea ciborg

No estaba inconsciente.

Aunque tampoco estaba despierta. Y no era porque estuviese dormida, no. Los primeros días había permanecido en coma inducido, pero ahora su organismo reconstruido había derrotado a las sustancias sedantes, y su estado era… ¿contemplativo? Se sentía como una crisálida sometida a una profunda metamorfosis que la convertiría en una criatura distinta a la persona que fue, pero al mismo tiempo, de alguna forma, bajo tantas vendas, escayolas y remaches, entre tubos, engranajes, agujas y frías piezas metálicas, podía reconocerse a sí misma.

Sabía que era ella y a la vez era alguien que no había existido antes. No había ninguna contradicción en ello, su naturaleza era cambio y evolución, alteración y equilibrio. Un accidente la había destrozado por fuera y por dentro, pero no le había arrebatado sus recuerdos, sus vivencias, su personalidad. No la había anulado, pero sobrevivir exigía transformarla por completo.

El accidente en sí mismo era un recuerdo vago que no quería rememorar. Era mucho más interesante meditar sobre los informes que había leído: el atestado del accidente, el detallado informe de todas las lesiones y, en particular, las valoraciones y concienzudos reportes de las diecisiete personas que intervinieron durante las treinta y tres horas con veintidós minutos que permaneció en el quirófano flotando entre la vida y la muerte. Once de los diecisiete eran médicos de variadas especialidades, los otros cinco eran expertos en sistemas e implantes biónicos.

Había encontrado toda esa información en la base de datos del hospital. Acceder al sistema y superar los cortafuegos para dar con su historial había sido tan sencillo que la abrumaba su nueva habilidad.

El accidente la había dejado atrapada en un amasijo de metal retorcido, muchos huesos se habían fracturado, sus piernas habían quedado aplastadas, tenía grandes contusiones y varias punciones la atravesaban de lado a lado, había perdido masa encefálica y el incendio posterior había abrasado parte de su piel.

Los cirujanos estaban asombrados de que no hubiera muerto en el quirófano y se felicitaban a sí mismos por su éxito. Se habían visto obligados a improvisar con lo que quedaba de ella. Habían aplicado técnicas jamás experimentadas sobre humanos, habían adaptado sobre la marcha las prótesis biónicas que ahora constituían parte de su organismo.

Su lado derecho, el más dañado, era metálico y brillante desde la coronilla hasta el tobillo, donde se unía a un pie cubierto de vendas. En su lado izquierdo, como para compensar, el pie era un armazón hueco y artificial que se engarzaba a una pierna humana escayolada. También su brazo izquierdo estaba escayolado, pero podía mover los dedos. Su ojo derecho era artificial, y el oído de ese dado había sido mejorado. Tenía una imagen muy clara de su nueva apariencia, había visto las fotos en su historial, una larga serie de cientos de imágenes de sí misma.

Ciborg, la habían llamado. La primera ciborg que sobrevivía varios días.

No tenían ni idea.

Ninguno de ellos podía saber que la mañana del accidente, mientras moría atrapada entre piezas retorcidas de lo que había sido un automóvil, algo había estallado dentro de sus células, de todas y cada una de ellas: la indestructible e inquebrantable conciencia de que ella era Gea. En ella estaba el mundo y la vida, la naturaleza y la razón, la belleza y la sabiduría. Ella era la tierra y el fuego, el aire y el océano.

En ese último instante de vida, la eternidad se había mostrado ante ella. Había visto, sentido, olido, gustado, percibido, palpado y escuchado el nacimiento del mundo. Había estado allí cuando se formó el cielo, cuando se llenaron los océanos, había visto elevarse continentes, romperse y hundirse, había descendido a los abismos dónde ni la misma luz entraba y ascendido a cumbres siempre blancas, había presenciado la aparición de las primeras células, las había animado a juntarse, las había seguido cuando salieron del mar, cuando aprendieron a sujetarse a las rocas, cuando se elevaron como titanes arbóreos hasta las nubes, había flotado, reptado, nadado, excavado, saltado caminado y volado con cada nueva especie.

Las conocía a todas y a todas las entendía y gobernaba. Solo una de ellas se le había escapado de las manos. La última, la más inteligente y, por tanto, la más poderosa de todas. La que le hacía la competencia con técnicas de ingeniería genética para obtener un remedo de evolución que no respetaba las pautas naturales. La especie que había desarrollado seres transgénicos para mejorarla a ella, a madre tierra. Pero los logros de esa especie no habían resuelto el problema del hambre, de la contaminación, del deterioro de la biodiversidad, de la extinción de especies, de los virus resistentes a los antibióticos ni del cambio climático. Al contrario, ellos estaban tanto o más desbordados que Gea por la situación que habían generado.

Y en ese momento, muriéndose a consecuencia de un desdichado accidente, fue cuando Gea la sujetó, tomó el control y obligó a sus células a seguir vivas. Se apoderó de ella, quizá. Se valió de su indefensión, tal vez. Pero vive gracias a Gea.

Vive porque ella es Gea.

No es un organismo cibernético, como piensan los insignes y engreídos científicos e ingenieros que han diseñado, elaborado y ensamblado sus piezas sobre los restos de una anatomía quebrada. Ella es la vida, y solo la vida tiene la decisión y la capacidad para adaptarse a una nueva situación, para evolucionar ante circunstancias adversas, para abrirse paso en un nuevo hábitat, un nuevo entorno, con nuevos retos y desafíos. No son los elementos mecánicos los que se ha impuesto a lo biológico. Es Gea, es la vida quien se ha infiltrado para apoderarse de la tecnología de sus hijos humanos. Es ella quien, por primera vez, tiene a su disposición la herramienta que necesita para reordenar el caos que han provocado sus hijos más evolucionados.

Mientras los médicos pensaban que seguía sumida en el coma inducido, ha aprendido a controlar su parte cibernética. Introducirse en el gran ordenador central del hospital y acceder a su historial solo ha sido una minúscula parte de lo todo lo que ha hecho.

Días después de salir del quirófano, no había secretos en internet para Gea. Había provocado crisis de gobierno y fluctuaciones en la mayor parte de los mercados bursátiles, había maniobrado para premiar a las empresas que invertían en medio ambiente y castigar a las más contaminantes, se las había ingeniado para que los grandes periódicos de las naciones más industrializadas publicasen noticias que explicasen el llamado efecto mariposa en términos que la mayor parte de la población pudiese entender, para que captasen cómo el aumento de la polución en Nueva York o la deforestación en Brasil provocaban una tormenta de polvo en el Sáhara y de nieve en Portugal, a la misma vez que el deshielo encharcaba el suelo y provocaba su corrimiento lo que, a su vez, conducía al descarrilamiento del tren más largo del mundo con cientos de víctimas.

Había impulsado la popularidad de unos políticos y hundido a otros, todo en función de su compromiso con la ecología y el medio ambiente. Había forzado pactos y alianzas y deshecho otros. Había intervenido correos electrónicos y teléfonos a lo largo de todo el planeta, porque ella era Gea y ahora tenía acceso a todo.

Sabía que cuanto había hecho hasta el momento era un comienzo prometedor, pero no suficiente. Tendría que repetir sus intervenciones hasta que sus hijos humanos aprendiesen la lección. Pero había algo más que tenía que hacer: fugarse.

Necesitaba todavía y tal vez durante décadas la herramienta cibernética que le permitía adentrarse en la red, ocupar ordenadores, alterar aplicaciones y cambiar datos y la pobre chica destrozada con quien se había fusionado era la mejor opción, porque nadie la relacionaba con el caos mundial de los últimos días. Podía decirse que había sido una suerte que los cirujanos se vinieran arriba y decidieran incorporar tantos componentes que, quizá sin proponérselo, había hecho de ella la mejor pirata informática de todos los tiempos. Y Gea sabía mucho de tiempos. Los había vivido todos.

El suave zumbido de las máquinas que rodeaban su cama de hospital se detuvo, la luz artificial se apagó y con ella el circuito cerrado de cámaras quedó inhabilitado, un apagado clic procedente de la puerta le notificó que esta estaba abierta. Por el contrario, todas las demás salas del hospital habrían quedado bloqueadas porque Gea así se lo había impuesto al ordenador central.

Abrió los ojos y se valió de su mitad cibernética para sentarse en la cama. Rompió la escayola del brazo izquierdo y comprobó que todo estaba en su sitio, luego hizo lo mismo con la escayola de la pierna. Se puso en pie y abrió el armario para sacar su nueva ropa. La había adquirido unos días antes, en la página web de una prestigiosa tienda de modas, y había hecho que se cargase el importe en la cuenta de la reina de Dinamarca. Tener acceso a tantas cosas era divertido.

En cuanto estuvo vestida salió al pasillo desierto. No se cruzó con nadie hasta alcanzar el último rellano antes de la discreta salida trasera que había seleccionado tras examinar el plano del hospital obtenido de un fichero encriptado. No le sorprendió la ausencia de alarmas ni que el celador de aquella puerta roncase medio derrumbado sobre una silla de oficina, con el cuello torcido en una postura nada recomendable para sus cervicales. Esa mañana, Gea se había asegurado de que todas las máquinas de café proporcionaran una generosa ración de somníferos junto con el producto seleccionado.

También había alterado su historial médico. Cualquiera que lo consultase leería que había muerto unas cuantas horas antes, en mitad de la noche. Se había hecho todo lo posible por reanimarla, pero en vano, y como las piezas cibernéticas que se habían empleado en ella eran muy valiosas, se habían apresurado a recuperarlas y deshacerse de los restos biológicos.

Había falsificado las firmas electrónicas de los diecisiete médicos y expertos en implantes. Todas ellas figuraban en su falso certificado de defunción, en los falsos informes de recuperación de piezas y en la igualmente falsa autorización para proceder a la cremación de los restos.

La puerta exterior se abrió para ella.

Una limusina la esperaba. Podría haberse conformado con un taxi normal, pero cuando una es Gea, la madre tierra, y dispone de una nueva herramienta que puede hacer que los gastos vayan a la cuenta del Dalai Lama no hay por qué conformarse con menos.

Gea se subió en la limusina y empezó a meditar su siguiente paso para salvar a sus hijos y a sí misma de las consecuencias de su progreso tecnológico.


FIN

June 5, 2021, 4:14 p.m. 6 Report Embed Follow story
7
The End

Meet the author

Mavi Govoy Estudiante universitaria (el TFG no podrá conmigo), defensora a ultranza de los animales, líder indiscutible de “Las germanas” (sociedad supersecreta sin ánimo de lucro formada por Mavi y sus inimitables hermanas), dicharachera, optimista y algo cuentista.

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Carolina Jiménez Conejero Carolina Jiménez Conejero
Sencillamente genial. Es divertido, original y está muy bien escrito. Me ha encantado ☺️
June 30, 2021, 09:06

Lazaríah Lazaríah
¡Wow! Has formado una perla de blanca esperanza, y la presentas en un cofre de aparentes colores inquietantes. Me ha encantado.
June 05, 2021, 17:35

  • Mavi Govoy Mavi Govoy
    Gracias. Me gusta la ciencia-ficción, pero me cuesta muchísimo escribir algo que se le parezca, aunque a veces lo intento. June 05, 2021, 18:07
~