En una lúgubre habitación una vela encendida arrojaba dos sombras que bailaban en la pared, una fornida, tenebrosa, mientras la otra pequeña e inocente, una era maldad pura y la otra estaba en camino de serlo, una sufrió mucho y la otra infringía el dolor. Pero de una manera retorcida, una no se enteraba de los golpes, habían cicatrices, pero no recuerdos.
—Pide un deseo —una voz áspera veía expectante a la dulce niña frente al panecillo.
La pequeña no sabía qué pedir, era una de las primeras veces que estaba lucida, en tanto tiempo, al fin era dueña de la situación, aunque en la que estaba no lucía tan pintoresca como lo veía a través del espejo.
De repente cerró los ojos y volvió a dormir.
En el timón alguien volvió a sentir algo en su pecho, recordó una voz, el tacto de unos dedos y unos ojos en concreto, entonces supo que desear.
Deseaba el retorno de una persona, que no recordaba, pero sin saberlo añoraba.
Sopló la vela y la habitación quedó a oscuras, las dos sombras luchaban por sobrevivir, alguien dejó de dormir y la noche le dio paso al juego de los monstruos.
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