pavelgb Pavel Gabriel

Sigue a Astrid Eiver, la última descendiente de un linaje de guerreros legendarios, en su viaje para descubrir lo que hay más allá del velo misterioso que envuelve el mundo que la rodea. Acompañada de Valk, un lobo gris, la joven guerrera se enfrascará en una cruzada por la redención y la búsqueda de su lugar en el mundo.


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Iniciación

El viento soplaba fuerte y los rayos del sol entraban por la ventana formando finas líneas que pronto le alcanzaron el rostro. Astrid Eiver despertó de su largo sueño. Era una suave mañana en el Castillo Gris, y las rocas que habían sido el hogar de los Eiver durante cincuenta generaciones estaban impregnadas de aquel frescor que presagiaba un cambio de tiempo.

Con el gran esfuerzo que conlleva despertar de un sueño largo y apacible, Astrid se talló el rostro con el dorso de la mano, dispuesta a dejar de una vez por todas los dominios del sueño. Se levantó de un brinco de la enorme cama y recibió la mañana con un largo bostezo. Hoy era el día de su ceremonia de iniciación: se convertiría en una guerrera del clan y sería declarada la próxima heredera del trono de su padre.

Los preparativos de la ceremonia se habían llevado a cabo por un mes. Sería la celebración más grande desde la que tuvo lugar en el quinientos cincuenta y ocho, cuando se declaró el fin de la rebelión. Oyó cómo se abría la puerta al llegar sus doncellas con el agua caliente para el baño.

—No hay prisa, chicas —les dijo con tono cálido. Sus ojos miel se posaron en los cabellos oscuros de una joven que no había visto antes—. ¿Eres nueva por aquí?

—Disculpe, mi señora. —Se inclinó en reverencia la chica—. Mi nombre es Julia. Por órdenes de Lady Freyja, ahora soy su doncella. Estoy para servirle.

Arleth sorbió por la nariz.

—Será mejor que os metáis en la bañera antes de que se enfríe el agua, señorita.

Astrid dejó que Julia le sacara el camisón por la cabeza y se metió en la enorme bañera de madera. Estuvo tentada a pedir una copa de vino para calmar los nervios. La ceremonia se celebraría a mediodía en el Salón Dorado, al otro lado de la ciudad. Al anochecer, tendría lugar el banquete en el salón del trono, con un millar de invitados, veinte platos distintos, bardos, malabaristas y cómicos. Pero lo primero iba a ser el desayuno en el salón de invitados, para todos los Volkmar y hombres del norte, así como un centenar de caballeros y señores menores.

Arleth mandó a Julia a buscar más agua caliente mientras ella le frotaba la espalda a Astrid.

—Estáis temblando, mi señora.

—Es la emoción del día —respondió Astrid.

Las doncellas la estaban vistiendo cuando apareció Bard Eiver, seguido por Lym Blake.

—Estás muy hermosa, Astrid. —Se volvió hacía su escudero—. Lym, ponme una copa de vino, por favor.

—¿Tan temprano bebiendo, tío? Habrá vino en el desayuno.

—Y también hay vino aquí —le respondió mientras daba un sorbo a su copa—. Es un nuevo año, mi señora. Se cumplen cuatrocientos cincuenta inviernos desde la fundación de Ulvens Hjem, y dieciocho del nacimiento de mi querida sobrina. Tengo permitido celebrar con una copa de vino, ¿no es así? —Se limpió la boca con el dorso de la mano. Astrid advirtió que las ropas de su tío estaban sucias y arrugadas, como si se hubiera enfrascado en una pelea recientemente.

—¿Quién fue ahora? —preguntó mientras se colocaba el medallón de plata sobre el jubón.

—El imbécil guardia de la puerta este —bufó con amargura Bard—. No sabe que soy un Eiver tanto como su señor. Él se lo buscó —soltó mientras de un largo trago terminaba con el vino—. Vámonos Lym, dejemos que la señorita termine de arreglarse. Nos vemos más tarde, Astrid. —Se inclinó y se fue.

En el salón de invitados desayunaron pastelillos de miel con moras y frutos secos, tocino ahumado, bacalao con guindillas picantes y huevos picados con cebolla caramelizada y queso. Para acompañar había jarras de leche, de hidromiel, y de un vino dulce traído de la provincia sureña de Sölbrannor. Los músicos paseaban entre las mesas tocando flautas, laúdes y violines. Los estandartes cubrían los muros de piedra gris: El lobo de los Eiver, el halcón de los Volkmar y el oso de los Mikal.

Corría la segunda hora del festín dispuesto en su honor. Ella ocupaba un lugar en la mesa principal, junto a sus padres y los otros señores del norte; Los Príncipes, un lugar junto al estrado, acompañados de sus guardias personales. El resto de invitados estaban esparcidos en otras mesas a lo largo del salón. Astrid disfrutaba de las historias que contaban los señores: anécdotas de peleas, de caza y demás cosas; en una mesa lejana, Rodrik y Sasha, sus amigos más cercanos, asomaban entre la multitud. No le habían permitido que se sentara con ellos ese día tan especial, estaba un poco decepcionada por eso. Cuando estuvo libre de la vista de su madre, se escabulló de la mesa mientras Lord Maller contaba una anécdota de cómo venció a veinte hombres en la batalla de Bastión Nocturno.

—Por fin se digna a venir, mi señora —espetó burlonamente Rodrik. Era un joven alto y fornido, de ojos azules, con el cabello rojizo y pecas en el rostro, hermano mayor de Sasha—. ¿Qué tal te sienta la realeza?

—Muy bien diría yo. —Le dio un golpecito en el hombro—. ¿Sabías que Lord Maller mató a veinte hombres el solo en la rebelión? —les contó en tono burlón, lo suficientemente bajo para que no la escuchara su padre o el mismo Maller.

—¿Solo a veinte? Que decepción, yo podría con el triple.

—Cierra la boca, tonto —intervino Sasha—. Astrid me alegra mucho que hoy sea tu iniciación, por fin podremos decir que nuestra mejor amiga es la reina del norte.

—¿Tú también? —«Aún no soy la reina del norte».

—Bien hecho, hermana, hicimos que la heredera de Ulvens Hjem nos viera feo —rio estrepitosamente Rodrik. La copa en sus manos dejó escapar un par de gotas rojas que cayeron en la mesa y en su camisón.

—Son unos tontos. Cuando me libre de esto se las verán conmigo —sentenció con orgullo Astrid—. Un combate.

—¿Con espadas? —preguntó el hermano mientras sacudía un trozo de tela sobre la mancha en su ropa—. Mierda, esto tardará en salir.

—A puños —dijo sin prestarle atención a Rodrik. Sus ojos estaban posados en la chica pelirroja, que la veía con una sonrisa de oreja a oreja. Hacía años que, para resolver las disputas entre ellos, se retaban a combates cuerpo a cuerpo. Sasha era la campeona indiscutida con un número de veinte combates ganados; Astrid, por su parte, solo tenía once victorias. Rodrik lideraba el fondo de la tabla con solo ocho.

—Hecho —soltó Sasha. Jugueteaba con un tenedor, dibujando círculos con la grasa del bacalao en su plato.

—Serán dos encuentros por cabeza. El que pierda ambos tendrá que comer el alimento de los caballos —sentenció la princesa. Sonreía, hacía mucho que los deberes de la realeza la habían alejado de esos juegos que tanto le gustaban.

—Entonces disfruta del festín mientras puedas —dijo Rodrik mientras alzaba un pastelillo—. Que será tu última comida antes de que comas lo mismo que esas bestias.

A su lado, un músico cantaba las hazañas de Cerise Volkmar, la primera reina del viento. Entre el bullicio de la sala y la música pudo distinguir la voz de su madre preguntando por ella. Se despidió de los hermanos pelirrojos y, de nuevo, se escabulló a la mesa principal. Lord Maller aún seguía contando su historia.

—Ahí estás. — Fue interceptada por Lady Freyja. Su madre iba vestida con un jubón verde floresta con piedras preciosas incrustadas en las mangas. El cabello rubio lo tenía recogido en una trenza y, a su espalda, la seguían dos hombres de su guardia personal—. ¿Dónde te habías metido? Bueno, no importa. Solo quédate aquí un momento.

Astrid advirtió que Lady Volkmar apenas probaba la comida, aunque si bebió un par de copas de vino; en cuanto a ella, comió un bocado de bacalao, pero las guindillas le abrasaron la boca. Por lo demás probó un poco de cada plato, sus favoritos fueron los pastelillos de miel.

Después de que los criados retiraran los restos de comida, Lady Freyja, con gesto solemne, le entregó la capa ceremonial que recibían las jóvenes al momento de su iniciación.

—Es la capa que llevé cuando me convertí en una doncella guerrera; la misma que mi madre, Lady Alessa, lució cuando se convirtió en una.

El clámide era gris, con los bordes de hilo dorado y un broche de plata con el lobo de los Eiver. Estaba un tanto raída por los años de uso, pero fue un significativo obsequio que recibió amablemente. Un par de criadas le ayudaron a ponérsela y, cuando la tuvo sobre los hombros, los invitados le pidieron una vuelta para que pudiera lucirla. La demostración trajo consigo aplausos y elogios.

A continuación, llegó la hora de los regalos. En el Norte era tradición entregar obsequios al joven guerrero en la mañana de su ceremonia. Al día siguiente recibiría más regalos, como nueva heredera del clan, pero los de esa mañana eran personales.

El regalo de Lady Volkmar consistió en un arco de madera dorada con incrustaciones de hueso de mamut y un carcaj de flechas con plumas rojas y negras; el de Lord Mikal fue un par de botas de montar de cuero flexible; Styr Eskiv, de Peñasco Lunar, le obsequió una estatuilla de quince centímetros de ella misma tallada en oro.

—La hice yo mismo, mi señora —se vanaglorió el señor de Peñasco Lunar.

El señor de Muro Verde, Asvelg Ultrag, le dio un juego de cuchillos traído del viejo reino de Karth.

—Tienen un buen filo —comentó Astrid mientras pasaba el dedo sobre la hoja.

—El mejor de todos, mi señora. Estos cuchillos eran entregados solamente a la élite de Karth, los guerreros al servicio de su rey.

—¿Y qué fue de ellos, mi señor? —preguntó sin apartar la vista del acero. Era un objeto hipnotizante, un filo pequeño con marcas rojizas en la hoja.

—Su ancestro, Glonmund Eiver, los masacró junto con el ejército imperial —rio Lord Asvelg, y después, el séquito que iba con él.

—Entonces ni la élite de Karth fue lo suficientemente fuerte para detener a un Eiver. Esto… este puesto que es mío por derecho… Son unas grandes botas por llenar. ¿No cree?

—Lo creo, pero estoy seguro que hará su mejor trabajo cuando se siente en ese trono. Ahora, si me disculpa, dejaré que reciba los obsequios de los demás invitados.

Lord Ultrag se apartó y los obsequios siguieron fluyendo. La fila continúo avanzando por otros diez minutos hasta que el último invitado de honor hizo entrega de su presente. Lord Eiver esperó a que todos terminaran de entregar los regalos para darle el suyo a la Princesa: una espada larga. Astrid notó que la vaina era de cerezo, oro y cuero rojo, con adornos de cabezas de lobos, esta vez, de plata. Los ojos de las criaturas eran rubíes. Todos quedaron en silencio mientras ella desenvainaba la hora y la alzaba por encima de su cabeza. Las ondulaciones negras y rojas brillaron bajo la luz de las velas.

—Es magnífica —dijo Alain Volkmar.

—Esa espada labrará el camino de este reino, señora —dijo Lord Argmir.

—Una espada regia —dijo Styr Eskiv.

Estaba tan emocionada que quería lanzarse al combate ahora mismo. La hendió al aire y soltó una carcajada.

—¿Qué nombre debería ponerle?

Por tradición guerrera a las espadas, hachas y arcos se les otorga un nombre. El nombre era la conexión del usuario con el arma; el alma del guerrero, aquello que representa sus ideales.

Los invitados no dejaron de gritar sugerencias de nombres para la nueva hoja. Astrid rechazó una docena antes de oír una que le gustó.

—¡Norte! —exclamó—. ¡Sí! ¡Esta hoja representa todo el poder del norte! —Cortó el aire—. Y cuando me enfrente a mis enemigos, sentirán el poder entero de nuestra tierra con cada golpe.

Lanzó un tajo al aire y Lord Ultrag tuvo que apartarse rápidamente. Las carcajadas resonaron en la sala ante la expresión del Lord.

—Ya basta. —Su padre la detuvo. Su mirada era fría, y su vocerón había hecho que todos guardaran silencio—. No es un juguete.

—Lo siento —dijo cabizbaja, apenada por su falta.

—No bajes la cabeza. Somos de la Sangre del Lobo. Nosotros no bajamos la cabeza.

Alzó la vista sin decir palabra. Su madre intervino para aliviar la tensión.

—¡La hora ha llegado! —anunció Lady Freyja con una copa de vino en lo alto—. ¡Mi hija ha mostrado ser lo suficientemente fuerte para vivir dieciocho largos años. Dieciocho años en los cuales he estado llena de orgullo y dicha! —Lod invitados aplaudieron y vitorearon. Su madre alzó la mano para pedir silencio y continuó con su discurso—. Y es hoy cuando mi hija se enfrentará a la prueba de los dioses. ¡Acompañadnos todos, observad cómo nace la nueva heredera de estas tierras!

Los aplausos fueron más fuertes esta vez, al igual que los cánticos de los invitados. La música fue sepultada por los vítores de los norteños que la reconocían como su nueva señora. Incluso los hermanos pelirrojos, que muy probablemente se reirían de ella al verla en esa situación, soltaron un grito al aire lleno de orgullo y dicha al ver que su amiga de toda la vida estaba apunto de alcanzar su destino. El mismísimo Gustav Maller, señor de Hroggar, la alzó sobre sus hombros y la paseó por el salón de invitados a la vista de todos. Otro grupo de gente le dio el relevo a Maller y la llevaron cargando hasta el portón de la sala; ahí, dos hombres sostenían las riendas de Relámpago, su caballo. Fuera, las nubes se acumulaban hacia el oeste, taladradas por los rayos de luz solar. En lo alto del lomo de su montura la ciudad de Ulvens Hjem le regalaba una vista magnífica. La calzada principal descendía trescientos metros hasta la Plaza de Adviento, coronada por la fuente del fundador Thorlak Eiver. A su alrededor, la plebe esperaba ansiosa la aparición de la realeza. Las celebraciones en el norte no eran asuntos reservados exclusivamente para los nobles, el pueblo llano también sabía sacarle provecho a las festividades y, con seguridad, harían una fiesta de tres días y dos noches para celebrar a la Princesa Eiver. Las campanas marcaron el mediodía y la heredera del clan descendió del castillo como una diosa encarnada a lomos de su corcel blanco. Detrás de ella, Lord Eiver y Lady Freyja continuaban la marcha acompañados de Emir Stagg, Jogen y Dina, todos miembros de la guardia familiar. Lady Volkmar, junto con sus hijos, seguía detrás acompañada de cien soldados de Bosque Profundo. Cada Lord norteño era seguido por su escolta personal. La Plaza de Adviento se convirtió en un río de colores: gris, azul, rojo. Los blasones de las casas guerreras del norte ondeaban en los estandartes mientras los jinetes seguían su marcha hacia el Salón Dorado.

—¡Larga vida a los Lobos! —vociferó un hombre entre la multitud—. ¡Larga vida a la Princesa!

—¡Bendícelos con tu gracia, Gran Padre! —soltó otro.

El sonido de los vítores era casi tan dulce como las melodías que cantaban los músicos horas atrás. El gran portón de madera que marcaba la entrada al edificio sagrado de los Eiver mostraba la escena de dos lobos luchando; el más grande era sometido por el pequeño. Lord Eiver avanzó hasta ponerse a su altura.

—¿Ves la escena? —La señaló—. El lobo pequeño somete al de mayor tamaño. ¿Entiendes lo que significa?

—Tengo una idea. Pero preferiría que tú me lo dijeras —respondió Astrid con firmeza.

—Significa que tú tienes que ser mejor que yo. La sangre es fuerte. Debes buscar la superación en todos los aspectos. Como mi heredera, es tu deber.

Se le hizo un nudo en la garganta. ¿A caso podría ser mejor que Harald Eiver, el legendario héroe y gobernante? ¿Podría? No lo sabía, pero estaba decidida a mostrárselo al mundo entero. A demostrarse así misma que era digna de sentarse en el Trono Gris y reinar esas tierras.

—Abran la puerta —ordenó Lord Eiver a dos de sus hombres. La escena de los lobos se dividió y dio paso a una vista más oscura—. Entra, te seguiremos en un instante.

Con ayuda de un soldado bajó de su caballo y se adentró en el recinto. La sala, de unos ciento cincuenta metros de largo, estaba sumida casi en su totalidad en la oscuridad; la hoguera que ardía en el centro era la única fuente de luz. La silueta jorobada de un hombre delgado se alzaba junto a las llamas, llamándola místicamente. El sonido de la madera bajo sus pies hacía eco en la sala y golpeaba sus sentidos. Cuando llegó con el hombre, se percató de que estaba en los huesos.

—Astrid Eiver —dijo el sacerdote—. Haz venido a los dioses. A ver al Gran Padre.

A sus espaldas, los invitados comenzaron a ingresar al salón; en un instante, quedó repleto. El estrado que se alzaba al fondo de la gran sala fue ocupado por los señores del norte que, en todo momento, no apartaron su vista de ella.

Dio inicio la ceremonia de iniciación.

—Viteth om elim —recitó el sacerdote en el idioma antiguo del norte. “Vida que se nos otorga”—. Viteth om katet. Ei Fgrir ereborn. —“Vida que se nos quita. El hijo de Fgrir vuelve a nacer”.

—Viteth om elim. Viteth om katet. Ei Fgrir ereborn —repitieron los presentes.

El anciano sacerdote le tendió un cáliz hecho de hueso que había sido marcado por cada Eiver en el ritual. Cuarenta y ocho individuos habían bebido la sangre de esa copa, y cuarenta y ocho se habían convertido en los guerreros más grandes de su época. «Ahora es mi turno. —Pensó mientras recibía la copa con devoción y se la llevaba a los labios—. Heredaré el legado de mi padre». El sabor cobrizo le llenó la boca y se impregnó en su paladar; el sagrado líquido rojo bajó por su garganta y se volvió uno con ella. Su alma ardía, gritaba y desgarraba su ser desde el fondo de sus entrañas.

Los sirvientes habían comenzado a colocar corteza de sauce blanco sobre la hoguera, como dictaba la tradición guerrera del norte; el humo divino, el vehículo hacia el segundo plano. Pronto se dejaría llevar por el y experimentaría los efectos embriagantes de aquel árbol sagrado, retoño del Árbol Primigenio, dador de vida. En el estrado, los señores norteños esperaban impacientes el resultado que les diría si la hija de Lord Eiver era la digna heredera de Ulvens Hjem.

En su interior, la Sangre Sagrada la incineraba; un dolor insuperable, mucho más doloroso que aquella cicatriz de quince centímetros en la espalda que se había hecho a los trece años, más doloroso que todo lo que había sentido en su vida. Se obligó a mantenerse de pie sin mostrar atisbos de dolor. Se había preparado toda la vida para ese momento y no mostraría debilidad. Su madre se acercó y la tomó por el hombro.

—¿Estás bien? Siempre es difícil. La Sangre del Lobo es la sangre de los dioses. Es normal que nuestros cuerpos débiles no soporten semejante poder. Si no aguantas más… retírate. No soportaría perder a mi única hija.

Asintió mientras su mano se deslizaba lentamente al encuentro con la de ella. La apartó con suavidad, y Lady Freyja comprendió de inmediato que su heredera no se retiraría.

La muerte es algo natural. Esa es la enseñanza que los padres del norte le enseñan a sus hijos desde que tienen edad para pelear. Vivir sabiendo que no se es inmortal, consciente de nuestra fugaz existencia, ese es el camino del guerrero. Viven bajo esa creencia de que la vida no es vida si no se está listo para morir; abrazan esas palabras y las tatúan en sus almas para nunca olvidar su destino definitivo. La muerte en combate es la más gloriosa de todas y la que más anhela el guerrero. Y ella, la heredera de Lord Harald Eiver, una guerrera de nacimiento, titubeó en el instante en que siente a la vida escapársele de entre las manos. Un escalofrío recorrió su espalda y se impregnó en su ser, el frío entró en sus huesos como la humedad que se filtra en una habitación y, cuando sintió sus latidos ir más despacio, una bocanada de aire traicionó sus fuerzas.

Mantente firme. Mantente firme.

No se retiraría ni pediría ayuda, pues su existencia no tendría sentido si llegara a hacer algo como eso. La vida no es vida si no se está listo para morir, esa era la enseñanza que le había dejado su padre. Y la llevaría acabo hasta el final. Sus ojos, fijos en Lord Eiver, se perdieron en el vacío. Oscuridad, solo oscuridad.

«Voy a morir. —Pensó—. No he sido digna y voy a morir».

—Morirás —susurró el sacerdote—. Y volverás a nacer.

Los cánticos antiguos, más lejanos cada vez, seguían danzando en los labios de los presentes; cánticos a Fgrir, el Padre Lobo; a Olk, la deidad lunar, y a otros dioses antiguos que aún se veneraban en las tierras septentrionales. Apenas pudo escucharlos. Dentro de la oscuridad una chispa se encendió: una luz hermosa e intensa que, aun con su minúsculo tamaño, podría haber derretido el hielo más frío y ablandado al corazón más duro.

—Otro más —habló la luz—. Otro humano cualquiera.

—Soy…

—No me importa quien seas. Solo eres un humano más en este mar infinito llamado destino. ¿A qué habéis venido, mortal?

—Estoy en busca de mi destino. Saber cuál es el motivo de mi existencia.

—No eres la primera que desea eso. Ni tampoco serás la última —respondió la luz—. Tus ancestros vinieron a mí en busca de poder, fuerza y conocimiento. Muy pocos se interesan en conocerse así mismos.

—¿Puedes ayudarme, Gran Padre?

—No. El cómo fluye el mar infinito llamado destino es algo que no se puede saber con certeza. Encontrarás el motivo de tu existencia en algún momento; no ahora, pero sí en el futuro. —La voz sonaba más lejana—. El ocaso de esta era está cerca, tenemos que ascender… Partir con los otros. Alveri.

—No —gimió, desesperada. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos—. No me dejes, por favor, no te vayas. ¡NO!

Y de un momento a otro la oscuridad se había desvanecido. El salón lleno de gente se encontraba igual que antes. Todos los ojos estaban sobre ella.

—Está hecho —comunicó el sacerdote—. Ha vuelto a nacer. La Sangre del Lobo corre por sus venas. He aquí, Lord Eiver, a su digna heredera.

—¡Larga vida a Los Lobos! —Rompió alguien en la multitud, y los demás lo siguieron—. ¡Larga vida!

Los invitados estallaron de felicidad tras la noticia. El hidromiel corrió y todos bebieron de sus cuernos y copas. Entre cántico y celebración, Astrid se preguntó si todo eso era real, si era así que fluía el mar infinito entorno a su existencia. Un hombre de Maller la levantó sobre sus hombros y la multitud vitoreó con más fuerza. Todo Ulvens Hjem estaba ahí, celebrando a su nueva heredera. Unos coreaban su nombre; otros, agradecían al Padre Supremo por haberles otorgado a alguien digno de gobernar. Algunos lloraban de alegría y ponían su vida en las manos de la hija de su señor. En lo alto del estrado una lágrima corrió en el rostro de Lord Eiver: una lágrima de orgullo y felicidad.

—Enhorabuena, Eiver —comentó Alanna Volkmar, hija de la Reina del Viento—. Mi familia y yo te deseamos suerte en las batallas venideras. Que tu reclamo al Trono Gris de tu padre sea bien merecido cuando llegue el momento.

—Sé que puedes llegar a ser mejor que Lord Harald. —Sonrió con complicidad Alain Volkmar—. Nuestra lealtad está contigo, Astrid.

El hombre que la cargaba en sus hombros la bajó con cuidado y fue a tomarse un cuerno de hidromiel. Su madre charlaba con Lady Volkmar mientras que Sasha y Rodrik competían a ver quién podía beber más cuernos en menos tiempo. Los hijos de Isgerdur Volkmar se quedaron un rato más con ella, charlaron sobre la vida en Bosque Profundo, lo que se siente tener un hermano y el deber de uno como príncipe.

—Personalmente, odio la política —confesó Alanna mientras se tronaba los dedos. A la luz de la hoguera, su sombra era tan grande que cubría casi media sala—. Por eso le dejo todos esos asuntos a mi hermano. Lo mío es pelear, siempre lo ha sido.

—Es muy buena —reconoció Alain mientras le daba un trago a su copa—. Ha vencido a todos los hombres de la guardia familiar al menos tres veces, me incluyo. También disfruto pelear, hay algo en empuñar la espada que hace que mi ser se revuelva en un vórtice de emociones que no puedo describir. Diría que lo mío es más la política, pero no niego mi naturaleza guerrera. ¿Y tú, Eiver? ¿Por qué luchas?

—Yo… —Se quedó petrificada. Las palabras acudieron a su mente unos segundos después—. Honor. El honor de ser la hija de Lord Eiver y la heredera de estas tierras —mintió. «¿Por qué luchas?». Los hermanos la observaron con incredulidad antes de darle la razón dándole un trago a sus copas. En ese instante, un brazo apareció desde las sombras y tomó a Astrid por la capa, atrayéndola hacia la oscuridad. Sin pensarlo dos veces, ambos hermanos desfundaron su acero. Alanna acortó al desconocido con una zancada, y con un hábil movimiento colocó su hoja en el cuello de la sombra. Alain ya estaba a sus espaldas, con un puñal sobre la nuca. La música se detuvo de repente y todas las miradas fueron atraídas hacia la escena.

—Este es un lugar sagrado —intervino Styr Eskiv—. Está prohibido derramar sangre aquí.

—Las normas de la hospitalidad me impiden hacerlo, mi señor —suspiró Alanna—. Pero esta falta contra la princesa debe ser castigada. Me ofrezco para ser la que lleve acabo el castigo.

El hombre borracho parecía no entender la gravedad de sus actos. Trató de hablar en su defensa pero lo único que salió de sus labios fue el olor asqueroso del alcohol combinado con la leche y el pan. Dos guardias lo apartaron de ella y lo condujeron hacia la salida. Tras ellos, Alanna Volkmar iba ansiosa por castigarlo.

—Lamento eso, Eiver —ofreció una disculpa Alain—. Iré a ver que ese hombre termine vivo. Disfruta la fiesta, nos vemos después.

Cuando el portón de madera se cerro tras él, la música reanudó su curso.

—Sígueme —le ordenó su padre—. Aún hay una prueba que completar.

Astrid obedeció sin cuestionarlo, en su mente aún rondaban las palabras de Alain: ¿Por qué luchas? Salieron por la puerta trasera dejando atrás el ruido de la fiesta. El patio estaba desierto. El único centinela se arrebujaba en su capa para protegerse del frío en lo alto de las almenas de la muralla interior. El sonido de las canciones salía por las ventanas abiertas a su espalda. El cielo se había nublado; Ilk, la deidad solar del norte, no era más que un pequeño punto amarillo en lo alto rodeado de nubes grises. A lo lejos, en el oeste, el brillo de un relámpago surcó el firmamento. Mientras más se adentraban en el patio, el sonido de la música era remplazado por el del acero. Dos hombres de edad avanzada se enfrentaban en un frenético combate.

—¡Sven, Skyor, vengan! —ordenó Lord Eiver y ambos detuvieron el combate.

—¿Qué pasa, Harald, no ves que estaba apunto de vencerlo? —dijo Sven agitadamente. El Herrero de Ulvens Hjem era el viejo amigo de Lord Eiver desde hacía más de una década. Un miembro casi de la familia que, tiempo atrás, era mencionado a menudo en las narraciones de su padre cuando le preguntaba sobre las batallas de la rebelión. El Herrero Demoníaco, Sven, la Bestia del Norte, así le llamaban. Cuando por fin lo conoció, Astrid se llevó una gran decepción. El mítico guerrero era un hombre gordo que tenía el rostro congestionado bajo aquel bigote blanco. En ese momento, sus ropas estaban manchadas de sudor—. Skyor sigue siendo un excelente guerrero, pero no se compara a mi habilidad con la espada.

—La mentira es el consuelo del inepto —bramó Skyor, la mano derecha de su padre—. Todos sabemos que no me has derrotado y que nunca lo harás.

—Habrá más oportunidades de vencer, mi viejo amigo. —Lord Eiver tomó por el hombro al herrero—. ¿Tienes mi encargo?

—¡Ah, el encargo! Si, si, aquí está —exclamó Sven mientras sacaba de su cinturón una daga—. Me he tomado el tiempo para forjar esto, Harald. Espero que tu hija sepa apreciar el esfuerzo. —Se limpió las perlas de sudor que bajaban por sus mejillas—. El acero rojo es casi imposible de trabajar, pero estas manos fueron bendecidas por el Gran Padre.

—¿Acero rojo? —preguntó Astrid mientras observaba el arma. Era una daga de veinticinco centímetros de largo. Su mango estaba recubierto de cuero y tenía incrustados pequeños huesos de distintos animales. En su hoja, brillante con tonos rojizos, se le habían tallado runas de protección.

—Cuentan las leyendas que el acero rojo es el más resistente que existe. La mezcla del acero con la sangre proporciona una dureza indescriptible casi a la par de Caos, la espada de tu padre —explicó El Herrero mientras hacía entrega de su obra a Lord Eiver—. El viejo Harald me dijo que la forjara para ti. La sangre de tu padre bendice esta daga; te protegerá a cuando lo necesites.

—Ese es mi regalo, así como dicta la tradición, hija mía. —Le tendió el filo—. A juego con Norte, estas serán las armas que te acompañen por el resto de tu vida. Y ahora es momento de que selles tu destino como mi heredera de una vez por todas. Todo lo demás no importa si no puedes completar esta prueba. Andando, la primera y última prueba de la heredera del trono es conseguir a su compañero más fiel. Vamos a las jaulas.

El grupo avanzó por el suelo terroso del patio mientras pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer del cielo. Su cabellera rubia se cubrió de una pequeña capa de líquido mientras el resto de las pequeñas perlas bajaban por sus pómulos y terminaban en el jubón. El frescor de la lluvia le dio un soplo de fuerza adicional al recordar la euforia de las cacerías a las que estaba acostumbrada a ir con su padre. La puerta de Las Jaulas se presentó ante ellos; un trozo de madera podrida que podría haberse caído con un buen golpe, nada en comparación a la monumental puerta del Salón Dorado. Skyor echó mano a la llave de hierro y el chirrido de las bisagras oxidadas dio paso a una enorme oscuridad acompañada del hedor de la muerte y la putrefacción. En el interior de ese abismo unas bestias abrieron los ojos. El aroma de la sangre las había despertado.

—¿Cuánto llevan sin alimentarse? —preguntó el Herrero.

—Cuatro días —dijo Skyor—. Ya saben que estamos aquí, y también saben que puede que hoy se deleiten con carne fresca.

—Entra —le ordenó Lord Eiver—. Doma a uno de ellos y te aclamarán; muere en el intento y tu recuerdo será sepultado con el paso del tiempo. Tienes mi bendición. Sobrevive.

Dio un paso al frente cruzando el umbral de la pequeña puerta para adentrarse a la prueba final y, con la suficiente fuerza de voluntad, dio otro; se sumergió en el abismo. Sintió las miradas y la sed de sangre recién la puerta se cerró tras ella. Echó mano de la daga que le habían obsequiado y avanzó a la oscuridad. Nada la detendría, ni siquiera lo que sea que habitara en ese lugar. El filo emanaba un color rojizo parecido al de las brasas de una hoguera. Se aferró a el con fuerza y avanzó.

—Vengan bestias —«No moriré»—. Vengan… Vengan… ¡VENGAN!


Jan. 24, 2021, 11:46 a.m. 3 Report Embed Follow story
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M M M M
Me encantó este primer capitulo, y el mundo que creaste es genial. ✨❤ Tu narración es muy visual, y sin duda logras sumergirnos en esta realidad tan increíble que diseñaste. Seguiré leyendo, nos vemos.😃
January 21, 2022, 18:44
Nora Medina Jaritz Nora Medina Jaritz
Me gustó mucho. Al principio me cansaron un poco tantos nombres y referencias geográficas, pero una vez que superé eso disfruté el relato y lo seguiré leyendo
March 18, 2021, 04:00

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