marga-b1613416793 Marga B

¿Qué pasaría si entras en un supermercado y ganas un misterioso premio? ¿Y si ese premio te permite viajar a un momento de tu pasado? ¿Le dirías algo a algún ser querido que ya no está? De esto y mucho más trata EL CUENTO DE LA CAJERA.


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#viajeeneltiempo #fantasía #cajera
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CUENTO DE LA CAJERA

Tic – tic – tic. ¿Alguien sabe en qué piensa una cajera mientras te pasa la compra? Tic – tic – tic. Yo no lo voy a decir. ¿O tal vez sí? No sé, según vaya cogiendo confianza. Aunque confiar, lo que se dice confiar, nunca he confiado en nadie, que conste.

Tic – tic – tic. Hay personas a las que les tiemblan las manos a la hora de pagar; no atinan a sacar las monedas de la cartera y algunos sufren tal grado de estrés que quieren que les cobre antes incluso de entregarles el producto. Pobres, conocí a una mujer como ellos, siempre corre que te corre de un lado para otro, creyendo que así ganaba tiempo al tiempo. A sus cincuenta años estaba bajo tierra y el marido la olvidó pronto.

Tic – tic – tic. Sí, qué pesados. Me han dicho que el tique rosa es para una sola persona y que no se me ocurra elegirla a mi antojo. No vale hacer trampas. Quien lo consiga tendrá derecho a una tarde especial de spa. Eso quisiera yo, aliviar mis huesos maltrechos con agua fría y caliente, sauna finlandesa y un buen masaje. Pero, ¿quién recibirá el premio?

Otra vez esos mocosos. A uno de ellos, alto, moreno y de cuerpo espigado, lo he visto crecer desde que era un simple embrión. Su madre y yo fuimos compañeras de colegio y muy buenas amigas, aunque luego seguimos caminos diferentes. Ella se casó con un constructor y durante mucho tiempo nadaron en billetes. A su único hijo (a otro lo perdió a una corta edad) nunca le faltó de nada: buenas escuelas, exquisita ropa, dinero en el bolsillo y campamentos de verano en el extranjero. Después vino la crisis y, como una ráfaga envidiosa, se lo llevó todo, hasta al hijo más pequeño.

Yo, en cambio, nunca llegué a nada. No me casé, ni tuve hijos, ni el bolsillo repleto de billetes. Me da la impresión de que nací cajera y cajera voy a morir, tantos años llevo aquí...

Tic – tic – tic. Bebida energética... eso es lo que necesitas, niño, para tener el cerebro y el hígado frito dentro de unos años. Qué pena haber sido tanto y ahora nada, que no te haya quedado ni siquiera un atisbo de educación; porque en esos colegios y campamentos exclusivos te enseñarían lo que es el respeto hacia los demás.

–‒Ja, paga tú–‒, grita uno de ellos, queriendo marcharse con la lata gratis.

–‒Dejaros de tonterías, en la puerta está un guardia de seguridad y no os dejará salir–‒ le aconsejo dentro de la calma.

El chico, alelado como es normal a su edad, comprueba que es cierto lo que acaba de escuchar de mi boca. Su amigo le da un codazo para hacerle comprender que no vale la pena pringarse por una lata.

–‒Aguafiestas–‒ le lanza a su amigo y rebusca en su bolsillo sin éxito.

Supermercados Prismacol les anuncia que el Tique Rosa es para el cliente de la caja 2. Enhorabuena. La megafonía de la tienda escupe el premio y todos los clientes y empleados miran al unísono hacia dicha caja, la del premio, y un rubor golpea mis mejillas... El boleto es para el chico descarado y su amigo, esos que beben veneno para las neuronas.

Algunas personas les miran con desprecio, ya que ellos han hecho una compra suculenta, mientras que ese malnacido con pinta de delincuente aún no se había decidido a soltar las monedas.

–‒¿Qué cuento es ese del Tique Rosa? Qué mariconada.

–‒Es un premio que te ha...

Ríe con descaro. Dentro de unos años traerá a las chicas de calle, igual que su padre, guapo y deslenguado. Ahora solo es un niñato desagradecido que acaba de dejarme con la palabra en la boca.

–‒... tocado–‒ acabé la frase cuando él terminó de reir–‒. Yo que tú lo aceptaba. Una tarde en el spa Espejo del Alma.

Alguien cercano gritó que a él no le importaría aceptar el regalo, viendo que había personas que no eran capaces de agradecer semejante premio.

Viendo que el ambiente se caldeaba, el encargado de tienda, un hombre de mediana edad y un bigote espeso, se dirigió hacia todos nosotros con un tono solemne y trayendo un sobre entre las manos. Hizo una reverencia a los niños, un gesto que quedó ridículo (no le di importancia, sabiendo que vivía por y para la empresa).

–‒No lo quiere, Pepe–‒ le dije compungida. Jugué a la psicología inversa: no quieres ir al spa, pues por cojones vas a ir.

–‒Entonces...

Antes de que pudiera pensar en la opción de repetir el sorteo, el chaval dio un paso adelante y como un ratón cazado por mi astucia le respondió a toda velocidad:

–‒Si me ha tocado, es mío. A mi madre le hará mucha ilusión.

A tu madre y a mí. Pero no es tu madre la que debe ir... sino tú. ¿Cómo lograré convencerte sin que nadie sospeche?

–‒¡No! –‒me salió el grito del alma. Tanto que Pepe me miró con el bigote tieso por la impresión–‒. No, verás, lo que quiero decirte es que lo has ganado tú y debes disfrutarlo. Y como vienes acompañado, él puede ir contigo–‒, le señalé a su amigo, quien parecía tener más luces.

A Pepe, sin embargo, no le pareció buena idea que yo diese mi opinión, sobre todo, porque nadie me la había pedido. Y aconsejó al chico que cogiese su premio y se lo regalase a su madre o a quien le diera la gana. No estaba el nombre del agraciado en el vale regalo.

–‒Gracias–‒ correspondió su amigo, porque el muchacho, como dije, había olvidado los modales.

Te llevarás una sorpresa querido, aún no lo sabes, pero ese tique es tuyo y de tu amigo y de nadie más. Tu madre no podrá ir. Lo sabré de sobra... y no tengo que dar explicaciones.

Y pensando esto vi como los dos adolescentes casi hombres salían a la calle, mirando de soslayo al vigilante y sin darse cuenta de que Pepe había regresado a su despacho, oculto tras unos grandes espejos que tapaban dos paredes.





Los amigos reían y especulaban con hacer negocio. Si vendían esas entradas al spa, sacarían algo de dinero para comprar unas litronas.

–‒¿No se lo ibas a dar a tu madre?–‒ le preguntó Mateo, su colega.

–‒Quita. Mi madre vive en otro mundo, ya no es la que era antes. Ni siquiera deja a mi padre entrar en casa... Lo echó hace una semana. No puede cruzar el umbral de su propia casa.

Abrió el sobre, deseaba comprobar que el regalo continuaba allí. Dos cuartillas con el nombre del spa, el día y la hora a la que deberían acudir... y un gran inconveniente.





Y ese tío del bigote, tan estirado él, que parece que está por encima de los demás, va y me dice que las entradas no tienen nombre. Me ha engañado y bien.

–‒El premio... no lo podemos vender. ¡Vienen con nuestros nombres! Y encima hay que entregar el dni para comprobar que somos nosotros. Tampoco podemos elegir el día y la hora. ¿Esto qué leches es?

Sigo sin comprender, perdido en la desilusión de no poder vender la invitación al spa. ¿A qué viene eso de que puede ir quien quiera y ahora resulta que está a nuestro nombre? Ni me he dado cuenta de que...

–‒Oye, tío, ¿y cómo saben nuestros nombres? Yo en ningún momento se lo he dicho ¿y tú? ¿lo hiciste?–‒ Mateo me hizo volver a la realidad y dejó caer este pequeño detalle.

–‒Ostias, cómo puede ser. Aquella cajera actuaba muy rara ¿no? Y se empeñó en que fuésemos nosotros y no mi madre. ¿Habría puesto ella los nombres en el premio? Me conocía desde hace mucho tiempo, aunque no la vi hacerlo y ella no podía intuir que nos lo darían a nosotros.

Decidimos, embargados por la duda y un cierto temor, que teníamos que ir a esa cita que había aparecido de sopetón. Todo era extraño y no quedaba otra que ir... adiós dinero extra, adiós litronas.





Había llegado el día y la hora en el que podíamos canjear aquel extraño premio. Por la mirada de la cajera, una conocida de mi madre, supe que no le hizo gracia dárnoslo. Sin embargo, la megafonía eligió a los ganadores y esos éramos nosotros.

Spa Espejo del Alma. Jamás le hubiese puesto ese nombre a un negocio, tan estúpido me parecía. Estaba ubicado en un antiguo balneario que habían modernizado y ya nada quedaba de aquel viejo edificio. En la puerta principal había dos grandes columnas y a los lados unos ventanales con unas translúcidas cortinas que aportaban claridad al interior. Mateo se adelantó y golpeó la puerta, ya que no encontró a la vista ningún timbre.

Un hombre pelirrojo, regordete, de mediana edad y vestido de blanco nos abrió la puerta y nos miró con una sonrisa en los labios.

–‒¿Os puedo ayudar, chicos?–‒ su voz era fina y muy educada.

–‒Traemos un premio del supermercado Prismacol, nos dieron unas entradas del spa. Son para hoy.

El hombre sin dejar de sonreir extendió la mano en espera de recibir las invitaciones. Las saqué del sobre y se las di, devolviéndole la sonrisa. Las miró por encima sin mucho interés y, solo entonces, nos hizo un gesto para que pasásemos al interior del edificio.

En ese lugar flotaba una atmósfera extraña, no sabría describir la razón por la que pensaba de aquella manera. Las paredes y el suelo eran de mármol y brillaban de pura limpieza, aunque desprendían un frío que hacía temblar. Había dos grandes estatuas de esas romanas que nos obligaban a estudiar en el colegio y me vigilaban desde muy arriba. El hombre se desplazó hasta detrás de un mostrador y sobre él colocó las papeletas con nuestros nombres.

–‒Vuestros dni, por favor. Y podréis disfrutar del premio todo el tiempo que querráis, siempre que no arméis escándalo. Aquí los clientes son muy quisquillosos y valoran el silencio.

Mateo sacó su identificación y casi se le cae, pues le temblaban las manos. ¿De verdad le emociona pasar el día en un aburrido spa? Incomprensible. Yo a mi vez también le puse delante de sus narices mi dni y el empleado comprobó que coincidían con los nombres de las entradas.

–‒Exacto, Mateo y Juan –‒sonrió y adiviné cuál iba a ser la broma–‒. Vaya, como los apóstoles.

Por mi cara de pocos amigos, debió de comprender que ese chiste ya lo habíamos escuchado con anterioridad. Salió de detrás del mostrador y nos guió hacia la parte central del spa, una gran sala donde había una piscina de gran tamaño, con chorros de agua por doquier y un jacuzzi en una de las esquinas. Varias personas se relajaban en el agua y nos miraron de soslayo, temiendo que rompiésemos la armonía del recinto. No sé qué diablos se creen.





Aurora ya me advirtió de estos adolescentes, que tuviese cuidado con ellos, que eran unos prendas. Los tengo delante y me parecen unos críos que se han perdido del camino correcto. También me recomendó que lo mejor era jugar a la psicología inversa: si quieres que hagan algo, prohíbeselo y lo harán. Aurora es una genia y sabe lo que dice. Y, siguiendo su consejo, me decido a advertirles de algo que en el fondo deseo que hagan.

–‒Por favor, chicos, escuchadme. Si vais a usar esta piscina, os ruego que no uséis el túnel que hay bajo el agua, junto al jacuzzi. Es un pasadizo que comunica con otras instalaciones del spa, pero ya no se utiliza y resulta peligroso. Por lo demás, podéis entrar de una sala a otra tantas veces como os apetezca. Allí encontraréis un plano del lugar –‒les señalé el sitio donde estaba ubicado dicho plano y cuando volvieron la vista hacia mí de nuevo, ya había desaparecido.





–‒Este tío es raro como la gente del supermercado. Pues ¿no se ha pirado sin decir adiós?

Mateo se fue a los vestuarios y se despojó de las ropas hasta quedarse con un ajustado bañador negro. Yo hice lo mismo y ya en bañador saltamos a la piscina. ¿De verdad había un túnel bajo el agua? Es la primera vez que escuchaba algo parecido: una piscina con un pasadizo bajo el agua. Nos intentamos relajar un rato en el jacuzzi; sin embargo, no me quitaba de la cabeza las palabras de aquel hombre. Mateo, que me conocía muy bien, sabía que mi cabeza le daba vueltas a esa prohibición.

–‒Juan, ha dicho que no lo usemos. Punto final.

Mateo me seguía a todos lados, compañero fiel. Quien lo viera era de la opinión de que por juntarse conmigo tenía que ser de mi misma condición, un bala perdida. No es que fuera un santo, no, pero a veces le salía su vena Pepito Grillo y me soltaba lo que estaba bien y lo que no. Mi conciencia con patas. Y en estas ocasiones se ponía de un pesado que mejor hacerle oidos sordos.

–‒Si no quiere que pasemos por el túnel, para qué nos dice que hay uno.

No tenía sentido. Claro que no. Cállate y no digas que ahí se encuentra una galería subterránea y no nos picará la curiosidad. Porque me entran ganas de bucear y mirar ese agujero y ya puestos, deslizarme dentro para comprobar a dónde lleva. Eso sí es divertido. Estar aquí tumbados como momias en remojo, no.

–‒Si no quieres venir, quédate aquí y espera a que vuelva–‒ le susurré casi deseando que no me escuchase.

Salí de aquellas burbujas y empecé a nadar en la piscina, con mucha calma. Para no levantar sospechas entre el resto de usuarios. Mateo dudó por unos segundos, como si no supiera qué hacer. En seguida se puso también a nadar, quizá recordando que era un chico malo y no un cagueta. Ambos nos sumergimos al mismo tiempo y buceamos unos segundos hasta ver el túnel prohibido... Al final una luz débil anunciaba la salida. A una señal mia, Mateo continuó nadando bajo el agua, detrás mía, como siempre, pataleando con fuerza para que no se agotase el oxígeno que retenía en los pulmones.

Después de un rato interminable salimos de nuevo a la superficie. Aunque aquel lugar no encajaba con el antiguo balneario... Pronto me di cuenta de que mi amigo no se encontraba aún conmigo.





Salí a la superficie y extrañado descubrí que allí no estaba Juan, ni aquello era el spa Espejo del Alma. No atinaba a acertar dónde me encontraba. En nada se asemejaba al viejo edificio, aunque moderno, puesto que donde me encontraba ahora para nada era un edificio, todo lo contrario: había un lago natural rodeado de espesa vegetación, oculto a la vista de los curiosos. Y allí no paraba de salir gente de sus aguas, de todas clases, mayores, jóvenes, ricos, pobres, etc. No me encontraba, pues, sólo; aunque sí perdido.

Una mujer de unos treinta y pico años se me acercó y de manera precipitada me habló, con mucha confianza, como buscando tranquilizar mi asustada mente:

–‒Chico, ya te habrán comentado. Prohibido dar explicaciones sobre lo que has vivido hasta ahora. No pueden saber tu futuro o cambiarás la historia. ¿Entendido?

–‒¿De qué me habla? ¿Dónde estoy? El pelirrojo solo nos dijo que no fuésemos por el túnel bajo el agua–‒ le confesé con incertidumbre.

La recien llegada me miró con estupor. Sin duda acababa de darse cuenta de que nadie me había informado de aquel teatro al que había entrado sin invitación ninguna.

–‒¿Y mi amigo Juan?–‒ me empezaba a dar miedo el no verlo a mi lado.

–‒Tu amigo va por otro canal–‒ soltó estas palabras con toda la naturalidad del mundo.

–‒¿Otro canal? ¿Qué juego tan estrafalario es este?

Me hizo un pequeño interrogatorio para comprobar hasta qué punto conocía yo lo que iba a hacer en aquel extraño lugar, como sacado de un sueño. Le dije todo lo que alcanzaba a saber: el supermercado, la cajera, el premio, el encargado con bigote, los tiques rosa con nuestros nombres, el spa Espejo del alma, el pelirrojo y su advertencia sobre el túnel bajo el agua, y, bueno, ya se entiende que la curiosidad mató al gato y mi amigo y yo somos unos adolescentes que hacemos lo que nos da la gana. Sumas dos más dos y así descubres que algo va a salir mal.

–‒Ya veo, os atendió Aurora y su psicología inversa. Siempre hace lo mismo, prohíbe algo que intuye que luego van a hacer. El pelirrojo le siguió el juego, pero les tenía que haber advertido que en este viaje no iban juntos. Me hubiese ahorrado tiempo y eso es precisamente lo que no tengo–‒ hablaba para sí misma.

–‒Lo mejor será que nade hasta el túnel y regrese a la piscina.

–‒Chico, no es tan fácil. Una vez que entras tienes que acabar tu misión y después podrás volver. ¿Ves aquella verja gris?–‒ me señaló hacia mi izquierda; sí, era cierto, había una estrecha verja que había pasado inadvertida en mi primera y única ojeada que hice a lo que me rodeaba.

–‒¿A dónde lleva esa verja? Hay mucha gente esperando a pasar...

–‒Si. Tienes que ir allí y esperar a tu turno. Mi compañero te pedirá tu nombre y apellidos y una fecha exacta de tu pasado a la que quieras regresar, un momento de tu vida en el que se te quedó por decir algo a alguien. Siéntete afortunado de poder regresar... Ese es tu regalo. Y, sobre todo, intenta no cambiar nada de lo que pasó ese día o cambiarás el futuro y no podrás regresar ya.

La miré sorprendido, casi en estado de shock. ¿Dónde estaba? ¿Esto era real o me había dado un golpe bajo el agua y estaba delirando? Y Mateo sin aparecer, que dice que va por otro canal. Se me ponen los pelos de punta y creo que lo mejor es seguirles a todos la corriente y acabar con esto lo más pronto posible.

–‒Claro, por supuesto.

Y comencé a caminar hacia la reja de color gris plata, sin muchas esperanzas de encontrar a alguien más cuerdo que esta mujer y que me ayudase a volver a mi realidad, a mi vida.





Saqué la cabeza después de haber nadado un buen tramo bajo el agua. No entiendo cómo aguanté tanto rato la respiración sin asfixiarme. A lo lejos pude ver la orilla de una playa. ¿La piscina tenía salida directa al mar? Qué extraño, ya que el spa se encontraba a kilómetros de la costa y no podía haber buceado tanto. Conseguí alcanzar la arena y salí a gatas del agua, casi a punto de vomitar. Fue entonces cuando un hombre con una carpeta en la mano se me acercó y me llamó por mi nombre. Levanté la cabeza hacia él, confundido, ¿cómo sabía mi nombre y de dónde había salido si allí no había nadie?

–‒¿Eres Juan? He recibido una llamada urgente de la agente Marla, me dijo que te esperase aquí, por lo visto ha habido un error y saliste por otro canal. Pero no te preocupes, creo que has llegado más directo por aquí. Quizá ya tenías pensada tu elección.

Si me hubiese dicho las mismas palabras en chino le hubiese entendido igual de mal. No comprendía quién era esa tal Marla, ni a qué canal se refería, ni menos aún qué es lo que yo había elegido. Con temor descubrí que Mateo no estaba allí y le echaba de menos, mi Pepito Grillo, mi compañero, mi amigo.

–‒¿Y Mateo? Nos sumergimos juntos y todavía no ha salido...

–‒Ah –‒sonrió–‒ no te preocupes. Tu amigo está bien, él ya ha escogido su momento.

–‒¿Puedo irme? –‒le rogué, cansado por la falta de aire bajo el agua–‒. Creo que hay alguna equivocación. No diré nada.

El hombre me miró extrañado. ¿A qué podría referirme yo con ese no diré nada? Se lo vi pintado en su cara. Agarró con más fuerza la carpeta y se acercó a mí queriendo transmitirme confianza.

–‒Se supone que cuando os dieron el premio la cajera os tendría que haber informado del contenido. Por alguna razón que desconocemos no lo hizo. Aurora suele hacer lo que le da la gana, nunca sigue las normas. Puede que temiera que no la creyéseis y os deshiciérais del premio, vendiéndolo por ejemplo –‒me miró fijamente, como si me leyese la mente–‒. Por la razón que sea se vio obligada a usar su arma favorita: la psicología inversa, te prohibo algo que sé que vas a hacer. Menuda es ella –‒volvió a sonreir, ya sin mirarme, tal vez recordando alguna anécdota con la tal Aurora.

–‒El premio era una sesión de spa para cada uno. Spa El Espejo del Alma.

–‒Esa es la entrada, el pelirrojo tampoco os informó de nada, para qué. Ya estamos Marla y yo para hacerlo, que no se molesten.

Me hizo una señal para que le siguiera hasta una caseta azul. La playa estaba desierta a esa hora, que no sabía cuál era. Me dio un albornoz que había colgado en una puntilla y me aconsejó que me secara antes de pillar un resfriado y como sentía aún el frío del mar en mis huesos le hice caso y me lo puse.

–‒En el momento en el que te sientas preparado, abrirás esa puerta y dentro tendrás que decir a un compañero la fecha exacta de tu pasado a la que quieres regresar, no tienes que darle explicaciones sobre la razón por la que elegiste esa fecha y no otra. A mí tampoco me des explicaciones, no te las voy a pedir. Solo la fecha exacta. Y, ante todo, cuando estés allí, con las personas que escogiste, no intentes cambiar lo vivido; diles una frase, un consejo. No les adviertas de lo que les va a pasar mañana o pasado o en varios años... Tienes el riesgo de no volver –‒una sombra nubló su mirada y supe que me estaba hablando en serio.

Cogí el pomo de la puerta con mi mano y noté la calidez del metal en la palma. Antes de abrir me volví en busca de más información cuando descubrí que el hombre ya no estaba. Pude haberme ido, haber pedido ayuda a cualquier persona que encontrase en el camino. Pero no lo hice. Giré el picaporte y me dispuse a entrar. Maldita psicología inversa.





–‒Abuelo –‒había regresado a mi niñez, cuando era un inocente chaval que aún no se metía en problemas–‒ quiero decirte algo.

–‒Dime, Juan. Te escucho.

Todo había ocurrido con total normalidad. En la verja me pidieron la fecha y sin saber cómo estaba en un parque, sentado al lado de mi abuelo, un hombre de campo maltratado por los años de trabajo y la pobreza en la que creció. Le miraba embelesado, como nunca lo había hecho y mis ojos se llenaron de lágrimas al saber que volvía a sentir ese olor a tabaco que tenía clavado en mis recuerdos. Nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos y siempre soñé con volver a este instante, varios días antes de su muerte repentina, la última vez que lo vi. Todo me pareció de lo más natural, ya no necesitaba explicaciones sobre aquel extraño premio, pues había ocurrido.

–‒Abuelo, jamás te lo había dicho. Te quiero.





Mi madre me recogió del colegio y me abrazó. Siempre me apretaba fuerte delante de mis compañeros, buscando que me avergonzase de eso. Ya no estaba en edad de achuchones, pero para ella seguía siendo su bebé. Esta vez, después de los años que siguieron, no me molestó su muestra de cariño; todo lo contrario, lo agradecí, ese calor que había perdido en años venideros. Volver a ese instante en el que aún éramos una familia... oler su perfume de flores dulzonas, ese que tanto odié durante años y sin embargo ahora me parecía el más bello de los aromas.

–‒Mamá...

–‒Ya sé, ya sé... te aprieto y no quieres que te vean tus amigos.

–‒No, mamá, hoy quería decirte algo distinto.

Mi madre, extrañada, me soltó de sus brazos, como si hubiese un resorte entre nosotros que se hubiese accionado. Estaba tan hermosa, tan juvenil, la felicidad en sus ojos la hacía más guapa todavía. Los nubarrones se encontraban cerca, aunque ella aún no lo sabía... Elegí ese momento y no otro... porque no deseaba un futuro gris. Si no podía volver, no lo haría...

–‒Mamá, pase lo que pase, siempre debemos estar unidos. Somos una familia, recuerda.

Mi madre me abrazó de nuevo y le hablé al oído de cosas que nadie debía escuchar. Los nubarrones secuestraron su mirada y sentí un temblor que me dejó helado.

–‒Somos una familia –‒le repetí.





Regresamos a la piscina con la respiración acelerada. No recordábamos cómo habíamos hecho la vuelta, pero allí estábamos, mirándonos el uno al otro, en silencio, sin acertar a explicar lo que acabábamos de vivir.

El hombre me había dicho que si cambiaba algo... no volvería y, sin embargo, estoy aquí. ¿Aquí, dónde? ¿En el mundo real o nos quedamos atrapados en algún lugar intermedio? Mis dudas se disiparon al ver entrar al hombre pelirrojo.

–‒Vuestro tiempo se ha acabado, chicos.

Juan salió de un brinco y se colocó junto al hombre, esperando no sé qué. No tenía aliento para dirigirle la palabra y yo lo hice por él:

–‒¿Podremos volver?

–‒Claro, aquí todos pueden venir, pagando la entrada –‒su tono de voz era distinto, todo en él era diferente, no nos preguntó en absoluto por la experiencia vivida. Me dio miedo pedirle explicaciones de lo que había ocurrido.

–‒¿La entrada incluye el túnel? –‒habló por fin Juan.

–‒¿Qué túnel? –‒su mirada era de extrañeza–‒. Aquí no hay túneles.

No quisimos ahondar más en el tema, a sabiendas de que el pelirrojo lo iba a negar todo. Cualquiera pensaría que le habían lavado el cerebro... Y yo sentía dentro de mi una inmensa paz y no quería abusar de ese bendito premio que iba a cambiarnos la vida a partir de entonces. Había vuelto, a pesar de todo lo que me advirtieron, y eso me hacía ver el mundo con otros ojos, a no desear ser un yo perdido, sino un yo unido a un futuro prometedor, como si se hubiesen borrado de un plumazo las miserias que habíamos sufrido. En mi cabeza se empezaron a dibujar recuerdos con mi hermano, trastadas de nuestra infancia, correrías junto a Juan, abrazos de nuestra madre delante de nuestros amigos... Sabía que me esperaba en casa, junto a nuestros padres.

Feb. 15, 2021, 7:37 p.m. 0 Report Embed Follow story
2
The End

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