sebads Sebas

Un mundo donde la magia fue remplazada por la ciencia ha vivido en paz durante más de dos siglos. En medio de aquella tranquilidad, las sombras del pasado amenazan con volver y someter a las nuevas generaciones. Esta oscuridad ha actuado de manera silenciosa, buscando cumplir con su destino sellado. Será una serie de acontecimientos inesperados los que muevan la balanza. Un grupo de amigos serán participes de una guerra oculta que no comprenden, y afrontarán la realidad de que sus vidas no eran como ellos creían, y que todo estaría por cambiar. Un destino ha sido escrito.


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Prólogo - Raíz

Las estridentes campanadas de la torre del rey marcaban el comienzo de otro anochecer en Vestua, la vieja capital del oeste. Nueve fueron los golpes del badajo, y por cada uno que resonaba por las amplias calles de la vasta metrópoli, estas empezaban a vaciarse. En cuestión de minutos, las polvorientas avenidas de tierra tosca y adoquín eran un llano desolado reservado solamente para los cascos de los caballos y las botas de acero de la legión. Todo aquel que decidiera pasear libremente luego de que el astro Betel se ocultara en el oeste, sería juzgado por la gran alianza de las naciones y reinos.

Hombres con ropas de tela gris claro y turquesa patrullaban la ciudad, cantando al compás el lema de la alianza, mientras el bastión principal marchaba hacia la puerta de hierro negro con sus alabardas apuntando al cielo. Unos diez mil hombres emprendieron su marcha hacia el sur, dejando a la ciudad con cuatro quintas partes de sus fuerzas.

La ciudad costera se hallaba en silencio, abrazando la base de la cordillera donde empezó a erigirse. Los ciudadanos se encontraban resguardados en sus hogares, descansando junto al calor del fuego de sus chimeneas. El humo que salía de las casas y del área industrial se extendía como un manto sobre la gran ciudad. Y junto al carbón, y a la leña quemada por miles de ciudadanos, brillaban también las grandes almenaras desde la cima de la montaña sombría, avisando a los pueblos vecinos que se acercaba la hora muerta. El gran reloj de la plaza central fue detenido a un minuto de las doce de la noche, y todas las tropas que restaban dentro de la ciudad se apostaron en los muros y atalayas que rodeaban a la urbe.

Un amplio valle, inhóspito e infértil, se extendía por el este de la gran metrópoli. Un antiguo bosque convertido en un lugar árido en el que solo la mala hierba no podía morir. Un recordatorio permanente del impacto de la nueva industria que se estaba desarrollando de manera veloz en casi todo el oeste. La gran maquinaria bélica de la unión de naciones era un monstruo que lo devoraba todo. Un ser voraz y prácticamente indestructible, el cual poco a poco empezaba a quedarse sin alimento.

Cerca de un gigantesco río, en el lado más al sur de la ciudad, se hallaba un pequeño barrio originado con la construcción del primer puerto internacional. Este lugar se lo reconocía como un símbolo del progreso humano en todo el mundo, un lugar próspero y pintoresco con una vida cultural y comercial preponderantes. Eso fue así hasta que Vestua dejó de ser la capital de su nación. Ahora aquel barrio era conocido como el hogar de los olvidados, de los marginados, y de los engañados. Un conglomerado de casas pegadas unas con otras eran divididas por calles estrechas y algunos vallados de hierro. Eran estructuras de uno a dos pisos, construidas principalmente con madera o ladrillos, los cuales ya empezaban a corroerse y soltarse de las estructuras. Aquel lugar era tan lúgubre y vacío como el valle. No había casi señales de vida por allí, y las pocas luces que podían verse por la noche eran ofuscadas por la densa niebla proveniente del río.

Una silueta se movía rápidamente entre los callejones de aquel barrio, invisible ante el ojo de cualquier observador curioso. Un manto de tela gris le cubría la cabeza y la parte superior del cuerpo. Este, a su vez, estaba cubierto con ropas ligeras del mismo color. Su respiración era agitada y todos sus sentidos se encontraban en alerta máxima. En cuanto lo vio oportuno, salió del callejón y corrió por las calles sin mirar hacia atrás. Cuando llegó al final de la quinta calle se detuvo, sacó un papel de su bolsillo, lo observó con atención, y luego posó su vista en una de las chozas cercanas a un viejo almacén destruido. Dio un último vistazo a sus alrededores y corrió hacia aquella casa. Ese sitio tenía indicios de haber sido abandonado. Tanto el techo como las paredes se estaba viniendo abajo, pero un pequeño detalle llamó la atención del sujeto encapuchado. Una pequeña planta de malva se hallaba en una maceta de barro bajo la ventana. El sujeto posó su mano en el frío picaporte de bronce e intentó entrar, y para su preocupación, la puerta estaba abierta. Antes de entrar suspiró y tomó un cuchillo de su cintura. Apretó los dientes y entrecerró los ojos, temiendo por lo que allí pudiera encontrarse. Sin pensarlo dos veces decidió entrar. Las pocas farolas que había afuera no alcanzaban para iluminar el salón principal, y las ventanas estaban cubiertas con tablones, pero el sujeto pudo observar como una tenue luz provenía de una de las habitaciones del fondo. Caminó a tientas por la sala hasta llegar a un pasillo. Las paredes, el techo, y el suelo eran consumidos por la humedad. Había telarañas y goteras por doquier. Los pocos muebles que había estaban hechos polvo o cubiertos de este, y no había sitio donde observases al suelo y no encontraras decenas de papeles y cartas desparramadas. Pero aun así él sabía que el lugar no estaba abandonado. Con su navaja en mano y su cara cubierta caminó de la manera más sigilosa que pudo, acercándose cada vez más a la luz. De pronto sintió como el ambiente se encontraba pesado, y le invadió un calor agobiante. Llegó a aquella habitación, y la puerta estaba entreabierta, miró hacia atrás donde el pasillo se bifurcaba, tenía la sensación de haber oído algo, pero decidió ir primero al origen de la luz. Abrió la puerta y encontró lo que buscaba. Esta habitación estaba notablemente mejor cuidada que el resto de la casa, a excepción de varios juguetes de madera que había tirados por el suelo. Una cuna de madera y hierro se hallaba en una esquina, y en su interior un pequeño bebé cubierto por unas cuantas mantas de lana. El sujeto se acercó, se agachó junto a la cuna y observó al niño detenidamente, acto seguido saco una hoja de fresno que trajo consigo en su bolsillo, aún estaba verde. Acercó aquella hoja al niño y la posó en su mano. El crio, aun dormido, con sus pequeñas manos apretujó aquella hoja y se la llevó a la boca. El sujeto sonrió. Estaba por ponerse de pie nuevamente, pero frenó en seco al sentir un movimiento y un sonido detrás de él.

—¿¡Quién demonios eres!? —Gritó un sujeto a espaldas del encapuchado—. Será mejor que hables mientras respiras.

Aquel hombre estaba apuntando al encapuchado con una ballesta ya cargada. Este señor se veía totalmente desgastado y algo asustado. Tanto sus cabellos y barbas grises desarregladas estaban cubiertas de suciedad, igual que su cara y su ropa amarronada. En su rostro había una larga cicatriz que iba desde su frente, pasando por encima de su ojo derecho y bajando hasta la quijada. El encapuchado cerró los ojos y contuvo la respiración. Parecía estar esperando aquella situación.

—Tranquilo… —Dijo el sujeto, y observó de reojo el arma—. No quiero hacerte daño, ni a ti ni al niño. Así que por favor guarda esa cosa.

—¡Lo dices llevando una navaja en la mano! ¡Baja eso ahora mismo o disparo!

—De acuerdo, de acuerdo. Haré lo que dices —El encapuchado dejó el arma en el suelo y la empujó hacia atrás—. Ya tiré mi arma, así que por favor conversemos. Además, podrías herir al niño si disparas desde allí.

—Oh… quieres conversar ¿Qué tal si lo haces detrás de unos barrotes? No eres el primero que se mete en esta casa para robarme. ¡Pero ni siquiera aquellos asquerosos bandidos vendrían a matar a un niño! ¡Debería matarte aquí mismo sucia rata!

—Es un desafortunado malentendido… Yo no quiero lastimar a este niño, de hecho, es todo lo contrario.

—Ten algo de dignidad imbécil, no intentes engañarme. Me has hecho cambiar de opinión, no me hablarás tras unos barrotes, me hablarás desde el más allá. Quítate ese pedazo de tela que llevas, muestra tu maldita cara, te volaré la cabeza.

El sujeto encapuchado suspiró y alzó los brazos. En su mano derecha podía verse un grabado con la forma de una estrella de doce puntas y tres círculos en su interior, uno encerrando a otro.

—Zeminris oiesu —Dijo el encapuchado tranquilamente.

El hombre que sujetaba la ballesta se quedó en silencio, y el ambiente se puso aún más tenso.

—¿Qué has dicho? —Preguntó aquel hombre consternado.

—El nombre que se me ha otorgado es Alyptus, pero puedes llamarme Aly, si lo deseas— Se puso de pie para mirar de frente al hombre detrás de él, y acto seguido se destapó el rostro. –Un gusto verlo en persona Javor, viejo general del Valle Rojo. Me han informado que usted vivía aquí, y que estaba cuidando de alguien. Que digamos... Es un tanto peculiar.

Alyptus era un hombre de unos treinta y dos años, tenía un cabello negro que le llegaba hasta el cuello y un vello facial recortado y del mismo color.

El anciano boquiabierto bajó su ballesta y miró a Alyptus algo confundido. Luego fue rápidamente hacia la entrada principal, dio un rápido vistazo hacia fuera y cerró la puerta con llave.

—¿Por qué te han enviado aquí? —Preguntó el anciano, que aún no había soltado la ballesta.

—He venido aquí de manera extraoficial, la Orden no sabe nada al respecto. Solo unos pocos miembros selectos están al tanto. He venido por el niño, él ya no está seguro aquí. Creí que le habían informado al respecto, pero parece que no fue el caso.

El anciano observó al bebé en su cuna con pesar.

—Sabía que llegaría este día, pero no tan pronto… Este pequeño es como mi hijo. No puedo confiar su seguridad a esa maldita orden, no desde que perdieron su influencia en el oeste.

—No es una cuestión de confianza. Puedes tú mismo cuidar a este niño si quieres, pero tienes que sacarlo de aquí lo antes posible. Los esbirros de la alianza barrerán la ciudad entera fingiendo un control rutinario. Ahora mismo cientos de guardias lo están haciendo, y para más complicación, se ha decretado la hora muerta. El día no acabará oficialmente hasta que lo dicte el ministerio. No lo harán hasta cumplir con la labor que se han propuesto —Dijo Alyptus.

—¿Y qué labor se han propuesto?

—Hacerse con un arma muy poderosa, y usarla en su beneficio.

Ambos sujetos se mantuvieron en silencio por un minuto, no podía oírse más que el ruido del río que estaba a pocas calles de allí.

—¿Ya saben de este lugar? —Preguntó Javor, que empezaba a temer.

—Aún no, pero pronto lo harán. Sin embargo, la alianza no es la mayor de mis preocupaciones ahora mismo. He visto miembros con la marca negra cerca del centro de la ciudad, se movían ignorando el toque de queda, y los guardias hacían la vista gorda.

El viejo general se había puesto pálido y empezó a generar sudor frío. Casi de manera subconsciente se tocó la cicatriz de su rostro, como si rememorara el dolor que le causó.

—Malditas escorias —Dijo el general—. Jamás me van a dejar en paz ¡Ni la alianza, ni tu maldita orden, ni esos seguidores de demonios! Todos son unos desgraciados que buscan su propio interés.

—Yo solo busco proteger a este niño.

—¿Y luego? Lo utilizarán como un arma ¿Te piensas que soy idiota? Si alguna vez formé parte de tu orden en ruinas fue por mi esposa. ¡Ellos juraron protegerla! ¡Ellos juraron por los mismos dioses antiguos! Pero cuando llegó el momento ¿Que sucedió?… no tenían el suficiente poder para hacerlo. Ustedes cretinos y arrogantes, intentarían secar el océano quitando el agua con las manos o mover montañas con un soplido. No puedo confiarle a este niño —El anciano apuntó nuevamente su ballesta a Alyptus—. Yo lo cuidaré bien, conozco amigos y veteranos de guerra lejos de esta ciudad, iré allí con el crio y tendrá una vida en paz lejos de toda esa basura en la que ustedes quieren entrometerlo.

Alyptus se acercó amenazante al general, y le miró fijamente con el ceño fruncido.

—Creo que no me has comprendido bien anciano. Y estoy empezando a perder la paciencia. Tu solo no podrás cuidarlo ¿Lo comprendes? Ni con tus amiguitos. Esto se escapa de tus manos — Dijo Alyptus, sin importarle en absoluto ser apuntado por una ballesta—. Saldrán de aquí, pero yo los escoltaré al lugar donde yo diga. No tenemos todo el tiempo del mundo. Así que empieza a empacar, de lo contrario tendré que…

De pronto unos golpes se escucharon provenir de la puerta principal.

—Buenas noches —Dijo una voz muy escandalosa, desafinada, y seseante—. ¿Hay lugar aquí para un alma desconsolada? Me gustaría beber un poco de agua.

—Mierda…–Maldijo Alyptus en voz baja— Es demasiado pronto. No tendría que ser ahora. Me han dicho que no pasaría ahora.

—¡Puedes buscar agua de un pozo, no tengo nada para darte aquí! ¡Así que vete! ¡Largo de aquí! —Respondió el anciano gritando desde el pasillo.

—Oh, que divertido —Dijo aquel hombre con un tono desquiciado y alegre—. Pero es que en verdad necesito entrar a su casa. Espero que no le moleste mucho.

—¿Qué estás diciendo? ¡Vete lejos ahora mismo, maldito loco!

Alyptus, aprovechando la distracción del general, fue por su cuchillo y se escondió tras una pared donde se bifurcaba el pasillo

—Con permiso, dijo mi primo el erizo… —Dijo con un tono temiblemente alegre. Un segundo después se vislumbró una tenue luz púrpura detrás de la puerta. Acto seguido, la puerta había explotado y convertido en astillas.

El anciano soltó un grito y cayó al suelo empujado por la fuerza de impacto de aquella explosión.

—¡¿Qué demonios?! —Javor ahora estaba aterrorizado.

—Agradecemos su hospitalidad, anciano. Tomaremos algo y nos iremos. Oh, pero no tiene por qué preocuparse, no lo mataremos. —Este hombre tenía los ojos completamente tapados por telas negras, dejando solo al descubierto la parte inferior de su rostro. Él se mantenía sonriente, mostrando sus dientes amarillentos de una manera exagerada, y arqueando sus mejillas de una manera que parecía imposible.

Cinco hombres en total entraron por la puerta principal. Iban vestidos totalmente de negro, cuatro de ellos llevaban unas largas dagas de extraño aspecto, con un mango con la figura de una cabeza de alguna especie de bestia dentuda y color rojo. El metal de aquellas armas era de un color negro brillante con un leve reflejo violáceo. Los cinco encapuchados desprendían un aura imponente y fría, como una manada de lobos frente una presa indefensa.

El hombre sonriente no parecía ir armado.

—Búsquenlo, queridos. Estaré conversando con este amable señor.

—Infeliz… —Gruñó el anciano, mientras observaba con temor a aquel hombre—. ¿Qué demonios quieren?

—Queremos muchas cosas querido —Dijo aquel sujeto mientras extendía su mano pálida hacia el rostro del general—. Pero lo que más queremos es hacer feliz a nuestro noble amo.

Su mano fría se posó en la cicatriz del rostro del anciano, y una ola de recuerdos y dolor lo invadieron, creyendo por un momento que la herida se había vuelto a abrir.

—Ustedes… —Dijo Javor con ojos llorosos y llenos de cólera—. Han sido ustedes…

El encapuchado sonrió aún más.

—Veo que ya nos conocíamos usted y yo. Ay ay, que desafortunada situación…—Dijo aquel hombre fingiendo dolor y pena—. Nosotros no solemos dejar testigos. Tendremos que corregirlo.

Alyptus esperaba pacientemente tras una pared, esperando una buena oportunidad. Uno de los encapuchados se acercó silenciosamente hacia su lugar con su arma desenfundada. Cuando estaban lo suficiente cerca, Alyptus golpeó el rostro de aquel sujeto con una pesada tabla y clavó el cuchillo en su pecho de manera rápida, haciendo que suelte un leve quejido y cayera al suelo. Humo negro y salió del cuerpo de aquel ser y este desapareció completamente, dejando solo sus ropas y unas cuantas cenizas.

—¡Señor! ¡Hay alguien más aquí! —Gritó uno de los hombres con voz áspera, y los cuatro se lanzaron hacia él.

—Buenas noches, ratas de cloaca. Hoy no esperaba su visita, pero me alegro tener algo de diversión para variar.

El líder del grupo sonrió hasta el punto en que parecía que su rostro estallaría, y en un estado de frenesí absoluto se puso de pie, y se quitó las telas que cubrían su cabeza. Su rostro era totalmente pálido y estaba lleno de cicatrices, a excepción de la zona cercana a su boca. La parte esclerótica de sus ojos estaban inyectadas en sangre, sus pupilas eran negras y su iris de un color carmesí intenso. No tenía ningún rastro de bello facial o cabelludo, era totalmente lampiño.

—¡Alyptus! —Gritó aquel sujeto entre muy feliz, molesto, y emocionado—. ¡A este lo quiero vivo!

—Tanto tiempo querido amigo —Dijo con un tono burlón, pero a la vez algo dolido.

Entonces Alyptus se lanzó contra su segundo enemigo. Una daga iba directamente hacia su rostro desde el lado izquierdo, pero pudo agacharse rápidamente para luego lanzarse de lleno hacia sus piernas y realizar un corte tras una de sus rodillas. Aprovechando la distracción, con un movimiento rápido, tomó al sujeto por el brazo y una de sus piernas, efectuando una palanca que lo envió al suelo. Acto seguido clavó su cuchillo en su pecho y el ser se esfumó. Otro de los sujetos cargó contra él, pero Alyptus fue más veloz y usó la pared como impulso para saltar y darle una patada en el cuello al encapuchado, haciendo que se colapsara. Detrás de él uno de ellos intentó apuñalarle, pero ya lo estaba esperando, y con un giro tomó su brazo, hizo un corte en su mano provocando que suelte la daga, luego giró su brazo por su espalda fracturándoselo. Tomó una de las dagas del suelo y se la arrojó al sujeto anterior que intentaba levantarse, acertándole en la cabeza. Terminó rematando al último que tenía tomado por el brazo dislocando su cabeza. Solo quedaba uno.

—Veo que tu gente es incompetente, como siempre. La Orden de tu amo fue destrozada hace mucho, los que quedan no son más que unos aficionados.

—Alyptus, Alyptus, ¡Alyptus! —El sujeto enloquecido arremetió contra Alyptus de manera repentina, moviéndose como una fiera hambrienta y desquiciada que iba por su presa. Alyptus estaba listo para recibirlo, pero el sujeto era impredecible. Aquel ser alzó sus manos hacia arriba y miro al techo con los ojos desorbitados.

—¡Teneom if Umdur! —Pronunció. Y las paredes de la casa se tambalearon. Un aire gélido se dispersó como una onda expansiva por toda la casa, y por cientos de metros por las zonas circundantes. Las pocas luces que iluminaban esa noche en aquel barrio habían sido apagadas.

Alyptus apretó los dientes, pero intentó mantener la calma. No podía ver a su enemigo, pero si podía sentir su presencia a pocos metros. En medio del silencio, un llanto agudo se oyó desde la habitación. El bebé que hasta el momento se hallaba en un pesado sueño había sido despertado, y esto distrajo a Alyptus por un segundo. Suficiente para que el sujeto sonriente se acercara lo necesario como para darle un poderoso golpe en la boca del estómago. Alpytus voló por los aires impactando con la pared, provocando que varios trozos de escombro cayeran sobre él.

—No puedes detenerme querido… Nadie puede ¡Nadie puede! —El sujeto se abalanzó nuevamente contra él, pero Alpytus pudo esquivar el siguiente golpe por los pelos. Se oyó el fuerte impacto y ruido de los ladrillos y madera rompiéndose y saliendo disparados a otra habitación. Alyptus lanzó una fuerte patada frente a él, pero no dio en su objetivo. Una fracción de segundos después recibió un fuerte golpe en la cabeza dejándolo tumbado en el suelo—. Duerme un poco, descansa bien… ya me encargaré de ti en unos minutos.

—Maldito infeliz… —Musitó Alyptus al borde de perder el conocimiento.

Aquel ser se dirigió hacia la habitación donde se encontraba el bebé, el cual no paraba de llorar. El sujeto extendió la mano encendiendo la única vela de la habitación. Observó fijamente a aquel niño y se arrodilló ante él.

—No creí que tuviera la oportunidad de verlo otra vez —Dijo aquel ser, mientras que parecía que iban a salir lágrimas de sus ojos—. He esperado mucho tiempo su regreso. No sabe por cuánto he pasado, cuanto hemos perdido, cuantos han caído... ¡Pero por fin! ¡Usted restaurará nuestra orden, y nos devolverá nuestro poder y nuestra antigua gloria! ¡Ya no seremos vasallos de nadie!

Ruidos de trompeta se oyeron a pocas calles del lugar. Decenas de soldados se movían de manera acelerada con antorchas en mano y espadas desenfundadas. Iban de camino hacia allí.

—Esos esbirros están llegando mi señor. Debo sacarlo de aquí cuanto antes— El sujeto estuvo por tomar al niño en brazos, pero de pronto no puedo moverse, una energía dense brotaba de su cuerpo. Su cabeza se giró hacia atrás en un ángulo imposible, y mantuvo su exagerada sonrisa. Sus ojos parecían casi querer salirse de sus cuencas—. Querido…

— Illomiu…—Murmuró Alyptus, que se encontraba con la cara ensangrentada, de pie detrás de su enemigo. Movió su brazo derecho al lado izquierdo de su cintura—. Roemulu.

Su brazo se movió rápidamente como un látigo golpeando el aire frente a él. Un fugaz pero intenso destello de luz iluminó toda la casa y sus alrededores. No quedó rastro alguno de aquel ser sonriente. Alyptus sintió un fuerte mareo, pero se mantuvo firme.

—¿Te encuentras bien anciano? —Gritó en busca de señales de Jover.

El general que ya se había puesto de pie caminó hacia él. En ningún momento había soltado la ballesta.,

—He estado mejor —Dijo amargamente, y con la mirada vacía.

Los gritos y el ruido de la marcha de la legión se oían cada vez más cercanos, y Alyptus se alarmó.

—Debemos darnos prisa —Dijo Alyptus—. Si nos dirigimos al puerto abandonado una embarcación nos estará esperando. Nos dirigiremos al sur. Toma al niño, saldremos por el tejado.

Jover se mantuvo en silencio absoluto y caminó hacia la cuna. El niño aún lloraba a todo pulmón, y no parecía que se fuera a calmar por un buen rato. Alyptus aprovechó para revisar el exterior abriendo levemente la puerta. Podía ver la luz de las antorchas aproximarse.

—Pásame las llaves. Bloquearemos la puerta con unos cuantos muebles para ganar tiempo y luego…

Alyptus no pudo seguir hablando, luego de que sintió un escozor proveniente de su pecho, y un frío abrupto que invadía todo su cuerpo. Una flecha le había atravesado desde su espalda hacia su tórax, produciéndole un dolor agudo y un fuerte mareo. El hombre palpó su herida y sus ropas empapadas de sangre. Su vista se nubló y cayó de rodillas frente a la entrada, extendió su mano para sujetarse, dejando en la madera la marca de su mano tenida de rojo.

Lo último que vio fueron las luces de los soldados a pocos metros de la entrada, y al viejo Javor con su ballesta en mano. Luego sus sentidos dejaron de funcionar.

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Feb. 3, 2021, 11:07 p.m. 11 Report Embed Follow story
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Post!
Isaac Salazar Isaac Salazar
sebi es la mejor historia que e leído 10/10 sigue así
March 07, 2021, 03:02
V V
Mucho suspense y giros de guión continuo , la historia no para de abrir nuevas preguntas obligándote a mantenerte atento . Gg de historia
February 04, 2021, 00:27
Lau Franches Lau Franches
Excelente!!!
November 26, 2020, 04:53
Daniela Francesconi Daniela Francesconi
¡Es una historia fascinante llena de detalles que crean suspenso y alientan a imaginar los escenarios! ¡Qué ganas de seguir leyendo!
November 25, 2020, 01:37
Jose Daniel Bolivar Jose Daniel Bolivar
gg buena historia :b
November 09, 2020, 13:06
DT Destructor Troll
epicardo la verdad te mantiene con suspenso y con las palabras te mantiene atento y logra crear ese ambiente tenso que te hace engancharte a la historia y querer saber que pasara espero con ansias el proximo cap
October 17, 2020, 03:40

  • Sebas Sebas
    Muchas gracias por el comentario!!! October 19, 2020, 21:52
iNotReaper iNotReaper
No la vi completa pero regreso mas tarde
October 13, 2020, 16:09
SZ Santy Zing
10 de 10 la historia ese es mi owner jaja
October 13, 2020, 04:46
Kevin Pincy Cabezas Kevin Pincy Cabezas
Me gusto la historia
October 12, 2020, 23:19

  • Sebas Sebas
    Muchas gracias! October 13, 2020, 01:06
~

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