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¿Será Tiempo lo suficientemetne capaz de evitar una guerra inexorable entre Vida y Muerte? Parece que entre la vida y la muerte solo está el tiempo, pero ¿cuál es, en realidad, el costo que debe pagar Tiempo para poder salvar la existencia? Efectivamente, Existencia será la perdición de la Tríada.


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#fantasía #deidades #tiempo #vida #muerte
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EL COMIENZO

1


«De la vida hasta la muerte sólo está el tiempo» era el inmenso y solemne rótulo que yacía en lo más alto del palacio de Tiempo. Un espléndido alcázar con grandes invenciones estructurales, cuyo arte arquitectónico devela el deleite del deseo convencional proveniente de la promiscuidad de la imaginación del ser.

En los lugares más recónditos del palacio permanecía Tiempo: un ser cuya extremidad craneal se constituye principalmente en un gran aro metálico circunscrito rotativamente a una esfera temporal con un flujo de infinitud perecer; asimismo, había una aureola con un grado de inclinación establecido que refulgía sin cesar. De la misma manera, cada palma de Tiempo se construía a partir de una esfera temporal de infinitud devenir e infinitud devenido, las cuales eran circundadas giratoriamente (a cada palma) por un aro metálico.

La indumentaria de Tiempo era de parentesco a la vestimenta egipcia, con el pequeño matiz diferenciable de acuerdo al cual el porte rústico de la idea egipcia de vestimenta perenne entra en pugna con el porte dócil de la idea temporal de vestimenta.

Tiempo se encontraba sentado en una silla grandiosamente ornamentada, entre sus manos, estando separadas a una considerable distancia, levitaba la esfera temporal del devenir, una esfera totalmente prístina y cristalina que resplandecía con vehemencia en varios colores, formas y contenidos. De repente, las puertas del cubículo presente se abrieron con ímpetu, la esfera temporal regresó a su posición habitual mientras que Tiempo prestaba prolijamente atención a dicho acontecimiento exacerbado:

—Majestad, supongo que os traigo malas noticias —anunció el hijo de Tiempo, guardando cuidadosamente su redención. El hijo de Tiempo conservó el silencio, un silencio destinado al respeto y la sumisión. Tiempo asintió y su hijo prosiguió:

—Me temo, padre mío, que Muerte ha declarado la guerra a Vida.

El silencio aún seguía conservándose y las palabras cada vez resonaban en el material sólido de la mente: cada colisión de la inmateria con la materia producía frecuencias repetitivas que atormentaban lentamente los pensamientos de dicho individuo en función del contenido mental: guerra.

Tiempo era sabedor de la precaria relación entre Muerte y Vida, una relación pacífica tan minúscula que su interpretación era ininteligible. Aunque dicha relación interpersonal no fuese la más adecuada, su relación existencial hacía que el enorme problema de lo interpersonal fuese dejado atrás; pero, también, era conocedor de que la inevitabilidad de lo inexorable era cuestión del tiempo. Tras un largo transcurso de deliberación, Tiempo reaccionó:

—Enviad al ejército temporal con el menester de reivindicar la paz —Tiempo se incorporó en sí mismo. El hijo de tiempo salió de inmediato despreciando la lentitud para dirigirse a cumplir a cabalidad su cometido. Tiempo oscilaba tres metros de altura: era un ser divinamente enorme. Tras estar de pie, con su mano derecha chasqueó los dedos (de manera voluptuosa) y completamente desapareció.

El ejército temporal de Tiempo estaba dirigiéndose hacia la frontera bélica con la finalidad establecida por Tiempo. Dentro del ejército se encontraba el militante superior, quien tenía el cargo de liderar a la milicia temporal para salvaguardar los deseos e ideales del monarca. El líder era uno de los miles descendientes de Tiempo, pero era el original, es decir, uno de los primeros, quizá el primero.

Aquel ser, llamado: “Nanosegundo”, tenía como compromiso existencial la medición de la cantidad de los seres en la dimensión temporal, es decir que se dedica a contabilizar la determinación temporal de la existencia de los seres, que se supone que es fijada por Muerte. Siendo este el problema nuclear suscitado entre Muerte y Vida, cuando, en realidad, se trata de un asunto problemático del tiempo.

El ejército había llegado al combate, se localizaban a una distancia lo suficientemente agradable para no interferir directamente con la batalla establecida, con tal de poder evitar las connotaciones de declaración de guerra; pues conocían las leyes universales de Existencia y sabían que debían de ser lo suficientemente cautelosos como para no ser declarados en guerra.

Desde el punto de observación del militante temporal superior «Nanosegundo», la guerra se dividía principalmente en una fina línea de la dualidad: de lo que se supone que está vivo y de lo que se supone que está muerto, pues Nanosegundo piensa que el plano temporal es la confluencia de lo que en un instante un ser está vivo o muerto.

En la parte este se encontraba la vida, Vida se trataba de dos especies enanas con una vestimenta conformada: un velo superior vegetal que cae sobre un velo incrustado inferior carnoso. Aquellos enanos custodiaban una hermosa especie de flor de loto, rodeada un domo de cristal totalmente trasparente y resistente, que tenía como principio o fin un pétalo cerrado y, también, como fin o principio un pétalo abierto.

En el parte oeste se encontraba la muerte, la fisionomía de Muerte era parecida a la de un hombre, con una cara demacrada, con seis alas majestuosas negras, con seis manos famélicas y rasgadas, con la silueta vislumbrada de dos posibles pies. Todo su cuerpo lo cubría una indumentaria deshilachada de color intensamente oscuro. Muerte sostenía en una de sus manos izquierdas la guadaña típica y en una de sus manos derechas sostenía un espléndido libro: el libro de los muertos.

En el punto de confluencia entre el este y el oeste se hallaban hijos de Vida (diferentes tipos de híbridos tanto vegetales como carnosos) e hijos de Muerte (seres mutantes, irreconocibles, con diferentes formas tétricas y espeluznantes) combatiendo hasta el final de su compromiso existencial.

El ejército temporal estaba completamente listo para proceder en su objetivo. Los hijos de Tiempo dedicados al sellado se esparcieron por todo el eje central del combate. Luego, de manera unánime, se agazaparon y colocaron sus palmas en contacto directo con la tierra. De ellos se alzó un domo transparente que obstaculizaba la entrada y la salida del mencionado espacio. Los hijos de Tiempo dedicados a la restricción colocaron sus manos en el domo de manera recta, después izaron las manos dejando sólo las puntas indexadas del dedo.

Grandes flujos de haces radiantes adormecían a los combatientes en un profundo sueño utópico. Al parecer, el objetivo había sido un éxito, solo faltaba que los hijos de Tiempo dedicados a la parálisis temporal liquidaran su compromiso existencial; sin embargo, fueron intervenidos por unos grandes rayos de poder provenientes simultáneamente del este y el oeste.

Muerte y Vida, al parecer, tenían algo en común: el tiempo. Consecuentemente, el domo se disipó rápidamente y todos los hijos de Tiempo dedicados al sellado y a la parálisis temporal habían desertado de su compromiso existencial. Los combatientes empezaron a despertar de su ensueño, observando a su entorno con estupefacción: la guerra aún resistía.

—Dado que el tiempo ha transgredido una de las leyes universales de la existencia: el respeto al libre albedrío bélico. Ha proclamado un puesto de enemistad para con la integración de la Tríada. Hijos nuestros atacad con ahínco a los hijos de Tiempo —suscitaron tanto Vida como Muerte al unísono.

Todos los combatientes se dirigieron a destruir a los hijos de Tiempo, los cuales fueron masacrados violentamente. Había sangre derramada por todas partes: sangre azul por los hijos del Tiempo, sangre roja por los hijos de Muerte y sangre amarilla por los hijos de Vida. Sin importar la intensidad de la parálisis temporal que habían utilizado los hijos del tiempo hacia los combatientes no fue suficiente para evitar la masacre tenaz, feroz y voraz que había acontecido.

El único sobreviviente del ejército temporal fue Nanosegundo, quien se escondió con perspicacia a dicha acción acontecida. El combate entre los hijos de Muerte y Vida se reanudaba una vez más, mientras que los hijos de Tiempo desaparecían en una inmensa calígine transmutada de tonalidad azulada.


2


Tiempo se hallaba frente al reconocido templo emblemático de Existencia, una estructura un tanto antigua que albergaba conocimientos indispensables para la subsistencia de los seres. Aquella estructura palaciega era llamada: «La Pesadumbre Del Ser», comúnmente asociada con la identidad de la existencia. Tiempo, antes de entrar a «La Pesadumbre Del Ser», hizo un ademán de melancolía. Se adentró con pasos quedos, pero seguros. Volteaba una y otra vez, parecía que los pasajes eran un laberinto con principio, pero sin fin alguno.

Se encontraba delante de la alegoría de la silueta de la existencia, cuyo rótulo más arriba expresaba: «Cogito Ergo Sum». Aquella alegoría sujetaba un pergamino inexpugnable, muy antiguo, pero con un estado intacto, enrollado por un frágil y dúctil hilo de hilos de carácter rojizo. Tiempo señaló el pergamino con el dedo índice, lo que lo hizo de inmediato desaparecer, después se encaminó hacia la salida, sus pasos denotaban una postura categórica; sin embargo, también denotaban una docilidad en su ser existencial.

Tiempo caminaba, caminaba y, una vez más, caminaba, pero no lograba encontrar la salida. Cada vez más, mientras el tiempo transcurría, parecía que Tiempo envilecido por la pérdida de la noción del tiempo se disociaba de Tiempo. Cada disociación identitaria más era la confluencia de la disociación existencial de Tiempo. Cada disociación existencial más era «La Pesadumbre Del Ser» de Tiempo.

«¿Qué es, en realidad, el tiempo?», pensó Tiempo. «¿Qué soy “yo” para el tiempo?», discurrió Tiempo. «¿Soy un ser temporal?», se preguntó Tiempo. «¿Qué es un ser temporal?», se interrogó Tiempo. «¿Soy un ser?», se cuestionó Tiempo. «¿Qué es un ser?», inquirió Tiempo. «¿Quién soy?», indagó de manera inquisitiva Tiempo.

No obstante, la reminiscencia de Tiempo lo impelió a recordar vagamente el rótulo allende de aquella alegoría de la silueta de la existencia: «pienso, luego existo». Eso, precisamente, era lo que es idealmente Tiempo: un ser pensante. «Parece que en tanto que soy ser pensante, soy», pensó con un poco de rezago Tiempo. Había encontrado la salida a «La Pesadumbre del Ser», al menos, la salida a «La Pesadumbre del Ser» de Tiempo.


3


Los hijos de Vida y Muerte seguían combatiendo hasta la existencia. Los instantes pasaban mientras la sangre era derramada. La profusión de seres de los hijos de Vida era mayor que la de los hijos de Muerte y la de los hijos de Muerte mayor que la de los hijos de Tiempo.

Todo debido a la concentración de poder: el poderío de Vida se basa principalmente en los cuatros elementos constructivos: agua, fuero, tierra y aire; mientras que el poderío de Muerte se basa en la perturbación del estado congénito de los elementos constructivos y el poderío de Tiempo se constituye de los tres instantes temporales: pasado, presente y futuro.

La intensificación y complejidad de los poderíos dificulta y reduce la existencia de los seres. Aquello era la consecuencia de las leyes universales de la existencia establecidas por Existencia, un ente cuyo poder se estima de manera inconcebible e imperceptible, razones por las cuales Existencia fue sellada permanentemente por la Tríada.

Súbitamente, los combatientes se desplazaron, unos hacia al este, otros hacia el oeste, dependiendo de su origen. El centro del combate estaba totalmente vacío. Nanosegundo, desde donde se encontraba, observaba el lugar: un ambiente pesado, áspero y doloroso; insoportable a todos los sentidos e inimaginable a todas las razones.

Intensa e inmensa energía estaba emanando Muerte, en instantes, sopló una bocanada de fuego negro que al pasar por el espacio crecía en consideración por la perturbación destructiva del aire. Desde el este, Vida (uno de los dos) exhaló un chorro de agua cristalina, mientras que Vida (otro de los dos) levantó las manos y unió sus palmas rectamente: sus manos empezaron a resplandecer. El chorro de agua comenzó a crecer de la misma manera en que el fuego negro lo hacía.

Las dos corrientes de energía colisionaron impetuosamente, produciendo un aire devastador con un sonido estrépito, produciéndose una gran neblina. Cuando la neblina pasó, había algo peculiar en el combate: Vida ya no tenía el domo de cristal con la flor de loto, pero tenía la guadaña típica y el libro de la muerte; por otro lado, Muerte ya no tenía sus posesiones, pero tenía la flor con el domo de cristal en estado de levitación.

Tanto Muerte como Vida esbozaban dos características: presunción por la obtención de las reliquias existenciales del contrincante y suspicacia por la perdición de las reliquias existenciales del anfitrión. Juntas estaban listas a destruir las reliquias y, con ello, dejar de existir.

Nanosegundo aún estaba expectante ante el espléndido combate. Tenía que intervenir, pero la idea de desafiar a Muerte le espeluznaba, de la misma manera que con Vida. Pero la idea de desafiar a Muerte y Vida por igual le daba pavor. Su rango era demasiado inferior respecto a los rangos de Vida y Muerte; por ende, su poderío era minúsculo en comparación con el mayúsculo poderío de aquellos entes.

Entendía que, sin importar la grandeza de dichos seres, no se diferenciaban, puesto que tanto ellos como él tenían dos cosas muy características: el pensamiento y el sentimiento. Había descubierto su sentimiento: detener la destrucción de la vida como de la muerte, pero aún no tenía craneado su pensamiento.

Observó todo el lugar en busca de alguna ventaja, su padre le había dicho que las ventajas son desventajas para los demás e inversamente. Lo único que percibió fue la solemne y magnífica calígine de sus hermanos. Esa era su ventaja: la había encontrado.

Todos los hijos de Vida y todos los hijos de Muerte observaban con deleite las acciones de sus padres, estaban a la espera de que el enemigo dejará de existir, pero, al mismo tiempo, a la espera de dejar de existir ellos mismo. Todo debido a su compromiso existencial para con sus padres.

Inesperadamente, en el centro del combate, donde nadie se localizaba, no justo antes de ese momento, estaba Nanosegundo, este se inclinó un poco, seguramente estaba guardando redención ante los semejantes de su padre, y alzó las manos en posición de apertura, de vertical a pasar horizontal: las palmas estaban rectas y abiertas. Toda la calígine se emancipó de las riendas del poderío abstracto de la existencia y se dirigían, en forma de hilos, hacia Nanosegundo, quien se veía en vuelto en toda la calígine, hasta que resplandeció.

Nanosegundo, en figura de luz, se agazapó y palpó la superficie abrupta de la tierra. De los ojos de Muerte se desprendió un rayo rojizo que se dirigían hacia Nanosegundo; de los dedos de Vida se emanó un rayo azulado que se encaminó hacia Nanosegundo. El impacto de los rayos estaba a punto de chocar contra la superficie de su cuerpo. Instantes antes de que los rayos entraran en contacto con Nanosegundo, el tiempo se detuvo: nada se movía y todo se convirtió en materia inerte. Solamente el mismísimo Tiempo podía desplazarse entre las progresiones ascendientes y descendientes del tiempo.

Nanosegundo también se había detenido, no podía moverse, se había convertido en materia inerte; sin embargo, su inmateria seguía activa, podía pensar y sentir. Sentía el pesado ambiente que se emanaba entre una guerra, sentía como poco a poco dejaba de existir, pensaba en la consecuencia de producir tanto poder, aunque tuviera el poderío de sus hermanos, no era suficiente para detener una guerra, no en el modo en que se realizó. Lo único verdadero que sentía era la ilusión de que el tiempo reanudaba. El poder de Nanosegundo se desvaneció, la pausa del tiempo se esfumó y la existencia de Nanosegundo se disipó. La guerra reanudaba. El fin se acercaba

La flor comenzó a marchitarse y toda la vida comenzó a debilitarse. El libro comenzó a deshojarse y toda la muerte comenzó a debilitarse. Estaban a puntos de que la vida y la muerte pasaran al segundo plano: la inexistencia. De improviso, apareció Tiempo, hizo un ademán de saludo, chasqueó los dedos de las manos y los objetos regresaron a su posición connatural.

La flor comenzó a recuperarse al igual que toda la vida, el libro y la guadaña típica regresaron a su estado innato y, con ello, toda la muerte se recuperó. Tiempo sacó el pergamino, lo pasó al plano de la levitación, el pergamino se abrió y comenzaron a descifrarse todos los caracteres encriptados de dicho pergamino disfrazado de un sutil código.

El pergamino ya había sido desencriptado. Una vez fuese desencriptado, el pergamino creció en volumen y de aquel salió un ente que se posicionó en el centro (específicamente en la línea de la dualidad): estaba cubierto por un gran velo blanco, su forma parecía el de un ser incrustado en un objeto trasero, que como principio tiene una línea delgada vertical, como medio tiene otra línea perpendicular a la vertical y como fin tiene un círculo incrustado de líneas diametrales. Era una entidad perfecta, maravillosa, pero a la vez tenebrosa. Era un día lóbrego para ser el comienzo. Todos los espectadores guardaron redención ante Existencia, incluso la Tríada.

—Hijos míos —suscito Existencia.

—Padre nuestro —proclamó la Tríada sin discrepancia.

—Me habéis traicionado, ¿sois consciente? —les espetó su padre.

—También consecuentes —afirmó la Tríada al unísono.

Se escuchó un sonido de lamento que provenía de Existencia. Sus manos refulgían de manera que cegaba toda visión. Primero fue Muerte: cuando la guadaña típica se hizo añicos, Muerte comenzó a retorcerse del dolor que estaba padeciendo. Segundo fue Vida: cuando el domo de cristal se hizo pedacitos, Vida empezó a doblegarse del dolor que estaba pereciendo. Tercero y por último fue Tiempo: cuando los aros metálicos se derritieron, se evaporaron y la aureola desapareció, Tiempo cayó de rodillas hasta dejarse caer sobre su propio cuerpo en sí.

Sólo habían quedado las tres reliquias de Existencia: la flor con el pétalo cerrado y el pétalo abierto significaban el nacimiento y la preservación de la vida; el libro de los muertos significaba la determinación de la muerte y las tres esferas temporales significaban el flujo del tiempo. Todas las reliquias se diferenciaban entre sí, pero también se complementaban.

Las reliquias existenciales se posicionaron alrededor de Existencia. Las esferas temporales se localizaron por encima de los hombros y la tercera se localizó por encima de la extremidad craneal; mientras que la flor de loto quedó a la mano izquierda, el libro de los muertos quedó a la mano derecha.

—Cogito Ergo Sum —Fueron las últimas palabras de Existencia.

Las reliquias se fragmentaron y se disiparon. Toda la existencia pereció y desapareció. Los hijos de la muerte al igual que los hijos de la vida escocían. La salvación y la perdición dejaron de ser. El bien y el mal se unieron esfumándose. Existencia se desvaneció del plano existencial. Todo se resumió a la nada.

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La esfera temporal que se encontraba tan resplandeciente dejó de emanar haces de luz: la visión del destino del mundo alternativo había transmitido su mensaje. Aquel espectáculo era la magia divina de Tiempo: bucles temporales. Era un poder desastroso. Durante la eternidad sucedería lo mismo una y otra vez, nada nuevo, todo viejo. Ningún cambio ni mutación habría en el destino, sólo repetición y más repetición.

De repente, las puertas del cubículo presente se abrieron con ímpetu, la esfera temporal regresó a su posición habitual mientras que Tiempo prestaba prolijamente atención a dicho acontecimiento exacerbado:

—Majestad, supongo que os traigo malas noticias —anunció el hijo de Tiempo, guardando cuidadosamente su redención.


Dec. 12, 2020, 3:21 p.m. 0 Report Embed Follow story
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The End

Meet the author

Sapiens Sapiens Ssappiennss es un escritor de fantasía, una fantasía oscura que abarca la incomprensión mordaz de las relaciones socioemocionales, que intenta comprender la reflexión lacerante de los estados internos de un individuo y, en general, que escribe sobre la percepción despótica del mundo, supuestamente, fantástico que nos merodea. No se trata del pesimismo de Ssappiennss, sino, por el contrario, de transmitir la importancia del pensar y del sentir, inherentes al ser individuo.

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