−No creerás lo que pasó cuando entré al cuarto de mamá− explicó Sury sin dejar de maquillarse en el lugar del copiloto−, entré y al encender la luz me encontré con un retrato mío y una veladora prendida. Casi me voy de espaldas y mi mamá llegó corriendo por mis gritos, dijo que para alumbrar mi camino pero parecía brujería.
Omar se limitó a asentir sin perder de vista la carretera, el tráfico se aligeró y a los costados del camino los cedros enanos desprendían su aroma. Lejos, las nubes acariciaban los cerros y tras de ellos se guardaba el sol.
La primera cita no resultó como se esperaba, luego de que Sury olvidara su celular en la mesa de la cocina regresaron por él con la misión de entrar y salir más rápido que de inmediato, sin embargo, fueron sorprendidos por la figura deambulante de su madre, quien no se dormiría hasta que ella regresara con bien a casa. La sorpresa fue mutua, ya que Doña Geno esperaba un greñudo de ropas harapientas como de costumbre, en cambio, se le presentó un caballero de saco y pantalón de mezclilla, afeitado y oliendo a jabón, fue esa contrariedad la que permutó el ánimo entre madre e hija provocando la fricción de la noche.
−Siéntese a tomarse un café, mijo− lo recibió ella.
Omar giró a la derecha para ingresar a un camino secundario y la suspensión del Jetta lo resintió, al igual que Sury a quien le fue imposible rizar sus pestañas como era debido– no hace falta –explicó Omar al sentir el reproche sin necesidad de voltear a mirarla.
−Seguro que quieres que conozca a tu mamá justo ahora –replicó Sury –podemos cenar y venimos otro día, más temprano.
−Ya conocí a tu mamá, es justo que conozcas a la mía.
−No es peor que la mía, me trata como niña chiquita. ¿Tu mamá también te hace esas escenas?
−Solo cuando era niño.
−Sí, pero a estas alturas correr tras de mí con la chamarra en mano.
Omar señaló con la cabeza el asiento de atrás, donde se encontraba la prenda mencionada− ¡por qué se la tomaste!
Horas antes, Doña Geno sentó a Omar a la cabecera de la mesa, y le sirvió un vaso rebosante de salvilla hervida con piloncillo – eso no es café− replicó Sury, pero no impidió que su invitado lo bebiera de dos tragos, el primero le calentó las tripas, el segundo el corazón, luego explicó que había crecido en una casa similar, con retratos de la fiesta de bodas, Sury y su hermano en la primera comunión, algunas graduaciones del colegio y la vacaciones con la abuela, incluso la mascota fallecida cuando pequeños. La prisa por salir de ahí y la insistencia de Doña Geno por darles de cenar generaron la ruptura – ¿para qué cenamos si vamos a salir a cenar?−había dicho Sury, −mejor cenen aquí− le respondió la señora.
Una brisa húmeda se revolvió en el auto, Omar cerró las ventanas y Sury aprovecho la luz agonizante filtrada entre las nubes para descansar sus lacios castaños sobre los hombros, se roció fragancia y acomodó la blusa para no exhibir demasiado el escote, enseguida sacó de su bolsa de mano un ramo de tres rosas de aluminio, de un rojo Coca-Cola− ¿crees que le gusten?, no encontré nada en la tienda donde nos bajamos y afuera las vendía una señora. ¿Tú que llegaste a comprar?
Omar apretó los labios llevando la mano al cuello, un bache inadvertido le quitó las palabras de la boca y redujo la velocidad, justo cuando entraban a un poblado de corrales de piedra y casas de tierra escurrida.
Esa tarde la huida fue abrupta, ella se retiró a sabiendas que él la seguiría, con las disculpas de la señora quien los persiguió hasta el auto chamarra en mano–le encargo a mi muchacha, joven−; así se despidió. Fue el primer novio que aprobó de inicio Doña Geno, y esa falta de enojo irritó a Sury, quien no perdía oportunidad de reñir con ella, ya sea por no estudiar leyes como su hermano a quien le iba tan bien y preferir veterinaria, o las constantes parrandas de noches enteras en que ambas compartían el desvelo, todo formaba parte de un conflicto surgido desde antes del parto, cuando decidió que se llamaría Sorayda.
El coche aparcó frente a una fachada de cantera mohosa, flora reptante y eucaliptos saltándose los barandales− ¿aquí está tu mamá?− cuestionó Sury al descender del vehículo, se abrazó a sí misma y Omar le descansó la chamarra en la espalda, ingresaron esquivando los arbustos bajo la luna menguante, hasta detenerse ante una puerta herrumbrosa y entraron delatados por el chirrido de esta.
Omar sacó una fotografía de su madre colgada a su cuello, encendió la veladora comprada horas antes y Sury le ofreció las rosas, depositándolas dudosa sobre la tumba.
−Aquí descansa mamá.
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