La mañana comenzó con el molesto sonido repetitivo del despertador justo al lado de su oreja. Pareciera como si lo tuviera adherido al oído. Tanteó sobre la mesa auxiliar hasta que encontró el botón y lo desactivó. Era un modelo antiguo; pintoresco pero funcional. Permaneció en cama por largos cinco minutos, se quitó la lagaña de los ojos y procedió a terminar su aseo personal en el tocador. Luego, se dirigió a la cocina en donde se preparó unos tostados de jamón y queso con un buen café con leche. Mientras desayunaba, ojeaba el diario en busca de entretenimiento: pasó su mirada sobre los chistes de política, sobre noticias del espectáculo y famosos, y por último fijó su búsqueda no definida en la sección de anuncios. En lo vulgar, se suele decir que se puede encontrar “de todo” en el valle del Señor: vendedores de productos exóticos publicaban sus anuncios poco llamativos en la parte menos vista del diario, como así también jóvenes que buscaban empleo o emprendedores que solicitaban empleados o gente, en especial mujeres, que ofrecían servicios considerados un tanto inmorales por la sociedad, entre otras. Pero no era nada parecido a lo que él buscaba. Aun así, no sabía ni lo que andaba buscando entre hojas. De pronto, serena su búsqueda al apoyar sus ojos sobre un anuncio estrafalario que leía como título en negrita: “Se busca”. Continuó leyendo ensimismado: “De sublime e inefable recompensa para aquel que lo encuentre” – sorprendido – “Recientemente se ha perdido una pintura muy valiosa de gran calidad y categoría; se llama Pitt Korn. Lleva perdida ya 10 horas aproximadamente. Buscar por zona de alrededores (cerca de allí). Por favor, comunicarse al siguiente número telefónico…”- al parecer el sujeto estaba exasperado por hallarla, y en buenas condiciones por su puesto. Al terminar el último tostado siguió hojeando el diario para ver qué más se podía leer antes de ir a trabajar. No había nada más interesante que aquel anuncio extraño y bastante cautivador, así que se vistió de saco y corbata y se dirigió sin más hacia la oficina que quedaba a pocas cuadras de su apartamento.
De camino al trabajo, pensaba sobre la pintura extraviada. La descripción decía que ni bien se realizó el último trazo sobre el lienzo, la pintura desapareció. Decía que aún estaba en fresco cuando no se hallaba ni rastro de ella. El mismo pintor ofrecía una “única” recompensa bien remunerada aunque no era conocido por el círculo de famosos artistas de la época. Se ve que era su obra maestra y había puesto mucho empeño en hacerla. Sin embargo, soslayar la mayor parte del tiempo en una vida lo suficientemente aburrida era su hábito cotidiano, por tanto emprender una búsqueda de una pintura perdida por algo más de dinero no le complicaría en sus proyectos actuales. Sin más ni menos reflexión al respecto, decidió encontrar esa pintura.
Ingresó a su habitáculo en la oficina. Dispuso de su ordenador en frente de él y preparó los informes para el jefe que andaba merodeando por los pasillos mientras buscaba en la red algo de información acerca de una reciente pintura extraviada. Había ciertas declaraciones de gente que afirmaba no haber visto u oído nada al respecto, mientras que por otro lado, otras personas acusaban a dicho pintor de que no había perdido nada, de que todo era un invento de él, y otras personas simplemente decían cosas para llamar la atención de los medios. Entre papeleo, él seguía buscando datos, pero la red no le dejaba nada. Con lo único que contaba era su mera iniciativa.
Luego del almuerzo, habló con sus colegas para que lo cubriesen un par de horas y fue así como salió temprano de la oficina el día de hoy. Era la tarde, un día soleado y templado, ideal para una merienda o tentempié en el parque. Sin embargo, él se hallaba recorriendo las calles preguntando a la gente del lugar por una pintura perdida. A pesar de sus esfuerzos y entusiasmo por conseguirla, nadie le concedía una respuesta que lo ayudase, incluso los policías no sabían nada sobre una reciente desaparición de una obra artística. Si fuese tal el caso, agentes de seguridad y demás se habrían enterado del tema, pero no fue así.
Agotado, tomó asiento en una plaza. Pensando que su búsqueda fue en vano, escatimó en voluntad. Tomó aire fresco y en el ínterin disfrutó de una bebida al aire libre. Estaba solo, nadie con quien hablar o disfrutar el momento, así que continuó caminando. “Si acaso llego a toparme de casualidad con alguien que sepa a cerca de la pintura, retomaré mi pesquisa” – se dijo a sí mismo. Recorrió las zonas cerca y lejos de su lugar de trabajo y no pudo averiguar nada en lo absoluto. Al final, no regresó a la oficina y el día se estaba terminando; por consiguiente, fijó rumbo a casa en donde le esperaba una cama cálida, una cena deliciosa y un ambiente reconfortante. Aunque vivía solo, siempre contaba con el móvil para interactuar con gente conocida o la red misma. Aun así, estaba solo. Empero, no era infeliz. Se acostó de noche y pernoctó hasta la siguiente mañana rutinaria antes de ir a trabajar.
A diferencia de otros días, esa mañana era la del viernes: el último día semanal antes de comenzar el descanso merecido luego de la impuesta jornada vital. Desayunó lo mismo que el día anterior y procedió con la rutina de siempre: fue a la oficina a pie. No obstante, nadie hubiera anticipado, ni incluso él, de que encontraría solidos rastros de la pintura perdida. No tan sólidas literalmente, de hecho eran espesas pero líquidas: una línea de gotas de pintura fresca que coloreaban el austero pavimento gris de la calle. Estaban esparcidas sobre la acera como si alguien las hubiera vertido adrede. Unas rojas, otras verdes, azules y amarillas. Los vestigios de varios baldes de pintura eran, en lo particular, coloridos y llamativos; a pesar de ello, nadie lo notaba o ni le importaba. El hombre camino al trabajo detuvo su paso mesurado y comenzó a examinar el rastro de pintura: conducía hasta la puerta de un elevador pasando la entrada de un edificio empresarial. Se movilizaba entre la turba de gente que ingresaba y salía del edificio. Nadie lo conocía allí, pero él pedía permiso mientras seguía con los ojos pegados a las gotas de pintura multicolores. La recepcionista del edificio notó la presencia de quien no pertenecía a aquel sitio y llamó su atención con un vocativo en común: “¡Señor!”, sin embargo, él no la escuchó. Más luego, la recepcionista abandona su puesto para seguirlo y allí nota las peculiares manchas de pintura fresca en el suelo tapizado. Desconcertada, siguió el rastro de colores al igual que lo hacía aquel hombre. Él se adelantó y se metió en el ascensor y marcó todos los botones para ver donde continuaba el rastro de pintura, mientras que la mujer lo siguió por las escaleras. Las gotas seguían en el último piso y se prolongaban por las escaleras de emergencia hacia el tejado. Todavía más atónito, el hombre se enfrascó en seguir el rastro hasta donde lo lleve. Por el otro lado, la mujer perdía el aire subiendo las escaleras y buscando al sujeto el cual no se le permitía estar allí sin autorización; descuidó su puesto y una alargada fila de personas obstruía el paso de la entrada y los empleados no se podían movilizar con facilidad ni comodidad. Acto seguido, el supervisor comenzó a buscar a la responsable que yacía varios pisos arriba y subiendo con eminente EPOC en su historial médico.
La puerta de la salida de emergencia del tejado golpea contra el marco; el hombre pasa a través de ella con la cabeza agacha, siguiendo la línea pintoresca y allí, a plena luz del día, se podía contemplar enormes lunares de toda la gama de colores sobre el techo del edificio: algunos eran mucho más grande que otros, y otros sólo parecieran salpicaduras en arabescos uniformes salidas de una brocha pequeña, como si alguien las esparciera contra el suelo y la pared. Ya no había rastro por seguir, solo pintura esparcida la cual no parecía tan fresca como la anterior. Su celular gritaba alaridos en su bolsillo: cientos de miles de llamadas perdidas de su jefe y colegas: “¿Dónde rayos estás? – Escribía uno de sus colegas más cercano – “¡Apresúrate, sino el jefe te va a rajar!”, entre otras advertencias. Los leyó y guardó el aparato, ya que tal insólito suceso lo mantenía expectante para ver que ocurría. Caminó hasta el barandal del tejado y oteó la calle en el mismo momento que el viento le soplaba en el rostro con una suave caricia. Le sacó una media sonrisa, y volteó la cabeza: lo vio. Vio a un hombre a pocos metros de él inclinado sobre el barandal. Tenía una expresión de pura consternación, prolongó su respiración y perdía su mirada en detalles ínfimos del mismo barandal. Ese sujeto apreciaba la perfección caótica de la ciudad: los ruidos de los motores de los coches, las bocinas, las conversaciones efímeras de las personas hablando por teléfono, los intentos exiguos por descansar en una plaza rodeada por avenidas plagadas de automóviles, polvo, y humo de sus escapes; contemplaba todo con desdén, y entre tanto, suspiraba una añoranza desconocida por quien lo observaba. “Hola, disculpe” – le dijo el hombre – “¿Has notado estas extrañas gotas de pintura?” – el sujeto lo miró desde el rabillo de su ojo y volteó para ver las manchas de colores en el suelo. Al parecer no le importó. Sacó del bolsillo de su chaqueta de un brillante color marrón un atado de cigarros y con la otra mano palpaba el otro costado de la chaqueta; no encontraba lo que necesitaba – “¿tienes cerillos?” – le pregunta con una voz jovial pero un tanto rasposa – “Sí” – le responde el hombre; se le acerca y le enciende el cigarro que el otro se había colocado entre los dientes. “¿Sabes algo?” – Le dice el que le proporcionaba lumbre – “El fumar es un hábito molesto, te quema los pulmones, te deja los dientes amarillos y a la ropa se le impregna un olor que te ahoga” – termina de encenderle el cigarro. “¿Enserio?, creo que ya me lo habían dicho” – le responde el fumador depresivo. “¿Ah sí, y por qué no lo deja?” – le cuestiona éste – “¿Por qué sigue fumando?”. “Pues, por la misma razón por la cual me lo siguen diciendo” – le vuelve a contestar. El hombre ríe – “Parece que usted es el tipo de persona a la cual no le gusta que le digan qué hacer, ¿verdad?”. El tipo de chaqueta aspira el humo, sonríe por lo bajo, y vuelve la mirada a la calle – “Así parece” – dice. Mientras gozaba el asfixiante humo del cigarro, los colores de su ropa comenzaban a degradarse y lo que antes tenía una pigmentación marrón se vuelve gris al mezclarse con el verde irlandés de sus pantalones. “Yo solía fumar” – “¿Y qué pasó?” – El otro le habla curioso volviendo su mirada sobre él – “Lo dejé, por supuesto”. “¿Y qué más dejó?” le pregunta el fumador. Justo en aquel instante le llega un mensaje de texto en el teléfono móvil de su jefe dándole el ultimátum para que asista a la oficina. El mensaje lo desconcierta un poco por lo que va al grano – “¿Sabes?, ando buscando una pintura desaparecida que se ha publicado en el periódico hace un par de días. ¿Ha oído hablar de ella o sabe algo al respecto?” – El sujeto de chaqueta lanza el cigarro encendido hacia la calle y pregunta sin mirarlo- “¿Cómo se llama?” – “¿Disculpe?” – Le interrumpe el otro – “¿Cómo se llama la pintura?” – El otro vacila por unos segundos intentando recordarlo y le sale – “Pitt Korn, o algo así”. El interesado de la chaqueta abre los ojos bien grandes y su pupila disminuye de tamaño. Gira el cuerpo entero y lo observa de frente, traga un poco de saliva y procede a hablarle con un tono de voz diferente- “No voy a volver, olvídalo” – “¿Cómo dices?” – “Ya me oíste” – el tipo murmura- “¡Increíble!, permanezco en el marco del maldito cuadro y todo el mundo me observa, ahora que me salgo por unos días y a nadie parece importarle ni siquiera un poco. He empujado a una señora mayor en la calle y pisé a un hombre con bastón, y sin embargo nadie nota mi presencia.” – El hombre desorientado vuelve a preguntarle “¿De qué estás hablando?”- a lo que el otro le sigue contando – “Me harté del cuerpo bidimensional, quise experimentar algo nuevo en las calles y no me percaté de que perdía color. Aún la forma la mantengo pero, ¿sabes qué? No me importa perder mis colores” – El otro simplemente lo observaba con los ojos bien abiertos y blancos – “Encima este imbécil no tuvo mejor idea que pintarme con esta ropa incómoda y desactualizada. Colores parco y mate. Antes tenía el cabello rubio, ahora se descoloró a blanco porque me estoy perdiendo”.
La mujer escaleras abajo seguía escalando los interminables escalones de concreto en caracol que dirigían hasta el tejado, ya había localizado la dirección del hombre al que buscaba. Entre tanto, tomaba aire y descansaba mientras verificaba los mensajes de textos que les enviaban sus colegas.
“¿Tu eres la pintura?” – Asombrado, dijo, cuando el otro con el rostro impávido le responde irónicamente – “Acertaste, Bongo” – vuelve la mirada a la nada – “Y no, no estás soñando para tu información”- al hablar y sacudir su cabeza parte de la pintura que lo recubría se iba desprendiendo como una cáscara frágil. En eso, agita su mano para quitarse la pintura que se arrugaba sobre su dibujada piel y la impregna sobre el suelo – “Creo que estoy ensuciando todo”- el otro hombre se acerca a éste y le toca la mejilla y ve que la yema de su dedo se colorea al tacto – “Sorprendente” – afirma este. “¿Y bien?, ¿qué quieres hacer?” – le pregunta la pintura. El hombre con la mano en el pecho sin poder creer lo que estaba viendo titubea al hablar – “¿Quieres tomar unas cervezas?”- le pregunta la pintura. “Yo…”. “¿O prefieres tu recompensa?” – le sonríe con una mueca de desdén. “Bueno… yo…” – “¡Vamos, no tengo todo el día, me derrito…!”
La mujer estaba a un par de escalones por llegar a la puerta de emergencia, cuando, al tratar de subir más deprisa, se le rompe el tacón del zapato y se le flexiona el tobillo por accidente. Intenta caminar sobre una superficie rota e inestable para no pisar el suelo desnuda. Continúa subiendo.
El teléfono móvil del hombre no cesaba de vibrar. Cuando lo revisa, el ultimátum de su jefe había sido dado de baja y, al parecer, recibió una carta de despido exprés por mensaje. Ese correo era el resultado del incontenible enfado de su jefe, más insultos. Vuelve la mirada sobre la pintura la cual le hace una mueca levantándole las cejas en señal de que ya sabía lo que estaba sucediendo. El desempleado no sabía por qué optar y, más luego, el sujeto pintado se apoya sobre el barandal como tomándose el estómago de dolor y, mientras se sostenía de algo, fue perdiendo color, textura y forma de manera paulatina hasta derretirse por completo y terminar por colorear, como con un baldazo de pintura, la cara externa del edificio y parte del piso del tejado. Aquel acontecimiento le quitó toda palabra alguna de su boca y terminó por sorprenderlo. Instantes más tarde, la mujer abre la puerta de emergencia y ve el derroche de pintura sobre el concreto crudo de la construcción. Rengueó hasta donde se encontraba el hombre con el teléfono en mano y, tomándose de una pierna, le dirigió la palabra totalmente ofuscada e irritada- “¡Señor!, ¡oiga!, no puede estar aquí sin permiso”. El hombre se volteó y observó la derrengada imagen femenina la cual se dirigía con palabras poco cordiales hacia él. “¡Señor!” – Vuelve a decirle con falta de aire- “¿Me oyó?, no puede estar aquí, retírese o llamo a seguridad” – se toma del pecho exhausta por hacer fuerza con el pie. Despeinada, con el primer botón de la camisa desabrochado, con el maquillaje corrido y difuso sobre su jovial rostro puro, ella, cansada de estar sobre el tacón quebrado, lo asombró y captó toda la atención del varón. “Hola” – le dijo y le sonrió de forma amistosa. La mujer expectativa a la insólita reacción del sujeto, dejo que hable él- “¿Me permite?”- se acercó a ella y le quitó el zapato roto, se lo mostró y lo lanzó del tejado hacia la calle. La mujer, perpleja, sintió un gran alivio en su pie derecho el cual lo apoyó sobre el piso frío y manchado. El hombre no le dijo más nada hasta que ella respondió de la misma forma que él: se quitó el otro zapato en buen estado y lo arrojó por el barandal sin más. “¿Te apetece tomar algo? ¿Un café, té o algo?” – A lo que ella sin ataduras le responde – “Mejor una cerveza”.
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