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El Matadero

Las líneas de una carretera se desdibujan a medida que un coche patrulla avanza. El resto del tráfico son solo obsolescencias y parabrisas sucios; donde las luces de cruce y las abolladuras de las carrocerías reflejan sus destellos en el interior de las pupilas tras el volante de la ley que se dirije al mismo foso de sus acostumbradas escenas. River Santos es un agente comprometido que sin estudios, valor o moral, es lo mejor a que alguien como él puede aspirar: un policía corrupto. "Buenas noches, ¿cuántos de ustedes se habrán bañado hoy?" preguntó despectivamente el oficial frente a los impávidos desamparados que han tenido la desgracia de encontrarse con este retorcido espejo de la sociedad. River todas las noches acostumbra, al menos una vez durante su ronda, desviarse de su ruta y venir y torturar a los vagabundos que va encontrando por el camino. Ya antes ha sido sancionado. Naturalmente, nunca ha recibido una condena o castigo por sus actos. La burocracia y el nulo interés de una colonia de insectos vestidos de uniforme son el objeto idóneo de un permisivo y complaciente aval para alguien del tipo de cosa que es River Santos.

Tal vez también sea cierto aquello sobre que estos despojos de la humanidad no importen; y entonces, vienen lo que escuchas proliferar de los labios devotos que rechazan su propio bienestar por el bien de los más desfavorecidos, mientras que un azote con placa, mazo y pistola los intimida con plena impunidad: ¿dónde quedan sus acciones y no sus voces cuando el agente de policía, River Santos, escupe al amputado que se arrastra por el suelo y va en busca de otra víctima casual? ¿Es que acaso a Dios corresponde todo y al resto, que de rodillas solo le adula por el bienestar de su propia egocracia de apariencias, no tiene más que esto por hacer y que para su disociado sentido de la realidad es todo lo que puede hacer? escapando aquellas débiles flojedades argumentales junto al aroma de un cigarro barato que el oficial enciende. Porque aunque pocas sean las ganancias de un salario paupérrimo que se esfuman en la toxicidad de la nicotina, las regalías del dolor ajeno son suficientes para arrojar de la realidad a este monstruo que nada le detiene en aquel desenfreno que lo lleva sobreestimulado e hipnotizado por el odio de sus arremetidas, y asustado o con los nervios hasta casi explotar en el tembloroso puño de su locura, de repente y sin esperarlo, una voz le clama piedad:

—¡No me golpee más!

—¿Qué me interesa lo que tengas por decir? —replicó el cegado victimario.

—Conozco un lugar especial, agente. ¿Cuándo fue la última vez que usted tuvo sexo y se sintió enserio feliz? —replicó pese a la golpiza que estaba recibiendo.

—No soy esa clase de degenerado... —dijo al indigente.

—No hablaba de mí, hablaba de otras.

Extrañamente, el oficial River permitió que aquella horrenda escena se detuviera. El vagabundo puesto de pie, miró con agudeza a River y prosiguió:

—Dígame algo, ¿alguna vez ha tenido sexo con otra persona en contra de su consentimiento?

—Llévame a ese lugar y tal vez te deje en paz al menos por esta noche —impuso River, luego preguntó—: ¿Cómo haz dicho que es tu nombre?

—Hermes, oficial. Acompáñeme por aquí —devela un camino oculto entre matorrales—: Le va a encantar. Lo llamamos con entusiasmo El matadero. Usted mismo podrá escoger el mejor trozo de carne que más desee.

—Sí me estás mintiendo, lo pagarás con tu propia vida, ¿está claro?

—No son necesarias las amenazas —contestó—. ¡Vamos! El hambre de un hombre como usted, oficial, no puede esperar por tanto tiempo.

No hizo falta soborno de billetes o un favor a cambio; solo la siembra de una idea despreciable en las entrañas de un mórbido merodeador bastaron para convencerlo. River seguía de cerca los pasos de Hermes, asegurándose que no se tratara de una treta para embaucarle. Caminaba a una distancia segura del grotesco guía que había prometido llevarlo a un refugio repulsivo de tesoros humanos a la vez que una ligera sospecha escapaba de su mente. Pero, los que disfrutan estos placeres no pueden encontrar la saciedad de sus apetitos hasta que no hayan dado con la curiosidad que los alebresta en algún rincón de sus inexistentes almas.

—¡Me siento orgulloso de presentarte el mayor mercado de la infamia que a estas horas te puedo ofrecer! —extendió sus brazos y presentó aquello como si se tratase de una maravilla—. ¿Qué te parece, River? ¿Es suficiente para ti?

—Es asombroso... —a duras penas emanó palabras—. ¿Cuántas son?

—He perdido la cuenta —Hermes desciende de un montículo de tierra y se adentra—: Perdí la cuenta después de la niña veintisiete, ¿o era la treinta? realmente no recuerdo.

—¿Cómo?

—¿Cómo es esto posible? simple: gracias a gente como tú, River: todas están bajo mí tutela. Los grandes señores suelen pasar a verme y, pese a no ser elegante como ellos y poseer granjas enteras repletas de estas bestias, yo al menos sí poseo los precios más económicos a diferencia de la competencia.

Aquel hoyo estaba repleto de niñas que no superaban la mayoría de edad. Amontonadas y hacinadas en refugios improvisados de madera para preservarlas en esta extraña reclusión a un lado de la autopista, River no había visto esto si no más que oído en las historias de historias de entre las historias de veteranos oficiales con décadas de servicio.

—Todas ellas —señala Hermes—, vienen aquí porque las he encontrado perdidas a lo largo de la vida. Yo les he ofrecido una segundad oportunidad: o eligen el favor de sus nuevos dueños o eligen desaparecer. Deben elegir cuidadosamente. Las calles olvidan igual de rápido que un bolsillo dispuesto a pagar por el quebranto de una inocencia que yo les puedo proveer sin demora o absurdos convencionalismos éticos.

El inexperto oficial no cuestiona su moral. Pese a esperar encontrarse con mujeres, las niñas despertaban en su entrepierna toda una nueva clase de manifestaciones ruines. Expuestas bajo el más triste lugar de sus vidas, las pobres expresiones, sumisas y atrapadas a la misma suerte, alababan el paso del oficial River. Algunas no sabían diferenciar entre los ojos de un salvador y los de una bestia excitada que busca entre todas aquellas a su nueva presa, otras, expectantes, anhelaban en cambio ser una nueva aberración en aquella noche miserable.

—River, ¿no haz dicho nada? —preguntó Hermes—. ¿A cuál de todas ellas vas a llevar?

—¡Ella! —tomó físicamente a la más débil—. ¿Cómo se llama?

—Llámale como quieras. Solo una vez me dijeron sus nombres y nunca los memoricé.

—¿Y cómo haces para saber cuál es cuál?

—Repito, no me interesa. Guardo un fierro con el cual las marco en la piel. Sí alguna intenta huir, lo sabré.

River saborea el agrio instante en su lengua. Sabe bien que algo de lo que ha estado sucediendo finalmente alcanzó su fin en el momento más oportuno. Tiene tomada del cabello a la pequeña chica; harto de Hermes y habiendo estado mucho más tiempo de lo que él querría estar en un mismo sitio, refuta a este último.

—Hermes, ¿puedes contestarme una sola pregunta?

—¿Qué deseas saber?

River lo encaró desde el hoyo negro y con la chica aún sujeta entre los dedos de su mano inflexible:

—Hace un momento, no creo que lo hayas olvidado, ni haya sido una imprudencia cometida de tu parte, hablaste en sentido plural... ¿no?

—Tienes razón —respondió despreocupado.

—¿¡Quién más forma parte de todo esto!? ¿¿¿¡Quién más está presente!???

—Por qué mejor no lo averigua usted mismo, oficial. —sentenció.

Emergió desde las sombras un súbito y violento estruendo que dejó al exaltado oficial Santos en estado inerte sobre el suelo. Este invitado sin lástima a terminado extendido sobre su propio y espeso charco de sangre regurgitándole desde la parte posterior de su cabeza. Qué otro destino final sino una dura paliza a manos de un desconocido que apenas es distinguible en medio de la oscuridad y que tarde advirtió venir. "¿Qué harás con el cuerpo?" se le oye decir a la propia voz ejecutora. Y aunque el testigo condució a River hasta la última bocanada de su vida, él no se haría responsable de aquel mal rato. El verdugo por su parte, tomó el cuerpo, ¿muerto o inconsciente en aquel momento? nadie realmente lo sabe, y lo llevo consigo hacia el turbio término de aquella noche. Aunque fuera todo menos extrañable, seguía siendo un oficial de policía que había desaparecido sin dejar rastro. La prensa no tardaría en enterarse del incidente. Todas las primeras planas o titulares de la televisión mostraban la fotografía de River Santos, "el depravado policía que abusaba de los sin techo en los bajos mundos".

—¡Comandante!

—¿¡Qué quiere!? —contesta molesto.

—Los periodistas están esperando a que usted haga declaraciones.

—¿Qué han dicho esta banda de aves de carroña? ¿Qué dicen??

—Ellos quieren saber sí son ciertos los rumores. Quieren saber sí River Santos tiene relación con los vagabundos que han declarado en su contra tras su desaparición.

—Ellos juran que fueron atacados por este agente, ¿¿verdad, oficial??

—Sí, comandante —respondió.

—¿Únicamente eso? —hizo más ahínco sobre aquel inocente—. ¡Oficial! ¿Ellos quieren saber sí el ya MUERTO, River Santos, golpeó y torturó a esos mal vivientes, verdad?

—Sí, señor... —nervioso volvió a contestar—. Comandante, discúlpeme pero ¿por qué le interesa tanto el criterio de la prensa sobre este asunto?

—Solo corroboro con su testimonio que lo que me haya dicho 'Hermes' sea cierto.

—Señor... disculpe nuevamente mí impertinencia —continuó—: ¿Quién es 'Hermes'?

—'Hermes' es una valiosa ficha de identidad ficticia que creada y protegida por la ley, por esta oficina y, por consiguiente, por mí autoridad, le debemos parte de las investigaciones que se han realizado satisfactoriamente acerca de este lamentable incidente que nos afecta.

—Entiendo, comandante. ¿Hará las declaraciones ahora o les pido amablemente que se vayan?

April 18, 2021, 6:42 a.m. 0 Report Embed Follow story
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Damian G. Santi Quizás, algún día.

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