u388 Silvia Jiménez

Silvye y Jessica son grandes amigas. Ambas son historiadoras y trabajan en el centro de interpretación del castillo de Stirling, en Escocia. Un descubrimiento, una antigua maldición las lleva a un viaje al pasado para embarcarse en miles de aventuras y encontrarse con sentimientos inesperados.


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CAPITULO 1

El sonido de las teclas del ordenador bajo mis dedos, los silbidos impacientes de Jessica y el goteo de la lluvia en el exterior eran los únicos sonidos perceptibles dentro de aquella lúgubre oficina.

Normalmente, Jessica y yo nos encontrábamos trabajando en el exterior, excavando en las inmediaciones del castillo de Stirling, en Edimbugo, Escocia. Desde que mi mejor amiga de la infancia y yo finalizamos nuestros estudios de Historia y comenzamos a trabajar en el centro de interpretación de Stirling, era extraño el día que nos quedábamos en la oficina. Sin embargo, las lluvias habían comenzado y nos esperaban meses encerradas en aquella oficina, rodeadas de miles de archivos y con una luz con escasa potencia sobre nuestras cabezas, además de ordenadores que necesitaban un cambio con urgencia.

Detuve mi actividad cuando Jessica se levantó de su asiento con un ruido chirriante de las ruedas de aquella cómoda silla que ocupaba, en dirección a la máquina de café que se encontraba en el interior de la sala. La observé mientras sacaba dos cafés de la máquina y se acercaba a mí para ofrecerme uno de ellos. Le agradecí con una sonrisa y calenté mis manos al agarrar la taza de café. Acerqué mis labios al borde la taza, sin llegar a beber el caliente líquido. La sensación generalizada de calor que sentí era de agradecer en aquel frío mes de febrero, en aquella oficina en la que teníamos que turnarnos la estufa.

-Jessica, ¿has etiquetado e inventariado los objetos que encontraron la semana pasada, antes de las lluvias? –le pregunté, antes de dar un pequeño sorbo al café-.

-Sí, aunque no encontraron demasiado… Solamente, un brazalete, un puñal y un libro –me comentó, sentándose sobre la mesa-.

-¿Tenemos el informe del análisis genético? –insistí-.

-Oh, sí… Lo enviaron ayer a última hora –recordó, dando un salto de la mesa-.

-¿Podría verlo? –bebí el café de un solo trago, impaciente-.

-Claro…

Jessica se acercó a su mesa y empezó a rebuscar entre sus cosas. La observé con una sonrisa. Jessica y yo éramos como la noche y el día, pero nos conocíamos desde la infancia y no podía haber elegido mejor. Jessica era la mejor amiga que podía haber tenido, aunque era un verdadero desastre.

-Oh, aquí está –agarró una carpeta y la dejó sobre la mesa-.

-Perfecto, gracias… Lo voy a revisar –cogí la carpeta, la abrí y comencé a leer-.

-Adam me comentó que habían tenido un problema con el libro y que tal vez deberían volver a analizarlo –me explicó Jessica-.

-¿Por qué? –Fruncí el ceño-.

-Al parecer, no hay coincidencias genéticas en nuestra base de datos –se encogió de hombros-.

-¿Y el resto de objetos? –quise saber-.

-Me comentó que el puñal y el brazalete son de Ray Campbell, aunque en el brazalete hay una segunda huella y por el aspecto, te diría que son las huellas de su mujer –razonó Jessica-.

-O de su amante… Los highlanders tenían miles de amantes –me encogí de hombros-.

-Era una práctica habitual, pero el material de la joya es demasiado valioso y no creo que Campbell se lo regalase a su amante –rio Jessica-.

-En ese caso, Adam debe comprobar si esas huellas son de Silvye Campbell para incorporarlas a la base de datos –apunté en un papel pequeño que pegué en la pantalla del ordenador-.

-Por cierto… ¿Qué ha pasado con Adam? –Jessica jugó con un mechón de su cabello-.

-No encontramos el momento oportuno para intimar y se buscó a otra –solté la carpeta y me mesé el cabello, indignada al recordarlo-.

-Es decir, lo de siempre –Jessica suspiró-.

-Exacto –asentí-.

-¿Por qué tendremos tanta mala suerte con los hombres? –Mi amiga se cruzó de brazos-.

-No puedes fiarte de los hombres… Al final, todos te la acaban jugando –afilé mis palabras, al recordar el dramático divorcio de mis padres-.

-¡Ni que lo digas! –rio Jessica-.

-¿Y has vuelto a saber algo de Ken? –me interesé-.

-Por supuesto que no… También me dejó porque no encontrábamos el momento para intimar… ¿Los hombres solo piensan en sexo? –se indignó-.

-Eso parece –reí-.

Adam, mi guapísimo compañero de cabello rubio y ojos oscuros, había sido uno de mis últimos intentos por tener pareja estable. Un fallo, de nuevo. Con mis veintidós años, me consideraba una mujer atractiva de cabello castaño, ojos verdes, piel clara y estatura y peso medio. Sin embargo, cuando llegaba el momento de intimar con algún hombre, sucedía algo que lo impedía. Y era por eso, que ninguna de mis relaciones había tenido éxito, suponía. Por eso y porque los hombres solo pensaban en una cosa, solo se dejaban llevar por sus instintos. Era algo de lo más extraño, pero no era la única a la que le sucedía. A Jessica le ocurría exactamente lo mismo y tampoco le había ido bien en el amor. De hecho, Ken había sido su último intento, un hombre escandinavo recién trasladado a nuestro lugar de trabajo, uno de los más guapos que yo había visto jamás en mi vida.

-Entonces… ¿El libro que encontraron supone un problema? –Me eché hacia atrás, apoyando mi espalda en el respaldo y estirando las piernas-.

-El departamento de genética se encargará. En un par de días habremos resuelto el misterio –Jessica se encogió de hombros-.

-Me gustaría ver los objetos, especialmente, el libro… Tal vez, haya algo que nos ayude a reconocer a quién perteneció –razoné-.

-Iré por ellos, están en el departamento de genética –Jessica se dirigió a la puerta-.

-Espera, Jess… Yo me encargo –me levanté-.

-¿Estás segura? –Dudó, sabiendo que tendría que ver a Adam-.

-Alguna de las dos debe imponerse y sabemos que no eres la más adecuada –bromeé-.

-Solo quería evitarte –volvió a dudar-…

-¿Dolor? ¿Por qué? Adam sigue siendo mi compañero, no debí iniciar nada con él. De todas formas, estoy bien. No te preocupes por nada, no hay necesidad –dije con seguridad-.

-Muy bien, como quieras –cedió-.

Salí de la oficina, realmente agradecida por poder moverme y salir de aquella lúgubre oficina. Aunque, no sería por mucho tiempo, ya que el departamento de genética estaba justo al lado del nuestro; más concretamente, era la oficina que había justamente a la derecha de la nuestra. Suspiré un par de veces antes de decidirme a entrar. Fuera como fuese, nadie me vería afectada por la ruptura con Adam aunque realmente me fastidiaba. Como una ilusa, había confiado en el éxito de esta relación. Suspiré, todo estaría bien. En el departamento de genética siempre había varias personas trabajando, así que era improbable que Adam estuviese solo. Confiada, toqué un par de veces antes de entrar y encontrar que solamente se encontraba Adam. Parecía concentrado en un objeto que analizaba con un monóculo y no me escuchó entrar.

-Buenos días, Adam –saludé-.

-Eh, Silvye… ¿Qué tal? –Saludó antes de dejar lo que estaba haciendo y prestarme atención-.

-Quisiera ver los objetos de los que hiciste el análisis genético hace unos días –resumí-.

-Ah sí… El brazalete, el puñal y el libro, ¿verdad? –se aseguró, mientras se levantaba-.

-Sí, así es –confirmé-.

-Le comenté a Jessica que debía analizar el libro de nuevo –dudó mientras me entregaba el puñal y el brazalete-.

-Sí, lo sé… Pero pensé que tal vez habría algún texto que nos ayudaría a saber a quién perteneció –le expliqué-.

-Bueno, vosotras sois las que sabéis interpretar gaélico –se encogió de hombros, entregándome el libro-.

-Gracias –agarré los objetos, que se encontraban en una bolsa esterilizada-.

-No te retrases demasiado, por favor –me pidió-.

-Claro –asentí-.

Salí de la sala con lo que había ido a buscar, feliz como una perdiz. La verdad, no fue para tanto volver a verle. Él también fue frío e inexpresivo, como yo. Él tampoco había querido saber cómo me encontraba, él quería seguir con su vida. Mucho mejor, las cosas no podían quedar a medias tintas. Además, yo también quería continuar con mi vida y olvidar ese intento fallido de relación lo antes posible.

Regresé a la oficina, donde mi amiga veía cómo caía la lluvia. Hacía dos días que no dejaba de llover ni un solo instante. Aunque el tiempo era muy deprimente en Escocia, jamás habíamos tenido este tipo de lluvias que en algunos pueblos llegaban a ser torrenciales. Jessica siempre decía que le encantaba la lluvia y una vez más, a mí me sucedía todo lo contrario. De hecho, cada vez que salía un rayo de sol, no podía evitar salir a buscar su calor como un girasol.

-Oh, aquí estás –Jessica se dio la vuelta al escucharme-.

-Claro –reí-…

-¡Y has conseguido lo que buscabas! –aplaudió-.

-¿Acaso lo dudabas? –bromeé-.

Jessica se acercó hasta mi mesa, donde ya había depositado los objetos. Mi amiga había traído consigo un monóculo para ver aún mejor los objetos. Se lo agradecí, sin palabras. Dejaríamos el difícil reto del libro para el final. Decidí empezar por el brazalete. Antes de manipular los objetos debíamos usar guantes y tomar todas las medidas oportunas para no contaminar los objetos y mantenerlos en su mejor estado, casi original.

Una vez listas, abrí la bolsa de la joya, tomándola entre unas pinzas hechas especialmente para ello, que Jessica también me había acercado. Alcé la joya y con ella, mi mirada, mientras daba vueltas en el aire a aquel precioso brazalete hecho en oro con incrustaciones de rubíes y esmeraldas para verlo mejor. Debía darle la razón a mi amiga. Un hombre no regalaría joyas así a su amante, sino a su esposa. Tal vez, Ray Campbell había tenido amantes, como la mayoría de los highlanders; pero de algún modo, valoraba a su esposa y se lo demostraba. Pero, claro estaba, eso nunca se sabría.

-Es precioso –murmuré-.

-Y ostentoso –añadió Jessica-.

-Los Campbell eran una familia poderosa, podían permitírselo –me encogí de hombros-.

-Debía amar a su esposa –murmuró Jessica-…

-O sentirse culpable por tener miles de amantes –añadí-…

-Tal vez –rió Jessica-.

Dejé el brazalete sobre una lámina esterilizada para comprobar la presencia de las huellas. Efectivamente, se encontraban las huellas de Ray Campbell y alguien más. No estaba segura de si sería su esposa, Adam debería comprobarlo. Lamenté haberlo olvidado y no habérselo dicho al verle, ya se lo recordaría. Volví a guardar el brazalete en su lugar y quise asegurarme de que habían transcrito la información correctamente. Me indignó ver que habían asegurado sin las pruebas pertinentes que las segundas huellas del brazalete eran de Silvye Campbell.

-Jessica, llama al departamento de genética y pregunta si se aseguraron de esto –señalé-.

-Claro, voy a ello –Jessica se dirigió a su mesa y llamó a nuestros vecinos para aclarar mis dudas-.

Escuché su conversación atentamente mientras volvía a abrir una segunda bolsa, la del puñal. No pude evitar observar que el material de la empuñadura era exactamente igual que el del brazalete. Sin duda, era precioso y ostentoso. Y además, ese puñal habría atravesado cuerpos en batallas sin fin. De hecho, Escocia en el siglo XVII no era un lugar conocido por la paz y armonía entre sus tierras. La afilada y oxidada cuchilla del puñal parecía medir, al menos, quince centímetros. Y lo mejor de todo era su estado de conservación casi perfecto y la seguridad de que fue de Ray Campbell, por las huellas. Jessica se levantó para confirmarme que las huellas del brazalete estaban más que cotejadas y eran correctas. Asentí y le conté que el brazalete también estaba cotejado y correcto, antes de volver a guardarlo en su sitio.

Nos quedaba lo más importante, el reto más difícil del día. El libro del que no había coincidencias genéticas en nuestra base de datos. Sin duda, no habíamos encontrado algo tan difícil en nuestra trayectoria profesional; pero esperaba encontrar algo, por mínimo que fuese. Sacamos el libro de su bolsa y también nos sorprendió su buena conservación. Lo abrimos con cuidado y tal como imaginé, había algo escrito e inconfundiblemente era caligrafía femenina. ¿Tal vez, Silvye Campbell, al igual que sucedió con el brazalete? No, tenía que asegurarme y no hacer juicios precipitados. Tal vez, la lectura de aquel pequeño texto, nos sacaría de dudas.

-¡Llevabas razón, hay algo escrito! –Jessica saltó de alegría-.

-Gracias al cielo –aplaudí-.

-Veamos qué dice –me animó Jessica-…

-Sí, vamos a ver –asentí-…

-Me enamoré loca y perdidamente de Lucas Campbell, estaba dispuesta a cualquier cosa por él –Jessica comenzó a leer-

-Pero él no era merecedor de mi amor, lo demostró al abandonarme por no poder darle hijos –continué la lectura-

-Fui expulsada de mi hogar, vagando por el mundo con el dolor del rechazo del único hombre al que ame –Jessica volvió a leer-

-Por eso, maldigo a los Campbell –finalicé la lectura del texto-.

Lo que acabábamos de leer era una maldición, una expresión de dolor de una mujer que había sido abandonada por su marido, una mujer que maldecía a los Campbell. Jessica y yo nos miramos sin saber que decir. En el pasado, la ignorancia hacía creer en la existencia de la magia, de las hechiceras. Hoy día, nadie creía en esas cosas, ¿verdad?

Sin embargo, aquella lectura me había causado un profundo dolor. Y, por la expresión de mi amiga, podría decir que ella se sentía igual. Nosotras sabíamos lo que era sufrir por un hombre, aunque no de esa forma, claro. Y justo en ese momento, el libro se escapó de mis manos. Creí que se me había escurrido, pero era casi imposible al llevar los guantes. El libro cayó abierto sobre la mesa. Jessica fue a cogerlo para guardarlo en su lugar, pero el libro se alzó de la mesa y quedó levitando frente a nosotras. Me levanté de la silla como un resorte, presa del pánico. ¿Qué demonios estaba pasando?

-Tenemos que irnos, Jessica –la devolví a la realidad porque se había quedado estática en la baldosa-.

-¿Qué está pasando…? –dudó Jessica-.

-No lo sé… Y no quiero saberlo… Vamos –tiré de ella hacia la puerta de salida-…

Jessica asintió y por fin comenzó a moverse. Ambas nos dirigimos corriendo hacia la puerta. Solo teníamos que abrir la puerta y seríamos libres, estaríamos lejos del infierno que acabábamos de desatar sin querer. Sin embargo, la puerta estaba cerrada a cal y canto, atrancada para impedir nuestra huida. Tras varios intentos, empezamos a golpear la puerta pidiendo auxilio, pero entonces, una voz femenina nos detuvo en seco:

-No podéis escapar de vuestro destino.

Jessica y yo nos dimos la vuelta y nos encontramos a una mujer vestida completamente de blanco con el cabello pelirrojo flotando tras ella y sus ojos azules mirándonos con decisión, con el libro entre sus pálidas manos.

-Ha llegado la hora… Los Campbell pasarán por el mismo dolor que yo sufrí al ser rechazada y abandonada…

En ese momento, lo entendí. La magia existía y acabábamos de despertar a aquella bruja. En aquel momento, todo empezó a moverse bajo nuestros pies y a volverse negro…

April 26, 2021, 11:34 a.m. 0 Report Embed Follow story
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