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AKILI KUN


Xu Li (July) una mujer caribeña de 27 años, con fobia social controlada, viaja a china de vacaciones y al adentrarse en un parque común es transportada a otro espacio tiempo, separándola de quien ama y desea proteger. En el nuevo lugar conocerá personajes tan fantásticos que parecen protagonistas de una novela web, ¡incluso se encontrará con viajeros del futuro que accedieron al mismo portal! Buscando la forma de regresar a casa, continuamente se encontrará recordando su vida anterior y pasará por vicisitudes que podrían oscurecer su alma e impedir que se cumpla su destino, ¿podrá regresar a casa y proteger a su ser querido o, en cambio, su corazón se oscurecerá convirtiéndola en un demonio? acompaña a Xu Li en este viaje y descubre sus más oscuros secretos.


Romance Young Adult Romance All public.

#338 #psicológico
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Un lugar diferente

La mujer miró hacia atrás. Los escuchaba aproximarse, tan cerca como si fueran cuchillos en su espalda prodigando miles de heridas superficiales. No, tenía que enfocarse, ser racional, a veces el miedo puede doler, pero ahora no estaba en posición de detenerse y disfrutar la agonía del sufrimiento. No es que tampoco saboreaba sufrir, más bien sería hacerse consciente de lo que podría soportar si fuera atrapada. Sabía que si se dejaba coger no saldría ilesa y era injusto porque no había hecho nada.


Sólo se despertó en este bosque donde sí recordó entrar, pero no dormir. Sin embargo, lo hizo; a esa conclusión llegó cuando abrió los ojos y tocó su nuca para confirmar si estaba herida, acción que justificaría su previo estado de inconsciencia. No había señales de golpe, además, sus pertenencias no fueron robadas ¿entonces qué ocurrió? No supo precisar.


Primer error, haberse dormido en el bosque. El segundo estuvo en acercarse a un grupo de humanos, a quienes escuchó hablar desde una distancia relativamente segura con la finalidadde preguntar cómo salir del lugar.


Tenía prisa por salir, así que lo más natural sería recurrir a otros y eso hizo. A pesar de que encontrarse con desconocidos le generaba fastidio, hizo la molestia a un lado y se acercó. Era buena controlando la incomodidad. Tantos años de práctica la habían hecho una maestra. Nadie sabría que realmente quería huir a menos que se adentraran a sus laberintos mentales y descubriesen sus diferentes niveles de perturbación; no, vista desde el exterior, era una chica determinada que solía sonreír.


Reguló su respiración al inhalar y exhalar conscientemente, no era momento de darle curso a la desazón, debía salir del bosque y retomar su camino para encontrarse con Isabel.


Al acercarse, descubrió a un hombre de mediana edad discutiendo con sus sirvientes.

Estaba contrariada, naturalmente no entendía el idioma, pero hacer una transacción comercial en lo profundo de un bosque en solitario, bueno…tampoco quería juzgar, aun así, se mantuvo sigilosa, sopesando si debía aproximarse o no. Lo que sucedía era un contrabando de réplica de seda entre dos comerciantes y sus subordinados.


Los ánimos de los involucrados estaban por demás exaltados y entusiasmados por el proceso de cierre del negocio ilícito. Cada negociante tenía seis empleados en la afanosa tarea de llevar y traer la mercancía.


Tercer error, no ser precavida. Ya había decidido retirarse cuando pisó una rama seca que hizo un débil sonido al romperse. Fue descubierta y una voz dijo, “¡hey tú! ¡si no sales por ti mismo, no dudaré en sacarte de allí y cortarte el cuello!”.


Cuando volvió sus ojos hacia el lugar, un sirviente venía por ella con una espada en la mano, ¡una espada! Exhaló muy profundo mientras su corazón daba mil latidos por segundo. No era la primera vez que veía un arma blanca, las personas del campo usaban machetes así que no era algo novedoso, aun así, siempre se sentía inmensamente incómoda frente a cualquier tipo de armas.

Salió de entre los árboles con pasos cortos. El mercader estaba sorprendido al ver a la mujer. Ante su presencia, una sonrisa traviesa se dibujó en su rostro. Haciendo señal al sirviente que se dirigió antes a ella, la hizo llevarla a la fuerza junto a él.


“¡Que inesperada y agradable visita!”, exclamó relamiéndose los labios. Sus dedos recorrieron la cara de ella. Las anchas mangas dejaron expuestas unas manos pálidas con algunas arrugas.


Por instinto, la mujer dio un paso atrás, tropezando con el maldito sirviente.

“¿Tienes miedo?” preguntó mientras lanzaba una carcajada que se extendió a los otros.


El cuerpo de la mujer tembló de pies a cabeza. Revisó su ansiómetro interno y apuntaba a 10, el máximo. A este nivel, su parte práctica emergía para dar respuesta rápida al estrés. Balbuceó unas palabras lentas y sin rastros de dudas: “amigos…esperar…yo…irme”.


El hombre de mediana edad la examinó por un momento. Aún sus manos seguían acariciándola. No pensaba que la mujer mintiera, sólo que ahora estaba sola, ahora mismo nadie podría protegerla. Sonrió y respondió “ese es un problema porque no quiero dejarte ir”. De nuevo, relamió sus labios. Ella no pudo entenderlo, no obstante, cuando los gestos hablan, la fonética sobra.


Leyó el ambiente, entonces decidió responderle con una sonrisa que fue asumida como complicidad por el amo, quien pidió al subordinado que aflojara las manos que apretaban firmemente los hombros cargados de la chica.


Ella ignoró la mirada lasciva del hombre y manteniendo una sonrisa tímida inspeccionó con disimulo su alrededor. Algunos sirvientes de ambos comerciantes le lanzaban miradas fortuitas, la mayoría decidió concentrarse en el trabajo. Si les descubren, las consecuencias no valdrían la pena por causa de una mujer cuando podrían ser condenados a muerte.


El hombre le hizo señales al subordinado esta vez para llevarla al carro. Lo siguiente fue confuso; sintiéndose arrastrada, abrió sus ojos grandes y tras un tropiezo cayó al suelo. La abrupta caída junto al peso de la mochila le produjeron un golpe seco en la espalda. El subordinado la ayudó a levantarse sin dejar de quejarse. Estaba apenada.


Ahora, seis sirvientes, tres de cada comerciante, ordenaban la mercancía vendida al otro carro; otros dos llevaban la cuenta. En general, todos estaban entusiasmados, en media hora el negocio estaría cerrado exitosamente.


Error de lógica: asumir que una mujer es débil por naturaleza. Cuando se vio próxima al carro vacío, la mujer tocó con ternura al subordinado. Él volteó para encontrarse con una gran roca que aterrizó por sobre su ojo derecho.


La sangre brotó de inmediato como un afluente. Ella lo miró espantada. No podía creer que había herido a alguien, pero no había tiempo para asimilarlo. Lo menos que podía hacer, lo hizo, se disculpó, “lo siento”, dijo en un idioma diferente y se lanzó a la fuga. Había fingido el tropiezo en cuanto vio la posible arma a usar.


Entonces corrió, corrió con todas sus fuerzas, corrió con el impulso que da el miedo a la incertidumbre, a lo desconocido, pero también a lo que se deduce, ¿de qué servía una mujer sola e ‘indefensa’ y por demás extranjera?


Sus voces eran como cuchillos infiriendo heridas en su espalda.


Se le daba bien correr. A finales de la escuela primaria siempre llegaba primera en las carreras de 100 metros o en las de relevo. Ya de adulta corría porque así sentía como si sus perturbaciones se volviesen barro seco que se desprendieran de su cuerpo mientras aumentaba la velocidad.


Corrió sin importar la dirección, siempre y cuando se alejara de ese lugar. Cuando marcó considerable distancia, tomó sus zapatillas y las lanzó unos cien metros al sentido contrario al que se dirigía. No podía tener la certeza de que el cebo funcionara, tampoco se quedaría a averiguarlo. Peor sería no intentarlo.


Las voces se fueron alejando hasta no escucharse más.


Se detuvo y miró a su alrededor, le costaba regular su respiración. Como la adrenalina estaba disminuyendo empezó a sentir los estragos del sobreesfuerzo. Sus piernas se debilitaron y cayó al suelo. Le costaba inhalar mientras que exhalar tomaba mayor empuje, se sentía mareada y sin fuerzas para caminar hasta que todo se tornó oscuro y no supo nada más.



“¿Está bien la señorita?” preguntó una mujer de unos treinta años, con mirada dulce y piel pálida. La miraba atenta a cada una de sus reacciones.


Volviendo lentamente a la conciencia, la chica no dijo nada. Apenas intentaba adaptarse a la luz del día. El sol se filtraba por la ventana y chocaba con su rostro, sus ojos amarillos brillaban debido a la claridad. Cubrió sus párpados, arrugando su frente.


“Llevas dos días inconsciente” le dijo la otra, acariciando su pelo y continuó “¿tienes hambre?”.


La mujer mantuvo el silencio, sentía su cuerpo doler y pesarle al mismo tiempo y con la misma intensidad.


Intentó concentrarse en su entorno, su cabeza le latía con fuerza, le dolía. Miró a la mujer en silencio por un tiempo impreciso. Hasta hace un momento el entrecejo de la mujer asiática estuvo marcado y ahora viendo a la chica volver lentamente empezó a relajarse.


Se irguió con lentitud y empezó a revisar su cuerpo: su piel oscura y suave no mostraba rastros de agresión más allá de las raspaduras que se hacían en el bosque mientras huía y éstas ya se encontraban casi por desaparecer. Indicativo de que estaba siendo tratada.


Posó su atención a la habitación, debajo de ella había una cama con mínimo desgaste y desde su posición pudo diferenciar los pasos nerviosos de alguien más en otra habitación.


Sostuvo el cuenco con agua que la otra mujer le entregó y tomó despacio.

Escuchó a la mujer asiática decir, “toma estos bollos al vapor, no soy buena cocinera, pero confío en que su sabor es bueno”, bajó su mirada hacia la comida y volvió a mirar el rostro de su interlocutora.


“Hum” dijo, llevando el pan a la boca. En un primer mordisco, el pan se rompía y un rico sabor de harina y vegetales condimentados se mezclaron en su paladar. Esto fue suficiente para entender que tenía hambre en demasía. Si bien seguía sin entenderla, los panes al vapor sí los conocía bien. Constituía uno de sus platillos favoritos de la gastronomía asiática.


La otra mujer la miraba complacida, había logrado salvar la vida de una joven. No se equivocó al levantarla aquel día de a orillas de la calle donde yacía inconsciente, se preguntaba si la hubiera dejado allí ¿Qué habría sido de ella en ese momento? Conocía las posibilidades: pudo ser tomada por un malintencionado que la usaría sabrían los dioses para cuáles faenas, pudieron abusar de ella y asesinarla o por último y no mejor, ser devorada por bestias.

Pero ahora estaba a salvo y bien, eso era lo que importaba.


“Señorita Ling, creí escucharla hablar, dígame ¿ya despertó?” una voz de hombre surgió desde la sala. Él había sido quien cargó con el cuerpo inerte de la joven.


“En, estará afuera en un momento” respondió, pero no la dejó salir hasta haberla lavado, cambiado las ropas y peinado sus rizos como pudo. Cuando estuvo satisfecha, sólo entonces la guio hacia afuera llevándola de la mano.


(N/A: El vocablo “En” es utilizado para afirmar algo, en español significa “Sí”).


En la sala se encontraba la otra persona, de voz afable, de profunda mirada amable y juguetona. Tenía treinta y cinco años y unos ojos risueños que eran por demás, algo traviesos. Sonrió al ver a la chica casi totalmente repuesta. La inspeccionó por un rato y preguntó “¿la fiebre cesó?”.


Su amiga asintió, “hace una hora” respondió.


El hombre sonrió orgulloso, “se ve mucho mejor” dijo aliviado.


“¿Cómo te llamas?” preguntó al cabo de unos minutos.


La chica estaba familiarizada con la pregunta, aun así, un atisbo de duda se dibujó en su rostro. El hombre suspiró, él podía comprender por qué la chica no lo entendía, no era de sus tierras y, por tanto, era lógico que no pudieran comunicarse libremente.


Fue hallada con atuendos extraños que cubrían apenas su piel caoba y mirándola de frente, se podía apreciar sus ojos agudos sin doble párpado, una mezcla de ámbar y dorado, y esos cabellos ensortijados de un color castaño.


“July”, respondió después de una larga pausa. Su voz estaba gruesa debido al exceso de descanso, haciendo imposible que alguien no familiarizado con su acento o con aquel nombre, pudiera adivinarlo a la primera.


Esta corta respuesta agarró desprevenidos a los amigos y el silencio volvió a prolongarse.


“¿Xu Li?”, repitió tras un tiempo la segunda mujer de pelo tan negro como el carbón.


La joven los miró minuciosa. Un escalofrío apenas perceptible recorrió todo su cuerpo. Su mano derecha tembló ligeramente, pero no fue visto. Haciendo un puño lo escondió bajo la manga larga de camisa.


(N/A: A menudo, en las novelas históricas chinas los vestuarios son túnicas con mangas anchas y largas {recurso de su rico acervo cultural}).


“En, Xu Li” repitió decidida a no corregir el error. Se iría pronto, por tanto, no valía la pena esforzarse por algo tan trivial.


El hombre asintió y entonces se presentó, “puedes llamarme Huang Xun” se señaló a sí mismo, acto seguido a su acompañante, “la mujer a mi lado es la señorita Wei Ling”.


Xu Li hizo una ligera inclinación de cabeza ante los recién presentados. Sabía que era una forma de mostrar respeto en China así que no dudó en hacerlo. Decidiendo objetivamente ignorar la incomodidad interna, recorrió su alrededor con un vistazo.


Wei Ling predijo las intenciones de Xu Li y se dirigió a una habitación, al instante volvió con las pertenencias de la otra. Cuando la encontraron en el camino, Huang Xun cargó con la chica y Wei Ling con las posesiones.


Xu Li tomó su mochila de excursión y agradeció diciendo “xiexie ni” en su precario mandarín. En realidad, apenas aprendió palabras básicas como saludar, agradecer y hacer preguntas simples. No era mucho, pero eran los cimientos para sus planes allí.


Abrió la mochila y dentro permanecían intactos todas sus pertenencias que consistían en un ukelele, algunos libros, una pieza de ropa, una copa menstrual, su teléfono móvil con su cargador de batería, maquillaje, pasaporte, documentos de identidad y alguna menudencia más.


Tomó su smartphone que aún tenía carga. Habían transcurrido tres días sin siquiera tocarlo, motivo suficiente para mantenerse encendido. Lo que le pareció extraño fue hallarse sin llamadas perdidas, ¿por qué no las había? Analizó este punto con detenimiento. Isabel debía estar preocupada, buscándola por todas partes. Setenta y dos horas es mucho tiempo cuando debían reunirse a la diez de la mañana del día en que desapareció. Sólo esperaba a que Isabel se despertara, se alistara y desayunase para así dar con ella, y volver al parque.


Luego estaba su padre, sin el reporte diario, ¿podría estar tranquilo pasado tres días sin conocer su paradero? Suspiró profundo.


“Mi…necesitar…volver…bosque” pronunció después de una revisión exhaustiva al diccionario extraído de su equipaje.


Wei Ling y Huang Xun se negaron, el bosque resultaba ser un lugar peligroso para cualquier lugareño, lo sería aún más para un extranjero.


“¿Allí…no le ocurrió nada extraño?” preguntó Huang Xun algo perturbado. La había hallado inconsciente, era un hecho que no podía pasar desapercibido fácilmente.


Xu Li apenas podía adivinar más por los gestos que por las palabras. Si ella hacía mención al bosque, entonces era posible que las referencias fueran respecto al nivel de peligrosidad del lugar.


Los gestos de preocupación de Huang Xun eran expresivos. Xu Li respondió después de revisar su diccionario, “¿algo malo?”. Los otros dos asintieron.


Ella recordó cómo fue perseguida, aun así, decidió mentir, “nada malo” dijo con tal convencimiento que sería difícil no creerle.


De todas maneras la petición fue denegada. Apuntando al atardecer, Wei Ling le mostró que ya era muy tarde para obrar. Ella aceptó en silencio. Saldrían a la mañana siguiente con los primeros rayos del sol naciente.


Wei Ling la invitó a descansar, todavía no estaba del todo repuesta así que reposar era lo más oportuno para ella.


En la cama, Xu Li volvió a mirar su celular. Se había estancado en el día domingo.

No podía dejar de pensar que todo era un desastre. Estaba desperdiciando las vacaciones, suya y de Isabel, y estaría de sobra decir que la segunda debe estar con los nervios alterados debido a su ausencia. Sólo restaba cinco días más de estadía en China. Había tanto que mirar y tan poco tiempo antes de seguir a su próximo destino para luego retornar a América, pero ahora se había extraviado. ¿Cómo ocurrió si se suponía a menos de un kilómetro del hotel donde se hospedaba? ¡Quien demonios sabría!, estaba aquí y eso era lo que importaba.


Tampoco podía ignorar los vestuarios de estas personas, su forma de transporte y sus modos de obrar, aunque tampoco importaba. No es que viniera aquí a aprender las diferentes manifestaciones culturales de un país tan vasto y poblado como China. Al menos no por el momento.


A la mañana siguiente, Wei Ling y Huang Xun la acompañaron al bosque. Xu Li lideró el camino cuando reconoció el lugar donde fue rescatada. Sabía que había recorrido medio día en línea recta. Esa dirección debería llevarla a un árbol gigantesco y frondoso, de hojas largas y perfumadas flores púrpuras. Giraría al este, caminaría dos metros y saldrían del bosque.


La dificultad central estuvo en que el templo budista de salida al bosque no estaba. En su lugar, había una explanada vacía. Xu Li titubeó por un segundo. En su mente repasó la trayectoria y no encontró error, sin embargo, el resultado seguía siendo distinto al previsto.


Controló sus piernas que quisieron flaquear. Sus manos empezaron a temblar cuando tomó su móvil y lo apagó impaciente para luego encenderlo con creciente ansiedad, seguía sin señal.


Mantuvo la compostura, observó a sus acompañantes quienes la seguían perplejos. Volvió a recorrer una y otra vez las posibles salidas o entradas que conectaran con algún espacio remotamente familiar pasado el bosque. En este punto, reconoció que desde que despertó todo resultaba diferente comparado al momento de ingreso, aunque no podía definir con exactitud cuáles eran esas diferencias. Este tipo de eventualidad era nueva para su repertorio. Se tumbó al suelo con suma frustración.


Les preguntó por una dirección exacta: calle Jade Negro no. 23; Huang Xun y Wei Ling suspiraron. Ese lugar no existía o estaba demasiado distante, pero ¿Cómo explicarle eso a una chica que ponía todas sus esperanzas en ello, tanto como si su vida dependiera de ello?


El crepúsculo empezaba a adueñarse del lugar. Wei Ling convenció a Xu Li de regresar, “vamos, es peligroso quedarse aquí, podemos hablar en casa” dijo lentamente, apuntando hacia el cielo.


Xu Li se dejó guiar mientras intentaba descifrar sus emociones, las cuales a menudo fluctuaban. En un momento se sentía desesperada, en otras dudosa, pero la mayoría de las veces no podía salir de la incredulidad. Después de entender -o interpretar- las palabras de los pacientes amigos, se daba por sentado que esa dirección sería difícil de encontrar o que había un error de ubicación.


En casa, miró a través de la ventana, ya era de noche. La luz tenue de la luna acariciaba el marco de la ventana junto a ella. Un océano de estrellas titilaba pese a la luz clara de la luna. Para Xu Li era un panorama de hermosa melancolía.


Toda esta incertidumbre habría más dudas de las que respondía, ¿Cómo es que fue tan lejos sólo atravesando un parque insignificante? Si tuviera como recurso enviar una carta mediante correo postal, ¿hacia dónde la enviaría?


Miró a Wei Ling y asintió, “agradecer…si ayudar…” en ese momento se cerró el trato. Wei Ling habría propuesto enseñarle lectura y escritura china. Xu Li aceptó, haría lo necesario para investigar lo que sucedía. Sin importar qué, debía volver. Sin embargo, nada le había preparado para la verdad que estaba a punto de descubrir.



*** LOS PERSONAJES TIENEN ALGO QUE DECIR ***


Xu Li:...en serio lamento lastimar a ese chico, pero no tenía escapatoria. Quizás él aprenda que secuestrar gente no está bien.


Comerciante de Mediana Edad: ¿Quién habló de secuestrar? sólo quería darte un tour.


Todos: ¡Los viejos pervertidos deben ser castrados!


Autora: (anotando) castrar pervertidos...

Nov. 28, 2020, 6:26 p.m. 0 Report Embed Follow story
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