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David OV.


Historias que se entrelazan por las calles de San Francisco girando en torno a No More Coffee. Una cafetería donde los nombres se conocen de antemano, huele siempre a café recién hecho y la realidad se sirve con una pizca de imaginación.


Drama Not for children under 13.

#cafetería #parejas #intuición #ciudad #vida
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Capítulo 1


Vaqueros ajustados y blusa, iPhone en la mano y mirada de tener algo más importante que hacer en todo momento. Estéticamente bastante cuidada, treinta y bastantes bien llevados pero con considerables cargas de estrés. No traía bolso ni abrigo, probablemente se habría acercado desde unas oficinas gastando su preciado tiempo en uno de sus vicios. Puede que Allison o Ashley. Y no sería algo corriente, tendría que ser ¿un caramel macchiato? No, caramelo no, pero tampoco café solo. ¿Latte? ¿Latte Macchiato?


–Buenas tardes. –Dijo Emma con una sonrisa sincera. –¿Qué te apetece hoy?

–Buenas, me gustaría un Latte Macchiato mediano, por favor.

–Fantástica elección. ¿Nombre?

–Allison.

–Perfecto Allison, me pongo a ello. Son 5,40 por favor.


Comenzó entonces el ritual que tantas veces había hecho. De forma automática empezó a hacer la espuma de leche entera fresca mientras sacaba el vaso de uno de los muebles superiores. Puso los ocho gramos de café molido en el portafiltros y se permitió un par de segundos para disfrutar del aroma que desprendía. A pesar de las veces que había hecho distintos tipos de café, seguía apreciando aquel arte como el primer día. Vertió el café sobre el vaso repleto de leche y observó cómo la bebida se dividía poco a poco en sus tres características franjas. Perfecto.


–Aquí tienes Allison. Pasa un buen día.

–Igualmente, muchas gracias.


Volvió hacia el mostrador principal recogiendo un par de tazas y limpiando unas manchas de leche de la encimera. Traje oscuro y buena percha, igual que su acompañante. Gafas circulares, anillo de casado, cartera en mano con un colorido muestrario de tarjetas de crédito. Jack. ¿John? John. Café americano, sin duda.


–Bienvenido a No More Coffee.

–Buenas tardes, querría un Café americano, grande.

–Perfecto, ¿y tu nombre? –Dijo Emma mientras empezaba a escribir John en el vaso.

–John.

–Pues son 7,20 John, muchas gracias.


Mientras ponía la jarra metálica en la cafetera observaba de reojo al acompañante de John. Mirada afable y ojos infantiles, seguramente pida algo más que un café. Se acercó a él tras entregar su café a John y se dió cuenta de la camisa de cuadros pequeños que llevaba, un maletín marrón de piel y un billete de veinte en la mano. Huele a té, té y algo más. Bajó la mirada un segundo a la selección de productos de pastelería que había bajo el mostrador. Croissants, cookies, tartas… un muffin, un muffin de moras.


–Buenas tardes, ¿qué va a querer tomar? –Dijo Emma mientras se decidía por un nombre. Randy, tiene que ser un Randy.

–Muy buenas tardes encanto, mira me vas a poner un té con hielo y luego algo para tomar, ¿alguna sugerencia? –Dijo pensativo.

–Uy será por opciones, personalmente me encantan los croissants rellenos de crema aunque lo que más tirada tienen son las cookies. Pero vamos, todo lo que ves está horneado aquí mismo y está buenísimo.

–Pues siento llevarte la contraria pero me voy a decantar por uno de los muffins. El de moras, por favor.

–Una elección muy acertada, ¿cómo se llama?

–Andy.

–¿Andy?

–No, no, Randy, con R al principio.

–Ah, perdone, le había escuchado mal. Serán 11,50 Randy.


Pasaron dos John más aquella tarde, hubo Jacobs, Nates, Natalies… También unos cuantos imposibles como Hui Ying y Brahma y varias caras conocidas que fueron recibidas con un extra de cariño. Afianza a tus clientes, esos serán los que más dinero se dejen. Hubo mucho empresario armado con iPhone y ojeras, muchos airPods, mochilas de empresa, gafas modernas, sudaderas… Un día como otro cualquiera.


Cuando llegaron las diez de la noche empezó la ardua tarea de recoger y limpiar pero Emma estaba contenta, su conductor de Uber de hoy iba a ser extremadamente majo. Terminó con las últimas mesas y se sentó unos instantes en uno de los bancos de madera a ojear su Twitter mientras en la radio comenzó a sonar la canción en la que llevaba todo el día pensando.


* * *


–Que os jodan. Sí, exacto, a cada uno de vosotros y vuestras sucias y tristes vidas. –Miró fijamente a cada hombre y mujer que había en la sala. –En especial a ti. ¡Joder qué bien sienta esto! –Se subió a la mesa de cristal de un salto y empezó a recorrerla hasta el extremo contrario. –Os miro y no siento más que pena, sois una ignorante mota de polvo, no significáis nada. ¡Nada!


El revuelo seguía extendiéndose y unos cuantos asistentes a la reunión empezaron a escabullirse por la puerta entornada. Las miradas de pánico seguían fijamente a Jay mientras avanzaba con decisión por encima de la mesa de juntas.


–¿Qué es lo que os hace sentir mejores? ¿El dinero? ¿Vuestro puto dinero? ¿En qué cabeza cabe que eso sea lo que os hace sentir superiores? –Jay miró a su alrededor.–¿En la tuya? –Dijo señalando con el palo de golf de hierro que sostenía en las manos. –¡Ah, no! No, no, no. Es en la tuya, ¿verdad Jerry? En esa diminuta cabeza de foca ebria que tienes.


Jerry se puso en pie siguiendo aterrado con la mirada aquel palo de golf que le observaba a un palmo de distancia.


–Jay, yo no, Jay tío, vamos a relajarnos.

–¿Relajarnos? Yo estoy muy relajado. Sí, sí. Y ahora tú vas a quedarte muy relajadito.

Sonrió, alzó el palo de golf sobre su cabeza y lo precipitó con todas sus fuerzas sobre la brillante calva de Jerry. Fue un sonido seco que se escuchó con claridad durante el instante en el que todos mantuvieron la respiración. El sonido de un golpe sobre la mesa propinado por Tom para atraer más atención sobre uno de los puntos de su discurso. Jay no pudo evitar sentirse ligeramente feliz y excitado y permitió que una ligera sonrisa apareciera en su rostro.


–¿Te parece gracioso Jay? ¿Nuestro porcentaje de ventas directas en los últimos dos trimestres ha caído en cinco puntos y tú sonríes?

–Por supuesto que no estaba sonriendo, siento la confusión Tom. Por favor, continúa.


Tom le regaló una mirada gélida y siguió exponiendo los principales retos que afrontaban en la compañía para la última mitad del año.


Dos horas pasaron hasta que Jay se ajustó la mochila y recogió su bicicleta del garaje. Tras ponerse el chubasquero naranja y los cascos se lanzó hacia la calle. Esquivó las dos primeras farolas hasta que bajó de un salto al asfalto, giró por delante de un sedán rojo y enfiló el pasillo que se formaba entre los carriles de los atascos. Había llovido durante todo el último mes y aquel día no sería menos. Las nubes oscuras parecían ser unos vecinos más que estaban echando raíces en la ciudad. Jay se acercó al primer cruce y subió a la acera derrapando frente a un buzón de correos. Continuó bajo las marquesinas de los comercios locales. Se acercó a No More Coffee para poder respirar aquel aroma a café tostado al pasar por delante de la tienda, hoy no podía entretenerse. Atravesó la cola de gente que esperaban a comprar café y se dirigió al puerto.


Únicamente habían pasado tres minutos de las seis pero el ferry ya había zarpado. Jay bajó unas escaleras que le acercaban al muelle y se sentó en un banco de madera empapada. La lluvia seguía cayendo sobre él y las olas rugían con fuerza. Le pareció oír unas risas a lo lejos y miró a los afortunados que iban a bordo del barco, se reían de él y le hacían muecas. Una pareja le señalaba con el dedo mientras un grupo de jóvenes celebraba bailando frenéticamente que estaban en el ferry. El capitán comenzó a tocar la bocina y saludó lentamente a Jay desde la cubierta, el saludo se convirtió en una peineta. Jay bajó la mirada hacia el M16 semiautomático que descansaba sobre su regazo y recorrió el gatillo con el dedo. Suspiró, no estaba de humor. Pensó en el café que se podría haber tomado.


Tras veinte minutos de espera, volvió a subir a la parte superior del puerto y se puso en la cola para embarcar. Aquella multitud fue entrando lentamente en el barco.


–¿Dónde estás?

–Subiendo ahora al ferry.

–¿Otra vez tarde?

–Lo perdí por poco, se retrasó la reunión.

–Joder Jay, ok. Te esperamos en Murphy’s.


Miró detenidamente al iPhone, lo apretó con fuerza. Con un movimiento fugaz lo lanzó contra el lateral de la embarcación. La pantalla se agrietó al chocar contra el metal y el dispositivo se precipitó hacia las aguas revueltas, pudo ver cómo se lo tragaba el mar lentamente hasta que desapareció en la oscuridad.


Siempre prefería los asientos exteriores a pesar de la lluvia. Aquel día estaba solo allí fuera, el chubasquero naranja empezaba a dejar pasar agua hacia el abrigo y el frío comenzó a ser algo serio.


El paisaje cambió por completo al desaparecer los altos edificios y las telarañas de asfalto y poder verse el verde de los árboles, las casas bajas y las lejanas montañas. Con los auriculares puestos y su iPhone enviando música a todo volumen por ellos, Jay recorrió las calles de su ciudad natal. El tráfico era casi inexistente y eso le permitía ir relajado. Al pasar frente a las tiendas de souvenirs, ahora cerradas, un cadillac negro se cruzó por delante cerrándole el paso. El conductor se asomó por la ventanilla y miró fijamente a Jay a través de sus gafas de sol. Sonrió con una pizca de locura. Jay giró inmediatamente y se metió por una bocacalle que salía a su izquierda, no se preocupó en mirar hacia atrás durante los minutos que recorrió el callejón.


Llegó a Murphy’s pasadas las siete, muerto de hambre. Por suerte era martes. Al entrar en el local vio la mesa de billar, la barra y las mesas repletas de gente. El olor a carne, cerveza y madera le embriagó los pulmones y no pudo evitar sonreír. Se acercó a una de las mesas del fondo del bar donde le esperaban Ethan y Carlos.


–¿No será eso una cerveza?

–¿Qué? ¿Éste vaso? –Carlos engullió el cuarto de pinta que le quedaba de un trago. –¿Este vaso vacío?

–Hoy parece que no has esperado a llegar a casa para la ducha. –Dijo Ethan viendo cómo chorreaba agua del chubasquero naranja.

–No creas, necesitaré otra después de la carrera que me he dado.

–Bueno, menos tontería que es martes. Las tres hamburguesas con bacon y queso ya están pedidas…–Empezó a decir Carlos.

–¿Y sin…

–Sin lechuga.

–Y la mía…

–Poco hecha.

–¿Y de beber?


Se miraron sonrientes.


–La semana pasada fueron alitas, ¿no?


Ethan asintió.


–Así que esta semana, ¿qué toca? –Preguntó Carlos.

–¡Alitas! –Respondieron al unísono.


Los siguientes quince minutos fueron de un delicioso silencio mientras daban buena cuenta de su menú. Las hamburguesas estaban en su punto perfecto, el bacon crujiente y el pan tostado. Entre bocado y bocado de aquel manjar, caía alguna alita de pollo cubierta de picante salsa barbacoa.


* * *


Todavía estaban los calcetines sobre la barandilla de la escalera. Habían pasado tres cuartos de hora. Todavía estaban allí.


No era algo excesivo ni desmesurado pedir una pizca de orden, no es que haya que tener todo perfecto siempre, pero sólo un poco, de vez en cuando al menos. Más aún si se ha hablado, si se ha acordado. Bueno, “acordado”. El resto de cosas no estaban mal, la cocina olía ahora a fantasías otoñales, o al menos eso decía el ambientador. Éste era demasiado bueno como para usarlo en el baño, todos los que pasaban por ahí no volvían a ser iguales. Cuando llegabas a casa y olías a alguno de esos, sabías lo que había pasado para haber sido usado, lo sabías. Por culpa de eso habían dejado de utilizar brisa fresca, ropa limpia e incluso frescor de orquídea; esa fue la mayor pérdida.


Entró en la habitación y se puso el pijama recién lavado. Allí estaban los dos, como cada noche desde hacía dos años y medio. Alice y Jim. El lado de la ventana para Jim y el cercano al armario para Alice. La mesilla de Jim con sus gafas de pasta negras y la de Alice con un libro y un bote de crema de manos.


–¿Sabes lo que me ha resultado curioso?

–¿El qué?

–Lo que hemos hablado antes.

–¿Antes? ¿Lo del helado de piña?

–No, no. Lo de la ropa, lo de los calcetines, vamos.


Levantó la vista, dejó escapar un suspiro.


–Venga no te enfades, si sé que es una tontería. –Sonrió en tono conciliador.

–Una tontería pero me la tienes que recordar, ¿no?

–Sólo intento que no pase más veces.


Apagaron las lamparitas azules de noche y la habitación quedó sumida en una oscuridad pálida. Una luz fría entraba a través de la ventana del techo e iluminaba el armario.


–¿Mañana entonces viene tu madre a comer?

–Sí.

–¿Y Mike no?

–No.

–¿En serio te ha molestado?


Se acercó y acarició su brazo izquierdo con la mano.


–Siento que me moleste, de verdad. Pero es que ya estamos otra vez igual.

–¿Igual que qué?

–Pues igual que siempre.

–¿Igual que siempre? Pues yo no creo que estemos igual que siempre, si quieres llevar esta conversación ahí será cosa tuya.

–A ver, ¿y si hiciese yo eso constantemente?

–Constantemente…

–Bueno, vale. ¿Y si hiciese yo eso? ¿Recordarte a todas horas los fallos que tienes?

–Yo no hago eso.

–Pues vale no lo haces, pero ¿y si te lo hago yo? ¿Cómo te haría sentir?

–¿Qué decimos siempre de los y-sis?

–No me vengas ahora con esas, que sólo lo recuerdas cuando te interesa. Bien que arremetes tú con los y-sis siempre que te da la gana.

–Bueno, vale, no he dicho nada.

–No, es que siempre tratas de arreglarme, primero sueltas una pullita, luego dices que no es nada pero sí que es. No necesito que nadie me arregle, ¿sabes? No necesito que vengas aquí a impartir sabiduría de cómo hay que hacer las cosas.

–Se te ha ido, ya se te ha ido.


Hubo un silencio. Jim se quedó boca arriba mirando fijamente al techo y Alice se giró en la cama de cara al armario.


–Y no se me ha ido.

–¿Qué?

–Que no se me ha ido, que no sé para qué dices eso.

–Joder, ya está bien. Porque haces un mundo de una tontería.

–Y tú, ¿qué? ¿Te sientes bien ahora al decir eso? ¿Al hacerme sentir mal? Porque eso sí que se te da bien.

–Joder, ¿hacerte sentir mal se me da bien? ¿En serio?

–Pues sí, mira, otra vez. Lo estás haciendo otra vez. ¿Practicas o algo?

–¿Pero qué me estás contando ahora? Mira, cada vez tengo más claro que sí que necesitas que te arreglen, ¿eh? Que esto no es normal.


Se sentó en la cama con furia.


–Ya está bien ¿no? Joder que parecemos nuevos.

–No, si el problema es ese.

–¿Cómo?

–Nada.

–¿Cómo que el problema es ese?

–Si me has oído, ¿para qué preguntas? Que estás todo el puto día ahí esperando para meter el dedo en la primera llaga que pillas.

–Claro y como tú eres la única persona que está aquí pues se lo lleva todo, ¿no? Qué penita, cómo te gusta ser la víctima.

–¿Pero te puedes callar de una vez? Que no haces más que decir mierda.

–Mierda, ¿eh?

–Sí, exacto.

–Joder...

–Muy bien, ayuda mucho tu comentario. ¿Sabes qué? Que me voy.

–¿Que te vas?

–Sí, me voy. No me apetece verte.

–¿Pero a dónde vas a ir? Vamos a ver.

–Pues al sofá mismamente, bien lejitos de ti.

–Pero cuánto dramatismo, coño, que se va al sofá ahora.

–Pues sí, aquí te quedas, joder.

–Mira a mi déjame en paz ya.

–Que te den.


Cerró la puerta de la habitación lo más fuerte que pudo y fue hacia las escaleras. Al pasar por delante de los calcetines los cogió y los lanzó por los aires. Volaron sobre el hall de entrada, uno de ellos se quedó enganchado en la lámpara del recibidor y el otro cayó al suelo. Lo de menos era si fue el calcetín derecho el que colgaba de la lámpara y el izquierdo estaba sobre la moqueta, o si era el derecho el que yacía en el suelo y el izquierdo le observaba desde las alturas. Eran unos calcetines, siempre juntos, una sola entidad, su individualismo se había diluido en un todo. Jim y Alice, Alice y Jim. Jim dormiría en el sofá, Alice había tomado el papel de víctima, Jim fue el primero en cruzar la línea, Alice dijo la primera palabrota. O no, o fue todo al revés. O quizás el quién dijo qué ya había dejado de ser relevante.

Jan. 12, 2021, 3:15 p.m. 0 Report Embed Follow story
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