andypfrench Andy P French

El día de las velitas es una de las celebraciones más importantes y tradicionales de Colombia, lo que pensaba que iba a ser un día de las velitas normal, terminó siendo un día inolvidable. Todo esto pasó prácticamente como lo cuento, solo cambio nombres y lugares para proteger identidades.


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Día y Tarde


El día de las velitas es una de las celebraciones más importantes y tradicionales de Colombia, se celebra la noche del 7 de Diciembre de cada año y aunque es de origen católico, para muchos se volvió una celebración familiar, una oportunidad de dar las gracias y de pedir deseos. Cada familia tiene sus propios rituales, lo importante siempre ha sido reunirse y compartir con amor infinito.


Ese día era un sábado como cualquier otro, solo que mi itinerario era increíblemente largo y agotador, tenía la última clase del año de Japonés en la mañana, luego reunión familiar en la casa de mi tía, luego la fiesta de cumpleaños de una amiga en un restaurante muy conocido donde iba a tocar Rikarena, una banda de merengue muy conocida en Latinoamérica. Se supone que todo iba a salir perfecto según mi itinerario, incluida mi energía veinteañera, que a comparación de los treinta hacía que rindiera para todo lo que quisiera hacer.


Pensaba que todo iba a salir tan bien como lo indicaban mis pensamientos optimistas sobre ese día, pero si he tenido un día de locos ha sido ese.


Estaba teniendo el sueño más hermoso del mundo, seguramente soñando con Alessandro Moretti o Ryan Reynolds u otro amor platónico cuando mi madre me llamó angustiada.


—Andy, mi amor… ¿No vas a ir a clase? —preguntó preocupada.


—¿Por qué? —respondí tan calmada como si fueran las siete de la mañana y no las nueve. Ese día en particular tenía clase a las diez.


—¡Son las nueve y te he estado llamando desde las siete! —exclamó apurada.


—¡¡NO!! —grité incorporándome de inmediato en la cama.


Recogí todos mis implementos de aseo y me metí a la ducha, por cosas de la vida escogí una blusa roja que jamás había usado, que había traído de Nueva York y me encantaba, solo porque era el último día, me maquillé de afán, igual me la cambiaría y arreglaría de nuevo para ir a las reuniones familiares y de cumpleaños.


Desayuné mientras intentaba buscar un taxi por las aplicaciones y no lograba encontrar ninguno, dado que era época navideña y que era el día de las velitas, todo estaba congestionado. Intenté por todos los medios y no lo logré, angustiada salí a buscar uno en la calle, caminé un par de calles hasta que uno se apiadó de mi afán y me paró, en el momento en que me subí, un chico guapísimo se subió también.


—Yo lo agarré primero —dijo coquetamente.


—Lo siento, yo lo agarré primero —respondí decidida a no dejarme robar mi taxi así fuera por el más lindo del barrio.


—Tengo afán por favor —rogó el chico.


—El señor se subió primero, discúlpeme señorita —dijo el taxista abriendo mi puerta.


—Lo siento —dijo el chico riéndose mientras se encogía de hombros.


Totalmente enfadada y anonadada por la falta de caballerosidad, me bajé y empecé a caminar, para mí fortuna otro taxista venía por el camino y paró en cuanto alcé mi mano.


Me subí y le di la dirección, en cuanto arrancó vi que del taxi que anteriormente había parado, el chico se estaba bajando totalmente enojado, dando un portazo.


—¿Qué pasó? —pregunté ya que el taxi se detuvo justo en esa curva y yo tenía la ventana abierta.


—No le servía mi ruta —respondió levantando sus manos, poniendo cara de tristeza.


—Lo siento —reí levantando mis manos—, el karma es el karma.


Riéndome de la situación llegué solamente un par de minutos tarde a mí clase. En la academia un espejo gigante adornaba la entrada, junto a un árbol de navidad enorme con deseos escritos en kanji colgados en él. No fue sino mirarme en el espejo y noté que no me había echado pestañina. Me sentí súper mal de inmediato, era lo que me faltaba…


Subí rápidamente por las escaleras de madera que chirriaron anunciando mi llegada haciendo que de uno de los salones el sensei o profesor saliera a callarme. Yo le sonreí y terminé de subir hasta el último piso, donde quedaba mi salón, toqué suavemente y me abrieron.


Sumimasen, sensei —susurré mientras entraba. Eso quería decir que me disculpara por la tardanza.


En Japón la puntualidad es algo tremendamente importante, algo que en Colombia no se valora, como debería.


Mi sensei, me hizo pasar y siguió explicando algo mientras sacaba mi cuaderno, mi libro, mis cartucheras. Observé que mi amiga, la cumpleañera estaba hermosamente arreglada, tenía un peinado con ondas que caían sobre un vestido violeta, tenía un almuerzo con sus padres por su cumpleaños. Yo le sonreí y ella me devolvió la sonrisa. Cuando había logrado terminar de sacar todo en silencio concluyó.


—Hoy vamos a Shodō, que literalmente se traduce como “el camino de la escritura”, es el arte de la caligrafía japonesa... ¡Así que guarden todo y unan mesas! —exclamó.


Ví que mi celular no paraba de alumbrar, un “amigo” al que había estado evitando me estaba pidiendo quedar a almorzar de manera insistente ya que estaba cerca de la academia, así que acepté rápidamente y volví a prestarle atención a la clase, sin medir las consecuencias.


Sacó unos tinteros o suzuri cuadrados, bastante grandes, donde se prepara o se coloca la tinta sacada de una barrita o sumi. Es toda una tradición en la cultura japonesa, los estudiantes empezamos a sacar tinta, mientras movíamos una y otra vez el sumí sobre el suzuri, pero no era mucha tinta la que salía.


—Les voy a ahorrar el trabajo —soltó el sensei sacando un frasco gigante de tinta china negra y la puso fuertemente en medio de todos—. Si espero a que terminen de hacer la tinta, nos da la noche y supongo que tendrán planes.


Todos asentimos con la cabeza mientras agarrábamos un poco de tinta. Una de mis compañeras me la arrancó de las manos apretándola demasiado fuerte haciendo que la tinta saliera como un hidrante recién abierto. Mi blusa roja quedó llena de puntos negros, la camiseta blanca de uno de mis compañeros quedó como si fuera un test de psiquiatría, la cumpleañera miraba aterrada como tenía tinta en la cara, en el pelo y en su vestido violeta.


—¡Ouch! —exclamó mi compañera que con su ordinariez había pintado media clase.


La cumpleañera nos miraba a todos triste y salió corriendo para el baño, yo internamente lloraba por mi blusa roja y porque tendría que ir a almorzar con mi amigo de esa manera.


Terminó siendo eterna la clase, finalmente logramos hacer también nuestros propios deseos para colgar en el árbol de la academia. Mi amigo empezó a timbrarme al celular reiteradamente, pero primero tenía que ir por una pestañina a algún lado vecino, así que le escribí que me esperara en el restaurante, que afortunadamente quedaba a pocas calles de allí.


—Nos vemos en tu casa para tu cumpleaños —le dije a Isa.


—Si, Andy a las 8 p.m. y luego vamos a Rikarena que es a las 10 p.m., todos quedaron de ir —sonrió a pesar de estar llena de tinta.


—¡Perfecto! —le di un beso en la mejilla y salí a caminar buscando una droguería.


Pensaba en todo lo que me faltaba para llegar a mi casa y me dolía de solo pensarlo, iba a ser un día demasiado pesado.


Afortunadamente había encontrado una papelería por el camino donde había comprado una pestañina y había dejado de estar preocupada por verme pálida y a semi maquillar.


Entré al restaurante donde había quedado de encontrarme con mi amigo al cual llevaba evitando por mucho tiempo, pero se me había ocurrido la gran idea de aceptar un almuerzo justo en ese día, dada su insistencia.


—¡Belleza! —exclamó haciéndome avergonzar.


—¡Hola! ¿Cómo estás? —pregunté sonriéndole.


Era muy buena persona, pero en extremo intenso, algo que realmente me hacía evitarlo siempre que podía, pero había tenido buenos gestos con mi familia y se me hizo fácil aceptar su invitación.


—Bien.

Se limitó a decir mientras nos sentábamos en la mesa.


—Pide lo que quieras —soltó de manera arrogante.


—¡Gracias! —respondí al tiempo que me quedé viendo un oso de peluche gigante sentado detrás de él, se encontraba cerca del árbol de navidad del restaurante.


«Por favor Diosito, si existes, que eso sea decoración del restaurante y no sea para mi», pensé tratando de no mirarlo más.


—Regaron la tinta de la clase —dije mientras me quitaba la chaqueta, mostrando los manchones en la blusa.


—¡Qué mal belleza! —exclamó y se me quedó mirando como una caricatura o un anime de esos que los ojos se iluminan.


Yo lo miraba con angustia porque no hacía sino mirarme y sonreírme sin decir nada.


—¿Qué tal el trabajo? —pregunté tratando de romper con el momento incómodo.


—Excelente, acabo de abrir una nueva empresa —afirmó orgulloso, pero sin dejarme de mirar como si estuviera viendo una aparición.


—Me alegra mucho, qué bueno… trabajas muy duro… ¿No? —pregunté sonriendo.


—Sí.


«Nuevamente una respuesta monosilábica…»


El almuerzo pasó en silencio, todo lo que intentaba hablar, él lo comunicaba con respuestas cortas, mientras no paraba de mirarme fijamente.


—Eres realmente perfecta —soltó cuando finalmente terminamos de comer.


—Gracias, pero la perfección no existe —dije con extrema honestidad.


—Tú lo eres… —sonrió mientras seguía viéndome, yo sentía que le iban a salir globos en forma de corazón de los ojos en cualquier momento.


—Noooo, deja de decir eso —repliqué sabiendo que había tomado la peor decisión de la vida al aceptar ese almuerzo.


—¿Un postre? —preguntó.


—No, muchas gracias. Tengo que irme, como te conté tengo muchos compromisos hoy.


—Mmmmm, pero no hablamos nada…


«¿Perdón? Intenté sacar conversación varias veces y nada», pensé tratando de mantener la calma.


—En serio, tengo que irme, pero muchas gracias —dije nuevamente buscando un taxi por una aplicación, todo congestionado.


—Yo te llevo…


—Tranquilo, tú vas para el otro lado de la ciudad, ¿no? —sonreí.


Pedí la cuenta dividida en dos, no quería deber nada.


—Yo invito —dijo enojado.


—Gracias…


Ni modo de hacerle el feo, así que me paré lo abracé en agradecimiento, pero se quedó ahí lo que para mi fue un siglo, me puse tiesa como una tabla, queriendo que no me tocara más. Yo solo quería huir.


—Belleza, ¿sabes, estaba pensando que la próxima invitación podría ser en Cancún, tal vez un fin de semana allá…


«¡¿Qué carajos?!», pensé mientras empezaba a caminar hacia la salida.


—Tú sabes que yo solo te aprecio como amigo, jamás he hecho algo que te haga pensar lo contrario…


Llegué a una avenida principal y empecé a buscar un taxi.


—Lo sé, pero belleza, deberías pensarlo bien, es un fin de semana sin compromiso…


—Te lo agradezco pero no, en serio, tengo que irme, tengo muchos compromisos hoy. En serio, gracias por todo —sonreí mientras le daba un beso en la mejilla y tomaba un taxi que me paró de milagro.


Como si fuera una escena de película, pedí al taxista que arrancara rápido porque mi peor temor se hacía realidad, por el retrovisor vi como él salía con el oso gigante en brazos tratando de que frenáramos.


—¿Paramos, señorita? —preguntó el taxista.


—No señor, siga por favor, siga, rápido —dije sintiéndome tremendamente mal.


Recibirle eso era solo darle alas a algo imposible, de hecho jamás debí aceptar ese almuerzo en un principio.


Después de un trancón de carros de unas dos horas, llegué a mi casa, mi madre me recibió con el interés de saber como me había ido, pero solo al ver mi cara y las manchas de mi blusa notó que no había sido la mejor de las mañanas.


—Lo mejor es que te bañes rápido, porque nos toca salir donde tu tía —dijo, mientras descargaba mi pesada maleta en mi habitación.


—Sí señora —respondí tirándome por un segundo en la cama a mirar los 50 mensajes que tenía y las 28 llamadas perdidas.


Todas eran de mi “amigo” diciéndome que se le había olvidado darme el regalo, me había enviado varias fotos del oso, me dijo que el taxi había arrancado demasiado rápido para alcanzarlo, pero que me iba a dejar el regalo en la portería.


«¿Cómo le digo que no?», pensé, al tiempo que me agarraba el pelo.


Decidí no responder nada, no sabía cómo manejar la situación, la verdad no me interesaba como nada más que un amigo y se lo había dicho muchísimas veces, pensé que lo había entendido, pero claramente no.


Todo eso mientras me desmaquillaba y me alistaba para entrar a la ducha, así me quitaba la mala vibra para la otra mitad del día, que esperaba fuera todo lo divertida que no fue la primera parte.





Dec. 16, 2020, 1:49 a.m. 14 Report Embed Follow story
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Ivana Simón Ivana Simón
Me atrae mucho tu forma de narrar, es tranquila y haces de cada momento una escena inolvidable. ¡Excelente trabajo!
June 20, 2021, 17:37

Mónica Trujillo Mónica Trujillo
Buena historia, seguro que más de una persona se sentirá identificada con alguno de los personajes, ojalá que no sea el "intenso".
April 21, 2021, 15:06

Vanessa Aleman Vanessa Aleman
Me gocé este capítulo. Me reí mucho y al tiempo reaccioné con mucha sorpresa por todo lo que pasó! La tinta, el man intenso diciéndote "belleza", el oso! Jajajaja noooo que fastidio!!!
December 17, 2020, 20:48

  • Andy P French Andy P French
    Jajajajajaja me alegra que te divirtieras leyendo. Tú conoces a todos los involucrados en esta historia jajajajaa December 17, 2020, 23:52
Unman Cualquiera Unman Cualquiera
La situación tiene su toque cómico, pero qué intensidad, esperemos que el tipo no sea el psicópata que me estoy imaginando... ¿o será?
December 16, 2020, 18:33

  • Andy P French Andy P French
    Por interno te cuento un poquito más 👀 December 16, 2020, 18:41
Issa Padilla Issa Padilla
Terrible esos días extraños, que uno quiere que se acabe pronto.
December 16, 2020, 06:16

Martina  Gómez Martina Gómez
Qué desastre de día y más con ese tipo tan intenso y tan bobo, pensé que te iba a encartar con el osito :(
December 16, 2020, 06:09

𝓜𝓮𝓵 𝓥𝓮𝓵𝓪𝓼𝓺𝓾𝓮𝔃 𝓜𝓮𝓵 𝓥𝓮𝓵𝓪𝓼𝓺𝓾𝓮𝔃
Que horror ese tipo intenso y el oso gigante 😱 sentí toda la angustia en tu relato. Amé esto!
December 16, 2020, 05:05

  • Andy P French Andy P French
    True story 🙀 espero no me lea, que pena. December 16, 2020, 05:06
~

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