La luz del atardecer se filtraba por la ventana de una pequeña pero acogedora habitación de paredes blancas. Golpes de puertas y cajones de un armario se podían escuchar constantemente.
—Vanzolia… —musitó su dueño y único ocupante, arreglando el cuantioso equipaje que depositaba en una maleta negra.
Era un joven, de cuerpo atlético y piel bronceada. Rostro ovalado, de nariz griega y llamativos ojos azules. Su negro cabello era peinado hacia adelante en un flequillo abierto a ambos lados. La madurez de sus facciones y su metro ochenta de estatura sugerían que se encontraba en los albores de la adultez.
«Sigo sin entender por qué me motivaron a ir a ese país en vías de desarrollo tan lejano… ¿Por qué ese en especial y no otro más cercano y de Primer Mundo, como Liostra?».
Cuestionaba en sus pensamientos, mientras cerraba su ya más que cargada maleta. Contempló en silencio sus numerosos trofeos de campeonatos de artes marciales posados sobre una repisa, y luego los afiches adheridos a las paredes.
«Real Magerat».
Rezaba uno alusivo a un club de futbol profesional de origen extranjero, alardeando sus numerosos y prestigiosos títulos a lo largo de su más de un siglo de historia.
«Titanes de Akagi Corp».
Decían las letras principales de otro sobre un equipo de béisbol del país de origen de aquel muchacho, el cual destacaba a un fuerte jugador con un uniforme y cascos propios del deporte ejecutando un poderoso swing. El apellido Mitsui en letras mayúsculas y el número 7 se alcanzaban a leer en su espalda, revelada por el giro de sus caderas.
«Sin duda voy a extrañar esta habitación…, mi hogar… No los volveré a ver en un año… —Meditó, empezando a sentir una nostalgia prematura—. Esta será la primera vez que estaré por tanto tiempo fuera de Nopin».
El muchacho levantó su brazo izquierdo a la altura de su pecho y trasladó su vista hacia un ergonómico reloj digital de pulsera cerca de su muñeca. Se podía leer el nombre del fabricante cerca de la capa protectora de su pantalla: Saosyant.
«Hay que ver el lado bueno: voy a conocer un país totalmente nuevo y diferente para mí. Va a ser toda una experiencia —Reflexionó, empezándose a sentir más animado ante lo que podía tomar como una aventura—. Mi padre también no para de decirme desde hace semanas que allá me “reencontraré” con mi rival indicado para poner a prueba mi dominio del Karate Raikouryu. Siempre que intenté indagar en ello, se negaba a ampliarme cualquier detalle… Es muy extraño; es la primera vez que ha sido tan secretista con algo».
El joven presionó un botón del reloj en particular. De pronto, una elaborada interfaz holográfica de vivaces colores apareció en el acto, ocupando la zona del reloj y extendiéndose un poco más allá de sus límites. El joven utilizó su mano derecha para navegar por sus menús. Presionó y deslizó varios botones hasta que llegó a lo que buscaba. Procedió a ajustar la hora del despertador que aparecía en la pantalla a las 4:00 AM del día siguiente.
«Quizás mañana, no, técnicamente hoy 9 de Rebemtepes del 2040, por fin conoceré a mi “archienemigo”. Si mi padre quería que me sintiera intrigado, lo ha conseguido», sonrió, tomando el asunto con humor.
Tras terminar de programar dicho despertador, cerró la interfaz holográfica y soltó ambos brazos.
«Debería acostarme ya. No quiero llegar muy cansado al aeropuerto… —Pensó—. Voy a… ¡El guante!».
Tuvo un ligero sobresalto al percatarse de que había pasado un objeto por alto. Con prisa abrió un cajón de un mueble próximo. Retiró un guante de pelea de color negro; la insignia de un dragón oriental en azul eléctrico se exhibía sobre su dorso. A continuación, sostuvo y guardó dicho guante artesanal en un compartimiento de su maleta con un cuidado que llegaba a lo reverencial.
«Por poco lo iba a dejar. —Se sintió aterrado al darse cuenta de lo cercana que estuvo esa posibilidad—. ¡Me habría dado un infarto si llegaba allá y me enteraba que se me había olvidado meterlo!».
Se puso de pie y recuperó progresivamente la calma. Dejó que su cara recibiera los últimos rayos de luz que entraban por la ventana de aquel día que se despedía.
«Vanzolia… ».
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