Acababa de abrir mis ojos, de despertar. Un fuerte dolor de cabeza martilleaba mis sienes, como si despertara con resaca tras una noche de borrachera. Pero cuando miré a mí alrededor, no reconocí el lugar. Me incorporé de golpe, volviendo a caer sobre la cómoda y mullida superficie sobre la que me encontraba, presa de un fuerte dolor en mi cabeza. Me agarré a las sábanas con fuerza, evitando gemir a causa del dolor.
Volví a mirar a mí alrededor, intentando hacer memoria. Me encontraba tumbada sobre una cama, eso estaba claro. Además, me encontraba en una amplia pero oscura habitación, sobre una cama con dosel. Sin embargo, seguía sin recordar nada. Me incorporé, aquella ocasión, con más precaución, dejando mi espalda apoyada sobre el cabecero de la cama, volviendo a mirar a mí alrededor. Me llamó la atención ver un amplio ventanal en el lado derecho, con las persianas bajadas a tope y unas amplias y pesadas cortinas que cubrían la ventana. Me levanté con cuidado, apoyándome en uno de los doseles de la cama para acercarme hasta la ventana. Al llegar allí, acaricié la aterciopelada tela color borgoña de las cortinas. Seguía confundida, pero tal vez si descorría las cortinas podía averiguar dónde me encontraba.
-Yo no lo haría.
Me tensé ante aquella masculina y desconocida voz que se dirigía a mí. Aún estaba de espaldas a él, ni siquiera le había escuchado entrar en la habitación; pero, él estaba allí. Me di la vuelta para enfrentar al recién llegado, dejando mis manos a la espalda para agarrarme a las cortinas en caso de desvanecimiento ante el dolor de cabeza que no desaparecía.
-¿Quién eres?
Casi no reconocí mi propia voz. Mi voz suave sonaba áspera y ronca, reparando en que me ardía la garganta. Otra cosa en la que reparé fue en la apariencia del recién llegado. Era un hombre atractivo, era alto (1,85 metros), con un buen físico (debía ejercitarse en el gimnasio o ser deportista), piel clara, cabello castaño y ojos rojos (no estaban inyectados en sangre, sino que el color rojo predominaba en el iris).
-Mi nombre es Aron, ¿cuál es tu nombre? –Se presentó, ofreciéndome su mano-.
-Silvye –recordé con absoluta claridad-.
-Es un placer conocerte, Silvye –dijo en un tono amable-.
-Lamento no poder decir lo mismo, a pesar de tu amabilidad –confesé, agarrándome con más fuerza a las cortinas, presa del dolor-.
-Sé que no recuerdas nada, pero lo harás con el tiempo –se salió por la tangente-.
-¿Qué ha pasado, dónde estoy? –estallé-.
-Estás en Volterra, un pequeño pueblo al norte de Florencia –me explicó en tono apaciguador-.
-¿Qué es este lugar? –insistí-.
-¿Una habitación? –Arqueó la ceja-.
-Ya lo sé… Me refiero al lugar exacto –recordé-.
-Es un lugar seguro –se encogió de hombros-.
-Eso no responde a mis preguntas –le miré con mala cara-.
-Siento no poder ser de más ayuda –se disculpó-.
Le miré con mala cara, pero se volvió a encoger de hombros. Entonces, se acercó a la puerta de la habitación, la abrió y salió sin decir nada; pero cerrando con llave para que no escapara. Sus respuestas no habían sido tranquilizadoras, pero al menos, había sido amable. Caí junto a las cortinas, sin poder contener el dolor de cabeza por más tiempo. De hecho, me encontraba más confundida. Estaba en una amplia habitación que posiblemente pertenecería a una gran casa, en la que solo conocía a Aron, un hombre atractivo pero con unos ojos espeluznantes. No entendía nada, sin lugar a dudas.
…
ARON PDV
Salí de la habitación donde se encontraba Silvye. Tenía órdenes claras de vigilarla y evitar que escapara, al menos, hasta que nuestro líder pudiese verla y hablar con ella. Despertar siendo un vampiro no era tarea sencilla, sobre todo, habiendo sido humano durante toda su vida. Pensé en ella mientras dirigía mis pasos a su despacho.
Silvye no era una mujer difícil de olvidar ya que era una mujer bellísima con un cuerpo atlético, estatura media (tal vez 1,65 metros), piel clara, cabello rubio largo y rizado hasta la cintura y esos hermosos ojos rojos que habían sustituido a los ojos verdes que tenía. Había conocido a muchas mujeres a lo largo de mi vida, pero al verla despertar y sacar fuerza de donde no tenía, había sentido incluso excitación, una sensación salvaje e intensa.
-Señor, ha despertado –debía informar a nuestro líder y eso hice una vez que entré a su despacho, que se encontraba con la puerta entreabierta-.
-¡Qué gran noticia, Aron! –Mi jefe parecía feliz con la noticia-.
-Ya tenéis lo que queríais… ¡Soltadme!
Miré con mala cara a aquel tercer hombre que había en la sala, atado a una silla de pies y manos, con mi jefe a su lado. Dante Rogers parecía atento a cualquier cosa, excepto a nuestro molesto invitado (hasta que se atrevió a hablar). Incluso sentí lástima por él al haber despertado a la bestia, pero valoraba su valentía. Sin duda, no conocía los alcances de un vampiro furioso, sobre todo, de Dante Rogers. Mi jefe se levantó de la silla y se acuclillo frente a aquel hombre, que le escupió a la cara. Apreté mis puños con fuerza, dispuesto a lanzarme a su yugular cuando recibiera la orden de mi jefe. Dante me detuvo con un gesto de la mano, sin dejar de prestar atención a nuestro invitado.
-¿Qué has dicho, Jon? –Dante le preguntó con amabilidad-.
-Ya tenéis a Silvye… Ya habéis conseguido vuestro objetivo… Ya no me necesitáis –intentó defenderse-…
-En eso, te equivocas –Dante sonrió con crueldad, se levantó y golpeó su cara con fuerza, tirándolo al suelo ante el impacto-.
-Vas a matarme, ¿verdad? –Tanteó Jon-.
-Aún no lo he decidido –Dante se encogió de hombros-.
-Dante, por favor –suplicó Jon-…
-Te llevaste a mi hermana y a cambio, me entregas a tu hija… Es un trato justo, dadas las circunstancias, ¿no crees? –Dante le recordó su acuerdo-.
-No tuve la culpa de enamorarme de ella y ser correspondido –se defendió Jon-…
-Sí, pero la engañaste… Le advertí que los humanos no erais de fiar, pero el amor la cegó –Dante puso mala cara al recordarlo-…
-Has ganado, Dante… Harás infeliz a mi hija por el resto de la eternidad –Jon empezó a sollozar-…
-Te equivocas, de nuevo. Silvye vivirá eternamente y además, con un gran potencial como vampira. Me lo agradecerá con el tiempo, sobre todo, cuando sepa que nos diste todas las facilidades para encontrarla –Dante sonrió con crueldad-.
El silencio se hizo en la sala. Observé a aquel hombre, una vez más. Consideraba a los humanos seres inferiores a nosotros. Tal vez, para Jon no había sido fácil entregar a su hija bajo las presiones, pero resultó ser un cobarde. Vi cómo Dante volvía a levantar la silla donde se encontraba Jon y daba media vuelta, dirigiéndose a la puerta, que abrió dejando paso a otro de mis compañeros, que solo asintió al verme, como saludo.
-Vamos, Aron… Quiero conocer a nuestra invitada –ordenó y asentí-.
…
Llegué cómo pude a la cama, de nuevo. Me quedé sentada sobre la cama, con mi espalda sobre el cabecero. Cerré los ojos con fuerza, presa de un fuerte dolor de cabeza y una fuerte quemazón en la garganta. Recordé a Aron y nuestra conversación (y su poca predisposición a hablar para contarme lo que había sucedido, a pesar de su amabilidad). Y yo seguía sin recordar nada.
La puerta de la habitación volvió a abrirse. Alguien iba a entrar, pero no me encontraba con fuerzas para levantarme y enfrentarle. El dolor me frenaba, pero la adrenalina recorría mi cuerpo. Me tranquilicé un poco al ver a Aron, pero fue una sensación efímera. Aron no estaba solo. Un hombre casi tan alto como él me miraba con intensidad desde la seguridad que le proporcionaba Aron. Observé al recién llegado que tenía rasgos en común con Aron, como la altura, el físico o los ojos; pero su cabello castaño junto a su clara piel le daba un aspecto casi angelical, de no ser porque la expresión de su rostro era solemne y parecía un fantasma.
-Tenía muchas ganas de conocerte, Silvye –confesó el recién llegado-.
-¿Quién es usted, nos conocemos? –tanteé-.
-En realidad, no –aquel hombre se acercó a mí, dejando a Aron junto a la puerta-.
El recién llegado me hablaba con amabilidad, pero su mirada expresaba todo lo contrario a lo que hacían sus palabras. Se sentó a los pies de mi cama, observándome con atención. Mi mirada se apartó de él, intimidada ante su escrutinio. Busqué la mirada de Aron, pero su rostro era una máscara de frialdad.
-Mi nombre es Dante Rogers –se presentó-.
-¿Dónde estoy, Dante? –Quise saber-.
-¿No te lo ha contado Aron? –Preguntó con inocencia-.
-Lo único que sé es que estoy en Volterra –expliqué-.
-Eso es cierto. Es una ciudad preciosa, ¿la conoces? –sonrió-.
-No –sabía que intentaba despistarme, pero le seguí el juego-.
-No puedo creerlo –Dante parecía un padre regañando a su hijo-.
-No creo que tenga posibilidad de conocer Volterra –le aclaré-.
-¿Por qué? –Dante frunció el ceño-.
-Soy tu prisionera, ¿no es cierto? –le enfrenté-.
-No recuerdas nada, ¿verdad? –su mirada se suavizó-.
No respondí a su última pregunta, sino que dirigí mi mirada hacia el ventanal.
-No eres mi prisionera, Silvye –su voz me devolvió a la realidad-.
-Entonces, no comprendo el motivo de estar encerrada en esta habitación –insistí-.
-Es por tu propio bien, cariño –me habló con dulzura-.
-¿Desde cuándo un secuestro es por el bien propio? –hurgué-.
-Esto no es un secuestro –rió con suavidad-.
-Entonces, ¿qué es? –le enfrenté-.
-Tuviste un accidente y te hemos salvado la vida… Ha sido una tarea complicada, dada nuestra naturaleza –habló Aron por primera vez, desde que entró a la habitación con Dante-…
-¿Un accidente? ¿Mi vida ha estado en peligro? –No recordaba nada-.
-Tu vida ha cambiado por completo, Silvye –añadió Dante-.
El silencio se hizo en la habitación, lugar que volví a examinar con la mirada. Aquello no parecía la habitación de un hospital, parecía más bien la habitación de una casa. Si había tenido un accidente, debería estar en el hospital y la única familia que me quedaba, que era mi padre, debería estar a mi lado.
-Estás en casa. Ahora, formas parte de nuestra familia –Dante habló y pareciera como si me hubiera leído la mente-.
-No lo entiendo… Si he tenido un accidente, debería estar en el hospital –lo expresé en voz alta-.
-Humanamente hablando, no se podía hacer nada –Dante intentó explicarse, pero lo interrumpí-…
-Entonces, debería estar muerta –razoné, con una idea formándose en mi cabeza-.
-Ha muerto tu humanidad, pero ha nacido tu eternidad –resumió con misticismo-.
Callé de nuevo. Repasé mentalmente todo lo que Dante y Aron me habían dicho desde que los conocía y reparé en el acento tan extraño que Dante había usado en sus dos últimas frases. Mi mirada se dirigió de nuevo a Aron y observé el color rojo de sus ojos. Tal vez, era una locura, pero esa mirada era sobrenatural.
-No esperes que Aron te cuente nada –Dante se dio cuenta de que miraba con cierto interés a Aron-.
-Sé que no lo hará, pero tal vez, alguno de los dos pueda responderme cómo ha cambiado mi vida –les provoqué para hablar-.
-Ahora, eres una vampira –soltó Dante-.
El silencio volvió a hacerse en la habitación. Por una vez, la parte racional que aún existía en mí, se rebeló. Los seres sobrenaturales no existían, solo eran leyendas para asustar a los niños o incluso buenos argumentos para las películas y novelas, pero nada más. Me hubiera reído a carcajadas de haber estado sola, pero aquel par de ojos rojos me miraban con atención. Sin duda, esperaban una reacción por mi parte. Sin embargo, lo único que ocurrió fue que me levanté de la cama con rapidez para enfrentarles. La única explicación que podía encontrar, al menos, mi parte racional, era que estaba en una secta y eso era prácticamente imposible porque yo no era de esas personas con poca personalidad, sino todo lo contrario.
-Los vampiros no existen –afirmé con seguridad-.
-Esa es la versión oficial, pero en realidad no es así –Dante sonrió con crueldad, por primera vez, desde que lo conocía-.
-Si lo que dices es cierto, necesito una prueba –me salí por la tangente-.
-Y la tendrás –asintió Dante-.
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