Mi cabeza da vueltas en el silencio, los párpados me pesan de tal forma que lucho para abrirlos. Cuando lo logro, veo el cuerpo de Dylan tendido con la mirada fría y vacía. La desesperación se apodera de mi ser, pero mi cuerpo no responde como quiero.
Intento incorporarme pero es inútil, grito su nombre porque mi cerebro no quiere comprender lo que a través de mis ojos esta viendo. Comienzo arrastrarme sobre la alfombra para alcanzar a aquél hombre que yace en el suelo al otro lado de donde me encuentro.
Consigo llegar hasta él, sujeto entre mis manos su pálido frío rostro para que me mire, aún no queriendo asumir lo que sé que sucede aquí. Empiezo a realizar compresiones en su pecho empapado de rojo escarlata una y otra vez.
— No me dejes bebé —vuelvo a contar antes de la siguiente compresión — Uno, dos, tres — una compresión más y le doy boca a boca — Vamos cielo, por favor — vuelvo a repetir la secuencia hasta que no puedo más.
Caigo sobre su pecho, agudizo el oído con la esperanza de sentir algún latido pero lo único que escucho es un profundo silencio. En ese momento la realidad empieza a luchar con mi mente engañada, la ira y la confusión laten en mi interior.
—¡Dylan! ¡despierta! ¡despierta! — grito desesperada golpeando su caja toráxica. Sin respuesta alguna, ahí caigo en la realidad de que no volverá y rompo en llanto.
— No, no, no mi amor, no te vayas — le suplico a un cuerpo vacío, sin alma, sin el ser hermoso que habitaba en su interior.
No sé cuanto tiempo pasa desde mi intento fallido de revivir a un individuo ya sin vida. A lo lejos unas sirenas se acercan, miro a todos lados, además del desorden no hay nadie, estoy sola. No sé quién llamo a la policía.
Miro a Dylan y luego a mis manos cubiertas de un rojo intenso, la policía creerá que yo lo hice, pienso. Las luces de las patrullas iluminan tras la ventana toda la sala, todavía en shock me pongo nerviosa. Sin embargo, una voz en mi cabeza dice que huya.
Me pongo de pie un poco más estable, agarro el abrigo de Dylan del sofá, me lo coloco. De pronto un fuerte golpe me sobre salta.
— ¡Policía! ¡abra la puerta! — grita un hombre del otro lado.
Vuelvo a mirar por última vez a mi novio sin vida.
— ¡Abra la puerta! ¡entraremos! — chilla el mismo hombre. Me apresuro como puedo a salir por la puerta del patio trasero. Corro calle abajo, una vez lejos de mi casa, abrocho el abrigo de Dylan y me cubro con la capucha del mismo perdiéndome en la oscuridad.
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