19 de marzo
Volvió a pasar, Amara estaba otra vez enferma, era la cuarta vez en esta semana que tenía que ir al hospital. Estoy empezando a creer que me esta mintiendo, de los 16 años que estamos juntos, nunca la he visto enferma y no creo que por la voluntad de jesucristo ella se pusiera enferma; pero tendré que cubrirla si o si así que debería dejar de quejarme.
Son las seis de la tarde y sigo aquí, solo me faltarían dos horas para que la tienda cerrará. Era mi turno en la caja registradora, así que fui y atendí a la señora Cooper una viejecita de lo más entrañable, tras eso la tienda se vació. Se sintió el frío de invierno pasar por las rendijas de las puertas, y el olor del humidificador del local se sentía de primavera a otoño.
La puerta se abrió, y apareció una chica, muy guapa; y un chico, muy alto. De ellos nunca supe que sucedió, no recuerdo ni sus caras ni sus nombres.
El calor; un calor indescriptible tan fuerte como mil veranos en el Sáhara o de una década en California. El olor era inimaginable, era ira, se notaba el odio que irradiaba el fuego.
Y por último, el grito ahogado de una mujer retumbó en mi cabeza.
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